Hace dos años Chile se despertó de una larga parsimonia social y política. El país más estable de la región adoptó elementos del “infrarrealismo” del gran Roberto Bolaño. Los “detectives salvajes”, los personajes creados por el escritor chileno más destacado de las últimas décadas, que deambulan por el DF mexicano, parecieran haberse trasladado a Santiago para observar una serie de acontecimientos “como para volarle la tapa de los sesos a la cultura oficial”.
Eso es lo que sucedió en la última semana cuando un diputado dio un discurso de 15 horas –superando el récord de Fidel Castro- en la Cámara de Diputados para darle tiempo a un compañero de bancada que llegara para votar cuando se cumpliera el fin de su cuarentena por Covid. Lo hicieron para aprobar en la cámara baja del Congreso de Valparaíso la destitución del presidente Sebastián Piñera. Otro diputado directamente rompió su aislamiento después de dar positivo de coronavirus y eludió una barrera sanitaria para llegar al horrible edificio levantado por orden del dictador Augusto Pinochet. Ahora queda todo en manos del Senado cuando falta apenas una semana para las elecciones generales donde aparecen como favoritos dos candidatos que hace dos meses no aparecían en las encuestas, uno de extrema derecha, hijo de un ex oficial del ejército nazi, y el otro del Frente Amplio de izquierda en alianza con el Partido Comunista. Todo, mientras sigue sesionando una incierta asamblea constituyente y en el medio de una sublevación armada de los mapuches con el ejército desplegado en el sur del país.
“Estamos frente a un país absolutamente diferente al que teníamos antes del 18 de octubre de 2019, que es cuando comenzaron las protestas masivas contra lo que se llamó “la herencia de Pinochet”. El estallido social apuró de forma dramática muchos procesos sociales, políticos y económicos que estaban dormidos”, explica Kenneth Bunker, académico y periodista en una charla con la revista The Clinic. “El país es ahora mucho más liberal, más progresista de lo que era. Pero no está nada claro hacia dónde nos conduce. Una de las cosas que caracterizaba a Chile era un gran centro que se podía mover para la izquierda, por ejemplo, con Michelle Bachelet, o a la derecha con Sebastián Piñera. Bueno eso ya no está y la volatilidad política y social es extrema”.
Después de que la Cámara de Diputados chilena aprobara el martes la celebración de un juicio político para destituir al presidente Piñera por las supuestas irregularidades ocurridas en 2010 en la venta en Islas Vírgenes de un proyecto minero –revelado por los Papeles de Pandora que publicó el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ)-, la atención está centrada en el Senado, que como jurado deberá revisar si hay suficientes elementos para iniciar el impeachment. Lo hará el próximo martes, a cinco días de las elecciones generales del 21 de noviembre. Parece improbable que el Senado apruebe la destitución de Piñera, que sería el primer presidente que no termina su mandato en Chile desde Salvador Allende en 1973, cuando lo derrocó el golpe de estado de Pinochet. En Diputados, la mayoría opositora consiguió con esfuerzo los 78 votos necesarios para aprobar el juicio político y no pudo sumar ningún voto oficialista. Esa dificultad llevó a una escena inédita en Chile con el veterano diputado Jaime Naranjo leyendo un discurso de 1.300 páginas –sólo tomó agua, comió unas pasas de uva y se levantó dos veces para ir al baño- para lograr alargar el debate hasta la madrugada, esperar que su colega Giorgio Jackson terminara esa media noche la cuarentena por Covid-19 y pudiera llegar a votar. No fue la única escena de vodevil pandémico. El diputado democristiano Jorge Sabag viajó desde la ciudad de Chillán pese a que tenía pendiente el resultado de un examen de PCR y burló la inspección sanitaria que lo esperaba fuera del Congreso gracias a que un colega lo ayudó a “colarse” por una puerta de servicio.
En el Senado, que está compuesto por 43 parlamentarios, se necesitaría que dos tercios de sus miembros aprueben el juicio contra Piñera, es decir, 29 senadores. La oposición tiene 24 bancas, por lo que debería convencer a otros cinco senadores oficialistas que voten en favor de la acusación. Algo improbable. Aunque en Chile hoy nada está cerrado hasta que se cierra. La carrera presidencial lo demuestra. Después de meses donde los favoritos eran los candidatos más centristas, las últimas encuestas indican que de los siete nominados pasarían a la segunda vuelta electoral Gabriel Boric, ex líder estudiantil de 35 años, candidato del Frente Amplio de izquierda junto al Partido Comunista, y el líder del partido Republicano, José Antonio Kast, de la derecha extrema (no integra la alianza de gobierno de Piñera) y admirador de Jair Bolsonaro.
“Boric es parte de una generación que realizó un aprendizaje político en el contexto de las movilizaciones estudiantiles del 2011 al 2015 y que permitió el surgimiento de nuevos liderazgos después de un par de décadas en donde la política en Chile había estado monopolizada por las dos grandes coaliciones de la transición, la de centroderecha y la Concertación”, explicó Marcelo Mella, cientista político de la Universidad de Chile.
Por su parte, Claurio Elórtegui, de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, cree que “la candidatura de Kast está ingresando en el imaginario de quienes se encuentran con incertidumbre y miedo por el futuro. En la medida que las condiciones económicas y el presente social se hacen más confusos por los planos globales y locales, con una mala gestión gubernamental del conflicto en la Araucanía, inflación, inmigración e inseguridad ciudadana, las tendencias señaladas se polarizan desde las estrategias electorales”.
Es precisamente en la Araucanía, en la Patagonia chilena, donde se centra un conflicto muy antiguo pero que ahora amenaza con hacer desbarrancar todos los procesos de los últimos dos años. Grupos de descendientes de indios mapuches se levantaron en armas y Piñera ordenó el despliegue del ejército para sofocar la rebelión y pacificar la región. La organización Weichan Auka Mapu difundió por las redes sociales la última semana un video en el que un hombre encapuchado y con voz distorsionada, se dirige a la cámara para “instar a esta nueva fuerza policial y militar a hacer abandono de nuestro territorio, porque serán derrotados por la fuerza del pueblo mapuche en armas”. Después unos 20 milicianos comienzan a disparar sus fusiles al aire hasta que uno lanza una ráfaga de ametralladora de gran calibre. La demostración de resistencia se hizo un día después de una serie de tiroteos entre milicianos y soldados de la Armada en la zona de Cañete, región del Biobío, a 635 kilómetros al suroeste de Santiago, que se registraron cuando un grupo de pobladores mapuches realizaban una marcha pacífica contra la militarización.
“Mi Chile” (pronunciado “mishile”), como les gusta definir a su país los chilenos, ya no es el que era. Viró definitivamente. Y en apenas una semana tendrá que definir si el presidente continúa en el poder, quién pasará a la segunda vuelta electoral y si el conflicto mapuche –que amenaza con extenderse también a Argentina- escala o entra en una meseta más pacífica. Ni el infrarrealismo de Bolaños, del que ya hablaba el gran pintor Roberto Matta, ni sus detectives salvajes podrían descifrar a este nuevo país que aparece donde existía otro hasta hace dos años, entre la Cordillera de los Andes y el Pacífico.