Incertidumbre. Literalmente: “Que no se puede prever o conocer de antemano lo que va a ocurrir”. Le podemos agregar “imprevisible” e “impensable” y tendremos la definición categórica de la Era en la que estamos viviendo. Es la pos-globalización que nos trajo el descontrol de un “orden” aparecido hace 30 años cuando cayó el Muro de Berlín. “Hay una aleatoriedad de las circunstancias, que cubren de una capa de incertidumbre todas las previsiones futuras”, dice el tecnólogo Albert García Pujadas. No se trata de optimismo versus pesimismo. Tampoco esperar lo mejor, para estar preparado para lo peor. “A diario nos topamos con signos contradictorios. Me refiero a que se producen acontecimientos, se toman decisiones o hay reacciones imprevistas, que a priori escapan de nuestro radar y de nuestra planificación, pero que están ahí y pueden cambiarlo todo y, además, hacerlo en poco tiempo. Sólo se cumple la lógica de lo imprevisible. Cada vez es mayor la sensación de que en política puede suceder cualquier cosa. Entender la complejidad del mundo se ha convertido en una tarea tan ardua como necesaria”, explica el filósofo vasco Daniel Innerarity. Y esa incertidumbre, sobre todo, provoca una erosión continua y perseverante de la democracia.
Desde el Brexit hasta Trump, el 2016 fue un muy mal año para las previsiones. Allí florecieron los extraordinarios acontecimientos políticos que dieron por el suelo con cualquier análisis basado en lo que hasta ese momento era lógico. La mayoría de los expertos apostaban que los británicos votarían por la permanencia en la Unión Europea, que un candidato como Trump no sobreviviría a las primarias, que el populismo y la extrema derecha no podían avanzar más de lo que lo habían hecho. El resultado es bien conocido: se impuso el Brexit, ganó Trump, Renzi perdió un importante referéndum constitucional, los austríacos estuvieron a punto de elegir a un presidente de extrema derecha, en Alemania los neonazis obtuvieron el 14% de los votos en las elecciones regionales. En Hungría y Polonia surgieron gobiernos autoritarios que mostraron la fragilidad de la democracia. Y Putin, desde Rusia, lanzó una guerra cibernética para recuperar su liderazgo geopolítico.
En América Latina, parecía que acababan los procesos populistas que habían tenido epicentro en la Venezuela de Chávez. Lula, Cristina Kirchner y Correa cayeron en desgracia. El escándalo de las coimas pagadas por la empresa brasileña Odebrecht, para obtener contratos de todos los gobiernos de la región, demostraron que la corrupción no solo es estructural, sino que no tiene fronteras. Pero la rabia de muchos con lo que estaba sucediendo y el arraigo del “voto contra”, no mejoraron nada. Brasil comenzó un proceso de deterioro institucional que terminó con un presidente de extrema derecha. Argentina dejó el kirchnerismo para caer en su recurrente espiral de gastar más de lo que su economía genera y abrió el camino para un eventual regreso de los Kirchner (Cristina y Máximo). México se sacudió nuevamente de encima al inoxidable PRI para caer en otro populismo del que no sabemos por dónde va a decantar. Sólo Venezuela sigue su curso hacia el abismo de la mano de Nicolás Maduro, un hombre que dice hablar con pajaritos. Un camino por el que lo acompaña el ex guerrillero Daniel Ortega. En Colombia, cuando todo indicaba que se había terminado con el absurdo conflicto de medio siglo con las FARC, unos disidentes deciden volver armados a la selva. Y por allí cerca, por Caracas, entraron unos actores inéditos en la región como Irán, Rusia (sólo había tenido real influencia en Cuba durante la época soviética) y China.
Y esta imprevisibilidad latina llegó para quedarse, generando caos y desequilibrio institucional. Ecuador explotó, Perú está en un limbo y el chavismo se refriega las manos. El ex presidente Rafael Correa se hace el inocente desde Bruselas (donde vive para no presentarse ante la justicia de su país) y dice que no tiene nada que ver con el levantamiento en Quito. Pero por las dudas, ya se postuló para unas elecciones que nunca fueron convocadas. “Si es necesario que sea candidato, lo seré”, dijo el hombre que gobernó Ecuador por diez años con dos reelecciones (2007/2017) y sin que nadie expresara que eso era necesario. Por su parte, Diosdado Cabello, el segundo hombre fuerte del gobierno Venezolano, ya canta victoria. “Estos días ha habido una brisita bolivariana por algunos países, como Ecuador, Perú, Argentina, Colombia, Honduras y Brasil... Una brisita”, dijo con una sonrisa socarrona.
En Perú,el presidente Martín Vizcarra venía buscando obsesiva e infructuosamente una manera legal de disolver el Congreso de mayoría fujimorista, hasta que solo encontró la manera inconstitucional de hacerlo. “¿Cómo entender su decisión de “disolver constitucionalmente” el Congreso ante la “negación fáctica” de una cuestión de confianza que no tiene especificación alguna en la ley ni en la Constitución?”, se pregunta el columnista Juan Paredes Castro en El Comercio de Lima. Y agrega: “Vizcarra, convertido en rehén popular del antifujimorismo, decidió acabar por la fuerza con la “intolerable” mayoría fujimorista congresal, como el fujimorismo, rehén popular del antiparlamentarismo de 1992, decidió también acabar con la “intolerable” representación legislativa de entonces. Hemos vuelto a ver en los últimos días cómo la Constitución es estirada como un chicle hasta adquirir formas monárquicas y cómo se esfuma irremediablemente el voto popular que delegó poder presidencial y parlamentario en el 2016”. Todo esto, como consecuencia de las denuncias de corrupción que se llevaron a los últimos cuatro presidentes y a la líder opositora Keiko Fujimori.
En Ecuador, el presidente Lenín Moreno, decretó el jueves el “estado de excepción” para contener las protestas de grupos sociales y transportistas que rechazan los recortes económicos que había anunciado dos días antes. En marzo, Moreno había recibido créditos por 10.200 millones de dólares de varias instituciones financieras internacionales, entre ellos, 4.200 millones del FMI con la condición de la reducción del gasto público, un incremento de ingresos y una reforma laboral que aliente la productividad. Los ecuatorianos llevaban esperando el “paquetazo” desde hace meses. Cuando llegó, la gente explotó en la calle. El primer día de manifestaciones dejó 35 heridos, entre ellos 21 policías, y 277 detenidos.
Las protestas, en Bolivia, de grupos de oposición que no aceptan la nueva candidatura presidencial de Evo Morales y la tensión provocada por los incendios forestales en la zona selvática del país podrían forzar un aplazamiento de las elecciones previstas para el 20 de octubre. “Lo mínimo que ya se está produciendo es un clima adverso para la votación, el aplazamiento electoral no ha sido planteado por nadie, pero no puede ocultarse que de ser algo impensable pasó a ser posible”, dice el analista Vicente Guardia. E Iván Arias, publicó en el diario opositor Página Siete una nota en la que sugiere que el oficialismo “podría aprovechar la actual tensión para posponer los comicios por un año, dándose supuestamente tiempo para recuperar los puntos que habría perdido por el desastre de los incendios”. Morales, quien gobierna desde 2006, pretende ganar un cuarto mandato consecutivo alentado por una exitosa gestión económica. Todo esto después de un muy polémico proceso en el que el propio presidente llamó a un referendo para reformar la constitución y perpetuarse en el poder. Perdió, pero maniobró para que el Tribunal Constitucional le dijera que igual se podría presentar para seguir gobernando, por lo menos, hasta 2024. Ahora, tiene a la gente en la calle tratando de pararlo. Santa Cruz de la Sierra, como siempre, a la cabeza de las protestas.
Venezuela sigue siendo “la peor de todas”. Ya no hay datos fiables para representar la hecatombe social, económica y política que vive el país bajo el régimen chavista de Maduro. La inflación y el desabastecimiento son de record universal. Más de cuatro millones de venezolanos ya salieron al exilio. Y como ocurrió en Cuba hace cincuenta años, las bandas criminales se están quedando con las casas de los que se fueron. El ex jefe guerrillero Daniel Ortega, que pasó de héroe por derrocar a la dictadura de Somoza a un autócrata que también busca perpetuarse en el poder, ya anunció que reformará la constitución para volver a presentarse en 2021. En abril del año pasado comenzaron las protestas contra su régimen que dejaron, al menos, 400 muertos. La crisis también es económica. Ortega y su mano derecha y esposa, Rosario Murillo, en un principio pudieron poner en práctica sus políticas populistas gracias al petróleo subsidiado de Venezuela. Una vez que Caracas ya no pudo mantener los envíos, la economía nicaragüense colapsó. La CEPAL estima que para 2019 tendrá el segundo peor desempeño de América Latina, con una caída de entre el 2% y el 5% del PBI. La Fundación Nicaragüense para el Desarrollo Económico y Social (FUNIDES) estima que 417.000 personas han sido despedidas o suspendidas de sus empleos por la crisis y por las represalias del régimen contra las protestas. Decenas de miles huyen al exilio. En Costa Rica, hay 40.000 refugiados “nicas”.
El martes, en Asunción, el ministro de Hacienda, Benigno López, admitió que Paraguay entró en un periodo de recesión económica. El PBI cayó un 3 % en el segundo trimestre de 2019 con respecto al mismo periodo de 2018. Esta noticia hecha por tierra la supuesta bonanza creada por el gobierno de Mario Abdo Benítez. “Paraguay afronta una crisis en todos los ámbitos: institucional, económica y política, con una deuda pública enorme, un gobierno inoperante y un quiebre entre el Poder Ejecutivo y la sociedad”, explica el analista y doctor en derecho internacional, Hugo Ruíz Díaz. La crisis se desató en julio cuando se conocieron los detalles de un acuerdo secreto firmado con Brasil con nuevos términos para la contratación de energía de la central binacional Itaipú, muy favorables a los intereses brasileños. Tuvieron que renunciar los altos mandos de la Administración Nacional de Electricidad, el canciller y todo el equipo que negoció el acuerdo. Benítez estuvo al borde del juicio político y, finalmente, el 1 de agosto Brasilia y Asunción se vieron obligados a anular el convenio.
Los incendios de la Amazonía desnudaron la presidencia de Jair Bolsonaro, tras nueve meses de relativa calma. El nivel de aceptación del ultraderechista bajó al 29% después de ganar las elecciones por más de 55%. La justicia está revisando el Lava Jato -el proceso para purgar la corrupción- y el ex presidente Lula está cada vez más cerca de salir de la cárcel. Bolsonaro se enfrentó al mundo al decir que nadie se podía meter en los asuntos internos del país ya que “la Amazonía no es del mundo, es brasileña”. Cuando en realidad, alberga el 50 % de la biodiversidad del planeta y es indispensable para combatir el cambio climático global. Para Bolsonaro, es un territorio a conquistar y expandir la frontera agropecuaria. Desde que asumió, el 1 de enero de este año, los incendios para deforestar y convertir las tierras en cultivables, tuvieron un aumento del 85% y se talaron los árboles en un área de 9.250 kilómetros cuadrados.
Argentina sigue sumida en su crisis permanente del pago de la deuda externa y una pobreza que alcanza al 35% de la población. Más de la mitad de los niños argentinos son pobres. El presidente Mauricio Macri tomó el gobierno después de 12 años de populismo kirchnerista y una economía en recesión. Luchó durante casi tres años, recortó los gastos y tuvo éxito en el ordenamiento institucional y el combate contra el narcotráfico. Pero cometió graves errores en el manejo de la economía. La pobreza y la inflación resucitaron al moribundo kirchnerismo y toda la oposición peronista se abroqueló tras la candidatura del ex Jefe de Gabinete de Néstor Kirchner, Alberto Fernández. Ganaron unas elecciones internas denominadas PASO y Fernández se perfila como el nuevo presidente. Su ascenso asustó a los inversionistas extranjeros y los mercados internacionales. Macri tuvo que “reperfilar” la deuda con el FMI y dejó al país muy cerca de un “default”.
Y ese declive gradual en la calidad de la democracia que golpea al mundo, como lo describen los profesores Steven Levitsky y Daniel Ziblatt de Harvard en su best seller “How Democracies Die”, ya no necesita de tanques en las calles para terminar con las instituciones y las libertades individuales. Sus propios gobernantes, los que llegaron por las urnas y que no pueden adaptarse a este mundo de imprevisibilidad y caos, los que como muchos mandatarios latinoamericanos se mantienen en el poder en base a mentiras, son los que se ocupan de erosionar día a día nuestra ya pobre calidad de vida.