La historia no se repite, pero muchas veces rima. Lo dijo Mark Twain. Cuando vemos tanquetas en las calles de Santiago, nos remitimos inmediatamente al cruento golpe de Pinochet para derrocar a Salvador Allende. Obviamente que no es lo mismo, pero hay una reminiscencia. Cuando la corrupción se lleva puestos a varios presidentes elegidos democráticamente en Perú y Brasil nos recuerda la caída de Somoza o la de Ferdinand Marcos. Es otra cosa, pero hay algunas similitudes. Cuando hay un levantamiento popular en Chile, una huida del palacio de gobierno del presidente de Ecuador o protestas contra el fraude electoral en Bolivia, tenemos un deja vu, algo que ya vimos. Aunque sea totalmente diferente.
Vivimos en la Era de lo imprevisible, lo incierto, lo impensable. Es una dura transición entre el fin de la etapa industrial y la post-globalización hacia una etapa inédita de avance científico y tecnológico. Pasamos del modo analógico al digital. Y nos sucede sin que hayamos tenido advertencias claras. O sí, las tuvimos, pero nos pareció que eran cantos de sirena. Desoímos lo que no queríamos escuchar. Estábamos muy ocupados en descifrar el presente, en sobrevivir. El Cambio Climático es un buen ejemplo de todo esto. No atendimos las innumerables advertencias Un día nos despertamos con el agua a la altura de la cama y nos damos cuenta de que lo que nos venían diciendo los científicos más destacados, era cierto. Pero tuvimos que esperar hasta ese momento. Comprobar con dolor que lo que tanto nos habían advertido, se está produciendo. Los seres humanos necesitamos certezas. Convivimos muy mal con la incertidumbre. Nos provoca miedo y el miedo nos lleva a la violencia.
Todo Chile se pregunta cómo pudo suceder. Un país tan golpeado con 17 años de dictadura no puede regresar a una violencia sin sentido. Es difícil de entender como estos chicos salen a la calle y se enfrentan a los militares como si estuviéramos en 1988. Cómo es posible que un levantamiento sin líderes ni poderes detrás, más allá de grupos anarquistas (entre los black block antiglobalización y los defensores de los mapuches) que son los que introdujeron una cierta organización a la violencia, pueda haber sido tan “exitoso”. Cómo es posible que en el barrio alto de Las Condes hayan salido a cacerolear en apoyo a esos grupos que incendiaban las tiendas en la que esos vecinos tanto gustan concurrir y comprar. El politólogo de la UCA, Gonzalo Sarasqueta, que estaba en Santiago el viernes en que comenzaron las protestas, me contó cómo era visible que pequeños grupos de estudiantes sin un liderazgo claro se agrupaban en las estaciones del metro para protestar por la suba del boleto. “Eran unos pocos chicos y al rato ya había adultos, gente que pasaba por ahí y se unía a ellos, al otro día eran miles. Y sin ningún líder. Y ahí está el peligro. Porque no hay con quien dialogar, con quien negociar. Si el presidente Piñera quisiera apaciguar los ánimos y escuchar los reclamos, no tendría con quien hacerlo”, comenta Sarasqueta.
Cómo es posible que todavía hoy se siga “cayendo el sistema” del recuento electoral como ocurrió en Bolivia y cuando se “reestableció” Evo Morales ya tenía un cuarto mandato de gobierno. Se utiliza el sistema democrático para imponer el fraude y mantenerse en el poder por otros medios. Los autócratas ya no necesitan de la dictadura del proletariado o de golpes militares de ultraderecha para perpetuarse. Organizan unas elecciones, hacen campaña, tienen rivales, la gente va a votar y cuando se hace el recuento, si no es favorable a sus intereses, los adecua. Se reemplazan urnas. En México las llaman “urnas embarazadas” porque “ya vienen llenas”. Aparecen los votos que mantiene al gobernante de turno y desaparecen los genuinos. En las últimas horas circuló un video en el que se ve claramente como cientos de urnas y sus planillas oficiales fueron apiladas en un depósito frente al centro de cómputos de La Paz.
En el medio están los que “se suben al carro” como esos grupos terroristas que se atribuyen atentados que no cometieron. Ese es el caso del inefable Nicolás Maduro que se hizo el misterioso y mandó un mensaje al Foro de San Pablo, la organización que agrupa a sectores de izquierda y populistas en América Latina. “A ustedes se lo puedo decir, desde Venezuela, estamos cumpliendo el plan, va como lo hicimos, va perfecto, ustedes me entienden”, dijo. Daba a entender que estaba detrás de lo que sucedía en Ecuador, Perú y Chile. Su segundo, Diosdado Cabello, la completó con un “la brisa bolivariana que recorre la región se convertirá en un huracán”. Y las redes se llenaron de mensajes en los que se veían agentes venezolanos y cubanos por todos lados. Hablaban de que, en Ezeiza, el aeropuerto internacional de Buenos Aires, el domingo se había cortado la luz para permitir la entrada sin identificación de esos agitadores profesionales; luego, se los “vio” en una violenta protesta frente al consulado chileno; y en Ecuador, supuestamente, también junto a los líderes indígenas correístas; en Santiago, “se veían” venezolanos saqueando tiendas y cubanos instruyendo a grupos anarquistas. Todo, sin ninguna prueba. Nada comprobable, más allá de que pueda ser posible ya que los personajes involucrados son capaces de hacerlo. Otro elemento importante que contribuye a la incertidumbre.
Todo esto construido sobre unas bases globales en las que se pueden inscribir el Brexit y la llegada de Trump a la Casa Blanca. O lo que sucede en El Líbano donde se registraron una serie de duras protestas después de que el gobierno quiso imponer un impuesto a las llamadas por WhatsApp. Todos estos fenómenos, por supuesto, tienen características locales. Pero también globales. Estallan en Hong Kong, Barcelona o Lima por motivos muy diferentes. Pero en el fondo hay líneas de conexión: la lucha por los derechos que cada grupo considera legítimos, contra la opresión, contra la corrupción, por las libertades democráticas. Aunque estos valores terminen entremezclados con el nacionalismo o la debilidad del sistema democrático.
Y en la raíz, el principal problema global: la acumulación de riqueza en unas muy pocas manos. El informe Riqueza Global (Global Wealth), elaborado por Credit Suisse, el 45% de la riqueza a nivel mundial está concentrada en sólo 0.7% de la población. De acuerdo a Thomas Piketty, el economista francés autor del revelador “El Capital”, Argentina mantiene la misma acumulación que en 1930. Y en Chile, el 1% más rico tiene el 26,5% del PBI y el 50% más pobre, apenas el 2,1%. Es el novenos país con el transporte más caro del mundo. Hay familias que destinan hasta el 30% de sus ingresos sólo en tomar el metro y autobuses para ir a trabajar.
El otro ingrediente de este coctel explosivo son las redes sociales. La gente puede ver en tiempo real cómo le pasan por las narices productos aspiracionales que nunca podrán alcanzar. Al mismo tiempo, no existe ese concepto de sacrificio en pos de “un futuro mejor para los hijos y los nietos”. Esa era una consigna de las posguerras del siglo pasado que ya quedaron obsoletas. Tampoco prevalece la idea del progreso a través del estudio. Los chicos ven cómo las estrellas del rap o de los gamers se hacen ricos en días y sus vecinos médicos pasan necesidades básicas. Saben por sus abuelos que tener una jubilación no garantiza ninguna vejez digna. Muchos pertenecen a una clase media precarizada que perdieron los valores que antes los cohesionaban.
Todo esto acumula rabia y ahora tienen en sus manos –literalmente- el celular que los conecta y les permite encontrar a otros con el mismo sentimiento. Solo basta que uno escriba #EvasionMasivaTodoElDia para que otro diga “chucha, hay que romper el metro” y miles los sigan. Así ocurrió en Santiago.
Descontento y rabia que encuentra un canal de expresión para atemperar los miedos que nos causa la Era de la Incertidumbre.