Indignante y sin cifras explícitas, que tampoco establece diferencias entre adultos, jóvenes y niños que han perdido su vida, mientras desarrollaban actividades cotidianas. Tomando leche, jugando a la pelota, o sencillamente durmiendo. Lo cierto es que decenas de vidas terminan abruptamente en Chile, víctimas de un impacto inesperado.
Un mal que se bautizó como “balas locas”, pero que tienen detrás de su recorrido mortal, a un o una responsable, que se esconden detrás de una batalla, generalmente pautada por rencillas de droga o sicariatos variantes del narco en diferentes poblaciones del país. Disparos que van y vienen y que terminan en el destino equivocado.
El último caso conocido es el de una menor de edad, quien, con 4 años, resultó impactada por una bala en su hombro mientras estaba en su casa. Testigos hablan de una riña registrada a pocos metros de su hogar en la comuna de Independencia, a unos 20 kilómetros de Santiago, en la Región Metropolitana. Y no fue la única lesionada, además, un adulto resultó herido en plena vía pública. La policía informó que se trató de “un ajuste de cuentas” entre bandas de narcos rivales. El autor del disparo, en este caso reconoció la razón del enfrentamiento y se entregó a la policía.
Las historias de casos de víctimas de las denominadas “balas locas” en el país suman cifras que no han sido cuantificadas, aunque desde la Policía de Investigaciones de Chile (PDI), califican como críticas. Las poblaciones de Santiago donde cada noche los vecinos desarmados escuchan escondidos en sus casas, las balaceras entre los vecinos que sí están armados. Son sectores donde ni la policía ni las ambulancias se atreven a entrar. Barrios donde los delincuentes, son además soldados del narco, aquellos a los que se les denomina “choros”, que están armados y solucionan sus problemas a tiros. Son calles, donde en los últimos tiempos, las víctimas que caen son niños y niñas que, por casualidad, se cruzaron en la línea de fuego.
Héctor Moya es jefe del área de traumatología del Hospital Roberto del Río, un establecimiento de niños de la capital chilena. Moya es destacado por ser el único profesional que ha desarrollado un estudio acabado sobre menores víctimas heridos y muertos por balas. “Desde los últimos cinco años, pero con mayor frecuencia desde los últimos tres, hemos recibido cada vez más niños heridos con armas de fuego. No era algo a lo que estuviéramos acostumbrados. Por eso tuvimos que elaborar un protocolo de manejo para estos niños heridos. Lo que impacta es que son víctimas de problemas que nada tienen que ver con ellos”, dice el profesional.
La Policía de Investigaciones de Chile explica el fenómeno, en parte, por el aumento de tenencia de armas de fuego: “Hay más armas, porque hay más gente que las compra para defenderse y los delincuentes se las roban. Por lo general, las armas implicadas en balaceras contra niños son robadas, y es fácil y barato adquirirlas”, explica Álvaro Astroza, jefe de la Brigada de Homicidios de la PDI.
Lamentablemente el caso de la pequeña de 4 años que lucha por su vida tras recibir el impacto de una bala, no es el único. Las historias se han conocido de manera dramática, una tras otra. Isidora Gutiérrez de 1 año; el pequeño Nelson Merino de 8; Christopher Pérez Pérez, de 12 años; Víctor Soto Quezada de 15; Rosita Muñoz Gallardo de 13; sólo algunos de los más emblemáticos, con desenlace fatal, registrados en los últimos años.
Uno de los últimos, connotados y con resultado de muerte es conmovedor. Mientras dormía en su casa de la población Raúl del Canto de La Pintanta, a unos 30 kilómetros al sur de Santiago, Baltazar Díaz, un bebé de nueve meses de vida, fue alcanzado por una “bala loca”.
El lactante se encontraba de madrugada en el dormitorio junto a sus padres cuando, desde el exterior, se escucharon a la distancia algunos disparos. Algo habitual para ese barrio. De pronto, de la oscuridad surgió un estruendo y luego el llanto del bebé. Al encender la luz, los padres vieron que el niño tenía una herida en la frente.
En un primer momento pensaron en un momento se trataba de la mordedura de algún animal, por lo que rápidamente lo llevaron hasta el hospital Sótero del Río. El impacto fue inmediato cuando los médicos les informaron que la herida era producto de una bala. Pese a los esfuerzos, el trabajo del equipo médico no rindió frutos. El pequeño Baltazar dejó de existir. “Una herida a bala en un niño muy pequeño siempre es muy difícil. Se hicieron todos los tratamientos, todos los esfuerzos, se aplicó toda la tecnología posible, pero a pesar de eso, falleció en la Unidad de Cuidados Intensivos acompañado de su familia”, informó el doctor Gonzalo Menchaca, director del Sótero del Río.
Para la justicia es difícil ubicar a los que aprietan el gatillo. Y, cuando dan con ellos, es complicado determinar quién fue, en el caos de una balacera, el que disparó el tiro que le dio a un niño, según explica Astroza. “Las penas normalmente son rebajadas, porque los culpables no tenían intención de dispararle a un menor y, muchas veces, también los culpables son menores de edad”, agrega. Con frecuencia, los niños caen baleados sin culpa ni culpables.
En el funeral del pequeño Baltazar, la alcaldesa de la comuna Claudia Pizarro, hizo un llamado enfático a apurar el proyecto de ley que se discute en el Congreso, y que fue respaldado por el Gobierno, que aumenta penas por el uso y tenencia ilegal de armas. “Comprar balas es como comprar un kilo de pan en Chile y en mi comuna hay más balas en el aire, que volantines", declaró.