Martha estaba en una cafetería cuando una amiga le dijo que se había encontrado con la mujer que llevaba años buscando. “Me preguntó por ti”, le dijo dejándola intrigada. En ese momento sintió como si una señal del cielo le indicara que por fin su búsqueda terminaría, le pidió el número e hizo la llamada entreteniendo la idea de que tal vez esa era su madre.
Martha se llama Martha Yaneth Gómez Herrera, pero esos apellidos no son los de sus verdaderos padres. Son los de una pareja con la que vivió hasta los 13 años, cuando maltratada, humillada, violada y embarazada, pudo librarse de su yugo.
Ella creció creyendo que Hugo Albeiro Gómez Zuluaga y Martha Lucía Herrera González eran los padres que le habían tocado en mala suerte. A los 11 años descubrió que no era así, pero solo hasta hace dos semanas entendió que ellos la habían separado premeditadamente de su verdadera familia.
La mujer a la que llamó se llama Ángela Antilano y aunque no era su verdadera madre, ni marcó el fin de lo que parece una interminable búsqueda por conocer su origen, sí encendió una luz de esperanza que tras 40 años de incertidumbre parecía haberse apagado por completo.
Ella le contó a Martha una parte de su historia que desconocía: cuando tenía pocos meses de nacida fue raptada en una farmacia de la ciudad de Barranquilla (Colombia) por la pareja que la crió.
Además, la motivó a contar su caso, con la esperanza de que algún día pueda por fin reunirse con su familia, y de que también por fin se haga justicia contra la pareja que le hizo tanto daño cuando era niña, de los que no ha vuelto a saber dónde están, pero que aún gozan de impunidad.
Los rastros de un rapto
“Ah es que yo me la robé en Barranquilla”. Esas fueron las palabras que Martha Lucía Herrera González le dijo a Ángela Antilano cuando las vecinas se reencontraron en el barrio Popular 1 de Medellín y una le preguntó a la otra por la bebé que llevaba en sus brazos.
Hacía meses que no se veían, pues Martha Lucía y su esposo Hugo Albeiro se había ido del barrio y pasaron tiempo viviendo en distintos lugares. Ellos vendían muñecos de madera y tenían una vida bastante nómada.
Una de las ciudades que más frecuentaban era Barranquilla, donde casualmente Ángela tenía familia, viajaba seguido y en la que alguna vez se habían encontrado por casualidad.
Allí, en una droguería que en los años 80 tenía el nombre de Santa Cruz, habría ocurrido el rapto. Según el relato de la ladrona, contado por Ángela, y recontado por Matha a Infobae, todo sucedió muy rápido: Martha Lucía vendía sus juguetes de madera en la calle cuando vio una niña que descansaba en una canasta sobre el mostrador de la farmacia y llamó su atención. Se quedó mirándola largo rato y decidió actuar: entró, pidió un medicamento y cuando la mujer que atendía se dio la vuelta para buscarlo tomó a la niña y salió huyendo.
“La vida es una tómbola”, dice la canción de Manu Chao que suena mucho en estos días en que la Argentina y el mundo llora a Diego Armando Maradona, nunca sabes que te va a tocar. Tristemente a Martha Yaneth le tocó la peor parte, porque ni siquiera alcanzó a apostar.
Un abuso imperdonable
Los primeros recuerdos de Martha Yaneth son de vivir de ciudad en ciudad. “Éramos gitanos”, dice, y cuenta a Barranquilla (Atlántico), Bucaramanga (Santander) y Cartago (Valle del Cauca) entre los lugares en los que vivió hasta que a los 9 años sus ‘padres’ volvieron a radicarse en Medellín.
En algunos pasajes de ese periplo por Colombia recuerda que sus ‘padres’ le presentaron un “hermanito” que se quedó con ellos hasta Medellín, Golfan Albeiro, al que conoció cuando ella tenía 5 años.
Establecidos en la capital antioqueña Matha y Golfan entraron por primera vez al colegio. Ella ya tenía 10 años cuando hizo primero de primaria pero así fuera a clases nunca dejó de trabajar.
Cuenta que la pareja la obligaba a realizar todo tipo de labores, a acompañarlos a vender sus juguetes o la enviaban a pedir limosna en las casas vecinas. Por ese tiempo Martha se conoció con Ángela, que era vecina del barrio y siempre le tuvo un especial cariño.
También por esos años conoció a su “otra familia”, que vivía en el barrio Caicedo de Medellín, doña Carmen y su esposo Alfonso, a donde Martha Lucía la llevaba a escondidas de Hugo Albeiro. Ella le decía que esos eran sus verdaderos padres, aunque también, en medio de constantes regaños le repetía que su madre real era una prostituta de Rionegro (Antioquia) que la había regalado, y que más bien agradeciera porque con ellos tenía una mejor vida.
A medida que fue creciendo tuvo que lidiar con el constante acoso de su supuesto padre. Hugo Albeiro era un hombre violento y abusivo, que no perdía oportunidad para tocarla sin su consentimiento y de manera lasciva.
A los 12 años a Martha Yaneth la sacaron del colegio y la pusieron a trabajar tiempo completo y a pedir limosna. A partir de allí los maltratos y abusos solo fueron escalando, hasta que pasó lo peor.
En todos esos años dolorosos, Martha habla siempre de su “mamita”, su abuela María Clementina, la madre de Martha Lucía, que fue la primera en escucharla y creerle cuando se dio cuenta de los maltratos. Con la abuela fue por primera vez a la fiscalía e interpuso una denuncia contra la pareja por haberla agredido, algo que, para su desgracia solo hizo aumentar la violencia.
“A mi de niña me tocó ir a decir que lo que decía mi mamita era mentira, porque me habían amenazado de muerte”, relata Martha Yaneth.
Para ese entonces tenía 13 años y sentía que su vida era un infierno. Desesperada trató de huir, pero un familiar la encontró y la regresó a casa. La golpiza por querer escapar fue brutal.
“Yo le decía a mi mamá que Hugo Albeiro me estaba tocando por las noches. Yo le dije a las pocas personas que podía para poderme salvar pero contaba con la desgracia que no me creían y les contaban a ellos”, dice con profundo dolor.
Un lunes a las 6 de la mañana, poco tiempo después de que su abuela hubiera puesto la denuncia por maltrato, Martha Lucía le propinó la golpiza más fuerte de todas a Martha Yaneth, repetía que ella no era su hija, que ella era hija de una puta, y que ahora Hugo Albeiro iba a “cobrarle su crianza”.
La ató a la cama, y permitió que su pareja la violara.
En ese momento de su vida, la tómbola giró nuevamente, Martha quedó embarazada de esa violación.
Trataron de hacerle perder el bebé. La llevaron donde unas putas que le dieron un brebaje abortivo. No funcionó. La golpeaban, pateaban, pero ella seguía embarazada.
Una hermana de Martha Lucía que llegó a vivir con ellos y trajo consigo a su hijo fue la única que finalmente confrontó a la abusiva mujer. Ella se enteró de la violación de Martha Yaneth por su niño, que fue confidente de su prima.
Para esos años el barrio donde vivían era controlado por “Los Paisas” una banda criminal dirigida por un personaje conocido con el alias de “Nacho”. Ellos terminaron intercediendo cuando la noticia del abuso se supo, e hicieron huir a Hugo Albeiro y su mujer.
Años de lucha
Al quedar huérfana, Martha pasó a vivir en un hogar del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) para madres solteras.
Allí podía estar hasta que diera a luz y tenía la opción de poner al bebé en adopción. Para Martha era claro, no se quería quedar con un recuerdo de su trauma, menos si era un niño que se fuera a parecer a su agresor.
Pero fue niña, y en el momento de la verdad no pudo entregarla, decidió mejor vivir por ella y luchar porque nunca pasara por las dificultades que a ella le tocó vivir.
No fue nada fácil, era una niña de 14 años con una bebé recién nacida, sin lugar donde vivir y sin claridad de quién era su verdadera familia. Por eso está tan agradecida con su ‘mamita’ María Clemencia, que le tendió la mano en esos momentos difíciles.
También con su “otra familia” del barrio Caicedo, a donde vivió los primeros años después de dar a luz. Allí, en esa casa, vio por última vez a Martha Lucía, cuando tenía 15 años.
Martha Lucía supuestamente había regresado a pedirle perdón por el daño que le había causado. Llegó con la biblia debajo del brazo y transformada en evangélica. Algo que no le impidió tratar de llevarse a la recién bebé nacida.
“Ella vino a robarme a mi hija”, dice Martha Yaneth, pero no lo logró, ni ella ni quien en ese entonces la protegía la dejaron. Después de ese episodio no volvió a ver más a la mujer que en su niñez vio como su madre.
La vida de Martha Yaneth nunca ha sido fácil, pero a partir de ese momento por lo menos pudo empezar a construir su propio camino. Su hija siempre fue su motivación, aunque acepta que hubo momentos muy difíciles en los que pensó quitarse la vida.
“Yo tenía yo 17 años, me estaba volviendo alcohólica. Estaba en el centro y yo quería morirme, en ese tiempo pensé en olvidarme de mi hija. Es algo que a mi me da pena decir.
Llamé un amigo a pedirle dinero y él fue a buscarme como un ángel de Dios. Me dijo que tenía que vivir por mi hija y eso he hecho desde entonces”, cuenta.
A los 19 años encontró una pareja que en ese momento también fue un aliciente, y aunque se separaron y enemistaron, de esa relación quedaron tres hijos que renovaron sus ganas de vivir.
“Mi sangre han sido mis hijos”, dice Martha. Esa sangre que le fue negada al separarla de su familia, la representan hoy María Alejandra (27 años), Alexis Yesid (21 años), Mauricio y Marlon (19 años). Y los dos hijos de María Alejandra. “Mis nietos son mi vida, ellos son mis mágicos”, remata.
Martha sacó adelante a su familia gracias a la confección de ropa, oficio al que dedicó gran parte de su vida. Hace seis meses está parada, la pandemia la tomó en un momento en que sentía que todo carecía de sentido y que no encontraba regocijo en lo que hacía.
Ahora, después de tanto tiempo, vuelve a albergar la esperanza de encontrar a su familia, a su sangre. Para ella todo se reduce a dos cosas: conocer su verdadero origen y exigir que se haga justicia.
Sobre el segundo punto afirma que por muchos años no hizo nada por encontrar a la pareja que le dañó la vida. Pese a que desde hace décadas hay una denuncia contra ellos por maltrato y abuso sexual. No lo hizo más porque quería seguir con su vida, pero también por no causarle más dolores a su “mamita”.
Pero el tiempo pasa y el deseo de justicia de Martha se mantiene y ve con dolor como esa “mamita” como el resto de la familia que alguna vez la ayudó, mantiene contacto con la pareja de abusadores. “Los han perdonado porque ahora son evangélicos”.
Ella sigue sin saber dónde encontrarlos, solo tiene sus nombres y el deseo de que algún día paguen por lo que hicieron.
Su historia, lo que sabe de ella, lo que le tocó vivir en la tómbola de la vida, la cuenta para ver si resuena en una familia que hace cuatro décadas perdió una hija, y que todavía como ella, añore un reencuentro.
Hace cuatro días se conocieron unos primeros candidatos, una pareja de Soledad (Atlántico) un municipio cercano a Barranquilla que dice haber perdido a una hija en los 80 en medio de extrañas circunstancias.
Esa noticia fue recibida con recelo y desconfianza por Martha Yaneth, que dice que no cuadran los tiempos con lo que sabe de su historia. Tal vez sea el miedo hablando, tal vez falte aún que aparezca su verdadera familia, pero mientras esto sucede para Martha seguirá más vigente y cercana la pregunta más antigua de la humanidad: ¿de dónde vengo?
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