La mañana del jueves 19 de abril de 2018, Irela Iglesias, de 43 años y administradora de empresas, se alistaba para atender en su salón de belleza cuando una imagen en las redes sociales la conmovió. Roberto Rizo, un estudiante de la Universidad Agraria de Managua sangraba por uno de sus ojos, luego que lo alcanzara una bala de goma disparada por la policía contra los estudiantes que protestaban en lo que sería conocido como la rebelión de abril que estremeció al régimen de Daniel Ortega.
Iglesias dice que en ese momento pensó que podía ser uno de sus hijos, y más por instinto que por conocimiento, comenzó a solicitar en las mismas redes los datos del muchacho herido para ayudarlo. Cuando lo localizó en un hospital donde estaban operándolo, encontró otros ocho jóvenes más con el mismo problema. En dos días de protesta nueve estudiantes habían perdido uno de sus ojos por disparos de la policía.
Algunos ni siquiera estaban protestando, dice Iglesias. “Hay muchas personas, muchos heridos, que ni siquiera estaban en las manifestaciones o estaban en una protesta. Yo tuve casos de personas que venían saliendo de su trabajo y lamentablemente una bala perdida les agarró. Iban pasando. Les tocó el día y el lugar equivocado”.
“Comencé a levantar una lista de los muchachos y con permiso de ellos les tomé fotos y les expliqué que iba a buscar la manera de conseguir las prótesis”, relata Irela Iglesias. “Le llamamos Programa de prótesis ocular para estudiantes. Creé la página en Facebook y lancé una campaña. El Club Rotario me prestó su cuenta para recoger dinero y en menos de 24 horas ya habíamos recogido para las prótesis de estos primeros nueve muchachos”.
Las prótesis no devuelven la vista perdida, pero sí influyen positivamente en la imagen y la autoestima de quien perdió un ojo. Son ojos artificiales personalizados, en los que el ocularista los fabrica en función de la profundidad de la cavidad, el color del iris, el blanco y las venas que se observan en el ojo sano.
Una prótesis personalizada cuesta entre 1100 y 1300 dólares, según sea la complejidad de su fabricación. Iglesias dice conseguirlas para su programa a 500 dólares, una cantidad que aun así está fuera del alcance de las víctimas, generalmente originarias de hogares muy pobres.
Irela Iglesias se convirtió en un ángel para quienes perdieron los ojos, en un país donde el sistema público de salud les cerró las puertas a las víctimas de la represión. Hubo casos de jóvenes que murieron en las puertas del hospital sin que nadie les atendiera.
En 2018, Iglesias atendió a 36 casos de víctimas afectados en sus ojos. “Quince de ellos requirieron prótesis oculares. Otro perdió la vista en ambos ojos porque el disparo fue en la cabeza y le afectó los nervios. Quedó ciego. Los otros 20 iban a recuperar un porcentaje de la visión, no perdieron el ojo”, dice.
Este jueves, mientras conversaba con Infobae, Iglesias acompañaba a otro joven en un hospital. No quiere dar su nombre por temor a represalias. Es el único caso que se registró en 2019. “El 23 de noviembre los paramilitares atacaron a un par de hermanos que regresaron del exilio y con un pico de botella le sacaron el ojo a este. Es un caso bien difícil. Las heridas son bien graves”, dice.
Cree que estos 37 son todos los casos de pérdidas oculares que se produjeron en el contexto de las protestas, porque el programa se hizo muy conocido, tanto así que comenzaron a llegar donaciones y lesiones de otros tipos.
“La gente siguió aportando ropa, zapatos, mochilas, tarjetas para víveres de supermercados, dinero, y todo se repartía entre los primeros nueve chavalos”, dice. “A partir del décimo muchacho la lista crece y creé un fondo para las nuevas necesidades que fueron llegando. Ya no solo llegaban casos de muchachos que perdieron sus ojos sino casos más delicados: heridos en la cabeza, en los brazos, en las piernas, dos que quedaron inválidos… Ya era compra de medicamento, tomografías, cirugías… Siempre he rendido cuentas a todos mis donantes. Tengo recibos y facturas de todo”.
Lo que originalmente se llamó “Programa de prótesis ocular para estudiantes”, pasó a llamarse “Programa de prótesis ocular y ayuda a otros heridos”.
Desde hace cinco años, Irela Iglesias hace labor social apoyando asilos de ancianos y niños con cáncer. Abril del 2018, sin embargo, le cambió la vida. El salón de belleza del que vivía, naufragó en medio de la crisis y lo cerró en julio de ese año. Busca trabajo y está vendiendo los instrumentos del salón. Entre sus planes está convertir el programa en una fundación.
Aunque dice que trata de ser fuerte para darle ánimo a las víctimas y a sus familiares, muchas veces se ha quebrado ante el dolor. “Era imposible no llorar. Todos me dolieron. Un muchacho de Masaya, bombero, me contó su historia. Estaba apagando el fuego en una casa que quemaron y le dispararon en la pierna. Me dejó súper mal y lloré frente a él. Ezequiel que murió. Pasó casi cuatro meses en el hospital. Cuando lo vi lloré. Eddy casi se muere. Llegué a su casa y estaba muy mal y logramos llevarlo al hospital y ahí lo estabilizaron. Gracias adiós está bien”, dice. “El 2018 es el año que más he llorado en mi vida. Cada muerto, cada herido, cada preso lo he llorado y me ha afectado”.
Asegura que el programa no es político, a pesar de que todos los beneficiarios son víctimas de la represión gubernamental. Dice que si hubiese llegado un policía herido, igualmente le habría ayudado. “Nunca recibí casos del otro lado”, dice.
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