La vida de Baldramina Flores Urquieta y la búsqueda de su hijo Humberto Lizardi, ejecutado político y cuyo cuerpo apareció en junio de 1990, abrió un proceso extenso y doloroso para decenas de familias que encontraron en una fosa a 20 ejecutados por el régimen en la localidad de Pisagua, ubicada 1.880 kilómetros al norte de Santiago. Por el cariño adquirido, Baldramina Flores se transformó en una líder de diversas agrupaciones en una época en la que en Chile se atravesaban los días más difíciles de la dictadura de Augusto Pinochet.
“Baldra” nació el 1 de enero de 1925, en la ciudad de Ovalle 400 kilómetros al norte de Santiago, la capital de Chile. Desde la desaparición y muerte de su hijo Humberto, ya en octubre de 1973, Baldramina inició una lucha en defensa de los derechos humanos de las víctimas de la dictadura, así como una búsqueda de verdad y justicia para su hijo y también de las otras personas desaparecidas durante este período.
El 11 de septiembre de 1973, su hijo mayor fue capturado. Baldramina desde el primer minuto se dedicó a buscarlo. Fue una de las fundadoras de la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos de Iquique (AFEPI), ocupó el cargo de presidenta en una época en la que tener puestos de esta envergadura era un riesgo y signo de valentía.
Humberto Lizardi tenía 26 años el día de su desaparición. Profesor de Inglés titulado de la Universidad de Chile y militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Fue detenido mientras dictaba clases en el Instituto Comercial de Iquique.
Pero no fue sólo Humberto el que desapareció ese día. El camino judicial que inició la búsqueda de los familiares desaparecidos lo comenzó, precisamente Baldramina. El 10 de abril de 1986 interpuso una querella contra los responsables de la desaparición de su hijo y los demás.
Para su otro hijo, hermano de Humberto, Glenn Lizardi, la búsqueda que ella inició llevó a comprometer la voluntad de algunos jueces para encontrar a 20 compañeros desaparecidos, entre ellos su hijo, en una fosa en la localidad de Pisagua. “La canallada uniformada no tuvo la valentía de decir dónde estaba, sin embargo, la valentía de una mujer que dejó de ser la mamá de nosotros para ser la mamá de muchos, se escribe en un capítulo de la historia de Chile en el cual todos los que Iquiqueños y tarapaqueños tenemos para sentirnos orgullosos”, declara.
La menor de las hermanas, Moira, recuerda el dolor que sintieron el día que se enteraron que Humberto era uno de los fusilados. “Fue un daño irreparable el que nos hicieron, ver a mi mamá casi trastornada, verlos sufrir toda la vida. Cuántas veces he necesitado a mi hermano mayor, tanta falta que nos ha hecho”.
Varias obras artísticas han recogido su lucha por los derechos humanos. Así, en 2004 es la protagonista de un documental llamado “La Mamá Baldra”, que aborda su vida y búsqueda de justicia, desde la muerte trágica de su hijo. También, la editorial Palimpsesto edita “Conversaciones con Mamá Baldra”, del escritor Juan Santander. Mientras, la propia Baldramina ha dejado su testimonio en dos libros de poemas: “Recordando”, publicado el año 2000, y “Con alma de mujer”, de 2011.
Por su labor en la búsqueda de verdad y justicia, su compromiso por los derechos humanos, su rol en la AFEPI y en otras instituciones como la Comisión de Derechos Humanos y el Comité Permanente de la Solidaridad, es destacada como “Hija Ilustre de Iquique”, el 24 de noviembre del año 2000.
El testimonio de “mamá Baldra”
En 2013, cuando se conmemoraron los 40 años del golpe de estado en Chile, Baldramina relató su martirio desde que perdió a Humberto, su hijo desaparecido el mismo 11 de septiembre de aquel año. En la oportunidad, fue entrevistada por el programa Edición Cero del canal regional RTC. “Cuando mi hijo no llegó a la casa, pasó todo el día y no llegó a la casa. Había toque de queda, no se podía salir. Pasé toda la noche en vela, rezando y suplicando que no le pasara nada. Mi marido a las 6 de la mañana salió a buscarlo, y a las 10 llegó a decirme que lo habían llevado al Telecomiunicaciones, que lo habían detenido y que era precaución. Yo salí a la calle, los vecinos estaban todos en la calle, había unos vecinos con unas mantas, y me preguntaron a qué iba. ‘A ver a mi hijo que está detenido’, les dije. ‘Espéreme para irme con usted, qué le llevo, llévele mantas’, me dijeron. Entonces busqué dos mantas y un vecino me regaló los chocolates y los cigarros. Y nos fuimos desde Vivar al Telecomunicaciones a pie”.
El regimiento Telecomunicaciones que describe Baldramina había sido habilitado por el Ejército de Chile como un campo de concentración tras el golpe militar, aunque por encontrarse en la cercanía de la ciudad, luego los detenidos fueron trasladados a otros espacios de dominio militar ubicados en zonas de más difícil acceso en la misma región. “Fuimos a pie, no pensamos en un auto. Estaba lleno de gente buscando a sus seres queridos. Me atendió un soldado que había en la puerta y saqué un papel de una señora que tenía un diario y primero lo buscaron en una lista y estaba ahí y nos fuimos a una puerta lateral que estaba en el Cementerio. Y ahí estaban en el suelo, sentados en el suelo con una manta negra. En las galerías había soldados con las armas apuntándole. Miré a uno que estaba repartiendo los cigarros y era mi hijo. Conté más o menos unas 40 personas. Yo esperé que se diera la vuelta y cuando se dio la vuelta botó la manta negra y tomó la que yo le había llevado. Él no se dio la vuelta, no me vio, sólo yo lo vi. Y esa fue la última vez que lo vi. La alegría de volver a verlo y la poca esperanza de que estuviera vivo. Tenía en mi corazón la esperanza de encontrarlo con vida. Cuando lo encontré se terminó la esperanza. La esperanza o la alegría de tenerlo ahí y de venir a dejarle una florcita y de saber que está su cuerpo ahí. Voy a morir llorando por él”, dijo.
El día de su muerte llegó el pasado jueves 30 de septiembre. Miles de personas se congregaron en el Cementerio número 3 de la ciudad de Iquique. En la despedida, Glenn, su hijo, la homenajeó, destacando el compromiso que Baldramina adquirió con todos los desaparecidos y sus familiares. “Dejó de ser la búsqueda del Tito y empezó a ser una búsqueda más amplia por otros desparecidos. La primera misa que ella organizó fueron solo los familiares directos. A la segunda se fueron sumando más y más, lo que se transformó en las primeras jornadas de protesta en Iquique”, dijo. Sus restos descansan ahora junto a su hijo, al que lloró toda su vida a 48 años del asesinato, en el mausoleo “Para que nunca más”, donde yacen la mayoría de los ejecutados por el régimen de Augusto Pinochet, encontrados en la fosa de Pisagua.
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