El mismo día en el que Brasil registró un nuevo récord diario de muertes por el nuevo coronavirus -1.179 decesos- el presidente Jair Bolsonaro volvió a defender el uso de un medicamento cuya efectividad para paliar la enfermedad no fue confirmada. Y lo hizo en un video en el que se expresó sobre el tema con un tono burlón.
“Puede ser que enfrente digan que fue un placebo. Pero puede ser que dijeran que sana también. En mi conciencia eso no tiene peso. Lo toma quien quiere. Quien no quiere, no lo toma. Los que son de derecha toman cloroquina, y los que son de izquierda toman tubaína”, dijo, en referencia a una bebida a base de Guaraná que es popular en el estado de San Pablo, que tiene la mayor cantidad de casos positivos y decesos por la enfermedad.
El mandatario brasileño insiste en que el ministerio de Salud elabore un nuevo protocolo que permita utilizar la cloroquina para tratar a los pacientes diagnosticados con coronavirus, tan pronto como manifiesten los primeros síntomas de la enfermedad.
Bolsonaro ha enarbolado la bandera de la cloroquina como salvación para el COVID-19 y ordenado su producción en masa al Ejército.
El interés de Bolsonaro por este fármaco antipalúdico ha llevado a los laboratorios del Ejército a fabricar, en pocas semanas, 1,25 millones de comprimidos, sin que existan pruebas científicas sobre su verdadera eficacia contra la enfermedad, y ha precipitado la caída de Teich.
El mandatario ya destituyó al anterior ministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta, por defender a capa y espada las medidas de aislamiento socia. Mandetta, que también se opuso a la aplicación indiscriminada de la cloroquina, cayó por las cuarentenas y Teich ha dimitido este viernes después de que el gobernante le exigiera públicamente recomendar su uso para todo tipo de pacientes con COVID-19.
“Yo soy comandante, presidente de la República, para decidir, para llegar ante cualquier ministro y decirle lo que está pasando. Esa es la regla, ese es el norte”, aseveró en la víspera Bolsonaro en una reunión virtual con empresarios. Días atrás, el ahora exministro fue taxativo: “Una alerta importante, la cloroquina es una medicamento con efectos colaterales”.
El Ministerio de Salud recomienda el uso de cloroquina solo para cuadros graves de COVID-19 y lo liberó apenas para los pacientes que acepten someterse a ese tratamiento de forma voluntaria. En medio de este debate sanitario convertido en “guerra” política, la curva se dispara en Brasil.
A pesar de que el Consejo Federal de Medicina (CFM) concluyó que “no hay evidencias sólidas” de que “tenga un efecto confirmado en la prevención y el tratamiento” del COVID-19, Bolsonaro, capitán de la reserva del Ejército, defiende su aplicación hasta para los casos leves.
En una ocasión dijo incluso que recetaría cloroquina a su madre, si llegara el caso. La fe ciega del jefe de Estado en el fármaco le llevó a ordenar al Laboratorio Químico Farmacéutico del Ejército que encendiera todos sus motores y aumentara su producción, lo que ha cumplido en niveles nunca antes vistos. Hasta mediados del mes pasado ya había fabricado 1,25 millones de comprimidos, lo que supone un incremento del 900 % en relación a las cerca de 125.000 unidades que producía en un año entero para tratar enfermedades como la malaria o el lupus.
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