El 10 de noviembre de 2019, agobiado, Juan Evo Morales Ayma se rendía ante la sublevación popular y la presión interna tras cometer un histórico fraude. “He decidido, escuchando a mis compañeros (...), a la Iglesia Católica, renunciar a mi cargo de la presidencia”, declaraba esa tarde sin hacer mención alguna al supuesto golpe de Estado que denunciaría más adelante, mejor asesorado.
Custodiado y protegido, el hombre que mandó en Bolivia durante 14 años partió a México dejando a toda la estructura que lo acompañó durante años a la intemperie, a merced de quienes fueran a arribar a La Paz. Extravagancias, olvidos o licencias de ese particular hombre nuevo del Socialismo del Siglo XXI.
Morales caía y empezaba su larga maratón de retorno al poder pese a que fueron sus propios delegados en el país los que convalidaron su abdicación y la transición que colocaría a Jeanine Áñez en el Palacio Quemado. Primero lo hizo la Asamblea Legislativa Plurinacional -dominada en dos tercios por los seguidores del hombre de Orinoca- donde ningún legislador habló del presunto coup que ya era objeto de análisis y debates en otros países y él atizaba. Más tarde, el encargado del respaldo fue el Tribunal Supremo de Justicia. Ambos poderes eran dominados ampliamente no solo por el Movimiento al Socialismo (MAS, el partido gobernante), sino por el mismísimo Evo.
El TSJ fue cristalino en su sentencia sobre la transición: “Frente a una sucesión constitucional, originada en la vacancia de la Presidencia de la República, ocasionada por la renuncia del jefe del Estado y no a un acto de proclamación” estaban dadas las circunstancias para continuar con el proceso establecido por la carta magna escrita por Evo. Al renunciar además su vice, Álvaro García Linera, la herencia del poder recayó en el Senado. Así lo indicaba el libro redactado a medida en 2009 y después ultrajado por el propio líder originario.
Esa simple cronología de entendimiento básico pretende cambiar ahora el jefe del MAS, radicalizándose y llevando una vez más a Bolivia a una posible crisis política, social e institucional. Mucho más en un contexto en el que las últimas elecciones -las de hace tan solo una semana- aún no cuentan con resultados finales. La historia se repite en forma de sátira, esta vez, ante el silencio de varios referentes de la política boliviana.
Oportunamente para el partido gobernante, el conteo de votos se detuvo: según las autoridades, misteriosos hackers actuaron desde las tinieblas para derrumbar un complejo sistema de recolección de datos y sólo son válidos, hasta el momento, los guarismos de boca de urna que mágicamente favorecen al ex exiliado que pasó por las capitales más cercanas de América Latina hasta regresar a su patria: Ciudad de México, La Habana, Caracas y Buenos Aires.
Durante su año de ausencia, Morales se dedicó a tejer el retorno. Recaló en Buenos Aires, donde encontró refugio ideológico y político. Allí hizo y deshizo, y con la ayuda de vuelos nocturnos -financiados por vaya a saber quién- se trasladaba a Caracas para reunirse en Miraflores y recibir instrucciones. ¿De quiénes? De aquellos mismos que susurran en los oídos a Nicolás Maduro desde hace años. Los cubanos conocen el arte de formar capas geológicas en el poder como ninguno en América Latina. Son esos mismos que, temerosos, ahora prohíben que se cante una canción en la isla por desafiar el extemporáneo grito de “Patria o muerte”.
Pero en esos meses de exilio de Evo hay un enigma que aún no se desarmó. Radica en conocer la razón última de por qué Andrés Manuel López Obrador, AMLO, el decente, no quiso que la víctima permaneciera en el país. Quizás no deseaba tan cerca a los verdaderos interlocutores del renunciado, los enviados de la isla... o prefirió estar ajeno a complicidades de otro tipo.
Pero en las últimas horas, Evo aceleró. Tomando ese mismo manual castrista decidió avanzar sobre Áñez y sus ministros acusándolos de lo mismo que lo habían señalado a él cuando envió a sus secuaces a colocar barricadas que harían del gobierno de la antecesora un caos y teñirían de sangre las calles de Bolivia: terrorismo. ¿Por qué tardó tanto el partido gobernante en hacerlo? ¿Por qué recurrió a esa figura penal y no prefirió ir por los hechos de corrupción que se cometieron durante la pandemia? El objetivo final es cambiar la historia y que se decrete que fue un golpe lo que lo sacó del gobierno. El Tribunal Supremo deberá exprimir su imaginación para contradecirse. Seguramente lo haga.
Sin embargo, más allá de ese blanco, voces cercanas al poder de La Paz clarifican la enmarañada escena: meses atrás, mucho antes de las elecciones de octubre que ascendieron a Luis Arce al Palacio, se habría sellado un pacto de no agresión entre el líder aymara y “La Jeanine”. Ese acuerdo tuvo idas y vueltas, pero se cumplió.
Pero pese a las múltiples advertencias, Áñez cometió un error fatal: mantuvo toda la estructura de poder judicial y policial heredara. Esa ingeniería amazónica tributaba a Morales desde hacía años, aún fronteras afuera. La mandataria no se atrevió a remover ni un sólo agente de tránsito. No retornó a la antigua Constitución. Mantuvo el statu quo que terminó devorándola en la mañana de este sábado.
Las malas noticias que llegaban desde las urnas el pasado domingo -y que provocaron otro esperado apagón de información contable- precipitaron este pecado de hybris en Evo, por el cual aceleró su plan de apropiarse de todos los resortes en aquel país. Sigue los pasos del dictador Maduro quien se radicalizó cuando vio comprometido su renta en Miraflores y decidió acabar con la oposición y violar las más elementales libertades políticas de sus contrincantes y los derechos humanos de la población. También recorre el camino de Daniel Ortega en Nicaragua, otro obediente alumno de La Habana.
Por el momento, el hombre que eligió a Arce parece no querer ir más allá: ¿se atreverá con Luis Camacho en Santa Cruz? El dirigente fue uno de los más férreos adversarios que gritó al mundo ¡fraude! cuando Morales quiso una vez más torcer la voluntad popular. ¿Aquel saldrá a las calles en defensa de la democracia? Por el momento, la valentía y fiereza de Evo parece circunscribirse sólo a la rama femenina, ya sea en la interna del MAS con Eva Copa o en la arena externa, con Áñez.
El patriarca de Bolivia ejecutó su última humillación contra “la Jeanine” al exhibirla en una celda común bajo un cartel con olor a aleccionamiento machista: “Mujeres”.
Twitter: @TotiPI
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