Nicaragua no ha comenzado a producir la primera ampolleta del medicamento Interferón Alfa B2 cubano que prometió el gobierno hace cinco meses, cuando ya se embarca en otro proyecto farmacológico de gran envergadura: la fabricación de una vacuna contra el COVID 19 con asistencia de científicos rusos.
“Como hemos venido mencionando todos estos días el Instituto Latinoamericano de Biotecnología Mechnikov, ubicado en nuestro país tiene el personal calificado y la capacidad tecnológica para producir la vacuna contra el COVID-19”, anunció esta semana Rosario Murillo, vicepresidenta de la República y esposa de Daniel Ortega.
“Gracias a los fuertes lazos históricos de hermandad y solidaridad que existen entre Nicaragua y la Federación Rusa, estamos seguros de que se podrá producir cualquier tipo de vacuna, seguir produciendo vacunas aquí en el Instituto, incluyendo esta vacuna tan necesaria, tan importante contra el COVID-19”, señaló Murillo en una de las programadas intervenciones que realiza al mediodía en medios de comunicación oficialistas.
Antes se había hecho una promesa similar. El 19 de marzo pasado, el presidente Ejecutivo del Instituto Nicaragüense de Seguridad Social (INSS), Roberto López, anunció la participación de Nicaragua en la fabricación de Interferón Alfa 2B, mientras hacía un recorrido por la planta de vacunas Mechnikov, junto a Marta Ayala, vicedirectora del Centro de Investigación de Biotecnología de Cuba.
“Estamos visitando la planta de vacunas Mechnikov, la planta de vacunas y Biotecnología, para empezar el proyecto de prepararnos para producir Interferón en Nicaragua, como ustedes saben el interferón es uno de los medicamentos que se está utilizando contra el COVID 19”, destacó López, optimista junto a la científica cubana. Cinco meses después, sin embargo, no se ha producido una sola ampolleta de Interferón. No solo eso. El medicamento desapareció del protocolo contra el COVID 19 del Ministerio de Salud (Minsa), tal como informó Infobae en su momento.
Los anuncios de gigantescos proyectos, con suntuosas fiestas y ceremonias de inauguración, se han convertido en una constante en el gobierno que encabeza Daniel Ortega y Rosario Murillo. El mismo laboratorio Mechnikov, que elaboraría primero el interferón y ahora la vacuna rusa, es un ejemplo de ello.
La empresa de Biotecnología Mechnikov, creada con fondos de los gobiernos ruso y nicaragüense, llegó con mucha pompa a Nicaragua. En febrero de 2016, nueve meses antes de ser inaugurada, se presentó en una fiesta a lo grande, donde el invitado especial fue Laureano Ortega Murillo, hijo de la pareja presidencial. La llamada “fiesta rusa” costaría unos 50 mil dólares, según una detallada descripción que hizo el diario La Prensa, a través del relato de uno de sus organizadores. Corrió vodka, whisky, tequila y champaña de las mejores calidades. Enormes matrioskas (muñecas rusas) decoraban el evento y se trajo desde Rusia a dos tenores y unos 50 kilos de comida, entre ella caviar negro, de beluga, y caviar rojo, de salmón. Sin embargo, la planta de la vacuna pasaría tres años sin producir una pastilla, incapacitada por varios escándalos financieros. Esta semana, su actual gerente general, Stanislav Uiba, reportó por primera vez la producción de algunos fármacos.
“Actualmente estamos en la búsqueda súper activa de la vacuna contra el coronavirus”, declaró Uiba en una revista del oficialista Canal 4.
Moisés Martinez, periodista del diario La Prensa, que por años se ha dedicado a investigar a este instituto, recuerda que, según la misma Rosario Murillo, la idea del proyecto era convertir a Nicaragua en el corazón de la producción de vacunas de Centroamérica, principalmente contra la influenza, H1N1 y el rotavirus y otros males. “Sin embargo”, dice, “irregularidades administrativas en el proyecto provocaron que este estuviese congelado por cuatro años, hasta que el régimen lo revivió en el contexto de la pandemia, primero con el Interferon Alfa y luego con la vacuna rusa contra el COVID 19”.
“Los reportes de auditoría interna a los que tuvimos acceso, por lo menos hasta 2017 reportan pérdidas de 14 millones de dólares entre fondos rusos y recursos de los asegurados de Nicaragua por la incapacidad funcional de Mechnikov, debido a las irregularidades en su desarrollo y construcción”, explica Martínez.
En asuntos de prometer, los Ortega Murillo, van siempre a lo grande. Uno de los más grandes proyectos anunciados y jamás realizados, es el Gran Canal de Nicaragua, una conexión interoceánica de 270 kilómetros de longitud que sería ejecutada por la empresa china HKND Group. El canal está valorado en 50 mil millones de dólares y prometía ser “la obra de ingeniería más grande de la historia en el mundo”.
La obra generaría 50 mil empleos directos y unos 200 mil indirectos, y su construcción fue inaugurada el 22 de diciembre de 2014. Para finales de 2019 los grandes barcos ya deberían estar cruzando Nicaragua, pero hasta el día de hoy solo se ve ganado pastando en lo que debía ser la ruta canalera.
Otra gran apuesta del régimen de Ortega fue el proyecto Nicasat-1, que contemplaba la puesta en órbita de un satélite de fabricación china que, elevado a unos 36,000 kilómetros sobre la superficie de la tierra, supliría servicios en telecomunicaciones a quien estuviese interesado en comprarlos en un radio que iba desde México a Colombia. El proyecto costaría 254 millones de dólares, fue anunciado en 2012 y debía estar funcionando a finales de 2015. Ocho años después de su anuncio no hay rastro del satélite chino ni los funcionarios del gobierno volvieron a hablar de él.
El 20 de julio de 2007, Daniel Ortega y Hugo Chávez, presidentes de Nicaragua y Venezuela, respectivamente, colocaron la primera piedra de lo que sería la refinería que bautizaron “El Supremo Sueño de Bolívar”. Costaría unos cuatro mil millones de dólares, que serían proporcionados por Venezuela, y tendría la capacidad de refinar 150 mil barriles de crudo por día a partir de 2011. Lo que se prometió como “la refinería más grande Centroamérica” terminó siendo en la actualidad un centro de almacenamiento de productos terminados de Albanisa, una empresa que es parte del consorcio empresarial de la familia Ortega Murillo.
La lista de megaproyectos imaginados durante estos 13 años de gobierno de Daniel Ortega es grande. Muchos son respaldados por leyes que les otorgan ventajas tributarias y recursos estatales para su ejecución. Algunos, como la represa Tumarín, han tenido tímidos arranques, pero la gran mayoría no pasa de las maquetas digitales con que les anuncian. Tumarín, un proyecto hidroeléctrico a realizarse con capital brasileño, inició en 2011 y sucumbió cinco años después como consecuencia de los escándalos de corrupción conocidos como Lava Jato que sacudieron a Brasil.
“Todos los proyectos fantasiosos tienen el objetivo de crear expectativas de que el país avanza. Fundamentalmente está dirigido a su base social y a la población general analfabeta con poca capacidad de informarse por los medios”, dice el sociólogo Oscar René Vargas, quien calcula, ante la falta de estadísticas oficiales confiables, que la tasa de analfabetismo en Nicaragua “debe andar por el 20 por ciento de la población”.
Otro sociólogo nicaragüense, Cirilo Otero, considera que hay mucha credulidad entre la población. Hasta los empresarios cayeron con la promesa del canal, dice. “La Cámara de la Construcción hasta inició un registro para emplear a albañiles, carpinteros, mecánicos, y conductores de maquinaria pesada (para trabajar en la construcción del canal. Nos dan atol con el dedo. La dictadura lo sabe y lo usa populistamente”, señala.
Vargas presume que el anuncio sobre la posible producción de una vacuna contra el COVID-19 lo único que busca “es mostrar preocupación por combatir el coronavirus después de haber fracasado con su estrategia de “inmunidad de rebaño” y contrarrestar a los señalamientos de que ellos han aplicado una “guerra biológica” para desarmar al movimiento social”.
“Fabricar una vacuna requiere aparatos, personal y materia prima que el país no tiene”, dice. “Nuevamente quieren engañar a las personas con poca capacidad de informarse”.
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