Fue como si un meteorito cayera en medio de Brasilia, haciendo volar todo por el aire. El fallo del juez Edson Fachin, relator del Lava Jato en el Supremo Tribunal Federal (STF), trastrocó por completo la escena política brasileña. Al anular las condenas contra Lula da Silva por considerar que el ex magistrado Sergio Moro no tenía competencia para juzgarlo, Fachin convirtió el monólogo de Jair Bolsonaro en una obra en la que dos actores pelean por el papel protagónico.
Es cierto que la decisión del ministro del STF, que habilitó al ex presidente a volver a ser candidato, deberá ser ratificada por el pleno del máximo tribunal del país. También lo es que, al ordenar que las causas en contra del líder del Partido de los Trabajadores (PT) empiecen de nuevo, dejó abierta la puerta para que vuelva a ser condenado y despojado de sus derechos políticos.
Pero que la mayoría del STF revierta la sentencia de Fachin parece tan poco probable como que Lula llegue a recibir sentencias de primera y segunda instancia antes de las elecciones de octubre del año que viene. Sólo así podría reactivarse la Ley de Ficha Limpia, que prohíbe ejercer cargos públicos a quienes tienen penas ratificadas por un tribunal superior.
“Me parece que puede cambiar significativamente el eje de equilibrio de la política brasileña. Por el significado que posee la marca Lula en el electorado y por su capacidad de liderazgo político, de reunir fuerzas alrededor de su nombre”, dijo a Infobae Bruno Mello Souza, profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Estadual do Piauí.
Lula lo sabe y es por eso que en menos de 24 horas dejó el repliegue táctico que mantenía desde su salida de prisión —ordenada en noviembre de 2019 luego de otro dictamen del STF— y pasó al centro del escenario. No necesitó más que un discurso y un par de gestos para convertirse en el principal referente de la oposición, llenando un espacio que no estaba pudiendo ocupar ningún otro dirigente, ni de izquierda ni de derecha.
Hacia una mayor polarización
Los resultados de las primeras encuestas deben inquietar a Bolsonaro. La firma Inteligência em Pesquisa e Consultoria (IPEC) difundió días atrás un estudio de opinión pública para O Estado de S.Paulo que midió intención de voto potencial de distintos políticos para las elecciones presidenciales de 2022. En lugar de hacer elegir a los encuestados entre un posible candidato y otro, se les preguntó si estarían dispuestos a votar por cada uno, individualmente.
El 50% dijo que podría inclinarse por Lula en 2022, frente a un 44% que respondió que jamás lo haría. Con Bolsonaro, en cambio, el 38% expresó su voluntad de reelegirlo, pero un 56% afirmó que nunca votaría por él.
Los otros nombres considerados presidenciables están más lejos de las preferencias ciudadanas. A Moro sólo lo acompañaría el 31%; al presentador de televisión Luciano Huck —que desde hace años suena como posible candidato—, el 28%; al petista Fernando Haddad —a quien Bolsonaro derrotó en 2018 por más de 10 puntos de ventaja—, 27%; al socialdemócrata Ciro Gomes, 25%; a Marina Silva —ex ministra de Ambiente de Lula y candidata presidencial en los últimos dos comicios—, 21%; a João Doria —gobernador de San Pablo y líder del centroderechista PSDB—, 15%; y a Guilherme Boulos —referente de Socialismo y Libertad—, 10 por ciento.
“Lula retomó repentina e inesperadamente su posición de liderazgo político y asumió la posición de principal figura de la oposición. Pero más que eso, entró en escena con firmeza y gracia, marcando con Bolsonaro diferencias no sólo de contenido, sino sobre todo de forma”, explicó Cesar Zucco, profesor de ciencia política de la Fundación Getulio Vargas, consultado por Infobae. “Todo el mundo, partidarios y detractores, pudieron recordar los tiempos en los que la política era más normal y civilizada. Esta nostalgia por la normalidad reverberó en los medios de comunicación generalmente críticos con Lula y llevó incluso a Fernando Henrique Cardoso a admitir, a regañadientes, que lo votaría antes que a Bolsonaro”.
No hay dudas, Lula es un candidato mucho más competitivo que cualquier otro de izquierda. Haddad sólo puede aspirar al voto de los petistas más convencidos o de los antibolsonaristas acérrimos, pero los independientes le son esquivos. Lo mismo le pasa a Boulos, que sorprendió el año pasado con su segundo puesto en las elecciones para la alcaldía de San Pablo, pero perdió por amplio margen la segunda vuelta con el alcalde Bruno Covas, del PSDB.
“Bolsonaro tiene en frente por primera vez a un opositor de fuerza, que despierta la pasión de aproximadamente un tercio de los votantes brasileños, más allá del desgaste de su partido por el Lava Jato”, dijo a Infobae Luciana Fernandes Veiga, coordinadora del Programa de Posgrado en Ciencia Política de la Universidad Federal del Estado de Rio de Janeiro. “Es un ex presidente que alcanzó el 80% de aprobación. Tiene experiencia de gobierno, conoce la gestión, es sensible. En su primer discurso se unió al pueblo para pedir ‘vacuna, vacuna, vacuna’. Y empleo y justicia. Pero, por supuesto, también cuenta con una elevada tasa de reprobación”.
Si bien Lula le crea al presidente un problema por izquierda, no venía por ese lado la mayor amenaza a su reelección. El gran temor de Bolsonaro era la consolidación de un candidato de centro o incluso de alguien capaz de robarle votos por derecha.
El ex capitán del Ejército sabe que son muy bajas sus probabilidades de imponerse en una segunda vuelta a eventuales candidatos como Moro, Doria, Huck o Marina Silva. Porque las mediciones de apoyo a su gobierno son consistentes: desde que asumió, el 1 de enero de 2019, mantiene un piso de 30% de popularidad, la base electoral que lo acompaña desde principios de 2018. Pero, a excepción de un breve período entre agosto y diciembre de 2020, siempre tuvo más detractores que seguidores.
El instituto Datafolha reveló que este mes alcanzó el mayor diferencial negativo de su gobierno: el 30% lo aprueba y el 44% lo reprueba. Esa impopularidad lo vuelve vulnerable ante cualquier rival que sea capaz de ocupar el centro. Y un electorado dividido en tercios era muy factible: uno para Bolsonaro, uno para el PT y otro para ese tercer candidato que podría aspirar a un ballotage.
Si Bolsonaro tiene una razón para alegrarse por la irrupción de Lula es que impone una polarización entre izquierda y derecha. La política es dinámica y todo puede cambiar de acá a octubre de 2021, pero lo más probable es que el rechazo hacia el ex presidente entre cerca de la mitad de los brasileños lleve a muchos votantes que no quieren a Bolsonaro a elegirlo como la vía más segura para contrarrestar a Lula. Puede que no sea suficiente para evitar su regreso, pero al menos sí para licuar cualquier otra candidatura.
“Un efecto inmediato sobre la disputa electoral de 2022 es el fortalecimiento de la polarización entre dos posiciones extremas”, sostuvo José Álvaro Moisés, profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Sao Paulo, en diálogo con Infobae. “No está claro, por el momento, si esto ayudará al país a salir de la crisis o profundizará el deterioro de la democracia. En todo caso, continúa a ritmo acelerado el vaciamiento de Bolsonaro debido a los trágicos resultados de su conducción de la pandemia. Lula, por el contrario, ya aparece en algunas encuestas como altamente competitivo, pero aún tiene causas judiciales no resueltas”.
Bolsonaro recibió el 55% de los votos en la segunda vuelta de 2018. Muchos eran de ciudadanos de sectores medios, que lo eligieron precisamente por ser la mejor opción contra el PT. Si se miran los niveles de apoyo al presidente por clase social, se observa que perdió el respaldo de ese segmento. En diciembre en 2019, tenía una visión positiva de su gobierno el 44% de las personas de clase media alta y clase alta, pero ahora sólo lo apoyan el 32% y el 30%, respectivamente.
Sin embargo, es posible que en ese sector la mayoría lo siga prefiriendo antes que al jefe del PT. Esa es la razón por la que Bolsonaro intenterá polarizar al máximo la campaña, asociando a ese partido con “el comunismo” y la corrupción, como tanto le gusta hacer. Ya empezó, al acusar a Lula de ser “uno de los mayores bandidos en la historia del país”.
El ex presidente está yendo por el mismo camino. Convirtió su vacunación en un acto para mostrar que es la antítesis del mandatario, a quien acusa de ser un ignorante que no sabe que “la Tierra es redonda”.
Gustavo Sabbag, doctorando en ciencia política de la Universidad Federal de Minas Gerais, cree que “la apuesta de Bolsonaro es disputar las elecciones del próximo año contra Lula”. “Hasta ahora —dijo a Infobae—, viene gobernando para una estrecha base de seguidores leales, que no son suficientes para ganar. Su intención es ir a una segunda vuelta con el PT y cosechar los votos antipetistas de centro para conseguir la reelección”.
Si la disputa se perfila como un conflicto entre izquierda y derecha, las chances de Bolsonaro se incrementan significativamente. Las elecciones de medio término, en las que se renovaron todas las alcaldías de Brasil, mostraron un fuerte retroceso de la izquierda y un avance del centrão, un grupo de partidos que se ubican en el centro del juego político, que han prestado su apoyo al PSDB durante los gobiernos de Cardoso y al PT durante los de Lula y Dilma Rousseff, pero que son socialmente conservadores y están a favor de las políticas de mercado.
Tras más de un año de un conflicto con el Congreso que amenazaba con terminar en juicio político, Bolsonaro encontró algo de calma al pactar con el centrão apoyo parlamentario a cambio de cargos y recursos del Ejecutivo. Aunque ese tipo de acuerdos son siempre precarios en Brasil.
“Será interesante observar el comportamiento del centrão, que tiene como característica orbitar alrededor de los actores políticos que tienen más para ofrecer —dijo Mello Souza—. Si la reaparición de Lula significa aún más desgaste para el gobierno de Bolsonaro, por el efecto contraste, combinado con la profundización de la crisis del COVID-19, puede haber un desplazamiento de ese grupo, que actualmente está al lado del Presidente. Eso podría provocar una parálisis aún mayor en una gestión ya problemática y conflictiva”.
De todos modos, si Bolsonaro está dispuesto a pagar un precio justo, es muy posible que los líderes del centrão prefieran quedarse con él antes que irse con Lula, que los necesita menos porque tiene un partido fuerte atrás y que por eso va a pagarles menos por su respaldo.
Un contexto muy diferente al de 2018
Por más que una campaña polarizada podría ayudarlo, Bolsonaro tiene por delante una carrera mucho más empinada que la que lo llevó a la presidencia. En primer lugar, perdió su mayor atractivo: presentarse como un outsider —a pesar de haber sido diputado durante dos décadas— que se enfrentaba a una clase política profundamente desprestigiada.
Ahora es presidente, y los presidentes son juzgados esencialmente por su gestión. Su abordaje tan radicalizado de la pandemia, rechazando cualquier medida de restricción y sin ninguna empatía con las cientos de miles de personas que perdieron seres queridos y las millones que tienen miedo, lo alejó de los ciudadanos moderados que lo habían votado en 2018. También su desprecio por las reglas democráticas y su desentendimiento total de la agenda anticorrupción que había promovido en campaña.
A pesar del lastre del segundo gobierno de Rousseff y de sus causas judiciales, Lula está en mejores condiciones que él para cortejar a los independientes. A fin de cuentas, en 2011, cuando dejó el Palacio del Planalto tras ocho años en el poder, tenía una popularidad cercana al 80% de la población.
“Lula buscará hablarle al centro —dijo Zucco—. Los votantes que simpatizan con él se tragarán casi cualquier guiño a un electorado más conservador, y yo apostaría a que estos guiños se harán cada vez con más énfasis. Elegirá un o una vicepresidente apetecible para los empresarios y surgirán nombres deseables para el mercado en el área económica. Esta libertad que tiene Lula para ocupar el centro hace que la polarización contra él no sea positiva para Bolsonaro, que ya no es un francotirador. A diferencia de 2018, tendrá que defender su legado y deberá hacerlo contra el hombre que gobernó Brasil durante el apogeo de su crecimiento económico”.
Además de tener éxito en su campaña de polarización, Bolsonaro necesita desesperadamente una reactivación económica para ser reelecto. El año pasado quedó claro que la ciudadanía prioriza el bolsillo por sobre el manejo de la pandemia. En diciembre de 2020, tras diez meses de negar la peligrosidad del COVID-19, de no hacer absolutamente nada para contener el avance del virus y de incluso alentar su propagación, estaba en su mejor momento con la opinión pública.
Las apreciaciones positivas hacia su gobierno habían subido al 37% y las negativas habían bajado al 32 por ciento. La principal razón fue el crecimiento que experimentó entre los sectores de bajos ingresos: entre los que viven en hogares con una renta inferior a dos salarios mínimos, saltó de 22% de apoyo en diciembre de 2019 a 35% en agosto de 2020. El salto fue de 35% a 40% cuando se miran los hogares de entre dos y cinco salarios mínimos. En el mismo período, mermó el respaldo entre los sectores más acomodados.
La causa más evidente de ese repunte fue el auxilio de emergencia, que entre abril y agosto de 2020 pagó 600 reales por mes (USD 110) a cerca de la mitad de las familias brasileñas. Se prorrogó hasta diciembre rebajado a 300 reales, y desde enero dejó de pagarse. Precisamente a partir de ese mes se produjo la caída en la aprobación del gobierno, que volvió casi a los niveles de diciembre de 2019 entre los ciudadanos de ingresos bajos.
Bolsonaro estaba desesperado por conseguir la renovación del beneficio y lo consiguió. Pero el impacto del proyecto sancionado por el Congreso difícilmente sea tan fuerte. En promedio se pagarán a partir de abril 250 reales por mes, pero dependiendo de la renta familiar. Así que algunos cobrarán más, pero otros menos.
Por otro lado, el alcance será menor. A diferencia del anterior, este subsidio no podrá sumarse al Bolsa Familia, el principal programa de transferencias no condicionadas del gobierno federal. Quienes accedan a uno no podrán acceder al otro.
“El reto será diferente al de 2018, cuando era un outsider que llegó con más promesas y ataques que currículum y logros —dijo Sabbag—. Pero en 2022 tendrá que defender su gobierno. Y ya lo está anticipando: su estrategia es pasar la factura de la crisis económica a los gobernantes que promovieron los confinamientos, y tratar de convencer al electorado de que siempre se preocupó por la economía, pero no pudo hacer todo lo que quería”.
Con la crisis sanitaria que atraviesa Brasil en este momento, el peor desde el comienzo de la pandemia en términos de muertes diarias y de ocupación hospitalaria, cualquier perspectiva de recuperación económica es fantasiosa. A pesar de las quejas de Bolsonaro, la mayoría de los gobernadores están implementando cierres parciales o totales, que tendrán consecuencias muy negativas para la actividad. Al mismo tiempo, el lento avance de la vacunación no deja mucho lugar para el optimismo.
“Las condiciones económicas tendrían que ser muy superiores para que las posibilidades de reelección de Bolsonaro fueran mayores, pero no hay indicios claros de mejora. El Gobierno se verá obligado a gastar más en transferencias monetarias, y estas serán menores que las de 2020, por lo que contribuirán menos a levantar su imagen. Aun así, estas transferencias empeorarán la situación fiscal al entrar en el año electoral y tenemos la perspectiva de que las tasas de interés suban a corto plazo, lo que puede reducir aún más la inversión y retrasar la recuperación. Incluso sin Lula como oponente, en estas condiciones ningún presidente sería reelegido. Contra Lula, la probabilidad es aún menor”, sostuvo Zucco.
Lo único que le permite aún aspirar a la reelección a Bolsonaro es que tal vez a finales de 2021 la campaña de inmunización haya llegado a un nivel que permita mantener baja la mortalidad asociada al COVID-19. Entonces sí, tendría diez meses para apostar a un rebote económico que le dé impulso a su candidatura. La gran incógnita es en qué estado llegarán el país y su gobierno a ese momento.
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