En la medida que el régimen de Daniel Ortega arrecia la represión contra la iglesia católica de Nicaragua, se hace más evidente el silencio del papa Francisco y se multiplican las voces que le reclaman que tome una posición en la crisis sociopolítica que desde hace cuatro años aflige al país centroamericano.
Este lunes, el régimen de Ortega ordenó el cierre de siete emisoras católicas de la diócesis del norteño departamento de Matagalpa, y fuerzas de la Policía asaltaron la capilla Niño Jesús de Praga, de la ciudad de Sébaco, con la intención de incautar el equipo de la radio católica que ahí funcionaba.
Al llamado del sacerdote Uriel Vallejos, párroco de Sébaco, decenas de feligreses acudieron a proteger la iglesia y fueron reprimidos violentamente por la Policía, que durante toda esa noche ejecutó una cacería contra jóvenes católicos. Unas 20 personas habrían sido capturadas, informaron medios nacionales. El padre Vallejos se refugió en la casa cural desde la tarde ese lunes y hasta el cierre de esta nota permanecía sitiado por agentes antidisturbios de la Dirección de Operaciones Especiales Policiales (DOEP).
Esta sería la última de la larga lista de agresiones que el régimen de Daniel Ortega mantiene contra la iglesia Católica de Nicaragua. La investigadora nicaragüense Marta Molina ha documentado más de 250 agresiones a la iglesia católica en los últimos cuatro años.
Son muchas las voces que reclaman el silencio del papa Francisco.
“El papa Francisco ha permanecido inexplicablemente callado últimamente sobre la brutal represión del régimen nicaragüense contra los sacerdotes católicos y la muerte de al menos 322 personas en las protestas antigubernamentales de los últimos cuatro meses. Su comportamiento se puede describir, en una palabra: ¡vergonzoso!”, reclamaba temprano, en septiembre del 2018, el periodista argentino Andrés Oppenheimer.
Para ese tiempo, Ortega comenzaba su ofensiva contra la iglesia católica, unos meses después de confiarle la organización y garantía de un diálogo entre la oposición y el régimen. Nicaragua estaba paralizada entonces por protestas que pedían la renuncia del dictador.
Después del fracaso de dos rondas de diálogos, tanto Ortega como su esposa, Rosario Murillo, responsabilizaron a los religiosos de lo que calificaron como “intento de golpe de Estado”, principalmente por el apoyo y refugio que los templos brindaron a los jóvenes que eran perseguidos durante la operación militar que se ejecutó para desmontar las protestas.
Agresiones físicas a sacerdotes, profanaciones a templos e imágenes religiosas, asedio, amenazas de muerte, persecución e insultos, ataques armados y quemas, son parte del repertorio expuesto por la investigadora Molina. Varios sacerdotes, incluyendo al obispo auxiliar de Managua, monseñor Silvio Báez, marcharon al exilio para proteger su vida y libertad.
El régimen de Ortega expulsó del país en marzo de este año al representante del papa en Nicaragua, monseñor Waldemar Stanislaw Sommertag, y mantiene a dos sacerdotes en la cárcel bajo cargos de delitos comunes.
“No me explico cómo el papa Francisco puede guardar silencio ante los ataques a los sacerdotes más queridos de los nicaragüenses, cómo es posible que no vea una persona del más alto poder que, a diario, usa el nombre de Dios en vano y predica amor mientras siembra odio”, dijo en Twitter la escritora nicaragüense Gioconda Belli en mayo de este año, en referencia a los cotidianos ataques de Rosario Murillo.
El también escritor Sergio Ramírez Mercado, se pronunció en similares términos en noviembre pasado en una entrevista con el periodista Gumersindo Lafuente, de eldiario.es. “El Papa Francisco ha guardado un silencio que se escucha en todo el mundo sobre la situación en Nicaragua”, dijo Ramírez. “Sería aconsejable que todos los fieles católicos de Nicaragua, que son la mitad de la población, escucharan qué es lo que el Papa tiene que decir sobre esta barbarie que está ocurriendo desde 2018 y que sigue ocurriendo ahora con la detención de tanta gente, con el crecimiento imparable de los presos políticos”.
El periodista nicaragüense especializado en temas de la iglesia Católica, Israel González, tiene una opinión más benévola sobre la gestión del papa Francisco, de quien dice “está tomando una actitud extremadamente prudente sobre la situación cada vez más complicada de Nicaragua para la Iglesia y los creyentes”.
Dice que expulsión del nuncio Waldemar Stanislaw Sommertag indica que “no había una buena relación entre Managua y el Palacio Apostólico de la Santa Sede”.
“La Iglesia también hay que saber interpretarla por medio de los signos. En este sentido, este año, la Santa Sede no envió representante alguno a la farsa de la toma de posesión de Ortega y su señora. Y Francisco respaldó en la Plaza de San Pedro la versión de la Iglesia al asegurar que lo ocurrido con la imagen de la Sangre de Cristo en Catedral Metropolitana de Managua había sido un atentado, y no ‘un incendio’, como mantiene el régimen”, agrega.
“En vista del endurecimiento brutal del régimen, habría que pensar que un posicionamiento más directo del Papa generaría muchísima mayor represión y violencia contra la Iglesia local, sus obispos, curas, religiosas y templos”, apunta el periodista, que vive su exilio en España.
Para el analista político, Eliseo Núñez, el papa Francisco “está imbuido en ese anacronismo de la izquierda latinoamericana que miraban las cosas en blanco y negro, a favor o en contra de los gringos. Él mira a Daniel Ortega como el guerrillero del 79 y sigue creyendo que es parte de un movimiento de cambio social y no el dictador que realmente es”.
Núñez atribuye también la actitud del papa a la supuesta asesoría de quien fuera nuncio del Vaticano en Nicaragua, el sacerdote nigeriano Fortunatus Nwachukwu, ahora observador permanente de la Santa Sede en la Oficina de Naciones Unidas y agencias especializadas en Ginebra y en la Organización Mundial del Comercio y representante de la Santa Sede.
“Nwachukwu es el peor nuncio que hemos tenido. Pasó a ser parte de los protegidos de Rosario Murillo y era alguien que recibía muchos favores de parte del régimen. Entonces ahora que es el nuncio para Naciones Unidas del Vaticano, es alguien que respalda o asesora al papa Francisco”, dice Núñez.
“Esta situación de la iglesia nos deja en una situación difícil a la oposición porque Francisco quedó con la fotografía de la caída de Somoza y de las dictaduras de los años 50 al 80 en América Latina” añade. “Está siendo injusto. Absolutamente injusto porque este es un tema de violación a derechos humanos, de torturas, de persecución religiosa, y no tienen nada que ver con izquierda ni derecha”.
Un experto en temas eclesiásticos, que pide anonimato por protección, atribuye la represión del régimen a la iglesia católica a “una lógica del control absoluto que la pareja que nos desgobierna pretende”.
“La iglesia católica compite con la red de control del régimen porque tiene parroquias en todos los municipios. Cada templo es un lugar de reunión. Los domingos la gente escucha un pensamiento crítico sobre lo que está ocurriendo: el sufrimiento de quienes murieron, de los presos, la separación de las familias por la migración masiva, el desempleo, el alza de los precios de la comida... Escucha sobre la realidad. Y hoy, hablar de la realidad es un acto político en sí mismo”.
“¿Por qué no se persigue a los pastores que dirigen cultos evangélicos? Porque, con algunas excepciones, en esos espacios los mensajes han sido siempre y son siempre menos aterrizados, son apolíticos, son más alejados de la realidad, son más celestiales”, añade.
El analista Eliseo Núñez dice que Ortega está haciendo lo mismo que el sandinismo hizo en los años 80. “Apuntala a los evangélicos para luchar contra los católicos porque sabe que los evangélicos son una religión dispersa, sin una línea jerárquica definida y creen que los cristianos estamos obligados a aceptar el gobierno que tengamos independientemente de cuál sea, basado en una interpretación bíblica muy rígida que no les permite a ellos tener ese ánimo de enfrentarse a un régimen autoritario”.
Para el experto en temas eclesiásticos el Papa “puede estar haciendo alguna gestión cautelosa” pero considera que, dado todo lo que está pasando en Nicaragua “después de más de cuatro años, el silencio del Papa resulta escandaloso”.
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