Las islas que fueron una cárcel inexpugnable antes de transformarse en un destino paradisíaco

Antes de convertirse en una gema turística y científica, las Galápagos fueron una prisión a cielo abierto en donde se instalaron varias colonias penitenciarias

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Isla Isabela en Galápagos. (Foto:
Isla Isabela en Galápagos. (Foto: Ministerio de Turismo de Ecuador)

Las Islas Galápagos no siempre tuvieron el atractivo que tienen hoy. Antes no fueron el esplendoroso paraíso natural de especies únicas en el mundo sino, literalmente, una cárcel.

En un pasado reciente que intenta ser olvidado por su ignominia, algunas islas del archipiélago fueron ocupadas por el Ecuador por su posibilidad de instalar ahí colonias penitenciarias. Su ubicación geográfica, en medio de las aguas del Pacífico, hicieron de las Galápagos un lugar clave para el exilio.

La idea de las Galápagos como lugar de castigo fue del coronel Ignacio Hernández que desde 1832, las recomendó como una opción de cárcel a cielo abierto. En ese año, el también llamado archipiélago de Darwin se anexó al Ecuador como una provincia insular.

Según recoge la historia, las primeras colonias penitenciarias se establecieron en las islas Floreana y San Cristóbal, que lucían como el lugar perfecto para aislar a los presos perseguidos especialmente por delitos políticos que no podrían escapar de las fuertes corrientes marinas, del infinito mar y de los abundantes tiburones que cercan las aguas del mar de Galápagos.

En los orígenes del naciente país, las islas fueron el lugar presidio de algunos enemigos de los débiles gobiernos republicanos. Los primeros que ocuparon estas colonias fueron soldados exiliados, expulsados de sus hogares del Ecuador continental, después de los golpes de estado fallidos del 12 de octubre de 1833 y del 12 de junio de 1834, el primero conocido como la Revolución de los Chihuahuas perpetrado en Guayaquil y el segundo recordado por ser el antecedente de la Batalla de Miñarica, ambos en contra del presidente Juan José Flores.

Desde 1837 y hasta 1852, las deleznables circunstancias de vida de los reos dieron lugar a revueltas y motines en contra de los guardias, lo que permitió la instalación de los prisioneros en las islas y la pérdida de autoridad de los administradores penitenciarios. La cárcel a cielo abierto había fracasado y los intentos de instalar una prisión en las islas fallaron. Las circunstancias cambiarían un poco después.

Panamá se independizó de Colombia el 3 de noviembre de 1903 y un mes después ratificó el tratado que otorgó a Estados Unidos una concesión permanente para el desarrollo de un canal de 50 millas de largo y 10 millas de ancho. El tratado trajo a Panamá un ingreso inicial de 10 millones de dólares estadounidenses.

Expectativas similares se extendieron a las Islas Galápagos un poco más al sur del subcontinente. Para ello, se iniciaron negociaciones con el gobierno de Quito para obtener la autorización que permitiera ocupar las islas mediante un nuevo tratado.

El 23 de junio de 1910, el Congreso Nacional del Ecuador autorizó al Poder Ejecutivo a arrendar parcial o totalmente el Archipiélago de Colón, con la condición de que primero pagara una renta de 3 millones de libras esterlinas. Así quedó oficializado en el Registro Oficial, el boletín de publicación de las leyes del país, el 28 de junio de 1910. Pero las élites intelectuales de Guayaquil se opusieron obstinadamente a esta idea y el 11 de enero de 1911, el presidente Eloy Alfaro llegó a Guayaquil para reunirse con una comisión integrada por Luis Vernaza, Ignacio Robles y Lautaro Aspiazu, que lograron convencer al jefe de Estado para que desistiera de continuar las negociaciones. Y así sucedió.

De acuerdo con el libro, Baltra Base Beta: Galápagos y la Segunda Guerra Mundial del autor Hugo Idrovo, entre 1941 y 1949, hubo una ocupación militar estadounidense en las Galápagos y en la península de Santa Elena en el Ecuador continental. Según se recoge en el libro de carácter histórico, las Fuerzas Militares de Estados Unidos obtuvieron una autorización del Gobierno ecuatoriano presidido por Carlos Alberto Arroyo del Río, para establecer una base aeronaval con el propósito de evitar incursiones contra el Canal de Panamá.

La Isla Baltra fue nombrada como Base Beta y formaba parte de un arco de patrullaje marítimo, que estaba integrado por el puerto de Corinto, en Nicaragua, conocido como Base Alfa, y por Salinas, llamada Base Gama, en la península de Santa Elena en el Ecuador continental.

La ocupación militar estadounidense se mantuvo hasta 1946 y la base fue desmantelada. Lo único que aún permanece de aquel periodo es la pista de aterrizaje que actualmente es parte del aeropuerto de Baltra.

Vista del Aeropuerto Seymour en
Vista del Aeropuerto Seymour en la isla Baltra, Galápagos.

Un siglo después de la instalación de las primeras colonias penitenciarias en el primer tercio del siglo XIX, así como a finales de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno del Ecuador, ésta vez bajo la administración del expresidente José María Velasco Ibarra decidió abrir por segunda vez una nueva cárcel en 1946, ahora en la Isla Isabela.

La cárcel duró 13 años y en 1959 fue clausurada. El libro Galápagos Prisión de Basalto. Terror y Lágrimas en la isla Isabela, de Karina Vivanco y Paola Rodas, cuenta los trágicos acontecimientos que se produjeron en la isla, en las voces de testigos, guías y reos.

Muro de las Lágrimas en
Muro de las Lágrimas en Puerto Villamil, Isla Isabela, Galápagos.

Mientras existió la colonia penitenciaria en Isabela, los reos construyeron una pared con cientos de piedras volcánicas. La construcción se conoce como el Muro de las Lágrimas por las condiciones inhumanas de su edificación y por las personas que perecieron en su levantamiento.

Los lugareños indican que miles de presos murieron durante la edificación del muro, pues cada vez que una piedra era mal colocada, la pared se desmoronaba. Incluso hoy, los habitantes de la isla, dicen que alrededor del muro se escuchan alaridos y llantos, además de sentir una tensa sensación de sufrimiento. A pesar de ello, el Muro de las Lágrimas es actualmente un lugar de peregrinaje turístico en el Puerto Villamil, en la Isla Isabela.

El modelo de cárcel a cielo abierto fracasó en las Galápagos. Hoy solo queda el recuerdo de los horrores que trajo un sistema de aislamiento, olvido y sufrimiento que duermen bajo una cima de atractivos naturales en unas islas que son mágicas por sus vistas y por el misterio de su historia profunda.

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