Sobre su pupitre, Emilia Alejandra Benavides Cuenca olvidó el regalo de Navidad que con sus manos había hecho para sus padres, Ángel y Olga. Faltaban nueve días para la Nochebuena y 16 para que terminara el 2017. Era viernes y ese día, Emilia no volvió más a casa.
Por la mañana, Loja –una ciudad del sur del Ecuador, con poco más de 180.000 habitantes– se entretenía con los preparativos para las fiestas navideñas y mantenía esa calma ingenua de las pequeñas urbes.
Las cortas distancias en Loja permiten almorzar casi a diario con los más queridos. El día de su desaparición, Emilia iba a hacer lo mismo. Salió de su escuela y caminó por la ruta que andaba todos los días. Ese viernes, a Emilia le faltaron cinco centavos para completar el pasaje del bus que la llevaría a casa, así que se los pidió al dueño de una tienda cercana: “Le pago el lunes”, le dijo. Caminó hacia la calle y poco después desapareció.
Por la tarde, el padre de Emilia, Ángel, fue alertado por su esposa de que su hija no había llegado a casa. Desde ese momento, la familia de Emilia, sus vecinos, maestras y compañeros de clase empezaron a compartir la foto de la pequeña en redes sociales y en chats de Whatsapp.
“Se la vio por última vez a la salida de la escuela Zoila Pacífico Alvarado”, rezaban los mensajes sobre las imágenes, junto con los números de contacto. Poco a poco, los timelines –que suelen estar infestados de selfies y fotografías de eventos sociales– se llenaron con la fotografía de la niña lojana. Horas más tarde, también circulaba el parte de la Policía Nacional. La noche de ese viernes de diciembre, mientras las luces de colores de la ciudad se encendían, Emilia entró, oficialmente, a la lista de los más de 4.000 desaparecidos en Ecuador.
Solo pasaron cuatro días desde la desaparición, para que una mala noticia llenara los titulares de los medios de comunicación locales. A Emilia, de 10 años, la violaron, asesinaron, desmembraron e incineraron su cuerpo. Luego lo abandonaron a las afueras de la ciudad. Las investigaciones revelaron que Emilia fue secuestrada por una red de trata y pornografía infantil.
Desde que Emilia desapareció aquel viernes, en Loja se activaron brigadas ciudadanas que ayudaban a las autoridades a buscar a la pequeña. La Policía Nacional investigaba con lo que podía. Las cámara ojo de águila que el Municipio había instalado en la ciudad no funcionaban, por lo que los investigadores recurrieron a las cámaras de los bancos y de negocios privados.
Una de las cámaras de una institución financiera local mostraba a Emilia ese viernes. Eran las 12h40 cuando fue registrada. Emilia vestía su uniforme escolar –camiseta blanca y calentador azul–, su cabello estaba recogido y cargaba su mochila. Estaba sola o, al menos, eso parecía.
Poco a poco las carteleras de la urbe, como las redes sociales, se llenaron de la foto de la pequeña niña. En aquel momento, caminar por la ciudad era observar a Emilia, memorizarla, hacerla hija y hermana propia. Su imagen cubría cada pared y cada ventana. Cualquier novedad sobre el caso era noticia. En los días siguientes, cada acto conmovía. Para los lojanos, acostumbrados a vivir en una ciudad tranquila donde los casos de crónica roja son esporádicos, ver en la televisión a los padres de Emilia suplicando por su hija era desolador.
En medio de la búsqueda los gestos de esperanza llegaban de los más pequeños. “No podemos continuar con las clases viendo ese pupitre vacío”, decía Adrián en voz alta y con mirada valiente. Con el uniforme de la escuela y detrás de unos lentes que lo hacían lucir como un pequeño Superman, el compañero de clases de Emilia reclamaba “el derecho de salir a marchar”. Había que encontrar a su amiga, a la niña que ahora faltaba en el salón. El video que fue compartido miles de veces por los usuarios de redes sociales mostraba a los demás compañeros de Emilia sosteniendo un afiche que decía: “Ayúdanos a encontrarla”.
A pesar de todos los esfuerzos, Emilia no pudo encontrarse ni con su familia ni con sus compañeros.
A Emilia la secuestró Fabián N.R. –conocido en la ciudad como ‘Chino’. Fabián era un profesor de bailoterapia y también trabajaba animando fiestas infantiles. Quienes lo conocían decían que era trabajador, responsable y amable. Quien lo veía en sus redes sociales no hubiera sospechado de él, pues su foto de perfil en Facebook lo mostraba sonriente junto a sus dos hijos.
Ese martes de 2017, cuando se confirmó el trágico final de Emilia, la Policía detuvo al ‘Chino’, que declaró que él había secuestrado a Emilia. Fabián confesó en dónde estaba el cuerpo descuartizado e incinerado.
La versión de Fabián se comprobó con los registros de una cámara de seguridad de un negocio local. Allí se lo veía aquel viernes caminando junto a Emilia. Fabián no era un desconocido para ella porque lo había visto en alguna clase de bailoterapia, según contó el padre de la niña. Como Emilia conocía al hombre caminó a su lado con tranquilidad.
Ese viernes, Fabián ‘el Chino’ raptó a Emilia. Luego Fabián entregó a la niña a alias ‘10’, quien la trasladó a una zona de moteles en Loja. Allí la habrían violado. Después del crimen, la niña regresó a la bodega del ‘Chino’, ubicada en los bajos del Estadio de la ciudad. Para ese momento, las alertas se habían activado y todos en la ciudad buscaban a Emilia. Su captor lleno de nervios por los controles decidió asesinarla. Luego de tres días, cuando el cadáver empezó a oler mal, el ‘Chino’ decidió deshacerse de Emilia y trasladó el pequeño cuerpo en el taxi de su primo hasta una casa ubicada en la vía a Catamayo, una pequeña ciudad ubicada a 30 minutos de Loja, allí la descuartizó y la quemó. Posteriormente, abandonó el cuerpo de la niña en una quebrada a las afueras de Loja.
Fabián fue el primer detenido y con él se conoció una trama de terror. El ‘Chino’, días antes del 15 de diciembre habría sido contactado por Tania R., quien buscaba a niñas de “entre 10 y 12 años para hacer tomas fotográficas y videos desnudas”. Le pagarían USD 4.000 por secuestrarlas y luego las podría ‘devolver’. Otro de los nombres que reveló Fabián fue el de Manuel A. R, quien condujo el taxi en donde movilizaban a Emilia. Esos fueron los únicos datos que el secuestrador de Emilia dio porque se suicidó al siguiente día en la celda de la Cárcel de Turi, en la provincia de Azuay, a 208 kilómetros de Loja, a donde lo trasladaron luego de su detención.
Las investigaciones posteriores revelaron que una red dedicada a la trata de personas y a la pornografía infantil operaba desde Loja. La red se extendía por varias ciudades del país como Cuenca, Quito, Portoviejo y Santo Domingo de los Tsáchilas.
Los miembros de la red captaban a niños, niñas o adolescentes, a través de una página de Facebook, a la que le pusieron ‘Inocentes 10’, y estaba liderada por alias ‘10’. Los policías, según la información publicada en medios locales, aseguraban que alias ‘10’ era conocida como Tania.
La información obtenida por la Fiscalía General del Estado reveló que los 18 detenidos de la red delincuencial –10 de ellos de Loja– trabajaban en gimnasios, al igual que Fabián. Los criminales, a cambio de pagos que iban desde USD 1.000 hasta USD 5.000, buscaban acercarse a menores para grabarlos. El caso más grave fue el de Emilia y, según el Observatorio Social del Ecuador, reveló “una trama de alto riesgo para la niñez”.
El 17 de diciembre de 2019, dos años y dos días después de la desaparición de Emilia, se conoció que Tania R. y Manual A.R. fueron condenados a 40 años de cárcel por el femicidio de la niña. Aunque un mes antes tan solo los habían condenado a 34 años de prisión, la pena fue incrementada por la acumulación de delitos como pornografía infantil, trata de personas y violación sexual.
El crimen de Emilia Benavides se ha convertido en uno de los casos más trágicos de la pornografía infantil en el Ecuador. A raíz de lo sucedido con la menor, se implementó en el país la “Alerta Emilia”, un protocolo de búsqueda temprana de niños, niñas y adolescentes desaparecidos en Ecuador, que difunde el aviso en redes sociales para que las personas puedan brindar información sobre los menores.
Sin embargo, hasta mayo de 2021, el protocolo solo se ha activado en 5 ocasiones, esto a pesar de que han existido varias denuncias de niños desaparecidos. La alerta solo se activa en los casos en que las vidas de los pequeños podrían estar en alto riesgo. De acuerdo con las autoridades, se revisan al menos 19 parámetros que miden el peligro.
El atroz secuestro y asesinato de Emilia revela cómo la pornografía infantil opera en el Ecuador. Este es el segundo delito de violencia en el espacio digital más denunciado en el país, según datos oficiales.
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