Jair Bolsonaro no es un cuadro partidario. Casi toda su carrera política fue el líder de un proyecto unipersonal, que comenzó en 1988 cuando se inscribió como candidato a concejal de Río de Janeiro. La ley lo obligaba a afiliarse en una fuerza política, y el capitán del Ejército optó por el Partido Demócrata Cristiano (PDC). Pero nunca estuvo demasiado comprometido con esa formación ni con las otras ocho que integró en estos 31 años.
Las reglas electorales brasileñas favorecen este tipo de carreras. Si bien para ser candidato a un cargo legislativo es necesario representar a un partido, a los aspirantes les conviene hacer una campaña autónoma. La causa es que los votantes pueden sufragar por un candidato en particular, sin votar por el resto de la lista. El resultado se ve en el Congreso federal, donde hay muchos partidos con pocos legisladores y ningún bloque se acerca a la mayoría.
Pero esto no significa que no haya partidos convencionales en Brasil. El mejor ejemplo es el Partido de los Trabajadores (PT), que es el más grande de la Cámara de Diputados, con 54 legisladores sobre 513. Con casi cuatro décadas de historia, tiene a Lula da Silva como líder desde que se volvió un actor relevante en la escena nacional, y siempre se ubicó en la izquierda del espectro ideológico nacional.
El otro caso claro es el Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB), que tiene a Fernando Henrique Cardoso como máximo referente. Empezó siendo de centroizquierda pero rápidamente viró a la centroderecha, y en esa línea se mantiene hasta hoy. Más extraño es el caso del Movimiento Democrático Brasileño (MDB), de tendencia conservadora pero reticente a adoptar posiciones ideológicas definidas, al punto de haber apoyado primero al PSDB en la época de Cardoso y luego al PT con Lula.
Es esperable que Bolsonaro, un político que jugó siempre a presentarse como un antisistema, no haya tenido interés en sumarse a uno de los grandes partidos. Pero sí puede resultar curioso que nunca haya tratado de formar un movimiento propio. Durante 30 años se conformó con ocupar una banca y utilizar a distintos partidos como vehículo.
Con el PDC entró a la Cámara de Diputados Federal en 1991, pero dos años allí fueron suficientes para romper. Tras un fugaz paso por el Partido Progresista en 1993, se incorporó al Partido Progresista Reformador, que en 1995 se transformaría en el Partido Progresista Brasileño (PPB).
En 2003 se peleó con sus líderes y se incorporó al Partido Laborista Brasileño, heredero del movimiento político fundado por Getúlio Vargas en la primera mitad del siglo XX. No duró demasiado. En 2005 se fue al Partido del Frente Liberal —actual Demócratas—, donde ni siquiera completó un año. Entonces volvió a su espacio original, ya que se afilió a Progresistas (PP), sucesor del PPB.
Hasta tal punto los partidos fueron siempre un mero instrumento para Bolsonaro, que primero anunció su candidatura a presidente, y después de mucho tiempo resolvió por qué fuerza iba a postularse. En 2016 pasó a formar parte del Partido Social Cristiano, que parecía ser el elegido. Pero desacuerdos con sus líderes lo llevaron a optar por el minúsculo Partido Social Liberal (PSL), que apenas tenía un diputado en el Congreso.
La figura de Bolsonaro, con todo lo que llegó a representar en el contexto de la profunda crisis económica y política que atraviesa Brasil desde 2016, fue suficiente para que el PSL gane las elecciones presidenciales en 2018 y se convierta en la segunda fuerza en la cámara baja, con 53 escaños.
“El Presidente es una figura extremadamente centralizadora y radical en sus posiciones, pero a la vez es inconstante y volátil. Tiene mucha dificultad para componer alianzas y compartir espacios de poder. Como él era el gran cable electoral de un partido que era insignificante antes de las elecciones, pero terminó eligiendo una gran cantidad de diputados, se sentía prácticamente el dueño y demandaba a sus miembros una fidelidad casi absoluta. Eso terminó generando varios puntos de tensión”, sostuvo Rafael Machado Madeira, coordinador del Programa de Posgrado en Ciencias Sociales de la Universidad Católica de Río Grande del Sur, consultado por Infobae.
El empresario Luciano Bivar fundó el PSL en 1994 y es su presidente. Por más que aceptaba la ascendencia de Bolsonaro, permanentemente surgían tensiones por su voluntad de dirigir a la fuerza según sus propios criterios y, sobre todo, de disponer de sus recursos materiales.
“Bolsonaro se unió al PSL solo para ser candidato presidencial. Esta es una estrategia muy común entre los líderes populistas de la derecha contemporánea: tomar el control de un pequeño partido existente, usándolo como su vehículo electoral personal. El problema es que, después de la victoria, empezó a darse cuenta de que no podría manejarlo completamente, ya que había líderes muy sólidos en el partido, con un control total sobre la máquina. Decidió irse porque perdió la guerra interna. Luego recurrió a otra estrategia común entre los populistas: fundar un nuevo partido con sus seguidores más leales. Como el discurso antisistema tiene un fuerte componente antipartidista, su preferencia personal podría ser incluso quedarse sin partido. Sin embargo, Brasil requiere afiliación partidista para poder postularse”, explicó Pedro Floriano Ribeiro, profesor de ciencia política de la Universidad Federal de San Carlos, en diálogo con Infobae.
Desde el 1 de enero de 2019, el proyecto de Bolsonaro dejó de ser unipersonal. Para ser presidente necesita tener detrás una organización que le responda, y el PSL no terminaba de satisfacer esa necesidad. A eso se sumó un escándalo de corrupción que envolvió al partido, por la presunta creación de candidatos fantasma con el único fin de recaudar fondos públicos.
El mandatario anticipó su renuncia el 12 de noviembre. “Hoy anuncié mi salida del PSL y el inicio de la creación de un nuevo partido: Alianza por Brasil”, escribió en su muro de Facebook. La nueva fuerza le responderá verticalmente a él, de eso no hay dudas. Pero, paradójicamente, podría terminar debilitándolo.
El partido de las “candidaturas naranjas”
Jair Bolsonaro asumió la presidencia el 1 de enero y al mes siguiente ya le había estallado un escándalo de corrupción, que no tenía que ver con la administración per se, sino con las acciones del PSL durante la campaña de 2018. La trama, revelada por Folha de São Paulo el 4 de febrero, apuntaba directamente contra los dos hombres del partido en el gabinete: Marcelo Álvaro Antônio, que es ministro de Turismo, y Gustavo Bebianno, que era secretario general de la Presidencia.
La legislación electoral establece que al menos el 30% de las candidaturas a cargos legislativos y de los fondos públicos que reciben los partidos deben estar destinados a mujeres. Bebianno, que presidía el PSL en 2018, y Antônio, que lideraba la seccional de Minas Gerais, fueron acusados de construir un esquema de postulaciones ficticias, conocido en Brasil como “candidaturas naranjas”. Son nombres que se anotan pero que nunca hacen campaña, ya que no se espera que accedan a la banca que disputan, sino cobrar el dinero y desviarlo para otros fines.
Más tarde acusaron a Bivar de realizar una maniobra similar. El vicepresidente segundo de la Cámara de Diputados habría anotado una candidata apenas cuatro días antes de las elecciones, pero se convirtió en la tercera que más recursos recibió.
El escándalo forzó la primera renuncia del gobierno de Bolsonaro. Al ser consultado sobre la denuncia, Bebianno afirmó el 13 de febrero en una entrevista haber discutido el tema con el Presidente. Carlos Bolsonaro, hijo del mandatario y concejal de Río de Janeiro, lo llamó “mentiroso” en las redes sociales. Dimitió cinco días más tarde.
El PSL no solo se había vuelto un socio incómodo por las acusaciones contra sus dirigentes. Bolsonaro le demandaba una obediencia total a sus representantes en Diputados y en el Senado, pero estos no terminaban de someterse.
“Después de las denuncias sobre el posible desvío de fondos públicos por parte del PSL, salieron a la luz una serie de desacuerdos entre Jair Bolsonaro y Luciano Bivar, que desencadenaron una disputa interna por el control del partido. La fuerza se dividió en dos frentes: bolsonaristas y bivaristas. Esta confrontación se volvió aún más feroz considerando que el próximo año tendremos elecciones municipales en Brasil. Controlar el partido significa controlar los fondos partidarios y electorales, así como la formación de las listas de candidatos”, dijo a Infobae la politóloga Priscilla Leine Cassotta, investigadora del Núcleo de Estudios de los Partidos Políticos Latinoamericanos.
Bolsonaro pretendía decidir los puestos claves en los comicios de 2020, y darle un rol preponderante en el armado a sus otros dos hijos, el diputado Eduardo y el senador Flavio. La reticencia de Bivar a resignar espacios y dinero precipitó la ruptura.
“El enfrentamiento entre las dos alas del partido se sintió en el Congreso en dos casos específicos —continuó Leine Cassotta—. El primero fue la sustitución del líder del PSL en la Cámara, el diputado federal Delegado Waldir, por Eduardo Bolsonaro. Este hecho contribuyó a la caída de la líder del PSL en el Senado, Joice Hasselmann, quien fue destituida por Bolsonaro de su cargo por haber firmado una lista favorable a la permanencia de Waldir como líder en la Cámara”.
Alianza por Brasil, la apuesta de Bolsonaro
El mandatario brasileño presentó oficialmente este jueves a su nueva formación, Alianza por Brasil. La definió como “conservadora, religiosa y liberal”, en un acto del que participaron muchos legisladores del PSL que piensan incorporarse.
Un documento distribuido durante la ceremonia dice que la Alianza respetará “el lugar de Dios en la vida, en la historia y en el alma del pueblo brasileño”, y que “se esforzará para divulgar las verdades sobre los crímenes de los movimientos revolucionarios, como el comunismo, el globalismo y el fascismo”. Bolsonarismo en estado puro.
“El nuevo partido tiene un fuerte parecido con el PSL. Afirma los valores morales conservadores y llama al orden. Sin embargo, la Alianza por Brasil asume claramente una retórica populista, que establece la confrontación entre la elite corrupta y el pueblo puro y soberano, como hemos visto en partidos populistas de democracias europeas e incluso en Estados Unidos”, sostuvo Rachel Meneguello, profesora de ciencia política de la Universidad Estatal de Campinas, en diálogo con Infobae.
Karina Kufa, que será la apoderada, consideró necesario aclarar que el partido “repudia el socialismo y el comunismo”, y que “jamás permitirá que la bandera del país sea roja”. Bolsonaro habló poco. Se limitó a decir que no será una “oficina de negocios”, y afirmó que ninguno de sus dirigentes ocupará puestos en el gabinete.
“Bolsonaro quiere tener un partido centralizado bajo su liderazgo carismático y populista de derecha, radical —dijo Machado Madeira—. No acepta que otros líderes internos tengan vuelo propio, y esta probablemente será una distinción entre el PSL y la Alianza. Como esta fue fundada por el propio presidente, va a estar más dispuesta a aceptar esa ascendencia personal de Bolsonaro”.
Más allá del entusiasmo que despierta la Alianza entre los seguidores más convencidos del presidente, en el corto plazo aportará más problemas que soluciones. Si a Bolsonaro le cuesta alcanzar una mayoría con un partido que apenas supera el 10% de las bancas en la cámara baja, la tarea será mucho más ardua con uno que tendrá un porcentaje aún menor. Porque muchos parlamentarios dejarán el bloque del PSL, pero otros continuarán para cuidar su autonomía.
“Una de las principales consecuencias de este nuevo partido es que hará aún más difícil la formación de coaliciones que hagan viables los proyectos legislativos. El Gobierno ha demostrado una gran incapacidad para hacer que avancen sus iniciativas, y las que progresaron fue porque el legislativo asumió un papel protagónico, como se vio en la reforma del sistema de pensiones. Entonces, los desacuerdos y las peleas pueden llevar a los diputados que se queden en el PSL a cobrarle la cuenta al gobierno”, agregó Machado Madeira.
Por otro lado, no es tan fácil formar un partido nacional. Para empezar, necesita al menos 490.000 adhesiones en nueve de los 27 estados del país. Luego, en un proceso largo y engorroso, el Tribunal Superior Electoral tiene que verificar la autenticidad de todas esas firmas. Eso solo puede demorar un año.
“Alianza por Brasil todavía necesita una larga campaña de afiliación y corre el riesgo de llegar a las elecciones generales en 2022 sin recursos del Fondo Partidario, debido a las restricciones legales para los nuevos espacios”, dijo Meneguello.
Bolsonaro apuesta a que le permitan recoger firmas por internet, un terreno en el que es imbatible. Pero no está claro si la Justicia habilitará esa innovación. En cualquier caso, la Alianza por Brasil sigue siendo un proyecto antes que una realidad, e incluso cuando lo sea, su contribución a los planes del presidente es absolutamente incierta.
“El entendimiento actual de la Justicia Electoral es que el Fondo Partidario y el tiempo de televisión son propiedad de los partidos, no de los diputados. Bolsonaro y los legisladores del PSL que migrarán a la nueva leyenda tendrán que luchar en los tribunales por los recursos y por los minutos de publicidad. Si el Presidente encuentra alguna laguna en el sistema electoral, que prevé la migración de los partidos en casos específicos, se podría sentar un precedente para otros políticos insatisfechos con sus formaciones. Esto podría tener un impacto importante desde el punto de vista del votante, ya que el cambio de partido puede distorsionar la representatividad en la Cámara”, concluyó Leine Cassotta.
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