Si el régimen de Daniel Ortega no le dio paz al poeta Ernesto Cardenal en vida, tampoco parece decidido a dársela en su muerte. La tarde de este martes, una turba de simpatizantes de Ortega invadió la catedral de Managua donde se celebraba la misa de cuerpo presente del sacerdote y poeta nicaragüense fallecido este domingo, a los 95 años. Llegaron, se pusieron pañoletas rojinegras en el cuello y gritaron consignas partidarias durante la misa.
Una vez terminada la ceremonia, se apostaron a la salida e insultaron a los presentes, agredieron a los periodistas con violencia, a tal punto que dos de ellos terminaron en el hospital, y robaron equipos a otros más.
“Ellos estaban por todos lados”, relata Leonor Álvarez, periodista del diario La Prensa que cubría la ceremonia y que al final resultó golpeada y robada. “Iban siguiendo el féretro, iban gritando, le gritaron a Gioconda Belli (escritora), y ya por el parqueo nos agredieron. A mí me quitaron los celulares y a otros compañeros también, (le robaron) una cámara a CNN y a otros les quitaron todo. Los revolcaron. A mí me golpeó una muchacha. Patadas. Me dijo que yo estaba desinformando, que yo provoqué todo lo que estaba pasando”.
La actitud belicosa de los partidarios de Ortega se contradice con el duelo de tres días que decretó el gobierno por la muerte del poeta Cardenal, y con las alocuciones lastimeras que la vicepresidente, Rosario Murillo, ha realizado en los medios oficialistas.
“Hemos emitido también un decreto de tres días de duelo nacional. Nos hemos sumado a las ceremonias de gratitud y despedida de este gran hermano nicaragüense, bendecidos con dones y merecimientos que han puesto en alto el nombre de Nicaragua, su propio nombre desde su aporte a la cultura universal y de la liberación nacional”, dijo Murillo.
Y agregó: “Las banderas de la patria ondean a media asta y hay tres días de duelo, decíamos, en reconocimiento al ilustre poeta y sacerdote nicaragüense, orgullo de nuestro país, a su familia, a sus amigos y amigas todo nuestro cariño y sinceras condolencias”.
“Ese es un discurso para el exterior”, dice la escritora Gioconda Belli, amiga de Ernesto Cardenal y una de las agredidas verbalmente por los fanáticos sandinistas. “Este es un régimen lumpen, gansteril. No se respeta la vida, mucho menos la poesía. Y por supuesto que un ejemplo de vida como el de Cardenal lo quieren mancillar mandando a sus activistas a llamarlo traidor”.
En un momento de la ceremonia, mientras hacía una trasmisión en vivo para su diario, la periodista Leonor Álvarez se acercó a uno de los fanáticos sandinistas y le preguntó el motivo de su presencia. “Cultura universal”, le respondió. “¿Quién era Ernesto Cardenal?”, insistió la periodista, y el hombre con pañoleta rojinegra al cuello le contestó: “Fue alguien que se aprovechó del Frente Sandinista en su momento. Es un traidor”.
Ernesto Cardenal nació en Granada, Nicaragua, el 20 de enero de 1925, y murió el pasado 1 de marzo en Managua. Desde joven participó en actividades que buscaban el derrocamiento de la dictadura somocista, se ordenó sacerdote en 1965 y fundó una comunidad religiosa con campesinos en el archipiélago Solentiname, del Lago de Nicaragua. Poeta de renombre internacional, en los años ochenta, durante el gobierno sandinista, fue nombrado ministro de Cultura, cargo que le valió cruentos enfrentamientos con Rosario Murillo, quien dirigía una organización cultural paralela llamada Asociación de Trabajadores de la Cultura (ASTC).
Después de la derrota electoral del Frente Sandinista, en febrero de 1990, Cardenal se desmarcó, junto a otros intelectuales sandinistas, de la facción que encabezaba Daniel Ortega. El regreso al poder de Ortega, en 2007 supuso el inicio de hostilidades contra Cardenal, a quien le abrieron varios juicios por injurias y calumnias, demandas por daños y perjuicios y lucro cesante de un hotel, entre otros.
“Soy un perseguido político. Me persigue la dictadura que tenemos, la pareja presidencial que con mucho odio está tratando de destruirme y yo no puedo defenderme porque ellos tienen todo el poder”, declaró Cardenal en un festival de poesía, en febrero de 2017.
La persecución, sin embargo, no terminó con su muerte, ni con el duelo oficial ni con las palabras de cariño que Murillo le dedica en sus alocuciones diarias después de su muerte. El día antes de la misa invadida por turbas llevadas en buses, patrullas de Policía y efectivos antimotines asediaron la funeraria donde se velaba el cuerpo del monje trapense.
“Desde el principio temimos que asaltaran el féretro”, dice Belli muy molesta. “Por eso hicimos un círculo cerrado a su alrededor. El Nuncio tuvo que bajar e ir a hablar con los "enviados" para que callaran y permitieran que se realizara la misa. Abuchearon a monseñor (Rolando) Álvarez. Allí, junto a su cadáver, estuvimos hasta el fin”.
“Usan a la gente. Los llevan como ganado, como borregos. Premian los comportamientos de lumpen”, dice la escritora molesta. “Odio el odio, amo el amor, como decía Ernesto. Ni muerto lo pudieron doblegar”.
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