“Siempre se los digo, los delincuentes son ustedes. Yo soy un hombre que anda ganándose la vida vendiendo cuajada. ¡Viva Nicaragua libre! ¡De que se van… se van!”. Al pie de una moto, un hombre de mediana edad arenga a una decena de policías que lo escuchan indiferentes. No es la primera vez que lo hace. Según sus cuentas, lo han detenido unas 60 veces este último año.
Con frecuencia hay policías apostados frente a su casa. Lo detienen al salir o al entrar en su moto, después de vender cuajadas por las calles de Juigalpa, una ciudad a 127 kilómetros de Managua. Procura grabar cada detención con teléfono celular. Si no lo hace él mismo, lo hace su esposa o algún vecino. Dice que grabar cada intervención policial puede haberle salvado de que le plantaran algún alijo de drogas para luego acusarlo por narcotráfico. “O que me lleven y me desaparezcan como han hecho con otros”, apunta.
El policía que parece ser el jefe, termina el minucioso registro que incluyó que se bajara los pantalones, se quitara los zapatos y entregara su mochila. Una vez satisfecho, el agente le dice:
-Se puede retirar.
-No, si los que se pueden retirar son ustedes, porque yo estoy en mi casa.
Lenin Salasblanca, 38 años, es un personaje en Nicaragua. Su nombre resulta familiar. Sus videos están en todas las redes sociales. Y su nombre aparece en las noticias, ya sea porque enfrentó otra vez a la Policía o porque, otra vez, se lo llevaron preso. Carlos Mejía Godoy, el más reconocido cantautor nicaragüense, compuso una canción a su valentía.
Es un vendedor ambulante. Y opositor al régimen de Daniel Ortega. Por esta razón estuvo preso 10 meses, y desde que salió, sufre un acoso implacable de la policía nicaragüense que lo vigila, lo detiene y lo amenaza todo el tiempo. La diferencia con otros ex reos políticos que igual sufren acoso, es que Salasblanca filma sus detenciones, sermonea a sus captores y publica los videos en redes sociales.
Y esto que puede parecer poca cosa en otros países, es una actividad de alto riesgo en Nicaragua, donde la Policía se ha dedicado principalmente a reprimir opositores, opera en coordinación con grupos paramilitares y está sancionada por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos “por graves abusos contra los derechos humanos”.
“Lo encarcelan, lo persiguen, lo acosan, le quitan su modus vivendi, le arrebatan su morralito donde lleva sus cuajadas, le hacen verdaderas porquerías y él continúa con su corazón gallardo denunciando de manera sostenida, erguida, valiente, toda la barbarie que sufre nuestro pueblo”, expresó Carlos Mejía Godoy en un mensaje grabado desde el exilio, que difundió Radio Corporación, de Managua.
Mejía Godoy compuso un corrido a Salasblanca que en una de sus estrofas dice: “Lo atropellan sin piedad y les suelta una frase fina; tengo una oferta especial para la guardia asesina, aquí tengo en mi morral lo que ponen las gallinas”.
La historia de Lenin Salasblanca es la de un niño que hasta los diez años vivió feliz en un ambiente pobre y rural. Su padre era militar y su madre maestra de escuela. Toda su familia simpatizaba con el sandinismo. A los 11 años, sin embargo, su vida da un giro dramático. Su padre, alcohólico, abandona a su madre con cuatro hijos y poco después muere su abuelo, don René Escobar, la verdadera figura paterna de su vida. Salasblanca vende cigarros, dulces y gomas de mascar por las playas de Granada para ayudar a su familia, pero también hace pandilla con otros niños en la calle con quienes roba y se droga con pegamento de zapatería.
“Mi mayor vicio en ese entonces fue la pega (de zapatos). Fui un chavalo huelepega, de la calle. Me le iba a mi mamá hasta León a las fiestas patronales y mi pobre madre ahí andaba detrás de mí, buscándome. Eran un niño rebelde”, relata.
A los 13 años se fue a Costa Rica a trabajar en la recolecta de café y ahí se encontró con el padre que lo había abandonado dos años antes. Le ofreció drogas desde el primer día. “Las primeras cinco piedras de crack que yo me fumé en mi vida fueron un regalo de mi papá. Fue un vicio que me perjudicó mucho”, dice.
A partir de ahí vivió la peor etapa de su vida. Una vida de indigente en Costa Rica. “Dormía en cartones, comía de la basura, robaba, pedía, hacía trabajos de botar basura a la gente, limpiar carros. Estuve en varios centros de rehabilitación. Perdí contacto con mi familia. Iba de casa en casa pidiendo comida”.
La “salvación”, como él la llama, le llegó de la mano de un zapatero que le ofreció 200 colones (unos 35 centavos de dólar) por botarle la basura. Al final de la tarea le pidió hacer una oración por él. “Yo lo hice muchas veces por aprovechar los 200 colones, pero sentía que estaba jugando con Dios. Así que le dije que no quería seguir haciendo esa oración porque cada vez que él me daba los 200 colones yo me iba a pegar el bombazo (drogar). Él me dijo: Cada vez que le has orado a Dios él ha sembrado una semilla en vos y un día, sin que te des cuenta, te va a cambiar”.
El cambio le llegó, dice, a la una de la madrugada del 26 de diciembre de 2003. “A la una de la madrugada, con frío y con hambre, porque esa vez ni cartones había conseguido en la basura, bajo un aguacero, me solté en llanto y le dije al Señor que ya no aguantaba esa vida. Dejé las calles y los vicios. Como milagro mi mamá se apareció. Ella nunca había dejado de buscarme. Una vez la agarró Migración y las otras veces no me había encontrado. Vine a Nicaragua en el 2004. Tenía 22 años”.
La única vez que Lenin Salasblanca ha votado en su vida fue en las elecciones presidenciales de 2006. Votó por el regreso de Daniel Ortega al poder. Poco después comenzó a ver que no era el gobierno que le habían prometido. “Miraba asesinatos de los que nadie era culpado, empecé a ver abuso de poder, corrupción… Qué barbaridad, en las oficinas del Estado había banderas del Frente Sandinista y ninguna de Nicaragua. Hasta que reventó el 2018”
Dice que empezó a involucrarse en las protestas de abril de 2018 un día que iba pasando por una calle y un nutrido grupo de sandinistas, todos conocidos suyos, acosaba, golpeaba e insultaba a cinco muchachas que estaban protestando con una pancarta. Les arrebataron la pancarta y él, en solidaridad, se paró al frente y se lanzó el primer discurso público de su vida. Lo recuerda letra por letra: “No se preocupen muchachas, volvemos a hacer otra pancarta. Somos las voces de los que no pueden ser escuchados…”
El 19 de agosto de 2018 lo detuvo la Policía y al día siguiente fue presentado como “terrorista”. “En el lugar se detuvo a Lenin Antonio Salasblanca Escobar, originario de Juigalpa. El sujeto habría agredido a personas que participaban en la caminata por la paz, justicia y reparación, convocada por el partido FSLN. Salasblanca es el líder de la agrupación terrorista que instaló tranques en Juigalpa, perpetrando delitos de asalto, tortura, lesiones graves a pobladores de Chontales”, registra el medio oficialista El 19 Digital en la noticia de su captura.
Nunca lo condenaron por nada, y salió libre el 11 de junio de 2019, después que Daniel Ortega ordenara una amnistía. Desde entonces vive acosado por paramilitares y policías.
“Hace como cuatro meses nos agarraron unos civiles, paramilitares, en el barrio Padre Miguel. Nos encañonaron y nos golpearon”, relata Cristiel Pérez, esposa de Salasblanca, quien también ha sido llevada a la cárcel en dos ocasiones. Ella graba generalmente los videos. “Me dan unos nervios. No sé qué va a pasar, si ellos se lo van a llevar o qué nos van a hacer. Lo que yo le digo es que no pierda la calma. Él les predica la palabra del Señor”.
La estrategia de Salasblanca es portar todos sus documentos en regla, y evitar las provocaciones, aunque a veces se le sale alguna frase subida de tono: “¡Ya es mucha la jodedera de ustedes!”. Los policías y paramilitares le ponen música frente a su casa a alto volumen, en ocasiones pasan toda la noche, lo amenazan e insultan, pero la mayoría de las veces lo someten a requisas minuciosas cada vez que sale o llega a su casa.
“Me lancé a hacer lo que hago porque soy una voz de los que no puede ser escuchados. Asumí el compromiso. No me voy a doblegar. Doblegarme solo ante Dios. No los ofendo, solo digo la verdad. Siempre me han agarrado trabajando”, dice este hombre que vende por las calles de Juigalpa cuajadas (queso artesanal), anillos, cadenas, zapatos de niños y ropa interior.
Cree que los videos lo han salvado de cosas peores que pudieran haberle ocurrido. “Sirven de evidencia para demostrar lo que estoy haciendo. Sin evidencia en cualquier momento me levantan y desaparecen”, señala.