Cuenta la leyenda que en la cálida ciudad costera de Bahía de Caráquez en Ecuador, situada a orillas del río Chone, hace más de 500 años, existió la llamada Cuidad de los Cara, de la cual muy pocos vestigios se conocen. Sin embargo, allí, a unos cinco kilómetros de Bahía de Caráquez, en las tranquilas aguas de los Bajos de Santa Martha, reposan en el lecho marino lo que parecen ser restos de una ciudad perdida, la ciudad de los Caras. La tradición oral cuenta que las misteriosas formaciones rocosas rectangulares corresponden a los restos de esta antigua ciudad que habría desaparecido tras un cataclismo para posteriormente quedar sumergida en el mar ecuatoriano.
Los primeros registros que se conocen sobre la ciudad perdida tuvieron la autoría del padre Juan de Velasco, quien en 1789 publicó un escrito titulado “Historia del Reino de Quito en América Meridional” en el que relata brevemente la existencia de la nación de los Cara, fundada por una tribu de hombres llegada desde “donde el sol se pone” liderada por su rey, el Scyri (Señor de todos). Sin embrago, más tarde, en 1962, estos datos fueron desmentidos por Emilio Estrada Icaza, el arqueólogo a quien se acredita el descubrimiento de la cultura Valdivia, tras haber afirmado en su libro “Arqueología de Manabí Central” que no existían suficientes pruebas para respaldar la existencia de una ciudad sumergida en las los Bajos de Santa Martha. No obstante, la duda renace en 1978 después de que varios pescadores reportaron nuevos avistamientos de la supuesta ciudad sumergida además de haber encontrado los que se creían vestigios arqueológicos en sus redes de pesca. Posteriormente, en 1997, se publicó un video en el que se mostraban claramente formaciones rocosas rectangulares perfectamente alineadas las unas con las otras asemejando a construcciones paralelas con intersecciones de 90° formadas por lo que parecían ser ladrillos y piedras circulares que se asemejaban a neumáticos antiguos.
Estos antecedentes, además de un avistamiento por parte del ex funcionario turístico e investigador aficionado ecuatoriano Patricio Tamariz cuando visitó el lugar para surfear, lo hizo decidirse a unirse a una cuarta expedición en 2009 a las supuestas ruinas sumergidas junto al equipo de arqueólogos de prospección subacuática conformado por los biólogos José Chancay, Oscar Cornejo, Ernesto Rodríguez y Tamariz, además del buzo Carlos Pacheco y los arqueólogos de la revista National Geographic Johan Reinhard y Bill Seliger. Además, en ese mismo año se hizo público el hallazgo de unas cartillas náuticas provenientes de España y de Inglaterra en las que se registran trazos de una conformación muy similar a una ciudad antigua que iniciaba en la costa de la punta continental para finalizar en donde se encuentra los Bajos de Santa Martha en la actualidad.
La expedición, a pesar de ser el cuarto intento del equipo de investigadores debido a condiciones marítimas problemáticas y la falta de un peritaje previo adecuado, lucía prometedora, pues como asegura Rodríguez, se hicieron importantes hallazgos, como el colmillo de un megalodón (una especie extinta de tiburón de treinta metros de envergadura). Esto indicaría que la zona donde se sospecha que estuvo el asentamiento de la civilización prehispánica de los Caras habría estado sobre el nivel del mar hace 500 años dado que, según menciona el biólogo, para que la fosilización de un resto biológico tenga lugar, el objeto debería haber pasado un período fuera del agua.
Así, tras haber recogido suficientes muestras de las formaciones el equipo de investigadores se preparaba para realizar los análisis correspondientes y obtener una respuesta concluyente acerca de la leyenda de la ciudad perdida de Bahía de Caráquez.
Sin embargo, pese a la ampliamente difundida creencia de la existencia del reino de los Cara, sumergida bajo las aguas de los Bajos de Santa Marta, Reinhard concluyó que las rectangulares formaciones rocosas no son más que “formaciones naturales extraordinarias” que, a pesar de su relación con la leyenda popular, no han sido intervenidas por la mano humana. Además, se comprobó una vez más la importancia de la existencia de una adecuada zona de amortiguamiento (zona adyacente de una un área silvestre protegida) dadas las especies de corales que vivían en sus rededores, y de un espacio propicio para la investigación científica en el país.
Por otra parte, esta pequeña aventura permitió a Tamariz reconocer la importancia y el atractivo de dichas formaciones naturales tan particulares, con lo cual destaca su importancia ecológica y su valor turístico para la zona. Así, mencionó su intención para encontrar la manera de convertir a la zona en una reserva marina con el fin de velar por su preservación y su exposición al turismo.
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