Criciúma es una ciudad de 217.000 habitantes ubicada en el sur de Brasil, a 200 kilómetros de Florianópolis, capital de Santa Catarina. Las autoridades políticas y policiales coinciden en que el golpe de esta semana fue el más impactante en la historia del estado. “Cinematográfico” y “sin precedentes” fueron las expresiones que usó para describirlo el teniente coronel Cristian Dimitri Andrade, comandante del 9° Batallón de Policía Militar de Santa Catarina.
La operación fue realizada el lunes a la medianoche por un grupo de al menos 30 delincuentes, que contaban con una flota de diez automóviles de alta gama y fusiles de un calibre que —se creía— solo usaban las Fuerzas Armadas. Un pequeño ejército criminal, que demostró un entrenamiento y una logística propias de uno regular.
Los delincuentes mantuvieron sitiada a Criciúma durante casi dos horas. Neutralizaron a la Policía Militar, bloquearon los accesos a la ciudad para que no pudieran entrar refuerzos, tomaron rehenes —que usaron de barreras humanas— y asaltaron una sucursal del Banco de Brasil, volando la bóveda con explosivos.
Mientras se escuchaban los disparos y los estallidos en medio de la noche, el alcalde Clésio Salvaro imploró a la población que no saliera a la calle. “Criciúma es objeto de un asalto de grandes proporciones. Junto con las autoridades militares y a las fuerzas de seguridad, continuamos monitoreando y siguiendo los hechos. Quédense en sus casas. ¡MUCHO CUIDADO!”, escribió en su cuenta de Twitter.
Los delincuentes huyeron con un botín indeterminado, que se presume millonario. Si bien se hicieron varios arrestos, no está claro quiénes comandaron la acción. Si actuaron de forma autónoma o pertenecen a una de las grandes organizaciones criminales brasileñas también continúa siendo un interrogante.
Lo que sí se sabe es que no es un episodio aislado. Desde hace al menos cinco años se vienen registrando en otros estados del país golpes similares, en los que comandos fuertemente armados copan una ciudad durante algunas horas para robar uno o más bancos.
La operatoria se conoce en Brasil como “nuevo cangaço”, un término sin traducción precisa, que se usaba entre finales del siglo XIX y principios del XX para definir un tipo de modalidad criminal similar. Eran grupos de bandoleros —llamados cangaceiros— que entraban a distintos pueblos en zonas rurales para saquearlos, violar mujeres y causar destrozos de forma caótica.
Los nuevos cangaceiros tienen un nivel de preparación y organización incomparable. Pero hay un punto de contacto muy importante. Los primeros evidenciaban la enorme dificultad de un estado aún en formación para imponer un orden en todo el territorio nacional. Los actuales revelan su degradación, que se manifiesta en su creciente incapacidad para controlar la violencia y garantizar la seguridad pública en el país.
El ascenso del “nuevo cangaço”
El golpe en Criciúma comenzó a las 11.40 PM del lunes, cuando los criminales obstruyeron la entrada del 9º Batallón de Policía Militar con un camión en llamas. Mientras dejaban el vehículo, acribillaron el edificio para asegurarse de que ningún oficial saliera. Luego dejaron otro camión prendido fuego en uno de los principales accesos a la ciudad y regaron el asfalto con clavos miguelitos, para dificultar la llegada de refuerzos.
Diez minutos más tarde, se cruzaron con una patrulla policial cerca del Shopping Criciúma Houve y se produjo un intenso tiroteo, que terminó con el oficial Jefferson Luiz Esmeraldino gravemente herido. A la medianoche llegaron a la sede del Banco de Brasil, en la avenida Getúlio Vargas.
En todo momento, realizaban disparos intimidatorios, para que nadie se acercara. Mientras una parte del equipo ponía los explosivos para abrir la bóveda, otros tomaron rehenes. A algunos los obligaron a sentarse en medio de la calle, para que actuaran de barrera humana contra cualquier intento policial.
“Todo lo que se sabe sobre la acción en Criciúma apunta a la reproducción de un modus operandi ya conocido. Son grupos criminales con alto poder de fuego y buena capacidad de planificación, que atracan bancos con explosivos y armas pesadas en ciudades medianas y pequeñas, neutralizando la acción de las fuerzas de seguridad, en especial de la Policía Militar, que por lo general cuenta con un personal reducido en estos lugares. Estas acciones han ocurrido en conexión con las llamadas facciones criminales, como el Primeiro Comando da Capital (PCC), y otros grupos menores, y generalmente se articulan dentro del sistema penitenciario. Lo que sorprendió en este caso fue la envergadura de la operación, pero no es una novedad en el contexto brasileño“, explicó Rodrigo Ghiringhelli de Azevedo, profesor de ciencias sociales y criminales de la Universidad Católica de Rio Grande do Sul, consultado por Infobae.
Cuando lograron abrir la bóveda, los delincuentes empezaron a cargar el dinero en los autos, con la ayuda de algunos de los rehenes. Miles de billetes quedaron esparcidos por la calle. A primera hora de la mañana del martes, cuatro jóvenes fueron arrestados por tomar ese botín con el que se encontraron por accidente. Tenían 810.000 reales (USD 157.000), lo que permite inferir que la cifra que se llevó el ejército es realmente millonaria.
A las 6.30 AM, la Policía encontró diez de los autos utilizados en el operativo. Estaban abandonados en un maizal en el municipio de Nova Veneza, a 18 kilómetros de Criciúma. Entre el miércoles y el jueves, arrestaron a cerca de una decena de personas presuntamente involucradas en el robo. Algunas de ellas tenían fusiles y explosivos compatibles con los usados en la acción. De todos modos, se desconoce el paradero de los líderes y tampoco se sabe la organización a la que pertenecen.
“Brasil enfrenta casos similares al de Criciúma desde hace algunos años. Aquí se conocen como ‘nuevo cangaço’, en referencia a la historia de Brasil con el Cangaço de Lampião, una figura que controlaba el interior del nordeste de manera armada. Este tipo de acción aprovecha estructuras policiales más pequeñas en ciudades medianas para realizar grandes atracos bancarios. Es un problema muy complejo, ya que es muy difícil de anticipar y prevenir. La policía brasileña no está preparada. Lo que llama la atención es el uso de armamento de guerra y un gran número de hombres fuertemente equipados. Son acciones que requieren planificación y experiencia militar”, dijo a Infobae Renato Sérgio de Lima, doctor en sociología y presidente del Foro Brasileño de Seguridad Pública.
El término cangaço proviene de canga, una de las palabras que se usan en Brasil para identificar al yugo que se usa para sujetar a los bueyes a un carro de arado. Es precisamente en las zonas rurales del nordeste del país donde se acuñó la expresión para describir los saqueos y pillajes que hacían grupos de forajidos en pueblos de la región que estaban bastante desprotegidos.
El cangaceiro más famoso de todos fue Virgulino Ferreira da Silva, alias Lampião o El rey del cangaço. Nacido en Serra Talhada, Pernambuco, en 1898, se convirtió de muy joven en un criminal alrededor del cual empezaron a contarse leyendas.
Como muchos de sus blancos eran haciendas de grandes terratenientes, a quienes les sacaba todo lo que tenían, llegó incluso a ser considerado una suerte de Robin Hood pernambucano por los brasileños más pobres, a pesar de que su brutalidad no distinguía entre clases sociales. En las décadas de 1920 y 1930, protagonizó decenas de ataques con distintos grupos de cangaceiros, hasta que en 1938 lo mató una cuadrilla de policías en una emboscada.
El sociólogo y consultor Luís Flávio Sapori, coordinador del Centro de Estudios e Investigaciones de Seguridad Pública de la Universidad Católica de Minas Gerais y ex secretario adjunto de seguridad pública del estado de Minas Gerais, cuenta que los cangaceiros de hace más de 100 años eran “delincuentes rurales y nómadas, que actuaban en el interior del nordeste”. En cambio, “las bandas del nuevo cangaço son muy profesionales y cada vez más tercerizan las actividades involucradas en el crimen”.
“Los líderes de la cuadrilla —dijo a Infobae— alquilan las armas, contratan a las personas que transportarán al grupo a la ciudad y también a los especialistas en el despliegue de los explosivos. Tras el asalto y la fuga, el grupo se deshace. Aún no sabemos la conexión de estas bandas con facciones del crimen organizado en Brasil, especialmente el PCC. En principio, actúan de manera autónoma en el territorio nacional, pero no descarto la hipótesis de que el PCC está a cargo de algunas de ellas”.
El nuevo cangaço, al igual que el viejo, actúa en ciudades de chicas o medianas, que tienen botines significativos, pero escasa protección policial. En los últimos meses se produjeron varios episodios de gran envergadura que se ajustan al modelo.
Esta semana, 24 horas después del asalto en Criciúma, un grupo de al menos diez criminales asaltó una sucursal del Banco de Brasil en Cametá, en el estado de Pará, en el norte del país. El golpe también empezó cerca de la medianoche y se extendió por alrededor de una hora y media. La banda atacó el 32º Batallón de Policía Militar para impedir la salida de los agentes, tomó rehenes para usarlos de escudos humanos y detonó una parte del banco. Pero se equivocó de caja, no pudo llevarse nada y la policía mató a uno de sus miembros durante la fuga.
El 24 de noviembre a la madrugada, una equipo de aproximadamente 20 personas robó una sucursal de la Caixa Econômica Federal en Araraquara, al interior de San Pablo. Fue uno de los hechos más violentos, porque la Policía logró superar los bloqueos y hubo un largo tiroteo, pero los delincuentes escaparon con el dinero.
El 30 julio el blanco había sido otra ciudad paulista, Botucatu. En ese caso, en el que murió uno de los cerca de 30 ladrones, se informó que el botín ascendió a 2 millones de reales (USD 380.000). El 2 de mayo le había tocado a Ourinhos, en el mismo estado. Cuatro vehículos rodearon al batallón de la Policía Militar antes de ir a robar un banco y escapar.
“Hay varios grupos criminales que invaden ciudades pequeñas o medianas para asaltar bancos, provocando el pánico en la población. En el nordeste del país estas prácticas se han incrementado en los últimos años, al igual que el robo de cargas. Los camiones son asaltados a la salida de las ciudades y los grupos criminales se llevan su cargamento. La situación de la seguridad pública en Brasil viene presentando desde hace tiempo muchas dificultades para el aparato estatal”, dijo a Infobae Michel Misse, profesor de sociología de la Universidad Federal de Río de Janeiro, especializado en justicia y seguridad pública.
Un estado sin respuestas
El final del cangaço original coincidió con la instauración del Estado Novo por parte de Getúlio Vargas, que se propuso imponer el monopolio de la fuerza en todo el territorio nacional. Vargas había llegado al poder por un golpe militar en 1937 y sus modos fueron bastante brutales. Por ejemplo, tras matar a Lampião y a sus secuaces, les cortaron las cabezas y las exhibieron como trofeo.
Desde ese momento, no tardaron en caer las otras bandas, que no estaban en condiciones de hacerle frente a militares mucho más preparados y decididos a actuar. Pero el varguismo no solo apeló a la fuerza para terminar con el vacío de poder que permitía que cualquier banda impusiera sus reglas en las regiones más alejadas de las capitales. También centralizó la administración de la economía e impulsó un plan de industrialización que modernizó la estructura productiva de Brasil, creando condiciones para la inserción laboral y social de millones de personas.
El avance del crimen organizado en las últimas décadas muestra el creciente deterioro del estado brasileño, que no ha podido adaptarse a las transformaciones sociales y económicas de esta era. Son las dificultades estatales para imponer cierto orden público y para contener las demandas de los ciudadanos las que en gran medida explican la emergencia de estos grupos que controlan territorios y que ya alcanzaron dimensiones propias de ejércitos.
“Brasil tiene serios problemas de seguridad pública —dijo Lima—. En particular, tiene dificultades para integrar las distintas policías y monitorear las amenazas. El país ha fallado en el enfrentamiento del crimen organizado. Nuestra seguridad pública no ha experimentado reformas estructurales y ha tenido la misma legislación desde finales de la década de 1960. Adoptamos las mismas recetas viejas e ineficaces para los nuevos problemas”.
Las fuerzas de seguridad brasileñas tienen que hacer frente a bandas mucho más sofisticadas que las de los cangaceiros, pero lo hacen con estrategias similares a las que empleaban un siglo atrás: violencia indiscriminada y encarcelamiento masivo. Las prisiones, superpobladas, desfinanciadas y abandonadas a formas de autorregulación interna fueron el nido en el que se gestaron las grandes organizaciones criminales de hoy, como el PCC y el Comando Vermelho.
Brasil tiene actualmente 748.000 prisioneros, la tercera población carcelaria del planeta detrás de Estados Unidos y China. Como el sistema judicial se limita a encerrar a los presos y el penitenciario no puede o no quiere establecer un mínimo orden interno, las cárceles se vuelven centros de reclutamiento y de operaciones de las organizaciones criminales.
“La situación es crítica —dijo Misse—. La policía judicial está excesivamente burocratizada y la policía militar es muy violenta, lo que no ayuda a solucionar el problema. Al contrario, aumenta aún más la violencia de los delincuentes. Sólo una reforma modernizadora de las policías y la municipalización de parte de las atribuciones de seguridad del estado podría mejorar, tal vez, la situación. El sistema penitenciario también es muy malo y el encarcelamiento masivo de los últimos años ha empeorado aún más lo que ya no funcionaba bien. Las organizaciones criminales brasileñas han surgido dentro de las cárceles, que están entre las peores del mundo. La política de guerra contra las drogas ha desviado recursos y personal que podría dedicarse a delitos más graves, pero se sigue invirtiendo en el encarcelamiento de pequeños traficantes que llenan las prisiones, mientras que los delincuentes con mayor potencial ofensivo logran escapar”.
No hay ningún indicio de que la política de seguridad vaya a mejorar en el futuro próximo. Tras el fracaso de la gestión de los gobierno del PT en el área, que actuaron como espectadores mientras el problema se agravaba, Jair Bolsonaro ganó las elecciones con un discurso de mano dura contra el delito como eje. Pero todo indica que las medidas promovidas por el presidente van a profundizar la crisis.
En un país con una tasa de homicidios de 30,5 cada 100.000 habitantes, la segunda más alta de Sudamérica, después de Venezuela, la propuesta de Bolsonaro es armar a la población. A través de dos decretos, flexibilizó notablemente las condiciones para tener y portar armas de fuego. Las medidas dieron resultado, ya que en el primer semestre de 2020 creció 205% la emisión de permisos de portación en Brasil.
La otra pata de la política de Bolsonaro contra el delito era una estrategia para modernizar el sistema judicial y de seguridad, promovida por Sérgio Moro, que había asumido como uno de sus ministros estelares. Pero más allá de si las propuestas del ex juez eran las más adecuadas, no pudo impulsar cambios significativos y renunció a su cargo en abril, en medio de un escándalo que revela la fragilidad del compromiso del gobierno en esta materia.
“Hasta ahora, el gobierno federal no ha asumido la coordinación de un esfuerzo articulado y concertado para enfrentar esta modalidad criminal. Ha prevalecido la acción aislada de cada estado, con sus respectivas policías militares y civiles. Cada uno busca reprimir al nuevo cangaço dentro de sus fronteras. Sin embargo, estas bandas no tienen fronteras, no son regionales, sino nacionales. En este sentido, sería fundamental que la Policía Federal desplegara un grupo de tareas con representación de las policías estaduales, así como del Ministerio Público, para definir estrategias y tácticas más articuladas en todo el país. La actividad de inteligencia debe ser el eje de esta estrategia, con el fin de acumular información y conocimiento sobre la estructura de las organizaciones, sus proveedores y sus procedimientos para blanquear el dinero robado”, propuso Sapori.
Pero Bolsonaro parece muy lejos de impulsar algo parecido. Al dimitir, Moro denunció que el presidente pretendía intervenir directamente en el mando de la Policía Federal (PF). No para adaptarla a los desafíos que tiene Brasil actualmente, sino para impedir que investigue a sus hijos, el senador Flavio Bolsonaro y el concejal Carlos Bolsonaro.
El mandatario niega las acusaciones, incluso después de la difusión de un video de una reunión de gabinete en la que se mostró desencajado y dijo: “No voy a esperar a que me jodan a mí y a mi familia (...) Hay que cambiar a su jefe. Y si no se puede cambiar al jefe, cambiar al ministro. Y punto. No estamos aquí para bromear”. Por supuesto, él jura que no estaba hablando de la PF.
“Combatir este tipo de actividad delictiva implica inteligencia”, enfatizó Azevedo. “Para la anticipación de las acciones policiales, el control del sistema penitenciario y una regulación más estricta del acceso a las armas. Algunos estados, como Rio Grande do Sul, han tenido éxito en los últimos años en la reducción de este tipo de delitos, con la detención de los principales líderes y acciones de inteligencia policial. Sin embargo, la desarticulación de las políticas de seguridad pública, la poca importancia que tiene para el gobierno actual la gestión penitenciaria, la flexibilización del control de armas ligada al populismo criminal que lo caracteriza, y el vaciamiento del Ministerio de Justicia, sin duda tendrán como consecuencia el fortalecimiento de estos grupos y el aumento de su poder de fuego”.
MÁS SOBRE ESTOS TEMAS: