Bolsonaro no dudó ni un segundo. Cuando la Conmebol lo consultó en la mañana del pasado lunes 31 sobre la posibilidad de realizar la Copa América en Brasil, dio un sí rotundo, sin dudar ni pedir tiempo para pensarlo o hablarlo con sus ministros y asesores. Una agilidad en la toma de decisiones que el país hubiera deseado cuando la cuestión, mucho más acuciante, era la compra de vacunas u oxígeno, en situaciones extremas, mientras casi medio millón de brasileños morían por asfixia.
Dos días más tarde, el presidente Bolsonaro tuvo una respuesta contundente de su pueblo ante su imprudente decisión de llevar a cabo el torneo de fútbol que llevará a miles de personas a movilizarse durante un mes por varias ciudades del país. Recibió los peores cacerolazos de su mandato apenas terminó el discurso por cadena nacional que ofreció para destacar el crecimiento económico del primer trimestre, la vacunación contra el coronavirus, fustigar las cuarentenas y defender la organización de la Copa América. El sábado anterior ya había generado enormes manifestaciones en 200 ciudades brasileñas bajo la consigna de “Impeachment y vacunas ya”.
En su discurso, Bolsonaro cargó contra las cuarentenas y medidas de prevención contra el contagio del virus y dijo que su gobierno no es responsable por el desempleo –un 14,7%, récord histórico- y la falta de comida en la mesa de los brasileños. “No obligamos a nadie a quedarse en su casa, mi gobierno no cerró el comercio, no cerró iglesias o escuelas ni le sacó el sustento a millones de trabajadores informales”, dijo el mandatario. También celebró el aumento de la economía del 1,2% en el primer trimestre respecto del último de 2020: “Nuestro PBI tiene una proyección de crecimiento mayor a 4% este año”, dijo. Los gremios y las organizaciones sociales no ven el fruto de estas mejoras y convocaron a otra jornada de protesta para el 19 de junio, en plena competencia de la Copa América.
“El torneo ya se llama la Copa de la Muerte. Y por razones obvias. Después de todo, hay que estar en el colmo de la locura, como un Nerón que ordenó el incendio de Roma, para estar de acuerdo inmediatamente con una estupidez que podría sellar el destino nacional como campeón del mundo de Covid”, escribió Carlos José Marques, el director de la prestigiosa revista Istoé. “Lo que está haciendo Bolsonaro se remonta a las administraciones más dictatoriales de la historia. `Pan y circo´ ha sido siempre el lema de los líderes totalitarios que buscan enmascarar los problemas y tragedias cotidianas del pueblo, materializando eventos distractivos de esta naturaleza”.
La organización de la Copa América, después de que Argentina y Colombia lo rechazaran ante la gravedad de la pandemia, es apenas la última lucecita de un árbol de fiesta repleto de luces rojas. Todo comenzó en marzo de 2020 cuando se convirtió en el abanderado latinoamericano de los negacionistas de la catástrofe, siguiendo los pasos de Donald Trump. “Es una gripezinha”, aseguró en marzo de 2020 y siguió con “no soy enterrador”, “soy mesías, pero no hago milagros”, “quien tenga que morir, morirá” y “la cloroquina cura”. La sociedad siguió con asombro sus desastrosas reacciones. No hizo nada para contener el avance del virus. Por el contrario, estimuló su difusión, apoyó las aglomeraciones, criticó el aislamiento y combatió el uso de máscaras, entre otras barbaridades contrarias a la ciencia.
“Cualquier bandera que ondee en los estadios estará definitivamente manchada de sangre, como símbolo de la destrucción moral de un pueblo. En Berlín, en vísperas del Holocausto, unos Juegos Olímpicos sirvieron de telón de fondo para enmascarar la monstruosidad en curso. Los megaeventos de esta naturaleza se han convertido en instrumentos de manipulación de masas, mientras se cometen barbaridades entre bastidores. Bolsonaro repite el guión”, continuó el editorial de Istoé.
Todo esto acerca cada vez más a Bolsonaro a un juicio político en el Congreso. Las encuestas marcan que el 57% de los brasileños quieren su destitución y tiene un apoyo de apenas el 24%. El proceso ya comenzó en el Senado donde se acumulan las acusaciones y evidencias del mal manejo de la pandemia. El populista de derecha también está siendo acorralado por la reaparición de su principal rival político Luiz Inácio Lula da Silva, el ex presidente que es muy probable que le dispute la presidencia en las elecciones del próximo año. Lula, cuyos derechos políticos fueron restaurados hace apenas unos días, repite que Bolsonaro “podría haber evitado la mitad de las muertes de esta pandemia en Brasil. El mismo argumento que utilizan los senadores para llevar al presidente al impeachment. La cifra de muertos por el Covid ya se aproxima al medio millón. El total de contagiados ronda los 17 millones y esta semana, en apenas 24 horas, se registraron 95.000 casos y 2.500 fallecidos.
Ante estas cifras horrorosas, Bolsonaro anunció la llegada de nuevas vacunas e, incluso, prometió incrementar la producción en el país de la CoronaVac en asociación con la china Sinovac y la ButanVac del Instituto Butantan. Pero todos saben que él mismo considera que “la vacuna te convierte en yacaré” –fue uno de sus “chistes”-. Su propio Jefe de Gabinete, el general de cuatro estrellas Luiz Eduardo Ramos, confesó que se había vacunado en secreto a pesar de que lo habían convocado por tener 64 años “para no enojar al jefe”. Otro de sus ministros, el que ocupó hasta hace poco la cartera de Salud, general Eduardo Pazuello, tuvo que presentarse ante la comisión investigadora del Congreso para explicar la faltante de oxígeno en Manaos, la compra masiva de cloroquina y el rechazo en cinco ocasiones de la oferta del laboratorio Pfizer para venderle 70 millones de vacunas. Y un tercer ministro, el de Medio Ambiente, Ricardo Salles, fue acusado esta semana por la Policía Federal de tráfico ilegal de madera del Amazonas.
Por ahora, Bolsonaro está protegido por Arthur Lira, el presidente de la Cámara de Diputados que logró imponer después de entregar unos 500 millones de dólares a 300 legisladores para que hagan obras en sus distritos a cambio del voto. Lira es el principal dirigente de lo que en Brasil se conoce como “el centrão”, el gran centro, un grupo de partidos de caciques territoriales sin ideología que ofrecen con escaso pudor su apoyo parlamentario al mejor postor a cambio de cargos con abultados presupuestos.
Junto a la tragedia del coronavirus comienza a resquebrajarse la construcción de una economía sólida que había comenzado con el ex presidente Fernando Henrique Cardoso y que continuó Lula. En esos años, 40 millones de brasileños se integraron a una emergente nueva clase media (Clase C). La pandemia se comió 9% del PBI. El 13% de los brasileños (27 millones de personas) vuelve a vivir con menos de 1,25 euros al día. Y las inversiones que antes llegaban en manada, ahora escasean. La Ford anunció que se iba del país en enero y deja a 5.000 trabajadores en la calle. A este escenario de incertidumbre se le suma otro ingrediente. Brasil puede sufrir en los próximos meses una grave falta de energía eléctrica. Con los embalses de agua con un volumen muy inferior al deseado tras la temporada de lluvias, que terminó en abril, si no se toman medidas extraordinarias, la crisis en octubre podría ser inevitable. El gobierno ya decretó emergencia hídrica en cinco estados.
A pesar de esta situación, hay viento de cola por el alto precio de las materias primas y el hecho de que no se hayan decretado cierres extendidos de los comercios y la producción. El PBI brasileño creció un 1,2% en el primer trimestre de 2021, en comparación con los tres meses anteriores, según los datos del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE). Esta semana, la media de las proyecciones del mercado financiero para el crecimiento de la economía brasileña en 2021, publicada en el Boletín Focus del Banco Central, subió por sexta semana consecutiva, pasando del 3,52% al 3,96%. Pero podría ser apenas una burbuja más de las que pueden explotar en cualquier momento. Para 2022, las expectativas de expansión del PIB se redujeron del 2,30% al 2,25%.
Aunque la suerte de Bolsonaro no está centrada en este momento en la economía sino en vacunas y goles. Las protestas podrían decrecer si llegan millones de vacunas y se logra detener la velocidad de la matanza provocada por el virus desbocado. Y los brasileños podrían olvidarse por un rato de sus problemas de supervivencia si la selección nacional se queda con la Copa América. Como explica el historiador Luiz Guilherme Burlamaqui, profesor del Instituto Federal de Brasilia: “¡el fútbol es el opio del poder y no del pueblo!”. Pero si los goles no son suficientes para ganar el torneo y la presencia de miles de extranjeros dispara los casos de coronavirus, Bolsonaro entraría en un espiral directo al impeachment. No puede decir que no se lo dejaron claro. “No queremos copa, queremos vacuna”, se puede leer en una pancarta colocada frente al Maracaná de Río.
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