El sacerdote jesuita salvadoreño Rutilio Grande y el italiano franciscano Cosme Spessotto, asesinados por militares en el preludio de la guerra civil salvadoreña (1980-1992), y dos laicos fueron oficialmente beatificados por la Iglesia católica este sábado, por su martirio en defensa de los pobres y perseguidos en El Salvador.
Tras recibir “el parecer” de la Sagrada Congregación de las Causas de los Santos a favor de Grande, Spessotto y los seglares Manuel Solórzano y Nelson Rutilio Lemus fueron declarados beatos mediante una carta apostólica leída por el cardenal salvadoreño Gregorio Rosa Chávez, en nombre del papa Francisco.
“De ahora en adelante sean llamados beatos (los cuatro mártires), y que sean celebrados cada año en los lugares y según las reglas establecidas por el derecho”, consigna la carta del Papa.
De esa forma, a Grande, Solórzano y Lemus les fue asignada su fiesta el 12 de marzo para conmemorar su martirio, mientras a Spessotto el 10 de junio.
“Nuestros mártires pueden ayudarnos a recuperar la memoria y la esperanza para que no renunciemos al sueño de un país reconciliado y en paz”, exclamó durante su homilía el cardenal, que deploró la polarización que vive la sociedad salvadoreña.
El acto se celebró en un templete con techo de palmas, como símbolo de sencillez, en la plaza Divino Salvador del Mundo y acudieron unos 6.000 fieles, incluidos sacerdotes y religiosas, muchos llegados del extranjero.
En los costados del templete fueron colocadas estampas de los beatos y del arzobispo Óscar Arnulgo Romero, asesinado el 24 de marzo de 1980 y canonizado el 14 de octubre de 2018.
“El hecho de que oficialmente la Iglesia los acepte como mártires es que su vida fue correcta, se arriesgaron por ayudar a los pobres y fueron fieles a una llamada (de servicio) que les costó la vida”, dijo a la AFP Rosa Chávez.
En plena Guerra Fría, cuando El Salvador vivía una agitación social reprimida por los militares, Grande mantuvo “una palabra enérgica y cuestionante” y Spessotto el valor de “enterrar” a los muertos que los militares dejaban como escarmiento en las calles, recuerda el cardenal.
“La beatificación es lo justo para estos hombres santos”, resumió Filomena Umaña, de 74 años, una peregrina que llegó a la misa desde el poblado de Apastepeque, 63 km al este de San Salvador.
Grande fue asesinado el 12 de marzo de 1977 mientras atravesaba en su vehículo una carretera de El Paisnal, 40 km al norte de San Salvador, y con él murieron el sacristán Manuel Solórzano (72 años) y Nelson Rutilio Lemus (16), quienes también fueron beatificados.
El ataque mortal a Grande fue el inicio de la persecución al clero salvadoreño que denunciaba la injusticia social imperante.
Fray Cosme Spessotto fue asesinado el 14 de junio de 1980 dentro de la iglesia de San Juan Nonualco, 54 km al sureste de la capital y donde fue párroco durante 27 años.
En la ceremonia de beatificación se presentaron reliquias de los sacerdotes asesinados: un pañuelo blanco de Grande, manchado de sangre el día de su asesinato; y una manta blanca también ensangrentada con la cual se cubrió el cadáver de Spessotto.
Para la Iglesia católica, las reliquias representan la presencia de ambos sacerdotes en su beatificación.
ASESINOS IDENTIFICADOS
En El Salvador, además del arzobispo de San Salvador, Óscar Arnulfo Romero, fueron asesinados el obispo militar Joaquín Ramos, una veintena de sacerdotes y miles de laicos. La gran mayoría de los crímenes permanecen impunes.
“En ambos casos fueron agentes del Estado (los asesinos); en el caso del padre Cosme, la Policía de Hacienda, y a Rutilio, la Guardia Nacional. Fue totalmente comprobado”, dijo Rosa Chávez.
“Yo tuve una carta de los guardias que fueron asesinos. Cuando estaban en (la cárcel) Mariona mandaron una carta pidiendo perdón, pidiendo clemencia”, señaló.
Al finalizar la guerra civil en 1992, la Guardia y la Policía de Hacienda fueron declaradas proscriptas por múltiples violaciones de derechos humanos.
“¿Cómo es posible que un país de gente cristiana haya matado a 20 sacerdotes?”, se pregunta el cardenal.
DOBLE LEGADO
El sacerdote jesuita Rodolfo Cardenal, biógrafo de Rutilio Grande, destaca que dejó un legado como “defensor de los campesinos pobres y explotados de la plantación de caña de azúcar”, y a nivel eclesial, “propició la reforma de la Iglesia de El Salvador” para acercarla a las personas y para que adoptara el compromiso de mejorar la situación de los pobres, denunciando situaciones que originaban la miseria.
El asesinato de Grande conmovió al arzobispo Romero al grado de empujarlo a salir en defensa de los oprimidos por los cuerpos de seguridad del Estado y los fatídicos escuadrones de la muerte.
Cardenal recuerda que durante un encuentro con la Iglesia salvadoreña en 2015 el papa Francisco dijo que “el gran milagro de Rutilio Grande era monseñor Romero”.
En ese sentido, “no se entiende a monseñor Romero en la labor pastoral en la Iglesia salvadoreña, en la arquidiócesis (capitalina) sobre todo, sin la labor de Rutilio Grande y de otros sacerdotes mártires”, explicó Cardenal.
(Con información de AFP)
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