(Los Ángeles-Enviado especial) - Mauricio Claver-Carone es el primer presidente estadounidense del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Su elección, después de 15 años de mandato del colombiano Luis Alberto Moreno y tras dejar en el camino al argentino Gustavo Beliz y la costarricense Laura Chinchilla, fue una apuesta personal del entonces presidente Donald Trump para intentar contrarrestar desde el BID la creciente influencia china en América Latina. A un año y medio de gestión, Claver-Carone dialogó con Infobae en Los Ángeles horas antes de reunirse con una veintena de cancilleres y ministros de economía y finanzas de una región que, según afirma, está ante una oportunidad “única en la historia” por dos factores inéditos y no debería dejarla pasar por la “politización”.
Verborrágico, este hijo de español y cubana nacido en Miami, ex director del FMI, asesor del Consejo de Seguridad Nacional y férreo denunciante de las dictaduras de La Habana y Caracas, repasa en detalle cómo en el tiempo que lleva al frente del principal banco regional pudo casi duplicar el monto para financiación de proyectos (USD 23,4 mil millones en 2021) e impulsar el nearshore (que las empresas estadounidenses inviertan en subsidarias en América Latina en vez de lugares más lejanos), proyectos de digitalización y energías renovables y el empoderamiento de las mujeres dentro y fuera del banco. Su máxima obsesión es que el BID sea un movilizador de la inversión privada ya sea como capital semilla de proyectos innovadores o como garante y mitigador de riesgos.
-¿Qué cosas tuvo que modificar de la cultura del BID?
-Dos principalmente. Uno de los temas más complejos que hubo que desenredar fue la estructura ineficiente de favores y padrinazgos políticos. Hoy en día el BID es una meritocracia. Me he ganado enemigos por eso, pero la ineficiencia provocaba que el BID no pudiera alcanzar sus objetivos. Y segundo, me siento feliz, como norteamericano descendiente de latinoamericanos, de haber podido traer un poco del optimismo norteamericano a una institución que era un poco derrotista. Cuando entré, había un clima de que la región iba a caer un 7 por ciento en 2020, la peor contracción en 200 años y, por lo tanto, obviamente íbamos hacia otra década perdida. Yo dije que no. Y nos pusimos a trabajar con la agenda 2025 e impulsamos el concepto de “near shore”. Ya en 2021 decían que la región sólo iba a crecer entre el 2 y 3% y que no íbamos a tener vacunas... parecía el fin del mundo. Y todos los pronósticos se equivocaron. Para ser exitoso, el BID tiene que romper pronósticos. Cuantos más pronósticos rompamos, mejor estaremos haciendo el trabajo. El año pasado crecimos 7 por ciento y ayudamos a que el 70% de la población de la región esté vacunada.
-¿Qué cambió desde la primera Cumbre de las Américas de Miami en 1994, en la que Estados Unidos comenzaba a impulsar el ALCA (Acuerdo de Libre Comercio de las Américas) a esta novena de 2022 en que toda la región parece más dispersa?
-Estamos viviendo un período histórico. En 1994 había una retórica de avanzar hacia el libre comercio en América Latina, pero en la práctica, la realidad comercial, era que los empresarios estadounidenses estaban analizando invertir en China. Hoy estamos en el escenario inverso. Es cierto que tenemos menos consensos que en 1994, esta cumbre estará muy politizada lamentablemente, pero por primera vez los empresarios estadounidenses están huyendo de China y mirando a América Latina. Se arrepienten de la globalización y están en un movimiento hacia la regionalización.
-¿Qué los hizo cambiar?
-Tuvimos dos eventos sin precedentes en estos últimos dos años, el COVID, que cerró todas las cadenas de abastecimiento desde la China, y la invasión rusa en Ucrania. Primero, entonces, se dio una reubicación de la cadena de abastecimiento de manufacturas, y ahora de los recursos naturales. Por primera vez en la historia, el índice para mercados emergentes baja en China y crece en América Latina. Es inédito. Nunca había pasado. A pesar de la inestabilidad política y el populismo, los inversores están viendo a América Latina como un mar de relativa paz y estabilidad, comparado con la China o la guerra de Ucrania. Si no aprovechamos esta oportunidad, nunca va a regresar. Nunca se nos van a alinear las estrellas como esta vez. Y la manera de desaprovecharlo es politizarlo todo, y desgraciadamente estamos viendo bastante de eso. Pero hay excepciones. Los países que toman decisiones para atraer inversiones y no espantarlas ya están ganando.
-Estos casi 30 años del proceso de Cumbres de las Américas también fueron de un gran crecimiento de la presencia económica y política china en América Latina. ¿Seguirá creciendo?
-La presencia china en América Latina tenía tres vías: los préstamos de dinero, que casi desaparecieron con respecto a lo que fueron hace una década por los propios problemas económicos que tiene que atender China en su país; la inversión directa también disminuyó mucho, aunque sigue en áreas estratégicas para apoderarse de recursos naturales y sí mantiene una mayor influencia como comprador de productos primarios. Y me parece fantástico que América Latina y el Caribe pueda venderle a China y a todo el mundo. Pero ahora también va a haber una demanda mayor de Europa y de Estados Unidos y lo que me preocupa es que la región pueda dar incentivos para incrementar la producción. Lo peor que le pudiera pasar a Latinoamérica es pasar de la era de Odebrecht a la de las empresas estatales chinas, que tienen la misma tradición de malas prácticas y falta de transparencia.
-¿Cómo ve los liderazgos latinoamericanos con los que trata habitualmente como presidente del BID?
-A pesar de la politización y los populismos de izquierda y derecha, todos los líderes tienen más cosas en común que antes. Hace 30 o 40 años, la extrema izquierda y derecha era proteccionista. Hoy el consenso general apoya la inversión extranjera, tanto López Obrador como Bolsonaro están de acuerdo con el desarrollar el near shore. Aprovechemos esa oportunidad, despoliticemos el comercio y las inversiones.
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