Armando Chaguaceda: “Para los jóvenes que salieron a protestar, la Revolución Cubana no significa nada”

El historiador y politólogo cubano, que hasta 2008 fue profesor de la Universidad de La Habana, explicó algunas de las razones por las que tantas personas decidieron finalmente salir a la calle y anticipó cómo pueden seguir las cosas en una isla que cambió

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Armando Chaguaceda
Armando Chaguaceda

Ya pasó más de una semana de las históricas protestas en Cuba y el mundo sigue perplejo. No es que no existieran razones para protestar. De hecho, si se indaga en las causas del malestar lo que habría que explicar es por qué la gente no salió antes a la calle. Pero a pesar de todos los motivos que tenían, la mayoría de los cubanos optó durante décadas por dos caminos alternativos: la resignación o el escape. Hasta que el 11 de julio de 2021 muchos, muchísimos, consideraron que era el momento de protestar como no lo habían hecho nunca antes desde la Revolución de 1959.

Claro, la avidez por comprender por qué ahora sólo es superada por la curiosidad por anticipar qué es lo que puede ocurrir hacia adelante. Por el momento, a fuerza de represión, la policía y los grupos paramilitares retomaron el control de las calles. Y, más allá, de algunos focos localizados de resistencia, la población parece haber regresado a su vida anterior al 11J. Pero, ¿por cuánto tiempo? ¿Es posible que todo siga igual sin que nada cambie?

El historiador y politólogo cubano Armando Chaguaceda intentó responder algunas de estas preguntas en una entrevista con Infobae. Nacido en La Habana en 1975, donde se formó y fue profesor universitario hasta 2008, cuando emigró a México para continuar desde allí con una activa carrera como docente e investigador, Chaguaceda describió detalladamente la composición de la multitud que decidió romper el cerco y explicó por qué, pase lo que pase en el corto plazo, ya nada será igual en Cuba.

Un grupo de personas grita
Un grupo de personas grita consignas contra el régimen durante la protesta en La Habana, el 11 de julio de 2021 (REUTERS/Alexandre Meneghini)

—Cuba está viviendo un momento inédito, en el que están pasando muchas cosas inusuales en poco tiempo. ¿Qué es lo que más le está llamando la atención?

—Lo que más me llama la atención es la creatividad, la diversidad y la masividad de las protestas. Veníamos de un régimen político cerrado, de carácter postotalitario, leninista, con apatía y con mecanismos efectivos de control y movilización oficial de la población. Hace apenas un mes terminé un texto con una colega en el que decíamos que, a pesar de eso, en Cuba había una minoría, creciente y movilizada, básicamente de índole sociocultural, de artistas, con simpatías en la población pero sin arrastre masivo, frente a una minoría represiva organizada en el Estado y una masa expectante. Bueno, esa tesis ahora habría revisarla. Ha habido una mayoría que se corresponde con lo que muchos autores han descrito como la irrupción de la acción colectiva donde nadie la espera. Como irrumpió en la Plaza Tahrir de El Cairo (en las protestas de 2011 contra Hosni Mubarak) o como irrumpió antes en Polonia (en 1956, contra el régimen soviético). Los hechos no son los mismos, pero el punto es la aparición de lo novedoso. El sábado los cubanos nos acostamos bastante soviéticos y el domingo nos levantamos un poquito polacos. Fue llamativo lo masivo de la gente saliendo a la calle en 14 provincias y diferentes pueblos. También el carácter mayormente pacífico, ante tanto agravio acumulado.

—¿Cómo interpreta en este contexto los incidentes que se produjeron, como los ataques a las llamadas “tiendas en moneda libremente convertible”?

—Los episodios de reacción violenta sobrevinieron después de la represión estatal. Y aún así fueron minoritarios. Hubo una estación de policía incendiada, pero el que murió fue un civil reprimido por la policía. Y el que condena esos actos como vandalismo probablemente los haya celebrado en Colombia y en Chile como expresión de democracia plebeya. Son expresiones de hartazgo popular como las que se vieron en el Caracazo en 1989 o en 2001 en Argentina. Con lo cual, hay que entenderlos sin romantizarlos o condenarlos a priori. Según los videos de la jornada, en las pocas tiendas que se saquearon la gente se llevaba fundamentalmente comida y bienes básicos, no pantallas planas ni plasmas.

Un hombre permanece en suelo
Un hombre permanece en suelo antes de ser arrestado durante las protestas antigubernamentales en La Habana (EFE/Ernesto Mastrascusa)

—Habló también de la creatividad de las protestas. ¿En qué la notó?

—La gente se ha apropiado de los grandes discursos históricos populares de América Latina, con consignas como “el pueblo, unido, jamás será vencido”, “únete, pueblo” y “que se vayan ellos”. Todo eso se dijo en Cuba. Es sintomático porque la gente lo ha visto siempre allí en los discursos y noticias de los movimientos y partidos aliados de su gobierno, en la lucha contra las dictaduras de derecha. Con lo cual, la gente se apropió de una memoria popular de izquierda, de resistencia, contra un régimen autotitulado socialista.

—Desde un punto de vista sociológico, ¿cómo describiría la composición social de la multitud que salió a manifestarse?

—Lo que se vio es una mayoría de gente afrodescendiente y mestiza; mujeres de sectores populares, incluso dirigiendo las cosas, con banderas cubanas; gente de los pueblos más pobres del país. Y una heterogeneidad que se corresponde con la estratificación social de la sociedad cubana. Nosotros tenemos un régimen soviético, que impera sobre una sociedad caribeña, sostenida por una economía subdesarrollada, conectada a la globalización, donde incluiría el tema de los nuevos consumos, desigualdades y comunicaciones vía internet. Son tres cosas superpuestas. No es un régimen soviético sobre una sociedad y economía soviéticas, que tenía tres clases homogéneas: burocracia, trabajadores y algunos intelectuales. Aquí hay una sociedad muy pobre, cada vez más desigual, culturalmente muy caribeña, multidiversa, con creciente migración campo-ciudad, etcétera. Y una economía subdesarrollada, con poca gente con acceso a dólares, que llegan por la vía del turismo o las remesas.

La gente se apropió de una memoria popular de izquierda, de resistencia, contra un régimen autotitulado socialista
Manifestantes protestan contra el gobierno
Manifestantes protestan contra el gobierno en La Habana (REUTERS/Alexandre Meneghini)

—¿Cuán importante fue el papel de los jóvenes en las protestas?

—Salieron muchos chicos jóvenes a protestar, de sectores y barrios populares. Y lo que llevaban eran camisetas de Messi y gorras del Real Madrid, porque eso son ellos. Sólo cierta gente en América Latina –por cierto, menos en barrios populares que en clases medias politizadas– se pone las remeras del Che Guevara porque les parece cool. En Cuba se ponen a Messi. Pero no es que sean seguidores conscientes de un modelo consumista, sino que Messi es su ídolo, porque simplemente les gusta. Esa hiperideologización es algo de intelectuales que hablan por el sujeto popular, sin conocerlo ni comprenderlo realmente. Pero también muchísima gente salió con una bandera cubana a protestar. Y se vieron jóvenes de sectores medios, que fueron una especie de vanguardia que preparó esto en el sentido de que fueron anticipándose. Son los grupos culturales y artísticos que de hecho fueron reprimidos cuando se concentraron frente al Instituto de Radio y Televisión para pedir acceso a los medios. Se concentraron ahí en un acto de un extraordinario valor cívico. Laicos católicos, ateos, todos jóvenes. Pintores, teatristas, cineastas, que se concentraron y fueron reprimidos por los paramilitares.

Tenemos un régimen soviético, que impera sobre una sociedad caribeña, sostenida por una economía subdesarrollada

—¿Cómo describiría el recambio generacional que se está produciendo en Cuba, que se ve tanto en las particularidades de los jóvenes que salieron a protestar como en los artistas del Movimiento San Isidro?

—Lo primero es que estos son los jóvenes que no se pueden ir del país. Son los que no reciben dólares, o que reciben muy pocos, y que no están en el turismo, donde emplean mayormente a blancos y blancas. Es la masa que las elites del régimen cubano y sus intelectuales orgánicos llaman marginales. Por eso se los ve en los videos hablando del presidente con malas palabras. Porque no tienen ningún compromiso residual con un proceso que no los ha beneficiado en nada. Son hijos de madres solteras cuyos padres padecieron alcoholismo y los abandonaron o murieron en el estrecho de la Florida tratando de llegar en balsa a Estados Unidos. Esa gente tiene que delinquir en la economía informal para sobrevivir en el día a día. Viven en barrios a veces sin asfalto ni servicios básicos. No han recibido nada del régimen que no sea hipocresía, promesas y un discurso alejado de la realidad.

Policías de civil y partidarios
Policías de civil y partidarios del gobierno reaccionan durante las protestas (REUTERS/Alexandre Meneghini)

—Los defensores del régimen cubano insisten en los logros sociales de la Revolución en términos de acceso a la salud y a la educación. ¿Cuánto queda realmente de eso?

—Lo poco a lo que acceden los cubanos es lo que pudiera recibir un pobre en cualquier país de América Latina con una mínima capacidad estatal e infraestructura urbana: una educación muy degradada, ciertas condiciones de atención de salud también degradadas, una canasta básica que sólo cubre diez días del mes en la capital y que en el interior dura incluso menos, un transporte público inexistente y apagones. He conocido la pobreza urbana paulista, bonaerense y mexicana: no es muy diferente a la habanera. Hay allí barrios donde los ingresos, cobertura y consumos de sus habitantes son algo peores, algo mejores o muy similares a los de sus pares cubanos de La Corea, La Cuevita, San Isidro o El Palenque. Y en las provincias, como en los demás países latinoamericanos, la cosa es aún peor.

Sólo cierta gente en América Latina -menos en barrios populares que en clases medias politizadas– se pone las remeras del Che Guevara porque les parece cool. En Cuba se ponen a Messi

—Claro, sobre todo los menores de 40 años, que crecieron durante el Período Especial, tras la caída de la Unión Soviética, de modo que ni siquiera conocieron los mejores años de la Revolución Cubana.

—Para esa gente, la Revolución Cubana no significa nada. Nada. Y Fidel se murió, y después de una larga decadencia. Así que ni siquiera conocieron al Fidel vital y carismático. Después tuvieron al hermano, con lo que fue, y ahora tienen a este pelele. Te digo más. Los chicos del grupo de artistas e intelectuales 27N, a los que soy cercano por colaboraciones y vínculos, tienen una diferencia incluso conmigo. Yo, criticando al régimen, tengo un léxico y palabras que denotan mi origen y cercanía a cierta izquierda. Ellos no lo tienen. Ellos son postcomunistas. Y son postneoliberales también. Son otra generación y tienen referentes mucho más creativos que los míos. Me dejan sin palabras cuando hablo con ellos.

Miguel Díaz-Canel Bermúdez (EFE/Ariel Ley/Archivo)
Miguel Díaz-Canel Bermúdez (EFE/Ariel Ley/Archivo)

—¿Son clasificables ideológicamente en términos clásicos o los cánones de izquierda y derecha no se aplican a ellos?

—No. Son militantes de la democracia, de la justicia. Son activistas de lo que yo creo que es la ideología del siglo XXI, que son los derechos humanos, del derecho a tener derecho. Y la experimenta cada quién desde sus situaciones personales: algunos desde el feminismo, desde el antirracismo, otros desde ciertas ideas intelectuales. Creo que podríamos ubicarlos en una izquierda democrática, pero no se reivindican así, y probablemente me desmentirían si digo eso. Porque para ellos eso es estéril. Porque el quiebre fundamental en Cuba hoy es autoritarismo versus democracia. Entonces, resuelto eso, te puedes poner a la izquierda, a la derecha, al centro, arriba o abajo, pero resolver eso es lo fundamental. Porque en Cuba los procesos de dominación política, explotación económica y exclusión social están imbricados dentro de la estructura de un régimen autoritario en el que el mismo núcleo de poder, los militares, controla la política, la economía, la cultura y la sociedad. Arriba de eso flota -y se difunde por la propaganda oficial- un imaginario cada vez más abstracto y desconectado de lo que fue la Revolución Cubana, que ya no tiene asidero con la realidad.

Lo poco a lo que acceden los cubanos es lo que pudiera recibir un pobre en cualquier país de América Latina con una mínima capacidad estatal e infraestructura urbana

—¿Qué papel desempeña acá la tardía irrupción en Cuba de las nuevas tecnologías, sobre todo de las redes sociales?

—Es fundamental. No porque Facebook y Twitter puedan reemplazar a las plazas y las movilizaciones físicas. Aunque algo de eso hay, porque la pandemia revalorizó los espacios públicos virtuales como lugar de existencia e interacción, de ocurrencia de diversos procesos vitales. Si los regímenes autoritarios de todo el mundo están preocupados por el espacio virtual es porque se ha convertido en una forma de existencia y de expresión de la ciudadanía. Ahora, eso, que en parte ha sido romantizado, es algo limitado. Pero también es importante como mecanismo de comunicación, de coordinación y para quebrar el aislamiento, que es el éxito fundamental del autoritarismo: recluir a cada uno en un espacio individual en el que uno no sabe que existe otro. Entonces, ahora, lo que eso permite es ver que somos multitud, no estoy solo, él quiere lo mismo que yo y me reconozco en él. Acceder a informaciones y discursos diversos en tiempo real, pese a la censura, y reconocerse en el reclamo y en la identidad del otro, es muy importante. Es una forma de comunicación horizontal, en red, que quebró una forma piramidal, jerárquica y burocrática de comunicación política, típica de los regímenes de propaganda del siglo XX, como el fascista o el comunista.

Raúl Castro agita una bandera
Raúl Castro agita una bandera cubana mientras participa en un mitin en La Habana, el 17 de julio de 2021 (REUTERS/Alexandre Meneghini)

—En los últimos días se ha comparado mucho a estas manifestaciones con el Maleconazo, las protestas que tuvieron epicentro en el malecón de La Habana en 1994. ¿En qué medida se parecen y se diferencian ambos procesos?

—Hay varias diferencias con el Maleconazo, que fue una explosión puntual, focalizada en el tema “queremos irnos”. Hubo consignas políticas, pero todo fue muy confuso. Esto ha sido disperso, muchísimo más voluminoso en términos de personas, y el reclamo era claramente “somos de aquí, que se vayan ellos”. Esto es diferente. Además, ha habido una simultaneidad de reclamos sociales y políticos. Del hambre, de la gestión, etc. Y todo ha quedado cristalizado en la figura de Miguel Díaz-Canel, que para ser justos no creo que tenga la mayor responsabilidad en esto. Porque el desastre lo antecede. Me imagino que la mujer lo debe regañar todas las noches diciéndole “para qué te has metido en esta vaina?”. Era un tipo reformista, era rockero, había creado un espacio para los trans en Santa Clara. Había una buena opinión local sobre su gestión. Pero el tipo se ha convertido en el símbolo del agravio. No sé cuántas canciones le han dedicado. Los peores epítetos. En Cuba, “singao” significa alguien malvado in extremis. Bueno, ya no se llama Díaz-Canel Bermúdez, sino “Díaz-Canel singao”. Ojalá hubiera podido ser de otra manera, alguien que reformara -sin violencia- el sistema.

—Eso no le pasó a Fidel ni a Raúl Castro...

—Absolutamente no. Fidel era “el Caballo”, este no es ni la espuela del caballo. Es una cosa tremenda. Y lo ves en el discurso y en la gestualidad. Se lo ve inseguro, sobreactuado. Él quiere convencerte a tí de que él impone, pero al mismo tiempo mira por el rabillo del ojo a Raúl Castro, que debe estar pensando “este tipo es un inepto”. Pero Raúl confesó, antes de su parcial retiro, que se habían quedado sin cuadros de reemplazo. Su situación es muy complicada.

Simpatizantes del régimen sostienen una
Simpatizantes del régimen sostienen una fotografía de Fidel Castro el 11 de julio de 2021 (REUTERS/Alexandre Meneghini)

—Antes comentó que los jóvenes que estuvieron en la calle son los que no se pueden ir. En otros momentos críticos para el régimen, abrir la canilla de la salida del país sirvió como válvula de escape. Se vio tras el Maleconazo de 1994, cuando facilitaron el éxodo de decenas de miles de personas para descomprimir. ¿Podría ocurrir algo parecido ahora?

—Esa posibilidad está limitada por dos cosas. Primero, porque Estados Unidos puso fin en 2017 a la política de “pies secos, pies mojados” (que les permitía a los cubanos que pisaran suelo estadounidense obtener automáticamente un permiso de residencia). Segundo, por el COVID-19. Hay una frontera legal y otra pandémica. Ojo, no lo imposibilita del todo, porque siguen saliendo balseros. Siguen saliendo como salen los haitianos y los dominicanos aún sabiendo que los van a deportar. Pero hay una situación límite y la gente no aguanta más. ¿Pueden ellos amagar con una crisis migratoria? Sí, pueden hacerlo. Pero creo que les resultará muy difícil.

—Ahora, lo que se ve es una disociación cada vez más grande entre el liderazgo político cubano y una sociedad que es crecientemente diversa. ¿Cuán sostenible es esto en el tiempo?

—Ellos pueden mantenerse en base a la represión. Siempre pienso en Checoslovaquia. La Primavera de Praga de 1968, un movimiento de resistencia civil de la población que terminó en una invasión por parte de la Unión Soviética y un descabezamiento del gobierno. Los checos fueron normalizados a la fuerza. También en Irán, luego de las protestas de 2018, las mayores desde la Revolución Islámica, masivas y mixtas en sus reclamos. Así que creo que el Gobierno puede retomar, al menos por ahora, el control formal, superestructural, el de las calles. Lo vemos con la movilización desalmada –sin alma por la violencia y por la falta de chispa– de sus policias y simpatizantes, muchos de estos últimos sacados de centros de trabajo bajo pases de lista. Pero no va a ser igual, porque ahora se quebraron resortes psicosociales. Es muy diferente decir “yo a tí te temo, con un miedo atávico, y en parte te quiero, por algún afecto residual que me dice que alguna vez tu me quisiste y diste algo”, en un escenario en el que yo carezco de toda autoestima; a decir “yo te temo, pero porque eres un hijo de puta (sic), no te quiero nada y me la voy a cobrar cuando pueda, porque ya sé que yo puedo y no estoy solo”. El temor va a quedar, porque está asociado a la fuerza; la lealtad quedará en grupos residuales, privilegiados, envejecidos y fanatizados; y la autoestima va a crecer. Porque la gente se reconoció en el otro, probó su fuerza, escuchó su voz. Probó que tiene poder. El poder de los sin poder.

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