Presidentes y herederos en América Latina: los inquietantes antecedentes que miran Luis Arce y Evo Morales

El gobierno electo de Bolivia nace con una dualidad que no es desconocida en la política latinoamericana: el jefe de Estado no es el líder histórico del movimiento, que no pudo seguir en el poder a pesar de haberlo intentado. Una historia de convivencias difíciles, deslealtades y enfrentamientos sin retorno

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Evo Morales y Luis Arce durante un encuentro partidario en Buenos Aires, Argentina. en Febrero de 2020 (REUTERS/Agustín Marcarian)
Evo Morales y Luis Arce durante un encuentro partidario en Buenos Aires, Argentina. en Febrero de 2020 (REUTERS/Agustín Marcarian)

En política no hay asunto más delicado que la sucesión. El momento en que un liderazgo le cede el lugar a otro es siempre una potencial fuente de inestabilidad. Sobre todo, cuando el que se va deja un vacío que el que llega no está en condiciones de llenar. O cuando el que se va –obligado– no está dispuesto a dejarle espacio al que llega.

Las monarquías resuelven este dilema a través de reglas de consanguinidad, que tienen la ventaja de ser claras y, habitualmente, inapelables. Pero la enorme desventaja de ser demasiado rígidas y propensas a las crisis cuando al que le correspondería por la sangre no está en condiciones de desempeñar el papel. Las democracias usan las elecciones, que tienen el inconveniente de ser un proceso más complejo, sujeto a impugnaciones, pero la virtud de una legitimidad robusta cuando todas las partes aceptan las reglas.

¿Pero qué pasa con las sucesiones dentro de una misma fuerza política? En contextos altamente institucionalizados, como las democracias parlamentarias europeas, también se resuelven a través de elecciones. Cuando el líder partidario es también primer ministro tiende a permanecer como jefe mientras cuenta con el respaldo de la ciudadanía, pero la norma es que renuncie cuando lo pierde, y que su sucesor surja de una votación entre los miembros del partido. Al no haber límites a la reelección del primer ministro, nunca llega a producirse el dilema de un líder forzado a nombrar un heredero a pesar de ser la figura más popular del país.

Luis Arce, presidente electo de Bolivia (REUTERS/Agustin Marcarian/File Photo)
Luis Arce, presidente electo de Bolivia (REUTERS/Agustin Marcarian/File Photo)

El problema se complejiza en los sistemas presidenciales, en los que no suele estar autorizada la reelección indefinida para evitar desviaciones autocráticas. Las reglas sucesorias tienen que estar muy definidas para evitar conflictos. En Estados Unidos, por ejemplo, el presidente se tiene que retirar indefectiblemente tras un máximo de ocho años y se espera que no incida en la interna partidaria que nombra a su sucesor.

Más interesante es el caso de México en la era de la hegemonía del PRI, un caso único de cómo resolver el problema en un contexto autoritario. En los 70 años que gobernó de manera ininterrumpida, cada presidente tenía que dejar el poder tras cumplir su sexenio, pero tenía la posibilidad de elegir quién iba a ser su heredero, en un sistema que se conocía como “el dedazo”.

No obstante, cuando las reglas no están tan claras, porque prima la inestabilidad política, o porque estas fueron modificadas por un líder fuerte, la sucesión se vuelve un desafío mayúsculo. Especialmente, si se produce de manera forzada, porque factores interno o externos llevaron al jefe a desistir de su vocación de continuar en el gobierno y a nombrar a alguien en su lugar. En esos casos, la convivencia entre el que se va y el que llega puede ser muy traumática, al punto de provocar un quiebre en la fuerza política y, en el peor de los casos, una crisis nacional.

En esa encrucijada se encuentran Luis Arce y Evo Morales tras las elecciones del domingo pasado, que devolvieron al MAS a la presidencia, con el ex ministro de Economía al frente. El papel que desempeñará Morales en los próximos años y el vínculo que mantendrá con su heredero son un gran interrogante. Si miran los antecedentes de los casos comparables en la región, ambos tienen razones para inquietarse.

Evo Morales y Luis Arce (JULIETA FERRARIO / ZUMA PRESS)
Evo Morales y Luis Arce (JULIETA FERRARIO / ZUMA PRESS)

Traiciones, peleas y algo de lealtad

Argentina tiene una larga lista de conflictos entre presidentes fuertes y sus herederos, que se remonta hasta el siglo XIX. Julio Argentino Roca, líder indiscutido de la generación política que sentó las bases de la Argentina moderna, no quería romper el pacto acordado por la exclusiva clase política de la época, así que dejó la presidencia tras cumplir su primer mandato de seis años, en 1886. Pero no estaba dispuesto a dejar el poder del todo.

Por eso, eligió como sucesor a Miguel Juárez Celman, su concuñado, convencido de que podría supervisar su gobierno. Pero rápidamente se dio cuenta de que las ambiciones del dirigente cordobés no se lo permitirían. Para suerte de Roca, la desastrosa gestión económica de Juárez Celman y la creciente presión de la oposición, agrupada en la Unión Cívica, desencadenaron la Revolución del Parque en 1890. Perdido el respaldo de El Zorro tucumano y de muchos de sus aliados, tuvo que renunciar. Ocho años después, Roca volvió a la presidencia y completó un segundo mandato de seis años.

También hay ejemplos ilustrativos en la historia del peronismo, un movimiento que se apoyó siempre en liderazgos personalistas, empezando por su fundador. Cuando regresó a la Argentina en 1972, luego de 17 años de proscripción y exilio, y la dictadura encabezada por el general Alejandro Agustín Lanusse le prohibió ser candidato a presidente, Juan Domingo Perón eligió como delfín a Héctor Cámpora, su delegado personal.

Julio Argentino Roca y Miguel Juárez Celman
Julio Argentino Roca y Miguel Juárez Celman

Tan inmensa era la asimetría de capital político entre uno y otro que el lema de la campaña electoral de 1973 rechazó cualquier tipo de eufemismo: “Cámpora al gobierno, Perón al poder”. El Tío ganó ampliamente las elecciones del 11 de marzo de 1973 y asumió la presidencia el 25 de mayo.

Su gobierno debía ser una corta transición para la organización de nuevos comicios, con Perón como candidato. Pero fue más corto y convulso de lo que se esperaba. La cercanía de Cámpora con el ala izquierda del movimiento, en particular con Montoneros, desató la ira del ala derecha y terminó enojando al propio Perón, que le retiró el apoyo. El ex delegado renunció 49 días después de asumir y fue Raúl Alberto Lastiri quien lideró el tránsito hasta los comicios de septiembre de 1973, que decretaron el retorno de Perón a la presidencia.

Carlos Menem, el primer gran caudillo peronista tras la muerte de Perón en 1974, también tuvo dificultades para la sucesión. Asumió en 1989 y, tras domar la hiperinflación, logró en 1994 una reforma constitucional que le permitió aspirar a la reelección en 1995. Sus intentos de competir por un tercer mandato fueron vanos y debió aceptar como candidato a Eduardo Duhalde, que había sido su primer vicepresidente, pero que desde la gobernación de la provincia de Buenos Aires se había transformado en un poderoso rival interno. Ese enfrentamiento no ayudó a Duhalde, que perdió las elecciones de 1999 contra Fernando de la Rúa.

Héctor Cámpora y Juan Domingo Perón
Héctor Cámpora y Juan Domingo Perón

Pero el ex gobernador tuvo su oportunidad dos años más tarde, como presidente interino, tras la renuncia de quien lo había vencido. Su promesa de no ser candidato en 2003 y la altísima conflictividad social de esos años, lo obligaron a designar a un delfín para evitar el regreso de Menem. El elegido fue el casi desconocido Néstor Kirchner. La victoria del gobernador de la provincia de Santa Cruz luego de que Menem desistiera de participar de la segunda vuelta electoral, le permitió a Duhalde tener a un aliado en la Casa Rosada. De hecho, Kirchner mantuvo a su ministro de Economía, Roberto Lavagna.

Pero la alianza no duró mucho. La disputa por el liderazgo del peronismo se saldó en las elecciones legislativas de 2005, en las que la ex primera dama Cristina Kirchner derrotó su predecesora, Hilda Chiche Duhalde, en la disputa por un lugar en el Senado por la provincia de Buenos Aires.

Durante los diez años siguientes años no hubo problemas sucesorios en Argentina, porque Néstor Kirchner le entregó el bastón de mando a su esposa en 2007, y ella lo conservó hasta 2015, cuando concluyó su segundo mandato. Así como Duhalde había sido un candidato incómodo para Menem, Daniel Scioli —que también había sido vicepresidente y gobernador de Buenos Aires— lo fue para Cristina Kirchner. Nadie sabe cómo habría sido esa relación porque perdió con Mauricio Macri.

Eduardo Duhalde y Carlos Menem (NA)
Eduardo Duhalde y Carlos Menem (NA)

Pero cuatro años más tarde, se vuelven a ver las dificultades que hay en Argentina cuando gobierna el partido más grande del país, pero no su líder. Porque a pesar de haber sido la principal dirigente opositora de Macri, Kirchner prefirió ser candidata a vicepresidenta en 2019, postulando a la presidencia a Alberto Fernández, ex jefe de gabinete, ex enemigo y flamante colaborador. Desde el triunfo del año pasado, Fernández no logra responder satisfactoriamente a la pregunta sobre quién manda en su espacio. Un interrogante que lo debilita cada vez más.

“A los científicos sociales les interesa entender los patrones y los fenómenos generalizables, pero algunos resultados dependen en gran medida de líderes individuales o de shocks exógenos impredecibles. Tiendo a creer que hay mucha contingencia y poca previsibilidad en la relación entre los líderes populistas y sus sucesores. Para señalar algo perfectamente obvio, la probabilidad de una transición sin problemas del líder fundacional a su sucesor aumenta cuando ocurre dentro de la familia. Las dinastías familiares son sorprendentemente comunes, no sólo en regímenes autoritarios, sino incluso en democracias. Uno de los casos más conocidos es la transición de Nehru, fundador de la democracia india, a su hija Indira Gandhi, que la destruyó temporalmente con un autogolpe en 1975. Los Kirchner en Argentina y los Bush en los Estados Unidos son otros ejemplos. Y también los Trudeau en Canadá, una de las democracias más vibrantes del mundo”, explicó Scott Mainwaring, politólogo especializado en América Latina del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Notre Dame, consultado por Infobae.

Conflictos similares por el liderazgo se ven desde hace tiempo en otros países de América Latina. Algunos de los más agudos ocurrieron este siglo en Colombia tras el ascenso de Álvaro Uribe, que desde que ganó las elecciones en 2002 se convirtió en el eje en torno al cual gira la política colombiana. La popularidad que le dieron las victorias en la lucha contra las FARC lo dotaron del capital político para reformar la Constitución y competir por un segundo mandato en 2006.

Eduardo Duhalde le entrega el bastón presidencial a Néstor Kirchner en 2003 (NA)
Eduardo Duhalde le entrega el bastón presidencial a Néstor Kirchner en 2003 (NA)

Quiso ir por un tercer mandato, pero no se lo permitió la Corte Constitucional. Entonces, eligió como heredero a Juan Manuel Santos, que había sido su ministro de Defensa. Santos ganó las elecciones de 2010 y, pocos meses después de su asunción, rompió con Uribe. Inesperadamente, quien había sido uno de los brazos ejecutores de la política de presión sobre las FARC se transformó en el promotor de un acuerdo de paz considerado una aberración por el ex presidente, pero por el cual Santos ganó el Premio Nobel de la Paz en 2016. Dos años antes, había conseguido la reelección derrotando a Óscar Iván Zuluaga, el nuevo delfín de Uribe.

Para los comicios de 2018, el ex presidente postuló a un nuevo protegido, Iván Duque, que se impuso ampliamente. Esta vez, parece haber elegido bien, al menos en función de sus intereses. A más de dos años de su llegada a la Casa de Nariño, Duque se mantiene como un aliado fiel de Uribe, al punto de haber criticado públicamente la decisión de la Corte Suprema de dictarle prisión domiciliaria en una causa por soborno y fraude procesal.

Más extrema fue la pelea entre Rafael Correa y Lenín Moreno. El ex presidente ecuatoriano, que asumió en 2007 y acumuló una popularidad y un poder desconocido para sus antecesores, que le permitió reformar la Constitución y ser reelecto en dos ocasiones, terminó su tercer mandato en 2017. Sin posibilidad de continuar, más allá de algunos amagues, designó como reemplazante a Moreno, que había sido su vicepresidente hasta 2013.

La ruptura fue total. El actual mandatario no solo privó a su mentor de ejercer cualquier tipo de influencia en el gobierno, sino que realizó un giro de 180 grados en muchas de sus políticas. A nivel internacional, cortó la alianza con el eje bolivariano y se acercó al Grupo de Lima y a Estados Unidos. A nivel local, cambió radicalmente la política económica, presentó un plan de austeridad fiscal y firmó un acuerdo con el FMI. Al mismo tiempo, apoyó una serie de investigaciones judiciales, que terminaron con una condena a ocho años de prisión por corrupción, que fue ratificada por la Corte Nacional de Justicia el mes pasado, inhabilitándolo a participar de los comicios de 2021.

Néstor y Cristina Kirchner en 2007 (NA)
Néstor y Cristina Kirchner en 2007 (NA)

“Creo que la separación es más probable si el heredero tiene un capital político independiente o mucha popularidad al inicio, como Santos en Colombia, o si el partido de gobierno está dividido, como pasó en Ecuador. Si la herencia ocurre en un contexto semi-autocrático, la pregunta es si el heredero va a democratizarse. Ello depende de los valores democráticos del heredero, pero también de su capacidad institucional para reprimir y controlar las instituciones. Nicolás Maduro heredó la caja de herramientas autoritarias más completas de la región y rápidamente las puso a su disposición. En cambio, Moreno y Santos no heredaron tantos controles y mantener el semi-autoritarismo heredado no hubiera sido fácil. Como resultado, liberalizaron el régimen”, dijo a Infobae Javier Corrales, profesor de política latinoamericana del Amherst College.

Este repaso muestra que parece muy difícil que haya una convivencia pacífica entre los líderes de un espacio y sus sucesores en la región. Termina siendo casi inevitable que uno se fagocite al otro para sobrevivir. No obstante, hay una excepción muy clara. Sería imposible no ubicar a Lula da Silva como uno de los tres líderes más influyentes del siglo XXI latinoamericano. Cuando dejó la presidencia el 31 de diciembre de 2010, después de ocho año de gobierno, era probablemente el político más popular de la historia de Brasil. Pero no sólo no intentó seguir otro mandato, sino que eligió a una sucesora y la dejó gobernar.

Dilma Rousseff, que ganó las elecciones de 2010 gracias al apoyo de Lula, nunca se sintió amenazada por su liderazgo. Él siguió siendo la principal figura del PT y de la política brasileña, pero nadie ponía en cuestión la autoridad de Rousseff como presidenta. Se mantuvieron unidos en la campaña en la que ella obtuvo la reelección en 2014 e incluso a lo largo de la crisis que terminó con la destitución de la presidenta y el arresto del ex mandatario en 2016.

El presidente  Alberto Fernandez y la vicepresidenta Cristina Kirchner (Juan Mabromata/Pool via AP)
El presidente Alberto Fernandez y la vicepresidenta Cristina Kirchner (Juan Mabromata/Pool via AP)

Los caminos de Arce y Morales

Evo Morales se formó como dirigente sindical cocalero en el trópico de Cochabamba y en 1997 formó junto a otros sectores políticos y sociales el Movimiento al Socialismo (MAS), del que fue líder absoluto durante 23 años. En 2005 ganó las elecciones presidenciales por una holgada ventaja y se transformó entonces en la máxima figura de la política boliviana.

Fueron casi 14 años consecutivos en el gobierno, más que cualquiera de sus antecesores. La Constitución impulsada por él mismo en 2009 lo obligaba a cederle el lugar a otro en 2014, porque solo habilitaba dos reelecciones consecutivas, pero consiguió un fallo del Tribunal Constitucional que le permitió volver a presentarse, por última vez.

Para seguir en el poder después de 2020 necesitaba una nueva reforma constitucional. La intentó, pero la mayoría de los bolivianos se opuso en el referéndum del 21 de febrero de 2016. Ya no tenía margen dentro de las reglas del juego democrático. Pero aún así se negó a elegir un sucesor.

Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe (AP)
Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe (AP)

Para que nadie lo pueda acusar de imparcialidad y neutralidad, el mismo Tribunal que lo había perdonado antes emitió en 2017 uno de los fallos más insólitos de la jurisprudencia latinoamericana: estableció que prohibirle ser candidato a presidente era una violación de un derecho fundamental, de modo que la Constitución de 2009 pasó a ser inconstitucional y la reelección indefinida quedó habilitada de hecho. Al menos para Morales.

Un probable conflicto que podría desencadenar algún tipo de enfrentamiento entre Morales y Arce tiene que ver con la tradición caudillista y la lógica egocéntrica que siempre ha caracterizado a la conducta política del ex presidente, que suponía que su liderazgo era irreemplazable, además de la fuerza estratégica que le otorgaba el movimiento cocalero en Cochabamba. Aunque esto cambió drásticamente porque Arce demostró que pudo vencer esta tendencia y lograr nuevas lealtades políticas en los sectores populares y en las clases medias de casi todo el país”, sostuvo el sociólogo político boliviano Franco Gamboa Rocabado, en diálogo con Infobae.

Para que Evo aceptara elegir un heredero tuvo que producirse una crisis de tal magnitud que Bolivia quedó al borde de la guerra civil y él afuera de la presidencia y del país. La rebelión popular desatada por las irregularidades en el conteo provisorio de los comicios del año pasado, que se montó sobre la indignación que había generado la decisión de ignorar el referéndum, combinada a los saqueos y linchamientos contra personajes del gobierno, al amotinamiento de la policía y a la presión de las Fuerzas Armadas para que renuncie, hicieron insostenible la permanencia de Morales en el cargo.

Álvaro Uribe e Iván Duque
Álvaro Uribe e Iván Duque

El ex presidente, que se exilió en Argentina, eligió finalmente a Arce para representar al MAS en las elecciones. Él mismo trató de ser candidato a senador, pero la Justicia se lo prohibió con el argumento de que ya no se encontraba en el país. Claro, tampoco podía volver porque el gobierno interino de Jeanine Áñez había impulsado distintas causas judiciales que habrían significado su arresto ni bien pisara suelo boliviano.

Gamboa Rocabado cree que el futuro de la relación entre Morales y el presidente electo “depende de que Arce deseche por completo la posibilidad de que prosperen los juicios, lo cual es altamente probable”. “La derrota de la derecha fue tal que será imposible lograr resultados positivos en el Poder Judicial con las acusaciones sobre terrorismo, estupro y corrupción, que las fuerzas de derecha pensaban impulsar hasta las últimas consecuencias”.

La trayectoria de Arce no podría ser más diferente a la de su padrino político. Economista de formación, realizó la mayor parte de su carrera laboral como funcionario público, en distintos cargos técnicos. Su fama empezó a crecer desde que asumió como ministro de Economía del flamante gobierno de Morales en 2006, comandando el período de mayor crecimiento de la historia del país.

Lenín Moreno junto a Rafael Correa
Lenín Moreno junto a Rafael Correa

“Aunque se puede decir que Arce tiene mucha experiencia en el área de administrar, no me parece que tenga la suficiente experiencia haciendo política”, dijo a Infobae el politólogo y economista boliviano Miguel A. Buitrago. “Las próximas semanas serán indicativas de si puede formar un entorno cohesivo y leal, balancear los diferentes intereses existentes en el MAS y reflejarlos en su gobierno, consolidando algún grado de control sobre las diferentes fracciones en el Congreso. Para solidificar su liderazgo tiene que mantener una relación constructiva con Morales y con los cocaleros del trópico de Cochabamba, al igual que con las otras dos organizaciones matrices del MAS, las bartolinas (Confederación Nacional de Mujeres Campesinas Indígenas) y los campesinos. Esto es en realidad mucho más difícil de lo que parece”.

En su corto paso por la política pura, desde que asumió como candidato, Arce logró posicionarse como un líder sobrio y moderado, capaz de contener a los masistas más duros y de atraer a votantes independientes. Su aplastante triunfo en las elecciones del domingo pasado, en las que superó el 55% de los votos y le sacó casi 27 puntos de ventaja al segundo, no solo lo convirtieron en presidente electo, también lo legitimaron como líder del MAS.

No solo porque sacó más votos de los que había obtenido Morales el año pasado (47%), sino porque su triunfo es la prueba de que el MAS tiene una mayoría que el ex presidente puso en peligro por su decisión de querer atrincherarse en el Palacio Quemado. Paradójicamente, es posible que Arce esté en mejores condiciones de afianzarse como jefe hoy que si hubiera sido elegido en 2019.

Dilma Roussef y Lula Da Silva (AP)
Dilma Roussef y Lula Da Silva (AP)

“Como ex ministro de economía, conoce en su integridad el funcionamiento del aparato estatal y sabe que los organismos multilaterales de desarrollo van a colaborar con un colchón de recursos económicos debido a los compromisos asumidos internacionalmente para salir adelante luego de la pandemia. Es un profesional con experiencia técnica y formación académica, razón por la cual goza de buena reputación en todos los sectores sociales que conforman las bases del MAS. En segundo lugar, Arce no podría ser opacado por Morales debido a las demandas que hay al interior del MAS para reorientar al partido. Los sectores que organizaron exitosamente la campaña y ahora gozan de mayor fuerza política adelantaron que no existe ningún plan para incorporar al viejo entorno de Morales, que sembró una serie de escándalos y dudas en el periodo 2006 - 2019. Arce, al haber conseguido inclusive mayoría en el Congreso, se encamina hacia el logro de una hegemonía política para superar cualquier sombra de Evo”, afirmó Gamboa Rocabado.

Sin embargo, la figura de Morales puede volverse amenazante para Arce si este no logra un desarrollo económico que garantice un mínimo de bienestar, un reto enorme en un contexto internacional mucho menos favorable que el que tuvo como ministro. El problema es que cualquier ajuste o recesión será comparado con el crecimiento astronómico de la etapa anterior, y contra eso es muy difícil competir.

“Otro factor que veo yo es la crisis económica que se avecina en el mundo, la región y el país —dijo Buitrago—. Arce enfrentará un país muy diferente que el que Morales heredó al entrar al gobierno. Su presidencia coincidió con un periodo de expansión económica de la región llevada a las espaldas de los altos precios de materias primas. En términos simples, el entorno económico fue muy propicio. Aun durante la crisis financiera de 2008-2009 la región latinoamericana creció a un paso decente y a Bolivia le fue muy bien. Ahora el país enfrentara un entorno hostil con los efectos de la pandemia, los precios de las materias primas en bajo nivel, la deuda incrementando a pasos gigantescos, los déficits deteriorándose más y más, etc. En este entorno económico Arce tendrá que tomar decisiones muy difíciles, que tal vez contradirán a la política del MAS en la era de Morales”.

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