Alberto Fernández emprendió una misión simbólica. Cruzó el Río de la Plata en un avión privado para ofrecer su apoyo y tomarse una fotografía junto a Daniel Martínez, el candidato del Frente Amplio de Uruguay que tiene que revertir todos los sondeos que lo dan perdedor en segunda vuelta. En esa instancia se enfrentará con el postulante del Partido Nacional, Luis Lacalle Pou quien consiguió unir a la oposición para el desafío de su vida. Por primera vez en 15 años, la agrupación gobernante está a las puertas de conocer la derrota.
Fernández siente que tiene que jugársela por entero por el sucesor de Tabaré Vázquez y José Mujica, por el apoyo dado por el Frente Amplio a su candidatura contra Mauricio Macri. Sin embargo, la devolución de gentilezas no es simétrica. El actual presidente uruguayo no fue quien compartió escenarios retóricos con el argentino, sino su antecesor, “Pepe”, aquél que aplaudió sus ideas sobre Bugs Bunny y el Pato Lucas.
Según una muestra de Equipos Consultores, Lacalle Pou creció 18 puntos con respecto a su performance en primera vuelta (de 29% a 47%), mientras que Martínez subió apenas 3 puntos (de 39% a 42%). En ese contexto, Fernández cree que podría ayudar a dar vuelta la ecuación.
Algunos analistas consideran que la jugada del mandatario electo argentino puede representar un riesgo para su futura política exterior. Quizás tenga que ver más con sus necesidades regionales y deseos que con lo que íntimamente suponga que ocurrirá dentro de dos domingos. Es que a partir del 10 de diciembre el hombre que ocupará la Casa Rosada mirará alrededor suyo más allá de las fronteras y se encontrará en soledad en América Latina.
Eso quizás explique también su apoyo incondicional a Evo Morales. Ya sin el hombre que orquestó el fraude en Bolivia, Fernández sabe que los aliados ideológicos en el subcontinente quedarían más lejos y resultarían costosos en términos políticos locales e internacionales.
El viaje a Uruguay se suma a otros gestos recientes del presidente electo argentino que marcan una estrategia al menos innovadora en materia de política exterior. Desde que fue ungido como candidato por Cristina Kirchner, Fernández acentuó las diferencias con el presidente del principal socio comercial de la Argentina, Brasil. Durante la campaña el líder del Frente de Todos pidió por la liberación de Lula Da Silva y tras las elecciones Jair Bolsonaro no sólo lamentó su victoria, sino que adelantó que no participará de los actos de asunción que se realizarán el 10 de diciembre. Esa tensión podría ser inconveniente para las finanzas de ambos países, pero sobre todo para las de la Argentina.
El futuro jefe de Estado argentino aceptó además ser entrevistado por el ex presidente de Correa, Rafael Correa, quien se encuentra prófugo de la Justicia de su país. Pesa sobre el líder ecuatoriano una orden de prisión preventiva por un caso de presunto cohecho, asociación ilícita y tráfico de influencias conocido como “Soboros 2012-2016”.
Fernández se mostró también junto a Marco Enríquez-Ominami, dirigente opositor chileno que no tiene pruritos en decir públicamente que el gobierno de Sebastián Piñera se terminó. La buena sintonía entre ambos se vio reflejada recientemente en los encuentros del Grupo de Puebla, un foro conformado por líderes progresistas entre quienes se encuentran Dilma Rousseff y Fernando Lugo, entre otros.
Un escenario geopolítico complejo
El nuevo escenario encuentra a Fernández con gobiernos fronterizos en las antípodas de su pensamiento: Uruguay muy posiblemente cambie de bandera; en Brasil su relación con Jair Bolsonaro es mala desde el día cero, alimentada por la imprudencia dialéctica del brasileño y por la simpatía del argentino por Luis Inácio Lula da Silva; en Paraguay, Mario Abdo Benítez conduce un gobierno de centro derecha con excelentes relaciones con Estados Unidos; Bolivia se halla en pleno proceso de reestructuración y reconstrucción institucional, ya sin Evo, refugiado en México; en Chile, Sebastián Piñera está en las antípodas ideológicas y sufre el acoso verbal de varios integrantes de su partido. Perú, Ecuador y Colombia, están tan alejados de Buenos Aires como del Socialismo del Siglo XXI.
Así las cosas, todo parece indicar que México podría ser el faro que miran en el Frente de Todos. También Europa. Sin embargo, Andrés Manuel López Obrador tiene acuerdos comerciales históricos y cada vez más sólidos con los Estados Unidos. También políticos: el país latino conducido por AMLO es el gran tapón inmigratorio del gigante del norte. ¿A quién priorizará el mexicano? Del otro lado del Atlántico se tomarán su tiempo para decidir. Argentina no es sinónimo de estabilidad, al parecer, con ningún color partidario.
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