El régimen de Daniel Ortega es, en primer lugar, un problema para los nicaragüenses, pero también para sus vecinos y demás países de América por el daño que provoca. Así lo cree la expresidenta de Costa Rica, Laura Chinchilla, quien ve a Ortega como un mal ejemplo para la región. “El hecho de que los actos de Daniel queden impunes, el hecho de que se salga con la suya, será una invitación para que otros gobernantes, otros líderes de la región, sigan el mismo camino”, dice en conversación con Infobae.
El 7 de noviembre pasado, Daniel Ortega se reeligió para un quinto mandato presidencial y cuarto consecutivo, en unas elecciones que, tanto la oposición nicaragüense como gran parte de la comunidad internacional, han considerado una farsa puesto que careció de las condiciones mínimas de competitividad, transparencia y libertad.
Hasta ahora, más de 40 países han manifestado públicamente que no reconocerán como legítimas las elecciones que llevaron a la reelección de ortega y su esposa Rosario Murillo. Del otro lado, Venezuela, Cuba, Bolivia, Rusia, Abjasia, Osetia del Sur y Corea del Norte son gobiernos que han felicitado a Ortega “por su triunfo”.
Nicaragua vive una de las peores crisis de su historia. Desde 2018 se encuentra en un estado de sitio de facto, bajo constante represión policial y paramilitar que ha dejado más de 300 muertos, actualmente 160 presos políticos, unos 100 mil exiliados y al menos tres medios de comunicación cerrados militarmente. Las elecciones pasadas, lejos de servir de alivio, han agravado la crisis porque el régimen de Ortega impidió la observación electoral, la cobertura periodística independiente e inhabilitó a los partidos opositores y encarceló los posibles candidatos rivales.
Para Chinchilla la crisis en Nicaragua va a impactar negativamente a los países de Centroamérica y “va a tener efectos sobre el resto de países de hemisferio” en cuatro áreas: una, la económica, porque “el 20 por ciento del comercio de Centroamérica es intrarregional” y “la inestabilidad y los conflictos, que un régimen como el de Daniel Ortega trae a sus vecinos, podrían afectar los esfuerzos tan urgentes de recuperación económica en el entendido que Centroamérica es una comunidad económica”.
El otro impacto, dice la expresidenta costarricense, es el social humanitario. “Desde que la crisis se inició en abril de 2018 han salido más 100 mil nicaragüenses de Nicaragua y 8 de cada 10 han venido a Costa Rica, pero se está mirando que los últimos meses más y más nicaragüenses prefieren coger hacia el norte, dado que la economía de Costa Rica está absorbiendo menos fuerza laboral por los problemas de la pandemia”.
Las restantes dos áreas serán, según Chinchilla, “el balance de seguridad”, dado que “la carrera armamentista en que se ha afanado Daniel Ortega, de la mano de la cooperación rusa, va a generar resquemores que tarde o temprano se van a sumar a las tensiones que ya existen”, y la “democracia”, que en la región “se ha venido debilitando como consecuencia de liderazgos populistas, muy poco escrupulosos, muy poco apegados a las convicciones democráticas, que buscan llegar al poder y una vez ahí concentrar todas las potestades para nunca más dejarlo”.
Este martes, el gobierno salvadoreño que encabeza Nayib Bukele, presentó a la Asamblea Legislativa de su país, un proyecto de Ley de Agentes Extranjeros, que algunos analistas consideran muy parecida a la “Ley de Agentes Extranjeros” que usa Ortega para perseguir y encarcelar opositores. Tanto Bukele como Ortega han defendido la ley, afirmando que “Estados Unidos tiene una igual”.
Para el politólogo nicaragüense Manuel Orozco, analista del Diálogo Interamericano, la iniciativa de Bukele es resultado del “efecto epidémico de los regímenes, una vez que se bajan los estándares, otros países hacen lo mismo”.
Orozco considera que el de Ortega es “otro régimen autocrático sumándose a la lista de dictaduras en la región y de regímenes ya con muy bajos indicadores de estado de derecho, anticorrupción, participación política, y desarrollo igualitario”.
Dice que Nicaragua está condicionando su vinculación con los países de la región de forma transaccional. “Por ejemplo, a Guatemala le promete apoyar a su canciller a ser electo a la SEGIB (Secretaría General Iberoamericana) a cambio de no ser condenado en la OEA. A Honduras le promete asilo a (el presidente) Juan Orlando Hernández a cambio de no votar a favor de resoluciones y financiamiento regional de parte del Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE)”.
Al igual que Chinchilla, Orozco afirma que el régimen de Ortega “tendrá un efecto desestabilizador porque su rendimiento económico afectará a la región ya sea por disminución de comercio intrarregional, así como por aumento de la migración que se ha escalado a un dos por ciento de la población del país en el 2021″.
Para el político y analista boliviano, Carlos Sánchez Berzain, el régimen de Ortega es parte de un fenómeno al que le pone nombre y apellido. “Se llama castrochavismo o Socialismo del Siglo 21″, dice. “Es un proceso que se origina en 1999 con dinero del petróleo venezolano, cuando había solo una dictadura, Cuba. Ahora hay cuatro dictaduras: Venezuela, Cuba, Nicaragua y Bolivia”
Asegura que es un error separar una dictadura de otra cuando “es un proceso y un mismo mecanismo organizado por el G2 cubano a través del Foro de Sao Paulo”.
“Se caracterizan porque tienen presos políticos, tienen exiliados políticos y utilizan la justicia para perseguir a sus opositores. Ya no tienen narrativa. Nadie cree ya en la revolución cubana o en la revolución sandinista”, dice.
Laura Chinchilla prefiere no mencionar cuáles países siguen los pasos de Ortega, pero invita a revisar los informes sobre el índice de democracia que muestran “cuáles son los países que vienen acumulando mayor deterioro y, si prestamos atención, en casi todos estos casos van en la misma dirección en la que empezó a caminar Daniel Ortega hace cerca de 15 años: tratar de debilitar el estado de derecho, afectando la independencia judicial de jueces y fiscales, reformado constituciones para reelegirse y tratar de coaptar el órgano electoral, y, finalmente, culminar su proceso de control de las instituciones democráticas”.
Dice, sin embargo, que el problema se inicia cuando la población les da el poder a estos líderes populistas. “No solo le entregan el poder, sino que luego observan de manera hasta graciosa, y aplaudiendo, lo que los gobernantes estos comienzan a hacer. Hace parte de esa política caudillista en la que esperan que venga una especie de super hombre a salvarles de todas sus desgracias”.
Reconoce que la respuesta del sistema internacional ha sido insuficiente para detener estos regímenes de corte autoritario. “Estamos ante el desafío de tener que ajustar esos mecanismos internacionales y regionales para el frenar el deterioro democrático. Estamos acostumbrados a los golpes de Estado, a las asonadas, que era mucho más fácil reaccionar ante eso. Ahora no sabemos cómo reaccionar cuando el proceso de deterioro es gradual y viene más bien de la mano de quien está ejerciendo el poder”.
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