Daniel Ortega y Rusia: cuatro décadas de amor, traición y reconciliación

La Unión Soviética fue un aliado clave de la revolución sandinista hasta que la visita de Boris Yeltsin a Managua marcó un distanciamiento de casi dos décadas. Pero el dictador centroamericano volvió a encontrar en Putin un respaldo vital

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Rosario Murillo y Daniel Ortega
Rosario Murillo y Daniel Ortega durante su visita Moscú en diciembre de 2008. (Foto AP)

El 3 de marzo de 1987, Daniel Ortega recitaba ante el entonces diputado ruso Boris Yeltsin casi el mismo discurso que repite hoy en día ante el presidente Vladimir Putin. “Los soviéticos han invadido Nicaragua con sus tractores, con sus camiones de transporte, con su trigo y su petróleo. Si Estados Unidos quiere el cariño del pueblo de Nicaragua, que se comporte como los soviéticos”, dijo en una finca del norte de Nicaragua ante la mirada hosca del rubicundo miembro del Presidium del Soviet Supremo, que solo atinó a fingir una sonrisa cuando le llegó la traducción de la lisonja.

Todo era risas y aplausos en las filas sandinistas. Sin embargo, esa visita marcaría el principio del fin de su revolución. Poco después Yeltsin dejaría de ser “el camarada Yeltsin”, y el comandante Tomás Borge llegaría a tildarlo de “insolente” y “contrarrevolucionario”.

Tras la llegada de Yeltsin, la Unión Soviética negociaría a Nicaragua con Estados Unidos. Vino la perestroika, el fin de la guerra fría, la caía del muro de Berlín, el colapso de la Unión Soviética y Daniel Ortega perdería las elecciones ante una señora que hizo su campaña vestida de blanco y en muletas: doña Violeta Barrios de Chamorro. Con el fin de la revolución sandinista prácticamente desapareció la presencia rusa en Nicaragua, y solo volvería de la mano de Daniel Ortega cuando regresó al poder en 2007

Hoy el régimen sandinista es de los pocos gobiernos que respaldan a Rusia en su invasión a Ucrania, a pesar de “la traición” que los soviéticos le jugaron en el fin de la guerra fría, tras la visita de Boris Yeltsin a Nicaragua.

Boris Yeltsin llegó a Managua
Boris Yeltsin llegó a Managua en marzo de 1987 y sería el más alto funcionario soviético que visitó la Nicaragua de los años 80. (Foto IHNCA)

Apoyo millonario

Recién llegados al poder, los sandinistas buscaron apoyo en la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). En marzo de 1980, pocos meses después de la caída de la dictadura de Anastasio Somoza, una delegación nicaragüense de alto nivel viajó a Moscú para pedir ayuda económica y militar de parte del enemigo natural de Estados Unidos, que hasta entonces los había visto con indiferencia. La delegación, encabezada por los comandantes sandinistas Henry Ruiz, Humberto Ortega y Tomás Borge, firmó un protocolo de ocho acuerdos, entre los que se incluía un “plan de relaciones entre el Partido Comunista (PCUS) y el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) de Nicaragua”.

Ahí inició una relación que llegaría a marcar una década en Nicaragua. El Ejército Popular Sandinista (EPS) se armaría totalmente con lo mejor del arsenal soviético y al país comenzaría a llegar petróleo alimento ruso y de otros países de la órbita socialista para paliar la creciente escasez que se padecía, como consecuencia de la guerra y la mala gestión de gobierno.

Los soviéticos nos dieron armamento modernísimo, que todavía estaba en el tratado de Varsovia”, dice el mayor en retiro Roberto Samcam, quien se desempeñó como jefe del estado mayor de la brigada de artillería Omar Torrijos. “Aquí llegaron tanques (de guerra) T-55 en cantidades navegables, transportes blindados, las BM21 (batería de misiles reactiva) que eran impensables desde Panamá hasta México, cañones obuses 155, 130 y 120 milímetros y cerca de dos mil misiles portátiles tierra aire Sam 7. Armamento ultramoderno para esa época. Y eso te da una idea de la confianza que tenían en la revolución”.

Recuerda el militar que Estados Unidos ofrecía un millón de dólares al piloto que desertara y se llevara un helicóptero de guerra MI-24. “A estos helicópteros les decían tanques voladores y causaron estragos en la contrarrevolución hasta que los gringos les dieron los misiles Stinger o Redeye a los contras y ahí se nivelaron las cosas”.

Al tiempo que llegaba armamento y alimentos rusos a Nicaragua, salían miles de jóvenes hacia la Unión Soviética a estudiar distintas, y frecuentemente extrañas, carreras universitarias. Para 1990 los países socialistas del Este ofrecían unos 400 cupos a becados nicaragüenses.

Daniel Ortega mantiene en un closet de ropa para viajar el par de chapkas, esos clásicos gorros rusos de piel, que trajo de su viaje a Moscú en abril de 1985, a donde llegó acompañado de su esposa, Rosario Murillo, y Henry Ruiz, ministro de Cooperación y Comercio. De ese viaje trajo también muchas matrioskas (muñecas rusas) para regalar y una fotografía junto a Mijaíl Gorbachov, en la que Ortega aparece inusualmente riendo a carcajadas, y que mantiene, o posiblemente mantenía, en una repisa de su casa. Y muchos planes de cooperación militar y económica.

Se calcula que Unión Soviética llegó a destinar mil millones de dólares al año para mantener a Nicaragua, un país abatido por una guerra civil, que servía de escenario de enfrentamiento para las potencias mundiales en plena guerra fría.

Perestroika

Boris Yeltsin fue el funcionario soviético de mayor jerarquía que llegó a la Nicaragua de los años ochenta. Su visita a Managua el 2 de marzo de 1987 fue interpretada por el directorio sandinista como una oportunidad “para estrechar la relación” con ese poderoso aliado. Los sandinistas hicieron de todo por agradar al visitante, a pesar que les pareció un tipo pesado y desagradable.

“Hosco y mal educado, no le cayó bien a nadie. Era, sin embargo, el funcionario de más alto nivel que nos había visitado nunca, y cuando en la laguna de Xiloá decidió bañarse completamente desnudo, hubo de entre nosotros quienes corrieron a desnudarse también para hacerle compañía. Nos habían asegurado, además, que el respaldo soviético para la revolución continuaría invariable”, relata el escritor y antiguo dirigente sandinista, Sergio Ramírez en su libro de memorias Adiós Muchachos.

En julio de 2014, el
En julio de 2014, el presidente ruso Vladimir Putin visitó fugazmente Nicaragua. Foto 19 Digital/

En algún momento Yeltsin les sugirió a los comandantes sandinistas que renunciaran a la administración del gobierno y Daniel Ortega reaccionó airado, dice Ramírez en una entrevista a que le hizo la historiadora española María Dolores Ferrero. “Yo recuerdo la reunión en la que Daniel Ortega le preguntó alterado cómo les podía recomendar a los comandantes que pasaran al retiro. Porque lo que realmente les estaba diciendo Boris Yeltsin era: ‘Salgan del gobierno, ustedes no saben gobernar’”.

La dirigencia sandinista parecía no darse cuenta de la dimensión de los cambios que sufría el mundo, y tras la visita de Yeltsin creyeron que el apoyo soviético seguiría “mejor que nunca”. Sin embargo, poco después, un funcionario de la cancillería soviética les planteó las cosas claras: debían entenderse con Estados Unidos, terminar la guerra con los contras y buscar el apoyo financiero en otro lado. “Ellos (soviéticos) ya no podían soportar una carga tan pesada. Y debíamos, además, mantenernos en el modelo de economía mixta para crear confianza”, escribió Sergio Ramírez.

En ese momento la Unión Soviética mantenía conversaciones secretas con Estados Unidos y Nicaragua era un peón a sacrificar en el tablero. Comenzaron entonces las negociaciones entre sandinistas y guerrilleros contras; el régimen, confiando en su popularidad, decidió adelantar las elecciones y abrirse a la observación internacional, y en febrero de 1990, Daniel Ortega perdía el poder formal frente a doña Violeta Barrios de Chamarro. Era el fin de la revolución.

La relación entre Nicaragua y la ahora Federación de Rusia casi llegó a desaparecer. Las aproximadamente 400 becas para nicaragüenses en país socialistas disponibles en 1990, al año siguiente se reducirían a 50. Quedaba sí una deuda de aproximadamente tres mil millones de dólares que sería condonada o reprogramada en los próximos 15 años.

Reacercamientos

Con el regreso de Daniel Ortega al poder en 2007, se produjo un vertiginoso acercamiento a Rusia, aunque ya no en las dimensiones de los años 80. Para complacer a Rusia, Ortega reconoció la independencia las regiones separatistas de Abjasia y Osetia del Sur, y Rusia ha enviado buses, vehículos para taxis, trigo e instaló una planta de fabricación de vacunas que nunca llegó a despegar.

En el plano militar llegaron a Nicaragua en 2016, 50 tanques de guerra T72-B1, cuatro lanchas patrulleras, dos lanchas coheteras 1241.8 Molnia, y aviones combate y entrenamiento Yak-130. También se instaló en Managua una escuela de entrenamiento policial y una polémica estación satelital rusa destinada al monitoreo de “desastres naturales y combate al narcotráfico”, pero que expertos en seguridad señalan de ser un centro de espionaje “en el patio trasero de Estados Unidos”.

La familia Ortega Murillo visita
La familia Ortega Murillo visita con frecuencia a Rusia. En la gráfica Laureano y Daniel Edmundo Ortega Murillo, hijos de la pareja presidencial, posan a la par de un busto del dictador soviético Iósif Stalin. (Foto 19 Digital)

Daniel Ortega desempolvó las chapkas que mantenía en su closet y en diciembre de 2008, ya como presidente, visito Moscú de nuevo junto a su esposa, Rosario Murillo, para “estrechar relaciones”. De hecho, han sido contantes estos años las visitas de la familia Ortega Murillo a Rusia, país con el que buscan construir una relación similar a la que Nicaragua tenía con la Unión Soviética en los años 80, para compensar el aislamiento internacional que sufre su régimen por la deriva dictatorial que ha mostrado.

Nicaragua, junto a Venezuela y Cuba, han respaldado la invasión rusa a Ucrania. A la víspera, visitó Managua el viceprimer ministro ruso Yuri Borisov, y, poco después, el presidente de la Duma, Vyacheslav Volodin, estaba en Nicaragua el mismo día que Vladimir Putin ordenó la invasión a Ucrania, como parte del cabildeo para conseguir aliados en la aventura bélica.

Ortega corre el peligro de quedar bajo la sentencia de aquel refrán que dice “ir por lana y salir trasquilado”, dice un analista que pidió anonimato. “El respaldo a Rusia para conseguir apoyo político, militar y económico podría revertírsele debido a las poderosas sanciones con que gran parte del mundo está castigando a Rusia por la invasión a Ucrania y las amenazas de una guerra nuclear”.

El presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado de Estados Unidos, Robert Menéndez, advirtió que los países latinoamericanos que apoyan a Rusia en la agresión contra Ucrania podrían “enfrentar sus consecuencias”, entre las cuales estaría la revisión del tratado de libre comercio conocido como CAFTA.

Otra vez Nicaragua podría quedar colgada de la brocha o convertirse en pieza de negociación entre las grandes potencias”, calcula el experto.

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