Cuando Oscar Navarrete, fotorreportero del diario La Prensa, regresó a Corinto ya no encontró a las familias que había fotografiado hace tres años. Ni sus casas. A algunas casas se las tragó el mar y a otras, el oleaje las demolió desde sus cimientos y solo quedan de ellas ladrillos y pedruscos amontonados en la playa. “Es impresionante”, dice Navarrete, quien regresó a la ciudad recientemente a registrar con su lente el avance del mar. “Al caminar por la parte baja de la ciudad se ve como si hubiera estallado una bomba”.
El mar avanza inexorable sobre la histórica ciudad nicaragüense de Corinto. En los últimos cinco años, el fuerte oleaje se ha tomado lo que anteriormente eran unos 200 metros de los barrios costeros. Tres calles han desaparecido bajo el agua y unas cien familias han abandonado sus casas. Salen cuando ya es imposible vivir en ellas porque el agua y la arena inundaron la casa. Otros, previsoramente, buscan vida en otros lugares. Dejan, a veces, la casa con la llave en la puerta por si alguien más quisiera usarla.
Corinto es una ciudad del pacífico de Nicaragua que creció a la par del puerto del mismo nombre, fundado el 20 de diciembre de 1858. Desde entonces es el puerto más importante del país. La ciudad se concentra en 70 kilómetros cuadrados y en ella viven unos 18,500 habitantes.
Su posición privilegiada posibilita la llegada de grandes barcos, pero también constituye la principal amenaza para la población que se asentó a la orilla del puerto. Corinto se eleva hasta ocho metros sobre el nivel del mar, y la parte crítica queda a solo un metro sobre el nivel del mar, y es castigada, sobre todo en los últimos 60 años, por el fenómeno conocido como “mar de fondo”, caracterizado por oleajes largos y continuos que se originan en tormentas marinas.
Para contener al mar, en los años 80 se construyó un dique de arena como de 100 metros de ancho y cinco kilómetros de largo que el oleaje se encargó de desaparecer con el tiempo. Se han dispuesto también filas de piedras y geocontenedores, que son grandes bolsas de polipropileno alargadas y de alta densidad que se llenan de arena y se ponen frente al mar para que detengan el impacto de las olas. Por su forma y color, los pobladores les llaman “ballenas”.
A partir del 2010, sin embargo, la situación en Corinto se volvió crítica. Pablo Fernando Martínez, ministro de Transporte en ese entonces, afirmó que Corinto atravesaba una situación de peligro porque el mar se estaba “comiendo” el muro de contención de arena compactada y ya había avanzado unos 400 metros sobre la costa.
“Las afectaciones se dan porque las mareas son más pronunciadas y este fenómeno obedece a los cambios climáticos que se están experimentando. Literalmente el mar se está ´comiendo’ la costa y hay que atender esta situación. Se debe quitar energía a las olas y así poner una barrera de contención que evite que se dé la erosión”, señaló el funcionario en declaraciones al diario La Prensa.
Calculó que se necesitaba “de forma urgente” una partida de 10 millones de dólares para atender la amenaza, “ya que es necesario construir un muro de contención con espigones y concreto (rompeolas), para evitar que el mar siga erosionando la costa, poniendo en peligro viviendas, restaurantes y hoteles ubicados en el área”. La construcción no se realizó.
Hernández sentenció que, si no se toman las previsiones debidas, la ciudad de Corinto podría perderse. “Esto se viene dando desde la década de 1960 y desde entonces se viene luchando con este fenómeno que se ha intensificado, tanto así que se puede perder Corinto, porque la zona está tan sólo a un metro sobre el nivel del mar, pero es atacada por corrientes y un fuerte oleaje frontal que causa mucho daño. Por eso es que se deben ejecutar a lo pronto estas obras de mitigación”, apuntó.
En los últimos cinco años, unas cien familias han evacuado Corinto. Cuando el fotógrafo Oscar Navarrete llegó en noviembre de 2019, la situación era de alarma. Familias que sentían sus viviendas amenazadas, pedían socorro al gobierno, ya sea con obras de ingeniería que contengan el avance del oleaje o reubicando sus hogares a sitios seguros.
Hace unos días, cuando regresó, ya no encontró a las familias amenazadas en aquel entonces, y en algunos casos, ni sus viviendas. También vio vencidas a las “ballenas”, los diques de piedras y hasta de llantas de vehículos que los pobladores han colocado. “Nada va a frenar que el mar gane terreno por el problema que hay por el efecto ´mar de fondo´ y por la falta de un dragado adecuado”, dice.
“Esta gente está abandonada a su suerte. Se supone que va a ver un plan de reubicación, pero no han hecho ese plan. Nadie detiene el paso del mar”, apunta y pone como testimonio sus fotografías.
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