El país de los terremotos sigue siendo sacudido por grandes sismos políticos. Primero fueron las históricas movilizaciones de fines de 2019 en las que surgió un Chile que quería sacarse de una vez por todas la herencia de la dictadura pinochetista de encima. Después la convención constituyente plagada de diversidad e independencia. Y ahora, las internas de dos de las tres grandes coaliciones que marcan el ascenso de una nueva dirigencia joven y desligada del pasado que deja descolocados a todos los viejos alfiles de la política chilena, desde el PC hasta la UDI pasando por la entente DC-Socialismo que gobernó la transición y que ahora queda encorcetada por izquierda y por derecha.
Contra todos los pronósticos –una vez más quedaron en falta las encuestas- el ex líder estudiantil devenido en diputado de la nueva izquierda no dogmática, Gabriel Boric, ganó la candidatura presidencial. Disputó la primaria para las elecciones de noviembre dentro de la coalición del Frente Amplio con el candidato del Partido Comunista, Daniel Jadue. Le sacó 20 puntos de diferencia. La nueva izquierda autonomista con referentes globales como Bernie Sanders y Yanis Varoufakis se llevó por delante al PC tradicional todavía envuelto en la nostalgia de la época de Salvador Allende y que sigue reivindicando a la Revolución Cubana.
Boric, 35 años, se hizo conocido como líder de las manifestaciones estudiantiles que pidieron educación gratuita y de calidad en 2011. Es diputado desde el 2014 por la zona de Punta Arenas, en el sur de Chile. Fue uno de los diputados que firmó el 15 de noviembre de 2019 en el Congreso el acuerdo por la paz para la redacción de una nueva Constitución, lo que le valió críticas de la izquierda tradicional y el apoyo de muchos chicos que votaban por primera o segunda vez en sus vidas así como los desilusionados de la antigua Concertación de gobierno. “Hay tres cosas claras sobre mí: soy magallánico, de izquierda y cruzado”, se definió “el croata” Boric. Lo de cruzado es por el fanatismo que tiene por su club, la Universidad Católica.
Del otro lado, por la derecha, ganó Sebastián Sichel, de 43 años, que se presentó como independiente para enfrentar a los grandes partidos que están hoy en el gobierno de Sebastián Piñera. Derrotó a Joaquín Lavín, el candidato de la Unión Democrática Independiente, el partido que surgió como extensión “democrática” de la dictadura. El ex alcalde de Las Condes y ex niño mimado del entorno del general Pinochet fue derrotado también por casi 20 puntos. Es, probablemente, el fin político de Lavín después de tres derrotas como candidato presidencial.
Sichel, 44 años, inició su militancia en la Democracia Cristiana (también de ese partido surgió Boric). Durante el primer gobierno de Michelle Bachelet fue subdirector de Sernatur, la agencia estatal de turismo, entre 2006 y 2008. Luego fue asignado como jefe de asesores del Ministerio de Economía y se mantuvo allí hasta 2010. Dejó la política por ocho años y se dedicó a la docencia y los negocios. Terminó renunciando a la DC y acercándose a Piñera quien lo nombró ministro de Desarrollo Social, presidente de CORFO, la corporación de fomento de la industria, y presidente de Banco Estado.
Proviene de una familia muy humilde. Vivían en una casa tomada en Concón, frente al mar. “No había luz, ni agua, ni baño. Cocinábamos a leña. Las monjas me `adoptaron’, siempre tuve alguien que lo hiciera por ser ordenado y buen alumno”, contó en una entrevista. Después estudió Derecho en la Universidad Católica, donde egresó como abogado y magíster en derecho público con mención en derecho constitucional. Terminó ejerciendo como docente universitario en esta misma especialidad. Aunque en el fútbol es de los rivales, la Universidad de Chile.
“Está claro, una vez más, que como dijo el escritor argentino César Aira, los chilenos prefieren algo nuevo a algo bueno. Sobre todo, cuando ese algo bueno es bastante malo. Más aún cuando eso aparentemente nuevo conecta con algo esencialmente antiguo que parecía haber cambiado y no cambió: el chileno ante todo y sobre todo es una criatura de centro izquierda. Puede virar a la derecha y a la izquierda cuando no funciona nada de lo que funcionaba, pero apenas hay algo parecido a un programa de reforma más o menos coherente, votará por él”, escribió Rafael Gumucio en la revista The Clinic.
Germán Silva Cuadra en El Mostrador remata lo que comenzó Gumucio con esta definición: “Más allá de los errores que cometieron en la recta final Lavín y Jadue, lo que quedó de manifiesto es que en Chile se terminó una era política. Más allá del apoyo de La Moneda y de los poderes fácticos, Sichel dejó en evidencia que la derecha `tradicional´, esa de la elite y las viejas tradiciones, quedó desfasada de la nueva realidad del país. Boric, por su lado, demostró que no estuvo equivocado para el acuerdo del 15 de noviembre del 2019 y que la centroizquierda hacía rato que necesitaba sacudirse de la inercia y dar paso a un nuevo estilo, un liderazgo más empático y conectado con la gente”.
Esto deja, precisamente, a la centroizquierda que gobernó desde 1989 descolocada. Estaba muy cómoda esperando que el electorado se fuera por los extremos cuando se le vino encima hacia el centro. La sicóloga socialista Paula Narváez, ministra secretaria general de Gobierno en el segundo gobierno de Michelle Bachelet entre 2016 y 2018, busca apurar una primaria fuera de calendario con la democristiana presidenta del Senado, Yasna Provoste. Hay maniobras desde la DC que podrían llevar a un rompimiento de la histórica coalición. Mientras todos coinciden que sea lo que sea debería estar definido en los próximos días, antes de que Boric y Sichel se les escapen. Faltan apenas cuatro meses para las elecciones.
Mientras tanto, después de un inicio turbulento está sesionando la Convención Constitucional presidida por la profesora mapuche Elisa Loncón. Son 155 constituyentes reunidos en el edificio histórico del antiguo Congreso del centro de Santiago. Entre ellos, 17 representantes de los pueblos originarios y 27 a la Lista del Pueblo, formado por los movimientos sociales que se conocieron en la Plaza de la Dignidad durante la revuelta de 2019. El promedio de los redactores de la nueva Carta Magna es de 45 años y al menos seis pertenecen a la comunidad LGBTI. Un verdadero arco iris que tiene que tener su trabajo terminado en menos de un año. Para entonces habrá un nuevo gobierno instalado en La Moneda. Y el presidente que surja de las elecciones –hoy pareciera estar todo centrado en Boric y Sichel- será quien reciba las nuevas normas que van a regir al país. Una administración que tendrá la responsabilidad de poner en agenda las numerosas reivindicaciones de justicia social surgidas de las protestas apenas puestas entre paréntesis por el Covid y de esa Constitución post-pinochetista.