El régimen de Daniel Ortega ha guardado total silencio sobre el arresto del exmandatario hondureño Juan Orlando Hernández, a pesar de la cercanía que Ortega y Hernández mostraron en los últimos años. Hernández fue detenido en su casa en Tegucigalpa el martes 15 de febrero, tras una solicitud de extradición del gobierno de Estados Unidos quien lo acusa de narcotráfico.
Los gestos de cariño entre ambos presidentes han sido recíprocos. El arrestado expresidente fue el único jefe de Estado de Centroamérica que asistió a la toma de posesión de Daniel Ortega en su quinto mandato, el pasado 10 de enero, en Managua, y Ortega fue el primer mandatario en felicitar a Hernández en las controversiales elecciones de diciembre de 2017, en que las que el hondureño aseguró su reelección.
La relección de Ortega no ha sido reconocida por más de 40 países de América y Europa debido a la imposibilidad de competencia que forzó para asegurar este nuevo mandato. El régimen nicaragüense encarceló a siete posibles candidatos de la oposición, ilegalizó a tres partidos opositores y no permitió observación internacional ni cobertura de medios de comunicación independientes, entre otras irregularidades que llevaron a la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA) a declarar el 14 de noviembre pasado que las elecciones en Nicaragua “no fueron libres, justas ni transparentes y carecen de legitimidad democrática”.
Hernández por su parte, se impuso oficialmente en 2017 con una ventaja de 1,7% de los votos sobre Salvador Nasralla, del partido opositor, en unos cuestionados escrutinios. “No se puede dar certeza respecto al resultado”, declaró entonces la OEA y pidió, sin conseguirlo, que se llamara a elecciones nuevamente.
Bajo la administración de Hernández, Honduras mantuvo una actitud distante en las resoluciones que contra Ortega se aprobaron en la OEA, y el 27 de octubre pasado Ortega y Hernández se reunieron en Managua para firmar un acuerdo binacional para la delimitación en el Mar Caribe y Golfo de Fonseca. La sorpresiva reunión se interpretó como una jugada electoral de ambos mandatarios a las vísperas de elecciones presidenciales en sus respectivos países.
Pero la relación entre Ortega y Hernández fue más allá de los espaldarazos políticos. Ortega trasladó a Honduras parte de los negocios forjados al amparo de la cooperación petrolera venezolana, después de que Estados Unidos sancionará sus operaciones en Nicaragua.
Según un reportaje de la plataforma de investigación Expediente Público, Francisco López, tesorero del partido de Ortega y operador de Alba Nicaragua, hace negocios con socios y parientes de Hernández en Honduras. López también está sancionado por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos.
“Debido a la sanción, Chico López se movilizó a Honduras y creó junto al empresario hondureño Gerardo Arcángel Meraz Puerto, la Comercializadora Centroamericana (Comercah). Albalinisa, por medio de Comercah creó Petrocaribe de Honduras, Comercializadora Agrícola de Honduras, Mercados Caribeños Varios de Honduras, Amerigas de Honduras, Inerforte SA, GM Seguros e Inversiones Financieras, Castilla Energy SA de C y Castilla Refinería, empresas de las cuales es socio Gerardo Arcángel Meraz Puerto”, señala Expediente Público. Gerardo Arcángel Meraz Puerto es un empresario hondureño relacionado al circulo de poder del expresidente Hernández.
Durante la toma de posesión de Ortega, en enero pasado, Hernández no solo estuvo en la tarima de honor, sino que salió a recibir y acompañar a Ortega y a su esposa, Rosario Murillo, cuando llegaron al evento donde se impondría la banda presidencial a Ortega por quinta ocasión. En el breve recorrido a la tarima, la delegación de la entonces presidenta electa de Honduras, Xiomara Castro, abucheó al presidente hondureño con gritos de “¡Fuera JOH! ¡Fuera JOH!”
Ortega, que solía llamarlo “el hermano Juan Orlando Hernández”, reconoció en su discurso el gesto del exmandatario hondureño al asistir a su toma de posesión en un momento en que el mundo le da la espada.
“Así que le damos la bienvenida a todos ustedes queridos hermanos y a un hermano centroamericano, presidente de la hermana República de Honduras, Juan Orlando Hernández, que ha tenido el coraje de estar presente el día de hoy aquí, porque se quiere coraje, se quiere coraje estar presente aquí en Nicaragua, como se quiere coraje defender el derecho internacional, Juan Orlando, como lo hemos hecho recientemente”, dijo Ortega en su discurso.
El respaldo de Hernández a Ortega se interpretó como las movidas previas a un eventual asilo en Nicaragua para evitar su encarcelamiento al dejar la presidencia. Incluso, a la víspera de su detención, se rumoró que el expresidente ya se encontraba en Nicaragua, al igual que los expresidentes salvadoreños, prófugos de la justicia, Mauricio Funes y Salvador Sánchez Cerén, quienes incluso se nacionalizaron nicaragüenses.
Sin embargo, ni estaba Hernández en Nicaragua ni recibió algún tipo de respaldo de su aliado de política y negocios, Daniel Ortega, al momento de su detención. El silencio del régimen nicaragüense ha sido total.
Si alguna reacción ha habido de parte del régimen, fue el comentario del director de la Radio La Primerísima, William Grigsby, un personaje del círculo propagandístico de Ortega, quien tomó distancia del exmandatario arrestado. “Es compartido en cualquier parte del mundo el sentimiento de alegría de los hondureños porque un delincuente como Juan Orlando Hernández ha sido detenido, un hombre que todo mundo sabía en Honduras, desde que era diputado, que él era parte de un clan mafioso que controlaba el circuito del tráfico de droga desde Colombia hasta Estados Unidos”, afirmó en su programa matutino.
Tiziano Breda, analista para Centroamérica de Crisis Group, reconoce que efectivamente se “barajaba” la posibilidad de que Juan Orlando Hernández buscara refugio en Nicaragua al dejar la presidencia de Honduras, “pero al final Hernández se quedó y fue capturado en Honduras, entonces no se pudo corroborar”.
“Lo que sí puedo decir es que la relación política entre los dos siempre ha sido positiva, y que Ortega ha demostrado que, en su desesperada búsqueda de reconocimiento internacional, el perfil de quien lo apoye no es relevante. Puede ser acusado de corrupción, de narcotráfico, o incluso tener alerta roja de la Interpol, el hecho que reconozca su reelección y lo respalde es más importante”, señala Breda.
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