El reconocido autor peruano Mario Vargas Llosa compartió detalles sobre el abuso sexual que sufrió de niño a manos de un religioso de su colegio en Lima, hace unos 73 años.
Durante una entrevista durante la Feria Virtual del Libro de Cajamarca (Perú), el ganador del Nobel de Literatura, de 85 años, habló anecdóticamente del episodio, como una explicación sobre su alejamiento de la vida religiosa.
“Yo era muy católico, porque había nacido en una familia muy católica, muy practicante y lo fui hasta los 12 o 13 años cuando tuve un incidente con un hermano del colegio La Salle. Fue un incidente, digamos, de origen sexual”, adelantó.
Según explicó, el colegio estaba vacío y fue llevado por el religioso de origen francés al quinto piso, un área a la que los estudiantes no podían entrar, porque es donde estaban las habitaciones de los hermanos salesianos.
“Me di cuenta de que este hermano me estaba tocando la bragueta, como si quisiera masturbarme”
“Sacó de pronto de su cuarto unas revistas mexicanas que se llamaban Vea que eran de desnudos, de bailarinas. A mí me dejó completamente desconcertado”, relató en la teleconferencia a su entrevistador, el escritor William Guillén Padilla.
“Mientras las ojeaba, me di cuenta de que este hermano me estaba tocando la bragueta, como si quisiera masturbarme. Fue para mí un escándalo, yo me eché a llorar y gritar”, agregó.
Entonces, el acosador se asustó, abrió la puerta y lo dejó salir, pidiendo que se calme.
“Yo cuento esto porque, curiosamente, a partir de entonces, yo que había sido un niño muy creyente y que cumplía con comulgar cada primer viernes, me fui desinteresando de la religión”, añadió Vargas Llosa.
En 2012, en entrevista con La Vanguardia, había comentado que perdió la fe “cuando era muy joven, casi un niño”, y la reemplazó por la cultura como fuerza vital. Pero el episodio del abuso está narrado con mayor detalle en El Pez en el Agua, su libro de memorias, publicado en 1993.
“No pude ir a recoger la libreta de notas, ese fin de año de 1948, por alguna razón. Fui al día siguiente. El colegio estaba sin alumnos. Me entregaron mi libreta en la dirección y ya partía cuando apareció el Hermano Leoncio, muy risueño. Me preguntó por mis notas y mis planes para las vacaciones. Pese a su fama de viejito cascarrabias, al Hermano Leoncio, que solía darnos un coscacho cuando nos portábamos mal, todos lo queríamos, por su figura pintoresca, su cara colorada, su rulo saltarín y su español afrancesado. Me comía a preguntas, sin darme un intervalo para despedirme, y de pronto me dijo que quería mostrarme algo y que viniera con él. Me llevó hasta el último piso del colegio, donde los Hermanos tenían sus habitaciones, un lugar al que los alumnos nunca subíamos. Abrió una puerta y era su dormitorio: una pequeña cámara con una cama, un ropero, una mesita de trabajo, y en las paredes estampas religiosas y fotos. Lo notaba muy excitado, hablando de prisa, sobre el pecado, el demonio o algo así, a la vez que escarbaba en su ropero. Comencé a sentirme incómodo. Por fin sacó un alto de revistas y me las alcanzó. La primera que abrí se llamaba Vea y estaba llena de mujeres desnudas. Sentí gran sorpresa, mezclada con vergüenza. No me atrevía a alzar la cabeza, ni a responder, pues, hablando siempre de manera atropellada, el Hermano Leoncio se me había acercado, me preguntaba si conocía esas revistas, si yo y mis amigos las comprábamos y las hojeábamos a solas. Y, de pronto, sentí su mano en mi bragueta. Trataba de abrírmela a la vez que, con torpeza, por encima del pantalón me frotaba el pene. Recuerdo su cara congestionada, su voz trémula, un hilito de baba en su boca. A él yo no le tenía miedo, como a mi papá. Empecé a gritar “¡Suélteme! ¡Suélteme!” con todas mis fuerzas y el Hermano, en un instante, pasó de colorado a lívido. Me abrió la puerta y murmuró algo como “pero por qué te asustas”. Salí corriendo hasta la calle”
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