Cómo la negligencia de Jair Bolsonaro podría socavar la prometedora liberalización económica que intenta impulsar en Brasil

El mandatario brasileño debe reconocer que Brasil tiene más que perder que ganar con sus políticas ambientales—incluso si el cambio climático es de hecho un mito basado en ciencia falsa

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Como el dios Jano, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, enfrenta dos alternativas: o elige cuidar a la Amazonia para integrar su economía al mundo o cede ante un nacionalismo brasileño que podría incendiar su propio gobierno.
Como el dios Jano, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, enfrenta dos alternativas: o elige cuidar a la Amazonia para integrar su economía al mundo o cede ante un nacionalismo brasileño que podría incendiar su propio gobierno.

La Amazonia es la selva tropical más grande del mundo y alberga una de las mayores concentraciones de biodiversidad del planeta. Contiene el 40% de las selvas tropicales de la Tierra y entre el 10 y el 15% de las especies terrestres del mundo. Desde la década de 1970, Brasil ha cedido casi 800.000 km² de los 4 millones de km² de la Amazonia, o 17% de la extensión original del bosque, a la tala de árboles, la agricultura, la minería, la construcción de carreteras, represas y otras formas de desarrollo—un área más grande que Francia y más de dos veces más grande que la Provincia de Buenos Aires.

Los científicos temen que estas cifras estén incómodamente cerca del umbral de pérdida de árboles, de entre el 20 y el 25%, a partir del cual la deforestación comienza a alimentarse de sí misma, convirtiendo gran parte de la cuenca amazónica en una sabana más seca conocida en Brasil como cerradoDesde que el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, fue inaugurado en enero, la Amazonia parece estar apresurándose hacia ese punto de no retorno.

Desde que Bolsonaro asumió el cargo en enero los árboles del Amazonas han estado desapareciendo al ritmo de tres canchas de fútbol por minuto. (AFP)
Desde que Bolsonaro asumió el cargo en enero los árboles del Amazonas han estado desapareciendo al ritmo de tres canchas de fútbol por minuto. (AFP)

De 2004 a 2012, bajo el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, el ritmo de deforestación en la Amazonia brasileña se redujo. Con el apoyo de otros países y ONG globales, el gobierno fortaleció el organismo estatal de protección ambiental, Ibama. En 2008 el Banco de desarrollo de Brasil (BNDES) creó un fondo internacional -el Fondo Amazonia- para ayudar pagar por proyectos de conservación. Sin embargo, en 2013 la tasa de deforestación comenzó a repuntar nuevamente. En 2012, bajo la presidencia de Dilma Rousseff, el Congreso de Brasil aprobó un nuevo Código Forestal que concedió una amnistía a los delitos forestales cometidos antes de 2008. Durante la recesión de Brasil entre 2014 y 2016, el presupuesto del Ministerio de Medio Ambiente se redujo significativamente, lo que llevó a un debilitamiento en la aplicación de las leyes ambientales.

Bolsonaro -un ex capitán del ejército que en su campaña prometió, entre otras reformas, relajar la regulación ambiental para revivir la economía- está acelerando el proceso. Entre agosto de 2017 y julio de 2018, Brasil perdió 7.900 km² de bosque amazónico: casi mil millones de árboles. La cifra de este año casi seguro será más alta, según datos preliminares del centro de investigación espacial de Brasil INPE. Las imágenes satelitales muestran que 920 km² fueron despejados en junio, un 88% más que en el mismo mes de 2018. En julio el número aumentó a 2.255 km², un alarmante 278% más que en julio del año pasado.

Al rechazar el ambientalismo como parte de una cosmovisión errónea de la izquierda, Bolsonaro parece estar alentando a los deforestadores a talar árboles sugiriendo que no aplicará las leyes que lo prohíben. La deforestación en los primeros siete meses de este año aumentó un 67% comparado al mismo período del año pasado. Aunque el Congreso y los tribunales han bloqueado algunos de sus esfuerzos para derogar a partes de la Amazonia su condición de zona protegida, su discurso ha dado a entender a los infractores de las normas que no tienen por qué respetarlas.

En julio afirmó que la Amazonia es como una "virgen que todos los pervertidos extranjeros desean" y que debe ser "explotada" para proyectos agrícolas, mineros y de infraestructura. El 28 de febrero el ministro de Medio Ambiente, Ricardo Salles, despidió a 21 de los 27 jefes provinciales de Ibama. Aún no ha reemplazado a la mayoría de ellos, lo que ha paralizado las tareas de supervisión de la agencia. Debido a que el 70-80% de la tala de árboles en la Amazonia es ilegal, la destrucción se ha descontrolado. Desde que asumió el cargo en enero los árboles han estado desapareciendo al ritmo de tres canchas de fútbol por minuto.

El presidente Jair Bolsonaro ha incentivado la tala de árboles en la Amaoznia. (Photo by CARL DE SOUZA / AFP)
El presidente Jair Bolsonaro ha incentivado la tala de árboles en la Amaoznia. (Photo by CARL DE SOUZA / AFP)

La Amazonia es importante para el clima global porque absorbe grandes cantidades de carbono, mitigando el calentamiento. Contiene alrededor de una cuarta parte de la cantidad de carbono de toda la atmósfera y absorbe alrededor del 5% de todo el dióxido de carbono que se emite por año. También es única entre las selvas tropicales en cuanto produce su propia precipitación al reciclar la humedad del aire que se mueve desde el Atlántico, a través de Suramérica y hacia el oeste. De este modo la selva reutiliza alrededor de la mitad del agua que absorbe. El agua de lluvia es arrastrada desde las raíces hasta las copas de los árboles, donde es liberada de nuevo a la atmósfera para volver a caer en forma de lluvia. Este proceso no sólo humedece la región, sino que también tiene un efecto de enfriamiento local por la evaporación generada en las hojas de los árboles.

En un influyente artículo publicado en 2007, Gilvan Sampaio y Carlos Nobre del INPE pronosticaron que si el 40% del bosque desapareciera, se reduciría la capacidad de alimentar este ciclo del agua, lo que significaría que el resto de la vegetación no contaría con las lluvias suficientes para sobrevivir. En un cierto umbral, eso provocaría que más del bosque se marchite, de modo que, en cuestión de décadas, la cubierta forestal seguiría disminuyendo a pesar de cualquier esfuerzo que los humanos quieran hacer para detenerla.

Recientemente, además de la amenaza de la deforestación, factores como el cambio climático y los incendios forestales también han afectado la capacidad del bosque de regarse a sí mismo. En los últimos 50 años la temperatura media de la selva ha aumentado unos 0,6°C. En una década ha sufrido tres sequías severas -en 2005, 2010 y 2015- que normalmente ocurrirían sólo una vez por siglo. Los incendios forestales han alcanzado este año un récord de 72.843, un aumento del 85% frente al mismo período de 2018, según el IMPE. Más de la mitad están en el Amazonas.

El 17% de la extensión original de la Amazonia que se ha perdido en los últimos 50 años aún está muy lejos del punto de inflexión del 40% que alarmó a la comunidad científica en 2007. Pero a principios del año pasado Nobre y el investigador estadounidense Thomas Lovejoy de la Universidad George Mason, luego de considerar los efectos del cambio climático y los incendios forestales en sus cálculos, revisaron el límite estimado a un 20-25%. Si tienen razón, significa que el ciclo de degradación del bosque podría desencadenarse cuando otro 3-8% del bosque desaparezca, lo cual, bajo la Administración Bolsonaro, podría ocurrir pronto.

"Podríamos estar muy, muy cerca del punto de inflexión", aseguró Nobre, que enseña ciencia ambientalista en la Universidad de Sao Paulo. Y si lo cruzamos, dijo, "es irreversible".

Donald Trump y Jair Bolsonaro durante la reunión en el marco del G20 en Osaka. (Reuters)
Donald Trump y Jair Bolsonaro durante la reunión en el marco del G20 en Osaka. (Reuters)

El presidente de Brasil rechaza el cambio climático, así como la ciencia ambientalista en general. Después de que el INPE publicó datos que indicaban un aumento de la deforestación en julio, Bolsonaro afirmó que las cifras eran falsas y le dijo a un periodista que los que se preocupan por el medio ambiente deberían comer menos y "hacer caca día sí, día no". Luego destituyó al director de la agencia, Ricardo Magnus Osório Galvão, un físico muy respetado, por "pérdida de confianza". Al ser consultado sobre los incendios, sugirió que las ONG ambientales estaban detrás de ellos para hacer quedar mal a su gobierno, en represalia por haber recortado su financiamiento público.

Las acciones de Bolsonaro parecen responder a sus inclinaciones nacionalistas. "Brasil es nuestro, la Amazonia es nuestra", exclamó recientemente en un discurso ante las Fuerzas Armadas, ignorando que la continua degeneración perjudicaría directamente a los otros siete países con los que Brasil comparte la cuenca. Cuando el presidente francés Emmanuel Macron calificó como "crisis internacional" los incendios en la Amazonia y prometió abordar el asunto durante la cumbre del G7 la semana pasada, Bolsonaro respondió que el Amazonas era un "asunto interno".

"La sugerencia del presidente francés, de que asuntos amazónicos sean discutidos en el G7 sin participación de los países de la región, evoca una mentalidad colonialista fuera de lugar en el siglo XXI", escribió el mandatario en Twitter.

El presidente Bolsonaro debe reconocer que Brasil tiene más que perder que ganar con sus políticas ambientales—incluso si el cambio climático es de hecho un mito basado en ciencia falsa. Su retórica  amenaza con obstaculizar la ratificación del acuerdo de libre comercio alcanzado entre el Mercosur y la Unión Europea, cuya aprobación abriría al país un mercado de 500 millones de personas tras 20 años de negociaciones. Afirmando que Bolsonaro le había mentido en sus compromisos medioambientales, Macron dijo que se opondrá a la firma del tratado, que requiere el apoyo legislativo de todos los países partícipes para ser efectivo. El primer ministro de Irlanda, Leo Varadkar, siguió sus pasos, indicando que "de ningún modo Irlanda votará a favor del acuerdo…si Brasil no cumple sus compromisos medioambientales". El Ministerio de Agricultura de Italia pidió bloquear el acuerdo.

La postura de Bolsonaro sólo recibió el visto bueno de su homólogo estadounidense, Donald Trump, quien elogió los esfuerzos de su gobierno para combatir los incendios. El apoyo no es sorprendente; no sólo por su rechazo mutuo al ecologismo, sino porque ambos parecen creer que la libertad económica se puede alcanzar a través de medios antieconómicos como son el proteccionismo y el nacionalismo. Así como Trump clama que "no necesitamos a China y estaríamos mucho mejor sin ella", el presidente brasileño exhibe actitudes similares con otras potencias. Cuando Alemania, la mayor economía de Europa, anunció la suspensión de una subvención de 35 millones de euros destinados a proyectos de protección de la selva amazónica a raíz de la intensificación de la deforestación, Bolsonaro dijo que "Brasil no los necesita".

La ironía se confirmaría si los aranceles de Trump obligaran a China a demandar más soja de Brasil, lo que a su vez exacerbaría la tala de árboles por parte de los agricultores brasileños.

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