Nicaragua llega hoy al 30 aniversario del triunfo de Violeta Barrios de Chamorro que puso fin a la revolución sandinista, con Daniel Ortega de nuevo en el poder, el país militarizado y las libertades públicas restringidas.
La oposición ni siquiera podrá celebrar libremente la efeméride. Decenas de patrullas de policías bloquean los accesos a las casas de al menos 28 líderes opositores para impedir que salgan y organicen una manifestación pública para la fecha. Mientras tanto, patrullas policiales recorren incansablemente calles y carreteras, atentos a sofocar implacablemente cualquier signo de protesta.
El 25 de febrero de 1990, hace 30 años, tampoco hubo celebración en Nicaragua. Fue el día de las sorpresas. “Había un ambiente como de duelo”, dice Luis Sánchez Sancho, quien para ese tiempo era Jefe de Información y Prensa de la campaña electoral que llevó a doña Violeta a ganar las elecciones ese día contra casi todos los pronósticos.
“No se sabía qué iba a hacer el Frente Sandinista”, dice Sánchez. “Se conocía que había una discusión intensa en la dirección sandinista. Unos pedían no reconocer el triunfo de la UNO (Unión Nacional Opositora) porque decían que había habido un fraude electoral en contra de ellos porque la UNO actuó con el respaldo de Estados Unidos y la presión externa. Y había que jugársela. Si era necesario sacar los tanques a las calles, había que sacarlos, y si venía una intervención militar norteamericana como la de Panamá, había que enfrentarlos. Otra gente decía que estaban presionados por la comunidad internacional, las Naciones Unidas, la OEA y que se tenían que reconocer los resultados”.
Los resultados, que se conocieron hasta la madrugada siguiente, indicaron una estrepitosa derrota para el gobernante Frente Sandinista, que apenas logró el 40 por ciento de los votos, mientras la UNO consiguió el 54 por ciento. De esta forma Violeta Barrios de Chamorro, ama de casa, esposa de un periodista asesinado, se convertía en la primera mujer electa como presidente en América Latina.
Desde marzo de 1989 hasta febrero de 1990, se publicaron 24 encuestas electorales, y 20 de ellas pronosticaban una victoria rotunda de Daniel Ortega, el líder sandinista que llevaba ya diez años como jefe de Estado en Nicaragua. Algunas encuestas, como la empresa de Estudios y Consultas de Opinión (ECO), ligada a la Universidad Centroamericana (UCA), otorgaban una victoria hasta con el 73.2 por ciento de los votos a Ortega.
“El triunfo de Daniel Ortega es inevitable”, dijo a la víspera de las elecciones el sociólogo Peter Machetti, director de ECO.
El 25 de febrero de 1990, lo inevitable se evitó. Por la noche de ese día, sin resultados electorales públicos, se vivía en Nicaragua una calma lúgubre. Nadie festejaba triunfo alguno. “Nadie celebró nada esa noche memorable, al menos en público. Las calles habían quedado desiertas desde las 9 o 10 de la noche. Más que una fiesta cívica, como en Costa Rica, nuestras primeras elecciones libres en la historia moderna del país habían sido como un entierro”, escribió Antonio Lacayo, el fallecido jefe de campaña de Violeta Barrios, en sus memorias “La difícil transición nicaragüense”.
Fue una noche de intensas negociaciones.
En la acera del Frente Sandinista, el Vicecanciller de la República en ese entonces, Víctor Hugo Tinoco, esperaba esa noche la victoria de su partido en la casa de campaña. “Fue una noche tétrica”, reconoce. Había un optimismo generalizado entre los sandinistas, dice, aunque asegura que él personalmente ya tenía sembrada la duda desde cinco días antes, cuando el presidente de Costa Rica, Oscar Arias, le presentó una encuesta de Borge y Asociados que pronosticaba la derrota de Ortega. “Son tonterías”, le dijeron cuando informó. “Todas las encuestas dicen que vamos a ganar”.
A la mañana siguiente, con una voz quejumbrosa, Daniel Ortega reconocería su derrota y anunciaría que iba “a gobernar desde abajo”.
El triunfo de Violeta Barrios de Chamorro es consecuencia, entre otras cosas, de una serie de eventos que estaban cambiando el mundo a finales de los años ochenta. Apenas tres meses antes de las elecciones nicaragüenses se registró la caída del muro de Berlín y la invasión norteamericana a Panamá. En 1988, los guerrilleros nicaragüenses conocidos como “Contras” se sentaron con el gobierno sandinista a negociar una salida pacífica a la crisis nicaragüense, luego que las dos superpotencias mundiales de la guerra fría, Estados Unidos y la Unión Soviética, decidieran desmarcase de la guerra que había desangrado al país por ocho años. De ahí saldría el acuerdo de celebrar elecciones libres para salir de la crisis.
En una jugada que pretendía ser astuta, Daniel Ortega anuncia el adelanto de nueve meses en el calendario electoral, para evitar que la oposición tuviese tiempo de organizarse para enfrentarlo. Le salió el tiro por la culata.
“Daniel Ortega ganaba no morir por asfixia ante la situación ya insostenible de una crisis económica total, sin apoyo ya de la Unión Soviética y un creciente malestar en las filas militares por los muchachos que eran obligados a ir al servicio militar”, explica Luis Sánchez. “Además, como dijo Humberto Ortega (jefe del Ejército entonces), creían que ganarían las elecciones”.
Muchos analistas establecen un parangón entre la Nicaragua de hoy y la de hace 30 años. Nuevamente está Daniel Ortega en el poder con un gobierno de corte dictatorial, otra vez se avecinan elecciones y de nuevo la oposición busca cómo unirse para poder ganar. En 1990, 14 organizaciones y partidos políticos de los más disímiles signos se agruparon en la Unión Nacional Opositora (UNO).
Para hoy, la llamada Coalición Nacional tiene prevista anunciar el avance que han tenido las conversaciones con diversas organizaciones y partidos que la integraran para enfrentar a Daniel Ortega en una posibles elecciones, ya sea adelantadas como en 1990 o en su periodo establecido, en noviembre de 2021.
“Fue difícil y fácil”, dice Sánchez sobre el proceso de unidad en 1989. “Todo proceso de unidad y alianza de distintos signos políticos e ideológico es por su misma naturaleza complicado. Pero había unas condiciones favorables. En el 98 se hicieron los acuerdos de Sapoá entre la Contra y los sandinistas porque ya la Unión Soviética y Estados Unidos estaban dejando de apoyar la guerra. En febrero del 89 Ortega se comprometió a adelantar las elecciones en nueve meses. Y se comprometió a abrir con la oposición civil y cívica un proceso de reformas electorales y de crear condiciones propicias”.
También establece las semejanzas y diferencias. “El hecho que ahora no hay guerra y en aquella ocasión sí la había, que fue lo que más presionó a los sandinistas, indica una enorme diferencia. Formalmente las situaciones son muy parecidas: volvió la dictadura por la razón que sea y se abre la posibilidad, por la presión externa, de una contienda en la que se pudiera disputar el poder. Además, ahora hay conciencia de que la salida tiene que ser cívica y por lo tanto tiene que ser electoral. Se está dando ese proceso de buscar una coalición, una gran alianza, y en ese sentido se parecen bastante”.
Treinta años después, Víctor Hugo Tinoco, que aquella noche sufrió por la derrota de su partido, reconoce que el triunfo de Violeta Barrios de Chamorro fue lo mejor que pudo suceder a Nicaragua. “Eso le puso fin a la guerra”, dice y reconoce, aunque con más dificultad, que también fue el triunfo de la democracia sobre el autoritarismo.
Sánchez, por su parte, considera que la crisis actual de Nicaragua va a tener una salida parecida la de 1990. “Si volvió la dictadura, ¿por qué no va a volver la democracia?”, se pregunta. “Todo dependerá de que se llenen una serie de requisitos, y en primer lugar está lograr la gran coalición electoral”, se responde.
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