“Escúcheme: en Bolivia el Ejército no es como en Venezuela. Hay, aún, cierta tradición y honor”, explica un veterano dirigente opositor al actual gobierno de La Paz. “Tampoco las fuerzas de seguridad en general simpatizan con ellos”. “Ellos” es, en verdad, “él”. Se refiere a las conquistas inconclusas que Evo Morales no supo seducir en aquel país jaqueado por las gravísimas sospechas de fraude electoral.
Las imágenes son elocuentes. Uniformados agitando la bandera boliviana desde lo alto de cuarteles respondiendo al único mando que reconocen: el del pueblo. Un sacudón inesperado para el eternizado presidente asumido el 22 de enero de 2006 y que pretende hacer de estas protestas una cuestión racial para despertar odio. Extraña parábola: las quejas cohesionaron a todas las clases sociales por una amañada contabilidad electoral.
La ola de descontento no se detiene pese a los esfuerzos del Palacio Quemado por impedirlas. El régimen intentó todas las artes aprendidas de boca de su principal consejero. Es nada menos que el embajador de Cuba en Bolivia, Carlos Rafael Zamora Rodríguez. Le dicen El Gallo. Pero no canta, susurra.
Nacido en Las Tunas en 1943 y casado con Maura Isabel Juampere Pérez, Zamora Rodríguez es un antiguo oficial de la Dirección General de Inteligencia (DGI) quien comenzó sus tareas diplomáticas en Nueva York entre 1974 y 1977. Luego recorrió el resto del continente: Ecuador, Panamá, Brasil y El Salvador. Aterrizó en Bolivia en marzo último.
Para quienes conocen sus artes, es quien diagramó el sistema de represión que Evo lleva adelante desde la semana posterior a las elecciones el pasado 20 de octubre. Gremios, agrupaciones sociales y simpatizantes espontáneos salen a la defensa de su líder con el único objetivo de acallar las voces que denuncian la alteración -una vez más- de la voluntad popular en las urnas. Los colectivos chavistas parecen volverse una herramienta interesante.
Cuando Hugo Chávez los creó, se inspiró en los consejos recurrentes de Fidel Castro luego de la asonada que casi lo despoja del poder en 2002. Su espejo fueron los Comité de Defensa de la Revolución cubanos. Los llamó Círculos Bolivarianos, hasta que finalmente deformaron en los grupos parapoliciales que son hoy. Quizás Evo se acordó tarde de su aplicación. ¿El Gallo no cantó a tiempo?
Pero a diferencia de Maduro, su espejo, Morales no cuenta con el aparato de seguridad suficientemente leal como para atropellar al resto de la sociedad. El Ejército mantiene aún un espíritu de fuerza que logró subsistir a los embates de su Comandante en Jefe. Ningún general se animará a disparar contra las multitudes.
Los cuerpos policiales -tan cansados como el resto de la prepotencia gubernamental- tampoco parecerían dispuestos a jugarse por enteros por el presidente que prometió institucionalidad y dio vuelta la cara a un plebiscito. “La democracia no termina con el voto”, dijo Evo hace cuatro días, cuando la tensión comenzó a mostrarse incontenible. De su boca resulta coherente. Sin embargo, la academia deberá hacer esfuerzos para explicar, en este contexto, si lo que expresó fue una traición de su subconsciente o una cita desconocida de algún teórico liberal.
La Paz, Oruro, Potosí, Sucre, Tarija, Cochabamba y Santa Cruz es donde una mayor actividad de amotinamientos se percibe. Están cansados. Ahora bien, deberán tener cuidado. De radicalizarse el poder central serán sus nombres los primeros que figuren en nóminas listas para purgar. La especialidad de los consejeros cubanos.
En medio de la madrugada de este sábado, Evo tomó su celular y comenzó a tuitear. No resultó original. Habló -nuevamente- de “golpe de estado”. Inverosímil que él hable en esos términos: todavía no llamó a Sebastián Piñera para solidarizarse por las violentas protestas que se dan en el vecino país y que ponen al borde del abismo a un gobierno elegido democráticamente. Allí la “brisita” es acogedora, más allá de la impericia e impopularidad que demuestra quien la padece.
“Hermanas y hermanos, nuestra democracia está en riesgo por el golpe de Estado que han puesto en marcha grupos violentos que atentan contra el orden constitucional. Denunciamos ante la comunidad internacional este atentado contra el Estado de Derecho”, dijo el presidente boliviano. Parecería subestimar a su pueblo que es consciente que los reclamos tienen que ver con la adulteración de un resultado electoral que lo expulsaría de la sede de La Paz.
En el medio, Carlos Mesa y Luis Fernando Camacho parecen disputarse cartel. Deberán ponerse de acuerdo: divididos es como los quieren en La Paz, una ciudad que padece cada vez más las protestas opositoras. Morales no puede tapar el sol con una mano. Desde su entorno temen que el “quiebre institucional” esté al caer, tal como dijeron a Infobae.
Pero Evo decidió convertirse en un chavista de pedigree inocultable y tensa más y más la situación. Hasta el extremo. Tanto que ahora los opositores -que en un principio sólo pedían una segunda vuelta- exigen su partida del poder. ¿Qué resolverá la Organización de Estados Americanos (OEA) la semana próxima? ¿Tiene margen para una salida salomónica? La calle le dirá que no. El prestigio y la credibilidad de su director, Luis Almagro, estarán en juego. Ayer nomás habló de “dictadura usurpadora” de Maduro. Está muy cerca de tener que decir lo mismo de Morales Ayma.
Este viernes, el Tribunal Superior Electoral (TSE) -el mismo que le permitió a Evo eludir la Constitución y un plebiscito y presentarse a elecciones por cuarta vez- reprochó públicamente el accionar de la empresa que había contratado para realizar una auditoría interna por decir que se habían detectado irregularidades. No utilizaron la palabra “fraude”. No hacía falta. El TSE se desesperó por aclarar que era mentira de acuerdo a la documentación que habían recibido de la misma compañía, Ethical Hacking.
El resultado de la auditoría, en tanto, sería revisada seguramente por el TSE, órgano que podría descartarla o minimizarla, argumentando que las irregularidades identificadas por los técnicos de la OEA no alcanzaron para alterar los resultados finales que consagraron a Evo Morales Ayma en primera vuelta. Las calles hervirían de bronca nuevamente y la amenaza del ministro de Defensa de Bolivia, Javier Zabatela, podría volverse realidad: “Estamos a un paso de contar los muertos por docenas”.
Así, Evo se elevaría a un altar conocido para los latinoamericanos. El de mandatarios sin legitimidad alguna. Es decir: un dictador. Por más que busque los hombros de apoyo de sus amigos -nuevos e históricos- de la región. Tal como le estará aconsejando El Gallo.
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