El interminable secuestro de un avión colombiano por dos futbolistas paraguayos que concluyó en Buenos Aires con un insólito final

La captura de la aeronave de la empresa SAM con sus 80 pasajeros en 1973 fue una de los más largas y delirantes de la historia de la aviación

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Eusebio Borja (tercero abajo desde la izquierda) y Francisco Solano López (cuarto de abajo desde la izquierda) con el equipo de América Ambato.
Eusebio Borja (tercero abajo desde la izquierda) y Francisco Solano López (cuarto de abajo desde la izquierda) con el equipo de América Ambato.

El secuestro aéreo más largo y espectacular de la aviación latinoamericana sucedió en 1973. El avión secuestrado con más de 80 personas viajó y aterrizó en varios lugares de Sudamérica. Aunque los secuestradores decían ser guerrilleros, en realidad eran dos futbolistas paraguayos que jugaron en la liga del Ecuador sin suerte. Esta es su historia.

El avión HK-1274 de la Sociedad Aeronáutica de Medellín, conocida como SAM, despegó un miércoles 30 de mayo de 1973 desde Bogotá. Su primera parada fue en Cali. Luego, el avión hizo otra parada en Pereira, donde se subieron nuevos pasajeros. En total eran 84. Todo estaba tranquilo hasta que el avión despegó.

Dos de los pasajeros que subieron en Pereira y se sentaron en la penúltima fila del avión se enfundaron capuchas, se pararon con estruendo, corrieron por el pasillo y sacaron dos pistolas. Uno de ellos disparó al aire y con la detonación gritó: “Esto es un secuestro”.

Mientras en la sección de pasajeros dominaba la sensación de pánico, en la cabina ignoraban lo que se gestaba afuera. Adentro, el capitán Jorge Lucena silbaba una melodía cuando uno de los secuestradores irrumpió en la cabina y apuntó directamente a la cabeza, empuñando el arma de fuego. Enseguida entró el segundo secuestrador, el más bajo, quien era el que estaba a cargo de la operación delictiva.

El secuestrador líder repitió: “Esto es un secuestro”. Lucerna inmediatamente le pidió que diga sus requerimientos y el secuestrador dijo solo una palabra: “Aruba”. Pero Lucena volvió a preguntar, ahora con escepticismo: “¿A Cuba?”. “No, Aruba” contestó el aeropirata.

Massimo Di Ricco, investigador independiente que ha estudiado la piratería aérea en América Latina y autor del libro “Los Condenados del Aire. El viaje a la utopía de los aeropiratas del Caribe”, publicado en Colombia en 2020, explicó a Radio Ambulante que Lucena pensó qué el destino de los secuestradores podría ser Cuba porque, desde 1967, al menos una treintena de aviones colombianos, y otros 59 en Latinoamérica habían sido secuestrados con el propósito de viajar hasta Cuba. “Los secuestradores solían ser simpatizantes de la revolución o personas que buscaban irse de sus países, imaginando una mejor vida allá… Secuestrar un avión en Latinoamérica era un plan alocado, sin duda, pero realizable”, dijo Di Ricco en uno de los episodios del podcast de la NPR.

A inicios de la década de los setenta, la seguridad en los aeropuertos era mínima. No había, como en la actualidad, escáneres o detectores para revisar qué elementos subían los pasajeros al avión. Para ingresar a la nave bastaba tener el boleto. Por eso, era fácil subir armas u otros artefactos que hoy están prohibidos.

Noticia sobre la fuga de los rehenes del avión HK-1274 de la Sociedad Aeronáutica de Medellín
Noticia sobre la fuga de los rehenes del avión HK-1274 de la Sociedad Aeronáutica de Medellín

Aruba estaba a más de mil kilómetros de Pereira. El capitán Lucena informó desde el avión que habían sido secuestrados y que necesitaban combustible. Para recargar el avión aterrizaron en Medellín. Habían pasado 45 minutos y el avión aún no estaba listo para partir a Aruba. Los aeropiratas estaban nerviosos y amenazaban al piloto para que despegara. “Ni un segundo más”, dijo uno de los secuestradores y el capitán Lucena tuvo que despegar hacia Aruba tras hacer algunos gestos desde la cabina para que los asistentes en tierra interrumpieran el suministro de combustible.

Mientras recorrían el cielo para llegar a Aruba, los secuestradores dieron a conocer sus demandas, querían USD 200.000 y que liberaran a sus compañeros presos políticos de una cárcel del departamento de Santander, en Colombia. Los aeropiratas dijeron que eran miembros del Ejército de Liberación Nacional.

Llegaron a Aruba a las cinco de la tarde de ese día. Todos pensaban que allí negociarían y sería el final del secuestró, pero no fue así. El negociador de la aerolínea SAM solo ofrecía USD 20.000, ni la cuarta parte de lo requerido por los secuestradores. Además, de la negociación, había otros problemas. Las autoridades locales de Aruba no querían que el avión secuestrado permaneciera mucho tiempo en el lugar, porque el aeropuerto no podría funcionar mientras los secuestradores estuvieran ahí.

Como la negociación era infructuosa y tampoco había ningún pronunciamiento de las autoridades colombianas, el avión permaneció apagado en Aruba. No había aire acondicionado y los pasajeros soportaban un intenso calor, además de los olores que llegaban del cuarto de baño. No había agua, ni comida.

Diez horas después del secuestro. A la medianoche, el gobierno colombiano se desentendió del asunto. En un comunicado informaron que no negociarían con los secuestradores y que en Colombia no había presos políticos. La suerte de los pasajeros y de la tripulación estaba en manos de SAM.

La tensión crecía y los aeropiratas se mantenían firmes en sus solicitudes sino las cumplían. Ellos estaban dispuestos a morir.

Eran las cuatro de la mañana y seguían en Aruba. El secuestrador a cargo le dijo al capitán Lucena que despegara, pero no le indicó el destino. Cuando estaban en el aire, el aeropirata dijo que viajarían a Lima, Perú. Lucena estaba preocupado porque el viaje demandaría más de cuatro horas y nuevas recargas de combustible.

El capitán les explicó a los secuestradores que el avión necesitaba aceite para que no hubiera inconvenientes o accidentes durante el trayecto. Lucena averiguó si podrían aterrizar en Guayaquil, Ecuador, para dar mantenimiento a la nave, pero no fue posible que llegaran a la ciudad costanera. El aeropuerto más cercano era el de Aruba, así que regresaron.

Ya habían pasado casi veinte horas desde que inició el secuestro y el avión llegó por segunda vez a Aruba. Era jueves por la mañana.

Entre los pasajeros había un grupo de ciclistas que iban a correr el Clásico RCN. Uno de ellos se acercó a un secuestrador y le pidió que los liberarán para no perder esa oportunidad. El secuestrador accedió.

A las diez de la mañana de ese día, los secuestradores soltaron a los ciclistas y a un grupo más de pasajeros. Todo esto era muy raro además del acento de los aeropiratas. Además de empatizar con los deportistas y de conversar amistosamente con ellos sobre pronósticos deportivos, el acento de los secuestradores no era colombiano. Algunos creían que era argentino o paraguayo, pero no de alguien que perteneciera al Ejército de Liberación Nacional.

Luego de esta liberación, el secuestrador pidió que el siguiente avión que llegara a Aruba desde Colombia les llevara periódicos, pero el capitán Lucena no siguió la orden. Al enterarse de esto, el secuestrador montó en cólera.

El secretario general y el abogado de la Aerolínea también llegaron a Aruba en otro vuelo. Querían negociar personalmente con los secuestradores, pero estos lo impidieron. “Que no se acerque ninguno de ellos, porque, capitán, los mato, porque los mato”, amenazó uno de ellos. Los aeropiratas sólo autorizaron que una azafata bajara del avión para subir comida y agua para los pasajeros que continuaban como rehenes. Tras esto nuevamente ordenaron el despegue con dirección a Centroamérica.

Apenas unos minutos antes, mientras la azafata subía la comida, un grupo de pasajeros organizó un plan para huir. Cuando los motores se encendieron y el avión empezó a moverse, un ingeniero abrió una de las puertas de emergencia y varios hombres saltaron. La altura era de al menos cinco metros. Algunos de los que escaparon se lesionaron, pero ninguno de gravedad.

La nave continuó su trayecto en medio del caos que provocó la fuga de los rehenes. No había un destino definido y sobrevolaron Panamá, Costa Rica y El Salvador, pero no tenían autorización para aterrizar en ningún aeropuerto. Así que regresaron, por tercera vez, a Aruba.

Para poder aterrizar en Aruba, las autoridades locales impusieron una condición: los secuestradores debían autorizar un relevo de la tripulación. El capitán y su equipo estaban cansados, llevaban más de un día sin comer y estaban sometidos a mucha presión, era peligroso que siguieran volando. Para que los secuestradores aceptaran, la aerolínea ofreció que el nuevo piloto les entregaría un maletín con USD 50.000. Los secuestradores aceptaron y la nueva tripulación subió.

Era la medianoche del jueves y ya habían transcurrido 32 horas de secuestro. Había menos rehenes y el gobierno colombiano no accedía a negociar con los aeropiratas. Los secuestradores dieron un ultimátum: si no tenían su dinero hasta las once de la mañana del día siguiente, habría consecuencias.

Con una parte del dinero en sus manos y luego de 38 horas de secuestro, los aeropiratas ordenaron al nuevo capitán que despegara. Era la madrugada del viernes, 1 de junio de 1973.

El nuevo destino estaba al sur del continente. El trayecto era largo por lo que hicieron una parada en Guayaquil, Ecuador. Al aterrizar los secuestradores exigieron combustible, comida y periódicos. El nuevo capitán, Hugo Molina, cumplió la orden. Los secuestradores vieron en la prensa que ya eran famosos en todo el continente.

Casi una hora después de llegar a Guayaquil, despegaron otra vez. El nuevo destino era Antofagasta, en el norte de Chile. Nuevamente hicieron una parada, esta vez en Lima. Allí las azafatas limpiaron el avión y los secuestradores liberaron a 14 de los 23 pasajeros que quedaban.

Volvieron a despegar, pero el destino era otro. Los secuestradores querían llegar a Mendoza, Argentina. Cuando llegaron, el avión no apagó los motores y por dos horas recorrió la pista. Allí soltaron a los pasajeros que quedaban.

Era viernes por la noche y luego de 55 horas de secuestro, volvieron a despegar, esta vez sin pasajeros. Estaba bajo secuestro la tripulación y el avión. El capitán anunció Buenos Aires como destino.

Esa fue la última comunicación que se registró. El avión despegó sobre las 21:00 y debía llegar alrededor de las 23:00, pero no llegó. Pasaron varias horas sin saber sobre el avión, pero hacía las 3 de la madrugada la aeronave aterrizó en el Aeropuerto de Ezeiza, cerca de Buenos Aires.

Allí la prensa, la policía e incluso militares esperaban al avión. Apenas aterrizaron, los oficiales ingresaron a la aeronave para atrapar a los secuestradores, pero no estaban. Solo estaba la tripulación, que pasaron de ser víctimas a ser sospechosos de complicidad con los dos secuestradores.

El capitán Molina dijo a las autoridades que antes de llegar a Buenos Aires, el avión paró en Resistencia y en Asunción. En ambos lugares las paradas fueron rápidas y no sobrepasaron los 10 minutos. En ambos aeropuertos los secuestradores hacían requerimientos a las torres de control, pero el avión despegaba antes de que las exigencias fueran atendidas.

Los aeropiratas tenían un plan de fuga. Uno se bajaría en Resistencia y otro en Asunción y se llevarían a una azafata. Para precautelar la vida de las azafatas, el capitán y su copiloto dieron su palabra ante los secuestradores para guardar silencio hasta llegar a Buenos Aires. Eso mantendría a salvo a las azafatas y ofrecería tiempo a los secuestradores para que pudieran escapar. Los secuestradores aceptaron y huyeron agazapados en medio de la oscuridad de las pistas y la confusión de la policía. Como recogió la prensa de la época, el capitán Molina explicó que “en su desesperación, dijeron que si intentaban apresarlos matarían a las azafatas. Para salvarles la vida llegamos a un pacto de caballeros”.

Eusebio Borja y Francisco Solano López con la camiseta del equipo ecuatoriano América de Ambato en 1969.
Eusebio Borja y Francisco Solano López con la camiseta del equipo ecuatoriano América de Ambato en 1969.

Cinco días después del secuestro, se conoció la identidad de los aeropiratas, eran Eusebio Borja y Francisco Solano López, futbolistas de nacionalidad paraguaya. Su acento y su predisposición por los deportes los delataron, pues los testigos contaban que los secuestradores tenían un acento distintivo que incluso trataban de disimular.

En Pereira, donde comenzó el secuestró, había una comunidad de futbolistas inmigrantes paraguayos que buscaban integrar el Deportivo Pereira. A la comunidad se la conocía como la “Pereira paraguaya”. Borja y Solano López pertenecían a esa comunidad y fue uno de sus colegas quien dio la pista de su identidad.

La policía pudo detener en Asunción a Solano López, quien aseguró que no estaba arrepentido. En sus declaraciones dijo que “estaba cansado de pasar hambre y miseria y por eso decidí secuestrar el avión” y reveló que no era parte del Ejército de Liberación Nacional, que no querían que liberaran a ningún preso político y que utilizaron un arma de fogueo.

Aunque todo el secuestro seguía una planificación, Solano López dijo que improvisaron los destinos finales. En el plan inicial desembarcaban finalmente en Ecuador, pero el clima no les permitió cumplir con lo planificado.

Captura de Francisco Solano López
Captura de Francisco Solano López

Tanto Solano López como Borja conocían Ecuador. Cuatro años antes del secuestro habían sido compañeros en el equipo América de Ambato, un club de la primera división ecuatoriana de fútbol. Ambos jugaban para ese equipo como delanteros. Incluso tenían apodos: el “Toro” Solano y el “Cacho” Borja.

Cuando el América descendió de categoría, los futbolistas empezaron a integrar las filas de equipos de menor importancia. Así que decidieron buscar suerte en Colombia, pero tampoco tuvieron éxito. Después de fracasar en el fútbol luego su breve paso por la liga ecuatoriana y de caer en penurias económicas, decidieron secuestrar un avión.

Dos años después de su captura, Solano López fue extraditado a Colombia, para cumplir cinco años de cárcel. No se sabe en qué fecha salió libre y se cree que murió en Buenos Aires.

Desde que escapó en Resistencia, no se supo más de Eusebio Borja. En la Pereira Paraguaya rondaban los rumores de que estaba en una isla colombiana, pero nunca se lo vio en público. Casi 50 años después del secuestro no se conoce su paradero.

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