Las escenas de gente desesperada tratando de conseguir tubos de oxígeno para sus parientes moribundos por el Covid en la ciudad de Manaos fueron las últimas pinceladas del cuadro. Que la ayuda haya llegado de la Venezuela chavista, fue la firma de la pintura. El manejo de la pandemia por parte del presidente brasileño Jair Bolsonaro ya es tan desastrosa que hasta sus más fieles seguidores comienzan a pensar que lo que ellos apoyaron con tanto ahínco es lo que también los puede llevar a la muerte. Y desde el último fin de semana, el fantasma del impeachment, el juicio político contra Bolsonaro, volvió a rondar los pasillos del poder en Brasilia como antes sucedió con Lula o con Dilma Rousseff.
Desde diciembre, el índice de aprobación de Bolsonaro cayó entre 6 y 11 puntos, dependiendo de la encuesta, hasta poco más del 30%. Su índice de rechazo subió ocho puntos, hasta el 40%. La respuesta de Brasilia a la segunda ola mortal de la pandemia, que ya se llevó 222.000 vidas, más que en cualquier otro país excepto Estados Unidos, no es lo única que está provocando esta decepción, sino también el fin de las generosas ayudas de emergencia que desaparecieron el 31 de diciembre. Pero no le será nada fácil a los caceroleros y opinólogos de Twitter sacarse al presidente de extrema derecha de encima tan fácil como ocurrió con dos de los últimos cinco presidentes. Bolsonaro aún conserva una minoría estratégica de votos en el Congreso y el 53% de los encuestados la semana pasada dijo que ya habían sido suficientes impeachments.
Bolsonaro prometió solemnemente, como si fuera un juramento hipocrático, no vacunarse. Hay rumores en San Pablo de que adquirió inmunidad gracias al tratamiento que tuvo cuando contrajo Covid y por eso cree que no necesita vacunas. Pero tuvo que cambiar de tono cuando se realizaron caravanas de manifestantes en su contra en cien ciudades del país. “Europa y algunos países de Sudamérica no tienen vacunas. Y sabemos que la demanda es alta. Hemos firmado acuerdos, contratos, desde el pasado mes de septiembre, con varias empresas, y las vacunas están empezando a llegar”, aseguró. “Van a llegar y van a vacunar a toda la población en poco tiempo”.
En realidad, depende básicamente de una vacuna china, desarrollada por Sinovac Biotech, mientras espera otro envío de ingrediente activo desde China, necesario para producir internamente la vacuna de AstraZeneca. Hasta ahora, el país recibió 2 millones de vacunas de AstraZeneca listas para usar. Una cifra muy reducida para los 211 millones de habitantes. Todo esto necesitaba un cambio radical de discurso. Los estragos de la pandemia que él describió como “una gripezinha” y una amenaza sólo para los “mariquitas” se convierta ahora en una amenaza “mal manejada por líderes locales” imprudentes. Dejó de promocionar a la peligrosa cloroquina como el remedio para la enfermedad. Y China es ahora el “amigo” que le tiene que dar las dosis que antes había rechazado.
Estas idas y vueltas son las que llevaron a sus ex partidarios a las calles. Convocados por Vem Pra Rua y Movimento Brasil Livre, dos grupos de derecha cuyas protestas a nivel nacional en 2016 ayudaron a precipitar el juicio político y la posterior destitución de la ex presidenta Dilma Rousseff, las manifestaciones del domingo pasado estuvieron llenas de bolsonaristas desencantados. La agencia Reuters citó a Patricia Resende, una funcionaria pública de 57 años, quien dijo que había ido para “tomar una posición” contra lo que describió como “una estafa electoral”. “Apoyo sus posiciones en economía y política, pero no se puede ser un negador del coronavirus”, dijo.
Aunque la participación en las caravanas no fue multitudinaria, si el descontento y el número de manifestantes aumenta en los próximos meses, puede suponer un problema para el presidente de cara a 2022, cuando es seguro que buscará la reelección. Las elecciones legislativas del próximo mes pueden dar algunas nuevas señales, aunque es muy probable que los candidatos apoyados por Bolsonaro se queden con el control del Congreso. Ya cuenta con una base de legisladores de centro-derecha que podrían desechar cualquier posibilidad de destitución. Mientras parece diluirse la opción de muchos conservadores que vieron en el vicepresidente Hamilton Mourao “un Bolsonaro más civilizado” y, por lo tanto, un reemplazo deseado. Mourao, un general retirado de buena lectura y contactos internacionales, era visto como el hombre que entendía el lugar de Brasil en el pacto global y podía arreglar los desaguisados diplomáticos -repetidos desaires a China, el mayor socio comercial de Brasil, el rechazo del Acuerdo Climático de París - que su jefe iba creando. Pero Mourao, hasta ahora, ha servido más de fiel acompañante que de alternativa. “La lógica dice que es mejor dejar que Bolsonaro se enfurezca y se desdiga, que cambiarlo por un derechista más político con un currículum presentable y una ventaja en las elecciones de 2022”, explicaba la última semana el Tag Report, un boletín político brasileño con información privilegiada.
Mientras tanto, sigue tejiendo nuevas alianzas que lo mantengan en el poder. Su principal apoyo sigue siendo el de los militares a los que Bolsonaro les entregó diez ministerios y más de 6.000 puestos muy bien pagos. Luego vienen los evangelistas que controlan dos ministerios, el de Educación es su ancla, y que siguen avanzando por más poder junto a los negacionistas conocidos como “olavistas”. A los grandes especuladores financieros les dio el ministerio de Economía y el Banco Central. Y ahora busca el apoyo de los poderosos camioneros. Sabe que son fundamentales. Por eso es que ya anunció una serie de medidas de subsidios al gasoil y la importación de cubiertas para evitar una huelga anunciada para este primero de febrero. Y les otorgó un privilegio muy buscado en estos tiempos: los incluyó en la lista de vacunación prioritaria junto a las Fuerzas Armadas, la policía, los bomberos y los guardias carcelarios.
Aunque estas alianzas también pueden resquebrajarse como sucedió también esta semana en el Congreso de Brasilia. Ante el “desprecio de Bolsonaro por la vida humana”, el poderoso movimiento ecuménico Frente de la Fe, formada por líderes católicos y evangélicos, presentó en la Cámara de Diputados un pedido de impeachment del presidente. El grupo cuenta con el apoyo de entidades como el Consejo Nacional de Iglesias Cristianas, la Alianza de Bautistas y la Comisión de Justicia y Paz. Al mismo tiempo, varios ministros de la Corte Suprema dijeron que, “sin rayar la armonía entre los poderes, es vital frenar las extravagancias institucionales”. “Es necesario contener los excesos del presidente”, dice el juez Gilmar Mendes.
Ante este conjunto de voluntades, que podrían llevarlo al impeachment a pesar de sus alianzas electorales, Bolsonaro no tendrá más remedio que encontrar la forma de contener una pandemia a la que negó por tanto tiempo. El abanderado del negacionismo del Covid depende de las vacunas y el control de los contagios con cualquier otro líder político del mundo. Si no logra revertir la catastrófica situación en la que se encuentra Brasil, podría salir del Planalto en la misma y desgraciada situación de su amigo y aliado Donald Trump.
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