El lado oscuro de las inversiones chinas: desastre ecológico y explotación laboral

En todos los rincones del mundo en desarrollo el financiamiento de infraestructura por parte de Beijing se ha convertido en una opción tentadora para el crecimiento económico. Pero a las preocupaciones por la cesión de soberanía se suman también dos altos costos ocultos en el proceso

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El único que come. El
El único que come. El presidente de China, Xi Jinping, uno de los principales impulsores de la expansión económica de su país por el mundo (Shutterstock)

Tras el despegue económico del régimen de China a comienzos de la década de 1990, el gigante asiático se ha convertido en las últimas décadas en uno los principales demandantes de materias primas y mercados del mundo, con un hambre planetario que ha llevado a Beijing a expandirse por toda Asia y pisar fuerte en África y América Latina a través de préstamos competitivos e inversiones en infraestructura bajo la promesa de “llevar desarrollo a sectores postergados”.

El rostro más visible de este proceso es la iniciativa de la “Ruta de la Seda del Siglo XXI”, también conocida como de “Iniciativa de una franja, un camino” (BRI, en inglés), develada por primera vez en 2013 por el presidente chino Xi Jinping y cuyos detalles pudieron finalmente conocerse en 2017 durante el primer foro celebrado sobre el tema.

Este monumental proyecto (valuado sólo tentativamente en un billón de dólares) incluye inversiones en transporte, comunicación y energía en 60 países de Eurasia, África y Oceanía, creando corredores viales, ferroviarios, fluviales y marítimos entre China y gran parte de los mercados internacionales, llegando también a involucrar a América Latina como engranaje en el intercambio global de materias primas y productos.

Para la mayoría de los países participantes, que ya son grandes socios comerciales de China, la iniciativa promete crecimiento y desarrollo económico, a costa de una mayor presencia de Beijing en asuntos domésticos que muchos parecen ya dispuestos a aceptar. Pero hay también otros grandes problemas que se infiltran entre las inversiones: el desastre ecológico producido por un país con escaso historial de protección medioambiental; y los peligrosamente bajos estándares de protección de los trabajadores de parte de una economía que se forjó en base sueldos ínfimos y grandes masas obreras.

Un esquema básico de la
Un esquema básico de la "Ruta de la Seda del siglo XXI" propuesta por China

Una “Ruta de la Seda del Siglo XXI” alimentada a carbón

De acuerdo a un reporte de 2018 publicado en el Instituto de Estudios Medioambientales y en Energía (EESI), se espera que la BRI atraviese ecosistemas sensibles que hasta el momento no han sido fuertemente explotados, causando un grave perjuicio para la flora y la fauna a través de la deforestación, la extracción de minerales, la explotación agraria y la destrucción de hábitats.

Hasta el momento se han detectado 1.739 de estas áreas sensibles y 265 especies amenazadas, de acuerdo a un informe del World Wildlife Fund (WWF) de 2017.

EESI cita el ejemplo de una represa en Sumatra, Indonesia, cuyo financiamiento fue vetado por el Banco Mundial y el Banco de Desarrollo de Asia por significar una amenaza demasiado seria a la jungla y las especies en el ecosistema Batang Toru. Pero entonces llegó la compañía china Sinohydro, con fondos del Banco de China, y el proyecto estaría próximo a entrar en marcha, a pesar de que numerosos activistas y académicos indonesios se han opuesto.

Otra seria amenaza medioambiental se ve enmascarada en el financiamiento chino para el uso del carbón como combustible principal para la generación de energía.

Una mina de carbón en
Una mina de carbón en Pakistán. China dependen de este combustible altamente contaminante para producir energía, y está impulsando su explotación en otros países (Reuters)

En su meteórico crecimiento económico de las últimas dos décadas, basado en la industria manufacturera y pesada, China se convirtió en el principal emisor de gases invernadero del mundo debido a la dependencia en el carbón, lo que ha causado una fuerte contaminación del aire en sus ciudades. Se cree que sólo en 2013 murieron 1,6 millones de personas en China por enfermedades causadas por la polución, de acuerdo a un estudio Global Burden of Disease citado por la BBC.

En consecuencia el país ha lanzado dentro de sus fronteras un enérgico plan de reducción de gases. De hecho, China cuenta con un marco regulatorio propio para el cuidado medioambiental, concepto que ha incluido en la constitución del Partido Comunista en un intento de erigirse como una “potencia verde”, capitalizando el retiro de Estados Unidos del acuerdo de París. Pero sus fundamentos difieren de estándares internacionales y en muchos casos son desestimados fuera de las fronteras, exportando de esta manera la contaminación.

Por ejemplo, Beijing no parece estar tomando los mismos recaudos en el uso del carbón fuera del país, y promueve intensamente la construcción de plantas termoeléctricas alimentadas por carbón en los países que forman parte de la BRI. A finales de 2016 China estaba involucrada en 240 proyectos de infraestructura vinculada al carbón en países miembros de la “Nueva Ruta de la Seda”, 106 de los cuales estaban ya en construcción, lo cual probablemente haya contribuido en el aumento reciente en el consumo global de este combustible altamente contaminante, de acuerdo a EESI.

China ha sufrido en carne
China ha sufrido en carne propia la contaminación, que ha tornado irrespirable el aire de sus grandes ciudades (iStock)

Además, sus muy publicitados desarrollos en energías renovables acaban siendo opacados por el enorme peso que el carbón sigue teniendo en su economía.

También en África y América Latina

Pero no se trata sólo de la BRI y sus efectos nocivos en ecosistemas euroasiáticas. China lleva adelante también otros proyectos de extracción de recursos y exportación de servicios en numerosos países de África y en América Latina para alimentar a sus industrias.

Entre 2004 y 2014 el Banco de Exportaciones e Importaciones de China financió obras de infraestructura ferroviaria por 10.000 millones de dólares en Uganda, Tanzania, Kenia, Etiopía, Sudán del Sur, Somalia, Burundi, Ruanda y el Congo, de acuerdo a un reporte de la CNN basado en datos del Instituto SAIS y la Universidad Johns Hopkins.

Aquí también el avance incesante de las empresas chinas ha causado grandes daños medioambientales, y hay alarma por una próxima obra que cruzará el Parque Nacional de Nairobi, un famoso santuario de vida silvestre ubicado en Kenia, así como también por la creciente actividad minera china en el Congo.

Por otro lado, Beijing también impulsa la construcción de una extensa red ferroviaria de 5.300 kilómetros en Brasil y Perú, utilizada para transportar soja, madera y otros bienes hacia la costa del Pacífico, para ser luego embarcados hacia China, informó The Guardian. El ambicioso y costoso proyecto, que afectaría a la selva del Amazonas, no ha pasado de la propuesta, pero muestra el tipo de intenciones del gigante asiático en un continente en el que está pisando fuerte, pero que aún no domina.

La deforestación y consiguiente destrucción
La deforestación y consiguiente destrucción de ecosistemas es una de las consecuencias más graves de la expansión de China por el mundo, que potencia actividades económicas extractivas y las redes de transporta para exportar los productos

“Es difícil encontrar un rincón del mundo en desarrollo donde China no esté teniendo un impacto medioambiental significativo”, expresó William Laurance, profesor en la James Cook University de Australia y experto en conservacionismo, en un artículo en la revista Yale Enviroment 360.

“China no es la única que promueve sus intereses económicos por sobre los de otros países y su salud medioambiental. La diferencia con China es de escala. Con casi un quinto de la población mundial, un cultura de negocios altamente competitiva, baja tolerancia a la crítica y una sorprendente capacidad para tomar decisiones decisivas en el momento correcto, China es una fuerza [de cambio medioambiental] sin parangón”, consideró.

Las empresas chinas y sus inversiones predominan en países pobres con escasa regulación y control medioambiental, de acuerdo a un análisis realizado por el Banco Mundial sobre 3.000 proyectos. Esto convierte a esas naciones en “refugios de contaminación” para estas compañías, que es previsible que se vean más y más limitadas dentro de China en los próximos años.

De acuerdo al reporte “China en América Latina: lecciones para una cooperación sur-sur y un desarrollo sustentable”, publicado por la Universidad de Boston en 2015, la creciente relación de intercambio comercial entre China y la región está teniendo efectos medioambientales claros.

Un esquema de posibles obras
Un esquema de posibles obras para incorporar a América del Sur a la "Ruta de la Seda del siglo XXI" (Archivo DEF)

Las exportaciones de América Latina a China requieren de más carbón y agua, y está ubicadas en áreas más vulnerables, dotadas de enorme biodiversidad y presencia indígena, que las de la región a otras partes del mundo, señala el informe.

De esta manera, la creciente demanda de bienes latinoamericanos por parte de China está aumentando considerablemente las emisiones de gases en la región y las actividades de deforestación para hacer lugar a actividades predominantemente extractivas.

Pero la deforestación es aún mayor al momento de construir canales, rutas y puertos para finalmente exportar esos productos, tareas realizadas con inversiones chinas y en muchos casos empresas de ese país.

La dura realidad de trabajar para China

Otro gran frente de conflicto que han generado las inversiones chinas en el mundo en desarrollo es el laboral. En primer lugar porque China por defecto busca siempre llevar a su propia mano de obra a trabajar en los diferentes países, desestimando a los trabajadores locales. Y en segundo lugar porque las empresas chinas someten a sus obreros a muy pobres condiciones de trabajo.

Ambos fenómenos están relacionados: la segunda economía global tiene un excedente de trabajadores, y es más rentable llevarlos por el mundo y pagarles salarios inferiores a los que deberían abonar a los locales. Esto les permite, además, explotar a sus obreros según prácticas usuales en China, lo que de otra forma deberían hacer con los obreros domésticos y arriesgarse a protestas o proceso judiciales

Obreros chinos durante un descanso.
Obreros chinos durante un descanso. China suele llevar a su excedente mano de obra por el mundo, pagando poco y sometiéndola a condiciones de trabajo deplorable

Los obreros chinos destinados en Asia, África o el Caribe suelen trabajar 13 horas diarias, seis o siete días a la semana, sin que les abonen horas extra, en muchas veces con sus pasaportes confiscados por las empresas y en condiciones de seguridad deplorables que llevan a altas tasas de mortalidad, indicó Aaron Halegua, abogado y consultor en asuntos laborales en la Universidad de Nueva York, en un artículo en China File.

Cuando las empresas chinas contratan a los locales, el choque cultural entre esta explotación y las prácticas domésticas suele ser grave y acaba en negociaciones informales en las que ambas partes ceden. También, la competencia suele reducir las condiciones laborales generales en cada mercado de trabajo.

En América Latina la situación es variable. En América del Sur, la mayoría de los países ostenta límites constitucionales a la importación de trabajadores extranjeros, por lo que ha sido inusual ver obreros chinos allí, expresó Matt Ferchen, investigador en el Carnegie – Tsinghua Center for Global Policy y experto en relaciones entre China y Améria Latina, también en China File. Por tal razón, las inversiones chinas han generado tensiones especialmente por el trato laboral de los trabajadores locales, como ha ocurrido en el sector minero en Perú.

En el Caribe, menos exigente en términos laborales, la situación ha sido más similar a lo ocurrido en África, y China ha logrado imponer paquetes de financiamiento, materiales y obreros chinos para realizar las obras, como en el caso de la construcción en 2016 del Casino Baha Mar en Bahamas, en el cual trabajaron 4.100 chinos en pobres condiciones, mientras el país atravesaba una fuerte crisis de desempleo.

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