Gabriel Boric todavía se pregunta qué hubiera sido de él sin los cuatro votos que le dieron el triunfo para convertirse en 2009 en el presidente del Centro de Estudiantes de Derecho de la Universidad de Chile. Sabemos qué ocurrió a partir de esos cuatro votos. Se olvidó de inmediato del mandato familiar. Ni siquiera se preocupó por ir a defender su tesis, jamás ejerció la abogacía y se dedicó a construir un movimiento político surgido de las luchas estudiantiles que este domingo lo llevaron a la presidencia de Chile.
Es el primer millennial que gobernará en América Latina. Tomará el juramento en marzo, en La Moneda, con 36 años. Será la representación de esa generación que viene a romper los moldes conservadores de la política chilena, aún enclavada en apellidos “ilustres” y el clericalismo. Por lo pronto, derrotó en forma contundente al pinochetismo encarado por José Antonio Kast. Boric es la expresión de un Chile que no puede volver de ninguna manera a esos 17 años de feroz dictadura. Pero también viene con una pregunta escrita en su frente: ¿hacia dónde se inclinará su política progresista? ¿Irá hacia una alianza moderada con los socialistas y democristianos de la antigua Concertación o se inclinará hacia sus socios más radicalizados encabezados por el Partido Comunista?
Todo indica que va a seguir la tradicional receta de llegar al poder con un discurso para luego gobernar volcado al centro. De todos modos, este es también un espectro muy ancho en el que tendrá que encontrar su rumbo. Los analistas coinciden en que las señales más claras las va a dar cuando nombre al crucial ministro de Hacienda con el que le dirá al mundo cómo va a manejar la economía y, una vez en el poder, en cómo va a ir conduciendo el proceso de la Asamblea Constituyente que a fines de 2022 le entregará un texto para plebiscitar. En cuanto a la política internacional, pareciera que va a ser estrictamente pragmático. Ya anunció que estará basada en el absoluto respeto a los Derechos Humanos y esto ya lo aleja del PC y el apoyo de ese partido a los autoritarismos de Maduro y Ortega. Sabe que los principales socios comerciales de Chile son Estados Unidos y China. Tendrá que ser un equilibrista de fuste para no enojar a alguno de los dos, enfrentados por el liderazgo global. Con Brasil, los chilenos nunca tuvieron una sintonía fina y la izquierda chilena detesta al peronismo argentino.
Boric llega al poder diez años después del movimiento estudiantil que lo instaló en la política, consumando el desplazamiento de la generación de la transición democrática por una generación sub-40 que se propuso terminar con las formas políticas de sus antecesores. Logró que vayan a votar 1,2 millones de personas que no lo habían hecho en la primera vuelta. Encaró el miedo a la vuelta de la extrema derecha reivindicadora de Pinochet.
“Es una generación que, como todas las jóvenes, no le tiene temor a la violencia ni miedo al desorden del universo, pero que está obligada a dejar esa y otras simpatías blandas en la misma medida en que tiene que tomar las responsabilidades del poder. Y más si se lo ha arrebatado a élites manifiestamente derrotistas, que opusieron sólo una resistencia floja e infiel, en parte porque se agotaron sus líderes con convicciones. En la conjunción de esa derrota con su determinación generacional y personal, el presidente Boric encabeza, por lo tanto, una revolución”, escribió el conocido analista Ascanio Cavallo en La Tercera.
Esa “revolución” de la que habla Cavallo está compuesta por una enorme pista montañosa y resbaladiza en la que se mueve la heterogénea coalición de partidos y movimientos que lo llevó al poder. Allí están desde los neo-anarquistas que propician la revuelta social; el PC que tiene una enorme trayectoria en Chile (desde cuando apoyaba al entonces presidente democrático socialista Salvador Allende y tenía posiciones mucho más moderadas que otros como el MIR o el propio Partido Socialista, pero que después se dejó llevar por la doctrina y terminó en brazos del chavismo); los socialistas y democristianos que gobernaron 24 de los 30 años de transición democrática (y que sin su apoyo externo jamás hubiera vencido en las urnas); y sus compañeros del movimiento estudiantil que no tienen ningún amor por esa Concertación que “debía haber transformado la economía en forma más igualitaria”.
El politólogo Cristóbal Rovira, del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social, lo define así: “El principal desafío de Boric es cómo logra establecer alianzas que puedan sustentar su proyecto político, porque es evidente que ganó no sólo gracias al PC y al Frente Amplio, sino a otras fuerzas que lo apoyaron. Si él cree que puede gobernar solo con el PC y el Frente Amplio, está destinado a fracasar; necesariamente tiene que ampliar su arco, lo cual es evidente en el Congreso, donde no tiene mayoría, pero también tiene que establecer puentes y diálogo con muchos otros sectores sociales. Creo que Boric va a tener que hacer un trabajo de ingeniería política muy importante, de cómo tender esos puentes y simultáneamente no herir a su coalición basal”.
Uno de los problemas que pueden hacer crujir a esta enorme coalición es el de la seguridad ciudadana y de orden público, que es un talón de Aquiles para los progresistas en el mundo. La violencia en las “poblaciones”, los barrios marginales alrededor de las grandes ciudades del país, está aumentando exponencialmente por el narcotráfico. Los cargamentos de cocaína que vienen desde la sierra peruana y son procesados en las “cocinas” de Bolivia, buscan los puertos exportadores del Pacífico para llevar la droga a los lucrativos mercados de Asia y EEUU. Y para poder operar, los grandes carteles se apoyan en las bandas locales que asolan a las barriadas más pobres de Santiago, Concepción y Valparaíso.
Otro tema pendiente es el de la inmigración, un caballito de batalla de Kast, quien proponía cavar una zanja en la frontera norte con Bolivia, al estilo Trump, para evitar el paso de los indocumentados. Obviamente, Boric no va a cavar nada, pero tendrá que marcar una política clara para organizar el flujo de venezolanos, bolivianos, chinos, etc. que escapan de sus países.
También tendrá que redefinir la relación con la policía militarizada de Carabineros: siguen siendo la expresión de la peor represión y el nuevo gobierno tendrá que encontrar un equilibrio entre el orden social y el respeto a los derechos ciudadanos.
Lo que sí quedó muy claro es que el gobierno de Boric ya viene con el chip del cuidado del medio ambiente incorporado. Será su eje el combate al cambio climático. El comercio exterior, la explotación de los recursos naturales y la vida en las ciudades y comunas estarán regidas por esa visión concreta de que ya no se puede esperar ni un segundo más para detener el calentamiento global.
Según el programa presidencial de Boric, uno de los principales ejes de la política exterior de su gobierno es “recuperar la vocación multilateralista para promover agendas de futuro, con una vocación latinoamericanista, respetuosa de los DDHH, del Derecho Internacional, de la cooperación, de los tratados internacionales y la sustentabilidad”. Demasiado amplio, pero indica que no se va a aliar con países en los que no se respeten los derechos de sus ciudadanos, y ahí vamos descartando a Venezuela, Nicaragua y Cuba. Juan Ignacio Latorre, quien encabeza el equipo de Relaciones Exteriores del comando de Boric dijo que “Chile debería consolidar sus relaciones con Estados Unidos y China, sustentado en criterios de autonomía política y, a la vez, converger con pragmatismo en áreas de interés mutuo con ambas grandes potencias. Debemos fortalecer y resaltar aquellos vínculos y áreas de convergencia como un camino de largo plazo, que se refuerce como parte de nuestra estrategia de inserción global focalizada en y desde la región”.
Y aquí aparece una definición aún más clara, ya que su principal apoyo internacional en esta campaña provino de la socialdemocracia europea. Lo respaldó en bloque con la publicación de un manifiesto que contó con firmas como las del ex jefe de gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, la alcaldesa de París, Anne Hidalgo y el economista francés Thomas Piketty. En esa “internacional” es en la que Boric podría apoyarse para su proyección global.
Con respecto a Bolivia, nada indica que vaya a cambiar la histórica posición chilena para entregarle una franja de su territorio con salida al mar. “La soberanía no se negocia y hay políticas de Estado, me parece que hay ciertos temas en los cuales uno tiene que tener una política de largo plazo. Yo espero mejorar sustantivamente las relaciones con Bolivia y me encantaría poder terminar con esta vergüenza de que todavía, hasta el día de hoy, no tengamos una embajada en Bolivia”, dijo Boric.
Con el otro vecino con el que comparte la frontera de 5.300 kilómetros, Chile tiene una relación de amor/odio perpetuo. Argentina ya no representa “el gigante de al lado” y la generación de Boric perdió el complejo que tuvieron las generaciones anteriores de chilenos con los argentinos. El peronismo kirchnerista en el poder en Buenos Aires intentó acercarse a Boric e, incluso, el embajador en Santiago, Rafael Bielsa, hizo duras declaraciones en contra de Kast. Pero en Chile persiste una enorme desconfianza con el peronismo. La izquierda del otro lado de la cordillera no cree que el peronismo sea revolucionario, lo ven como un movimiento conservador y acomodaticio a los intereses del gobernante de turno.
En este contexto, Gabriel Boric aparece como una rara avis a la que nunca vimos en una situación de poder real. Se trata de un proyecto de gobierno en construcción desde el último subsuelo. Vamos a ver su aspecto recién cuando comiencen a rellenar de concreto las columnas y se llegue a una estructura de varios pisos. Tendrá que ser con una velocidad de construcción china. En marzo ya estará sentado en el sillón de O´Higgins en La Moneda. En estos tres meses, es probable que Boric vaya a buscar inspiración y definición, como siempre lo hizo, en su ciudad natal de Punta Arenas, viendo el Estrecho de Magallanes y la inmensidad que se abre hacia la Antártida.
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