Durante el último trimestre los servicios sanitarios de asistencia pediátrica se han llenado de pacientes infectados por COVID-19. Esta que ha sido denominada la quinta ola pandémica representa un nuevo pico en las estadísticas de contagio global, que resulta provocada por los sublinajes BA.4 y BA.5 de Ómicron y que ataca también a los niños menores de 3 años.
En Ecuador, esta población es precisamente la parte de la sociedad que no entra en los esquemas de vacunación. Por esta razón, las autoridades sanitarias ya valoran la posibilidad de establecer mecanismos para inmunizar a los pacientes en esta edad.
Aunque entre las principales características de estas dos subvariantes se encuentran que son más contagiosas que la versión original de la enfermedad y que incluso aumentan el riesgo de reinfección, sin embargo, los expertos aseguran que no producen mayor gravedad.
Según un estudio realizado en Sudáfrica, las variantes BA.4 y BA.5 registraron la mayor capacidad de reproducción, similar al sarampión, y actualmente es la enfermedad viral más infecciosa.
Para la británica Nature, una de las más prestigiosas revistas científicas a nivel mundial, hasta el momento, el último tipo de ómicron parece causar menos muertes y hospitalizaciones que sus primos mayores de Wuhan, y a las variantes posteriores, alfa, beta, gamma y delta.
El Hospital de Niños Baca Ortiz de Quito reportó 422 casos sospechosos en junio y julio, mientras que se confirmaron 82 pacientes contagiados, cuya mitad eran niños menores a 3 años. De estos, el 50% restante no estaba vacunado o tenía enfermedades crónicas. Por esto las autoridades sanitarias insisten en los beneficios de la vacunación tras el relajamiento que se ha producido en la población al acceder a la primera dosis de inmunización y al no acercarse a recibir su dosis de refuerzo.
Los síntomas de los niños no vacunados suelen ser muy agudos: fiebre alta y persistente durante los primeros días, tos, secreción nasal y diarrea, son los signos de alarma. Algunos incluso no pueden comer debido a un dolor intenso de garganta y deben ser hospitalizados para recibir sueros intravenosos por un promedio de cuatro días de internamiento. En el Baca Ortiz, algunos niños necesitaron oxígeno.
Según los expertos, en general, estas variantes virales no muestran signos de diferencia con la versión ómicron o incluso con la primera versión de la enfermedad. Por lo tanto, es difícil distinguir entre los diferentes tipos de infección.
Para la Agencia Nacional de Salud Pública de Francia, los síntomas de las personas infectadas con BA.4 y BA.5 pueden ser: tos, secreción nasal, dolor de garganta, fatiga, dolor de cabeza, dolores corporales y, como en las otras subvariantes de ómicron, es improbable que el paciente pierda el sentido del gusto y del olfato, o que no pueda respirar, en comparación con los efectos con la variante delta u otros tipos de coronavirus.
Como con la subvariante BA.2, las BA.4 y BA.5 actuales muestran un período de incubación corto, de aproximadamente dos días, mientras que la duración de los síntomas clínicos es en promedio de 7 días para los casos BA.4 y BA.5, informó la institución sanitaria francesa.
En 2020, cuando comenzó la pandemia, las hospitalizaciones se concentraron en pacientes adultos, pero el registro de pacientes pediátricos aumentó cuando la variante ómicron comenzó a circular en enero de este año.
Un nuevo estudio publicado por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE. UU. encontró que el COVID-19 de larga duración o cuyos síntomas persisten cuatro semanas después de la infección, también afecta a niños y adolescentes. Como medida importante para prevenir la propagación del virus y sus efectos a largo plazo, la institución estadounidense recomienda la vacunación de todos los niños mayores de 6 meses que es la edad mínima para la vacunación recomendada por los especialistas.
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