-¿Qué querés? –le dijo una oficial de policía a Nelson Lorío en uno de los interrogatorios. Sacó una libreta y reiteró su oferta.- Aquí voy a anotar lo que vos me pidás y eso se te va a dar.
Nelson Lorío fue capturado con violencia por civiles armados la noche del 19 de abril pasado en la zona norte de Managua, mientras se dirigía a hacer una protesta “express” para reclamar justicia para su hijo asesinado, como lo hace cada vez que puede desde hace tres años. Iba acompañado con un amigo y ambos fueron entregados amarrados a la Dirección de Auxilio Judicial de la Policía, popularmente conocida como El Chipote.
El caso de Lorío es el de muchos familiares de los asesinados por la represión del régimen de Daniel Ortega. “No tenemos siquiera derecho a llorar, velar u orar por nuestros muertos”, dice. Se han vuelto comunes los cercos y asedios a iglesias cuando se celebran misas por alguno de los muertos por la represión, y se ha reportado vandalización de tumbas, interrupción de rezos y detención de familiares que piden justicia.
Hace casi tres años, el 23 de junio de 2018, Nelson Lorío caminaba por una calle de Managua con su esposa Karina Navarrete, su hija Joshuana María, de siete años y cargaba en brazos al pequeño Teyler Leonardo, de 14 meses, cuando una bala salida de un fusil de francotirador impactó la cabeza de su bebé. La familia Lorío Navarrete asegura que quienes mataron a su hijo fueron los paramilitares que apoyados por la Policía atacaban a los ciudadanos que protestaban contra el régimen de Daniel Ortega.
La Policía, por su parte, afirma que el disparo que mató al bebé Teyler Lorío se originó entre los grupos de nicaragüenses que protestaban en la zona. Y, según Nelson Lorío, por sostener una versión distinta a la oficial sobre la muerte de su hijo, ha sido asediado, perseguido, obligado a exiliarse y, esa noche del 19 de abril pasado, encarcelado.
La familia Lorío Navarrete considera que el Estado de Nicaragua se ha burlado de la muerte de su bebé. No solo cambiaron la versión de los hechos. En el acta de defunción que emitió el hospital que atendió el caso, se marcó “sospecha de suicidio” como causa de muerte, y en la pulsera plástica que colocaron en la muñeca del cuerpo se registró como “herido por arma blanca”.
La tarde del 20 de abril, al día siguiente de la captura de Lorío, fue detenida en la ciudad de Estelí, a 150 kilómetros al norte de Managua, Francisca Machado, su hija Francys Valdivia Machado y tres jóvenes más, cuando intentaban realizar un rezo por la memoria del joven Franco Valdivia Machado, asesinado hace tres años, igualmente de un disparo en la cabeza, presuntamente hecho por un francotirador, y su cadáver arrastrado en la calle.
Francisca Machado dice que estaba previsto hacer una misa en catedral y luego un rezo familiar en su casa. Sin embargo, encontraron al templo con sus puertas cerradas y custodiado por policías y personas de civil que tomaban fotografías a quienes se acercaban. La misa no se pudo realizar, y al regresar a casa encontraron una patrulla de policía que también impidió el rezo.
“El rezo fue interrumpido por la Policía. La policía intentó entrar a la casa. Uno de ellos dijo que iban a derrumbar las puertas. Hubo violencia contra los muchachos que estaban fuera. Se abalanzaron contra ellos”, relata Francisca Machado, quien fue momentáneamente detenida con violencia, junto a su hija Francys y los tres jóvenes que estaban afuera. Una vez liberada, Francys Valdivia relataría a medios de comunicación que fueron desnudadas, manoseadas y advertidas por el jefe policial de que “estamos en tiempos de guerra” y que en la guerra “se puede esperar cualquier cosa”.
“No entiendo por qué hacen eso”, dice la madre. “Igual me siento muy mal, muy molesta. Impotente ante la actitud de ellos. Siento que se aprovechan de su poder, del uniforme, para intimidarnos, para mantenernos doblegados. Nos quieren callar. Lo único que les grité es que ya me habían hecho demasiado daño con asesinar a mi hijo y siguen y siguen molestando”.
El 21 de noviembre, una nutrida cantidad de policías rodeó la iglesia San Miguel Arcángel, de Masaya, mientras se celebraba una misa en memoria del joven Álvaro Gómez. “¿Por qué el odio? ¿Por qué no me dejan tranquilo en mi duelo?”, reclamó a gritos desde el atrio de la iglesia, el profesor Álvaro Gómez, padre del joven asesinado hace tres años. El profesor Gómez es lisiado y un veterano combatiente de la lucha contra el dictador Anastasio Somoza.
Este jueves, 29 de abril falleció a consecuencia del Covid-19 la periodista crítica del régimen Ileana Lacayo. Incluso en este caso, su velorio fue asediada. “Esto ya es siniestro, vean los que está ocurriendo en Bluefields, ayer falleció nuestra colega @Ilelacayo, y la guardia, los esbirros, montan asedio cerca de su casa. No la dejan tranquila ni en su muerte”, escribió este viernes en Twitter el periodista nicaragüense Miguel Mendoza.
“A mí me secuestraron. No fue detención porque fueron paramilitares, hombres de civil, armados, en camionetas civiles quienes me secuestraron”, afirma Nelson Lorío sobre su captura. “Me dijeron, bajá la cabeza, me pusieron mi camisa como capucha. ¡No quedés viendo! Si ves aquí te quedás muerto, me decían”.
Dice que lo metieron en una celda tan pequeña que no podía estar de pie ni acostado, solo sentado. Después de varios interrogatorios, le ofrecieron una celda con cama, abanico y baño propio. “Noté que me querían dar ciertos privilegios, pero no acepté”, relata.
Los policías que lo interrogaban le mostraban fotos y videos para convencerlo que no fueron paramilitares quienes asesinaron a su hijo, sino quienes protestaban. “Me mostraban videos alterados, donde se miraba el momento en que es abatido mi hijo, pegado con otro video de otro lugar. ¿Cómo van a saber más ustedes dónde ocurrió que yo que estaba ahí?, les dije”.
En uno de esos interrogatorios, una oficial le recordó que estaba sin trabajo y pasando momentos difíciles. “Ya dejemos descansar todo esto”, le dijo en tono conciliador. “¿Qué querés? No tenga temor de pedir lo que sea que tengo contacto con gente de más arriba”.
“Solo dos cosas quiero”, afirma Lorío que le dijo. “Que agreguen a mi esposa y a mí en la investigación que están haciendo, que incluyan nuestra palabra porque es la versión real, nosotros llevábamos a nuestro hijo en brazos en el momento de su asesinato; y segundo, que dejen los policías de estar pasando frente a mi casa. Mi hija se orina de miedo cada vez que llegan. Pero no pienso ni cambiar mi versión ni deshonrar la sangre de mi hijo aceptando algo a cambio”.
A las cinco de la mañana del jueves 22 de abril, después de 56 horas detenido, la Policía liberó a Lorío y a su acompañante. Al llegar a su casa, se enteró que técnicamente la Policía justificó su detención acusándolo del robo de un vehículo. “Yo ni bicicleta sé manejar”, dice con ironía.
Asegura que seguirá buscando justicia para su hijo asesinado, y el 23 de junio, cuando se cumplan tres años de su muerte, irá a su tumba temprano y más tarde realizará alguna actividad conmemorativa con otros familiares “pues no solamente mi hijo murió ese día”.
Igual piensa Francisca Machado. “No voy a dejar de seguir denunciando y pidiendo justicia por mi hijo y todos los asesinados. Todos tenemos derecho a conocer la verdad y que los culpables sean castigados a través de un proceso”, señala. El 20 de cada mes busca una iglesia para rezar por su hija. Dice que ya no irá a catedral, por seguridad. “Voy a buscar una capilla pequeña de otros barrios”.
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