Fin de Año o Nochevieja es la última noche del año en el calendario gregoriano. En Ecuador, la fiesta se celebra con la “Quema del Año Viejo” que marca el final del año. La quema es un evento ritual en el que se elabora colectivamente un monigote vestido con ropas viejas, relleno con cartón, papel de periódico, viruta, paja o aserrín y, a menudo, con material pirotécnico. Todo es encendido en una fogata, con la intención de que arda durante la medianoche del 31 de diciembre y para dar inicio al primer día del Año Nuevo.
Esta práctica ritualista se origina en Ecuador y es considerada como el evento más importante del país al final de cada año. Esta tradición ha sido adoptada en 12 de los 20 países latinoamericanos, especialmente en Colombia, Venezuela, Perú, México, Argentina, Uruguay, Chile, Cuba, Panamá, Nicaragua y Honduras.
La quema del monigote es considerada como una ceremonia de limpieza simbólica del año que está por terminar, para ahuyentar la mala suerte o la energía negativa. Esta fiesta de fuego representa la renovación del tiempo, las ilusiones y las esperanzas, y podría remontarse a la Grecia Clásica, durante los siglos VI y V antes de Cristo, donde se creía que el rey debía morir incinerado al final de su reinado. Después una figura de madera pasó a representar al rey y era quemada en la cima de una enorme pira cuando se acercaba al final de un periodo determinado. Con la llegada del año gregoriano, para algunas culturas, la quema pasó a simbolizar el fin del año calendario.
En la tradición griega, el rey nuevo empieza a gobernar inmediatamente después del fallecimiento e incineración del rey viejo. El portador de la luz representa al sucesor del rey que gobernará en la nueva era.
En el caso de Ecuador, la tradición se establece Guayaquil en 1842 cuando los españoles y mestizos intentan aplacar la expansión de la fiebre amarilla con la quema de las ropas de los muertos por la enfermedad. Entonces ataron la ropa en bultos y la incineraron también con la intención de que los fallecidos se purificaran antes de su entrada a la nueva vida eterna.
En ese momento, los habitantes de Guayaquil temían una epidemia de fiebre amarilla y para cuidar su salud hacían envoltorios de paja y ropa para quemarlos en las calles el último día del año y conseguir la purificación de su ciudad con el humo y el fuego provocado por las hogueras. Con el tiempo, el ritual de purificación pasó a simbolizar lo viejo, enfermizo y decadente frente al comienzo de lo nuevo, saludable y fuerte, dejando el pasado en las cenizas y definiendo el futuro en la luz de la fogata.
Por el duelo del año que se va, que es el equivalente al rey que muere de los griegos o al enfermo fallecido de los guayaquileños, las viudas y los herederos acompañan al anciano hasta que, en el último momento, perece. En la tradición ecuatoriana, un notario lee un testamento para repartir toda la herencia atesorada en bienes, virtudes, penas y deudas, lo que no es otra cosa que satirizar lo ocurrido durante el año que se va.
En las ciudades ecuatorianas, como Quito, Guayaquil, Cuenca, Loja y Tulcán, los gobiernos locales incluso organizan concursos para premiar a las escenificaciones compuestas por Años Viejos que sean más ingeniosas y mejor elaboradas, las que suelen recoger eventos importantes del año en materia política, deportiva o cultural. Algunos de estos concursos incluso se celebran hace casi medio siglo, aunque han tenido que suspenderse por la actual crisis sanitaria mundial.
Los Años Viejos son incinerados a la medianoche en punto del 31 de diciembre, para que las llamas alcancen al 1 de enero del nuevo año. Los asistentes saltan la hoguera que se forma, comen uvas, corren con maletas, usan billetes en los zapatos, usan prendas interiores de colores y abrazan a los suyos, ofreciendo palabras de aliento y deseos de felicidad. Mientras tanto el monigote se sacude por el estallido de los petardos que se mezclaron con el aserrín, el papel o el cartón con el que fueran armados. En todas las ciudades se puede escuchar los estruendos, se pueden mirar las luces de los fuegos pirotécnicos y en el cielo se puede mirar el humo de los incendios que acompañan las peticiones dirigidas al cielo por una sociedad profundamente religiosa.
En Guayaquil se ha convertido en una tradición construir estatuas de cartón de gran tamaño y muy compleja elaboración, que en algunos casos incluso puede llegar hasta los diez metros de altura. Durante la tarde del 31 de diciembre, especialmente en las zonas de clase popular, algunos hombres se hacen pasar por las viudas del año moribundo, se vistan de mujeres con ropas generalmente negras, y piden dinero a los transeúntes para comprar licor. La escena generalmente va acompañada de bailes provocativos y frases picarescas, representando así el enfado de la viuda por la partida de su marido. Todo esto generalmente se musicaliza con cumbia caribeña colombiana.
En las casas se arman muñecos en representación del Año Viejo que generalmente son borrachitos acompañados de frases divertidas y que se exponen en la calle para que la gente pueda verlos. Esta costumbre une a vecinos y familias en la elaboración de los muñecos, en la decoración de su ambiente, en su incineración y en las celebraciones que se producen en lo posterior.
En Chile la festividad se le llama la “Quema de monos” y es una tradición popular que incluso en el pueblo de Tocopilla, en la región de Antofagasta, en el norte del país, las autoridades locales premian a la mejor escultura, generalmente de grandes dimensiones y rellena de petardos la que luego se quema y divierte al público que asiste a la incineración. Además, se celebran los Salitrones que se queman juntamente con los monos y que son hogueras de grandes cantidades de salitre. Los monos se producen principalmente en Arica, Iquique, Tocopilla, María Elena, Calama, Antofagasta, Copiapó, Huasco, La Serena, Coquimbo y Penco.
En Argentina se le ha llamado “Quema del muñeco” y es una tradición adoptada en el Gran Buenos Aires, especialmente en la ciudad de La Plata, así como en las regiones vecinas de Berisso y Ensenada, desde 1956.
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