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En las áridas tierras de la alta Guajira colombiana, cerca de la punta en que termina el continente y Sur América besa el Mar Caribe, vive una mujer que nació hombre y que para ser quien siempre ha sido tuvo que desafiar a su etnia, su cultura y sus ancestros.
Su nombre es Jeorgina, una mujer trans perteneciente a la etnia wayuu, uno de los pueblos ancestrales más importantes del Caribe Colombiano, dueño de su propia lengua, sistema de tradiciones, autoridades y territorio protegido, en el que un hombre que siempre se ha sentido mujer es una anomalía, algo digno de repudio, un ser indeseable, y hasta un castigo de los dioses.
Pero aunque Jeorgina vive sola en su ranchería -el nombre con el que se conocen a las aldeas de los wayuu- los años, que ya son muchos, han hecho pasar las penas y transformarlas en sabiduría, e incluso cambiar los agravios por reconocimiento y respeto. En un pueblo donde ser distinto es castigado con el destierro, ella ha logrado tener el estatus de una mujer más, aunque haya optado por la soledad.
El camino de Jeorgina
Desde que tiene memoria Jeorgina siempre se ha identificado como una mujer, ella sabía que era diferente, que algo dentro de ella no tenía relación con lo que supone debía ser, algo muy complejo de procesar para un pequeño niño llamado Jorge, hijo de una familia indígena, donde la idea de una sexualidad diversa, y más en la primera mitad del siglo pasado, estaba lejos de existir.
Hoy Jeorgina tiene 80 años, aunque según los afortunados que han logrado hablar con ella, esa edad no representa ni su lucidez, ni la vivacidad de sus movimientos. Aunque dice que desde los 5 años ya sus padres habían notado que había algo particular en su hijo, pues se sentía atraído por otros niños, no fue hasta su adolescencia, entrada la década del 50, cuando Jorge empezó a usar las mantas guajiras típicas de las mujeres de su etnia.
Para ese entonces, Uribia, conocido como la “capital indígena de Colombia”, era un pueblo principalmente rural donde nadie había escuchado antes la palabra trangénero, hoy por hoy, este lugar de la Guajira cada vez más se asemeja a una muy pequeña urbe y ha terminado siendo un refugio no tan seguro para muchos LGBT indígenas que han tenido que huir de sus rancherías por miedo a la discriminación.
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Ahí conviven gran cantidad de tribus, familias indígenas, y personas ascendencia predominantemente wayuu y otros tantos “alijuna”, palabra usada para denominar a los “no indígenas”, y aunque caben mestizos y negros, tiene una especial connotación para denominar a los de tez blanca.
En todo caso fue en este pueblo donde Jeorgina tuvo que transitar su camino de descubrimiento sexual, y de identidad de género, un trasegar que le valió ser objeto de discrminación y violencia, sobre todo por parte de su familia.
“Ellos me iban a matar con una escopeta y decían, si no lo matamos no lo vemos más y se irá por ahí y está mejor”, cuenta la mujer wayuu en una entrevista que le hicieron hace unos años.
También relata cómo en una ocasión casi la queman viva dentro de su casa: “En la comunidad me amenazaron que si no salía de la ranchería me quemarían viva. Yo estaba durmiendo cuando llegaron y quemaron la casa conmigo adentro. Ya yo los he perdonado no les guardo rencor, pero si lo vuelven a hacer no me quedaré quieta”.
Por esas razones prefirió huir y refugiarse en la soledad del desierto guajiro, en una pequeña casa donde convive con cinco gallinas, pasando sus tardes meciéndose en un chinchorro, una hamaca tejida que es tradicional de su cultura.
Llegar hasta la casa de Jorgina es una tarea bastante complicada. Empezando porque la mujer ha crecido desengañada con las personas, en especial con los alijuna que la buscan para contar su historia.
Como ella no sabe ni leer, ni escribir, y no habla español -aunque sí lo entiende-, para hablarle se requiere un traductor de wayuunaiki (lengua wayuu) y alguien que por lo menos le inspire la confianza suficiente para que permita acercarse.
En el pasado confió y solo le trajo tristezas, pues cada periodista que le habla, le promete una exposición que se podría traducir en una mejor calidad de vida para ella, algo que nunca ha sucedido, es más, en 2019 un documentalista la grabó para una historia y le prometió arreglar una pared de la casa, promesa que jamás cumplió.
El último periodista que logró hablar con ella se llama Jesús Blanquicet, un venezolano que escribe para el Heraldo de Barranquilla, uno de los medios regionales más importantes del Caribe colombiano. Él logró llegar hasta el hogar de Jeorgina y cuenta que de entrada su recibimiento no fue el mejor.
“Nojotsu taya aashgaintüiu (no voy a hablar)”, fue lo primero que le dijo, una férrea posición que afortunadamente fue cediendo.
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“A mí me llevaron hasta Barranquilla, me pusieron a hablar frente a cámaras, micrófonos y me dijeron que con todo eso que yo decía iba a poder tener algo de dinero para arreglar mi casa, pero después de todo eso se olvidaron de mí”, le dijo sobre los engaños de los que fué víctima.
Jesús le contó a Infobae que trás ese primer momento tenso logró sacarle a retazos su historia, y que una de las cosas más sorprendentes es que después de haber sufrido por años discriminación y agravios, hoy nadie cuestione que Jeorgina es una mujer más de su comunidad. “Ella salió a las calles del pueblo y revolucionó todo. Muchos creyeron que era una broma, pero no fue así. Desde ese momento Jeorgina aguantó el rechazó, las burlas y la discriminación por muchos años”, dice José Ortega, un habitante de Uribia citado por Blanquicet.
Y eso destaca de esta mujer trans indígena, que en su vejez logró encontrar la paz y la aceptación de su comunidad, que es una mujer más, con las lógicas que eso supone dentro de la comunidad wayuu, y que aunque sigue prefiriendo vivir sola no le hace falta la compañía ocasional de “amigos” que van a visitarla.
Tradición ancestral vs identidad de género
La historia de Jeorgina tiene especial interés para Caribe Afirmativo, una ONG dedicada a defender los derechos de la población LGBTI en la costa caribe colombiana, pues con ella se pueden entender varias dinámicas de lo que es tener sexualidad diversa en clave de la cosmovisión indígena.
Una de esas conclusiones que saca Wilson Castañeda, director de la ONG, es que a través de Jeorgina queda claro que los “LGBTI o lo trans” no responde a una serie de condiciones dadas, ni comparte las mismas lógicas en todos los territorios, entornos y contextos.
Castañeda señala que para Jeorgina identificarse como “trans” pasa a un segundo plano, ya que ella siempre ha sido una mujer, esa ha sido la marca de su identidad, y una mujer wayuu, afirmación que recoge elementos claves de esa tradición, la cual se basa en una cultura de “matriarcado”, por lo menos en el ámbito privado.
“Jeorgina genera debate frente a lo que conceptualizamos como LGBTI. No podríamos decir que es una una mujer trans, porque es trans para nuestras concepciones, ella simplemente es una mujer, punto. Ella es una mujer más, para ella lo trans, la agenda LGBTI no le dice nada, porque nació en una cultura donde hay roles claros de hombres y mujeres pero ella empezó desde siempre a tener una reflexión desde una feminidad que siente, una feminidad wayuu, que es lo que ella constituye para su vida”, explica.
En la etnia wayuu las mujeres tienen un rol preponderante y fundamental, ellas son las que determinan en gran medida el ámbito de lo privado, que para esta cultura está fuertemente ligado a la atención del hogar, la crianza de los hijos, y la resolución de los conflictos que se derivan de la vida en comunidad y al interior de la familia.
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Aunque las autoridades de esta etnia siguen siendo predominantemente hombres, como los jefes de los clanes o los “palabreros” -máxima autoridad wayuu cuya función fundamental es resolver conflictos entre las tribus- las mujeres son vistas como consejeras, poseedoras de los saberes, y dueñas de la preservación de la cultura.
Para el caso de Jeorgina, Castañeda destaca que después de haber sido expulsada de su hogar de nacimiento, logró encontrar una nueva comunidad que la aceptó tal cual es, y en la que tiene un rol propio de una mujer.
“Jeorgina ha tenido un papel protagónico en la comunidad wayuu, ella es una cuidadora, la llaman mucho a cuidar casas a cuidar niños, a cuidar enfermos, hay confianza en ella, tiene un liderazgo y hay un reconocimiento pleno como mujer, nadie la llama en términos masculinos”, dice Castañeda.
También resalta algo que resuena con la historia de esta mujer, que la llegada de los “alijuna” interesados en contar su historia, le ha traído en su vejez nuevos problemas con la comunidad, pues ven como una amenaza que esa historia, tan interesante para el mundo no indígena, atraiga cada vez más forasteros a las tierras que consideran propias y sagradas.
En últimas la sorprendente vida de esta mujer, tan atractiva e insólita para muchos de nosotros, deja una verdadera enseñanza, y es que lo que pareciera ser una contradicción vive en ella como parte de su normalidad. Jeorgina, ha logrado reconciliar una tradición ancestral con uno de los debates más actuales de la sociedad moderna, la idea del género y sus identidades diversas.
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