Porto Velho, Rondonia – Brasil— Esta mañana la ciudad amaneció gris. No fue la primera vez: ya hace 20 días sus habitantes vienen acostumbrados a no ver el sol. Algo de eso los alivia: nadie quiere en este momento ver una bola en incendio permanente.
No es un gris tradicional el del Estado de Rondonia. No es un gris de vida opresiva entre cemento y días repetitivos. Al contrario, el paisaje en esta parte del país es de un verde intenso, árboles frondosos y espíritu amazónico. Pero no hoy, no ahora.
"El Amazonas representa la historia de un pueblo que es rico en amor, en felicidad. Yo siento orgullo de ser amazonense. Pero me da tristeza ver que existen personas que piensan diferente. La Amazonia no fue creada para un beneficio particular sino para el de todos", dice Marcley Tavares Teixeira Dos Santos. Pero Marcley, que habla de la felicidad de la selva, no está con el espíritu alegre. Desde que el Amazonas arde, solo puede pensar en la indiferencia de algunos de sus vecinos.
El problema no es el fuego, dirá antes de despedirnos. Tiene lógica: en esta época, todos los años se producen fuegos. Llega agosto y la tierra se seca, el aire se disipa y empiezan a aparecer los incendios, muchas veces producidos por los locales, que queman la basura, las hojas que no quieren en su jardín o simplemente tiran un cigarrillo en el lugar equivocado. Así pasó hace diez días en un paraje que queda a cinco minutos de la ciudad de Porto Velho: alguien desechó una colilla de cigarrillo aun prendido y la tierra no perdonó. Cuando Luis volvió a su casa, pegada al Aeroclub de la zona, vio todo el campo alrededor en llamas. Lo mismo alrededor de la pista de aterrizaje, que ardía sin piedad. "Yo llegué y estaba el fuego… por suerte no llegó a la casa ni a un tanque de gasolina que hay detrás; si no, hubiera perdido todo", dice.
Recorriendo ese campo quemado hay restos de animales: una piel de serpiente, huesos de lo que pareciera que fue un perro… Pero no está todo en cenizas. Lo perdido convive con pequeñas floraciones verdes que salen del corazón de la negrura, como insistiendo, como si la naturaleza fuera terca o demasiado paciente.
No es tarde mientras recorremos la zona, serán las cuatro o las cinco. El aire está igual a lo que estuvo durante todo el día, con un espesor que molesta, cargado de humedad y con gusto ahumado. Así vive hoy la gente de Porto Velho, mirando las cosas más de cerca que de costumbre porque en la lejanía solo ven el humo. "Durante el día no hay aire y durante la noche no duermo", dice Ana, una chica de 23 años nacida y criada en la zona. "Cuando veo esto es como ver una parte de mí que también se quemó. Tengo toda una vida en esta ciudad… me da miedo un día viajar, volver y preguntarme dónde están los árboles, dónde está la tierra, dónde el lugar donde yo nací", dice.
Para ella, la cuestión de los incendios está relacionada a las quemas que realizan las personas en sus casas y granjas, no tanto a las cuestiones políticas de las que se habla. Aclara -todo el mundo lo aclara- que los incendios suceden todos los años, pero que nunca hubo algo como esto. Nunca antes el humo -"la fumaça"- les había tapado así la vida.
"Este lugar no va a existir si seguimos ese camino. La gente parece que no ama su propia existencia, su propia historia. Debíamos cuidar esto y no lo hicimos, y creo que la naturaleza nos va a castigar muchísimo por cada daño, por cada árbol, por cada hoja que matamos", reflexiona.
Luis Felipe trabaja en una embotelladora de agua de coco. Está sentado descansando mientras habla. "A mí me cuesta respirar, no puedo correr y es muy difícil dormir… Te afecta mucho sin que te des cuenta el humo. La semana pasada se suspendió un partido del torneo local de fútbol en un pueblo acá cerca porque no se veía y no se podía respirar…", cuenta.
Es difícil constatar el daño en solo un par de días, pero no se escapa a la vista que se trata de una ciudad tranquila y perfil bajo que de pronto se convirtió en el corazón de las tinieblas. La última vez que Porto Velho (Puerto Viejo, en español) tuvo este nivel de notoriedad fue en el 2014, cuando una crecida del río inundó todo y habría causado un desperfecto en una central eléctrica que dejó sin luz a todo San Pablo. Lo de ahora sin embargo es más fuerte. El recepcionista de un hotel dice que nunca había visto tanto periodista junto, que de pronto llegan oficiales de todas las fuerzas, y que ve aviones y helicópteros atravesar los cielos de manera permanente. (Sucede que Porto Velho es uno de los centros de operaciones que montó Bolsonaro para controlar el fuego).
El mapa de las llamas minuto a minuto muestra casi 50 focos de incendio en regiones muy cercanas a la ciudad (y cientos en todo el estado de Rondonia), pero ese fuego no se ve fácilmente. Aparece y se va, o resurge con ferocidad en algún rincón impenetrable de "la floresta", como llaman acá a la selva. "Antes se veía el sol de la mañana, ahora es pura humareda", dice Clerson, mientras maneja un Uber que nos lleva al Aeroclub. En el discurso de casi ningún habitante de Porto Velho parece haber relación entre humo e incendio. Solo una segunda pregunta los lleva a responder sobre la situación crítica que vive el Amazonas. No son pocos los que no esconden su sorpresa -y hasta su disgusto- al ver que uno considera extraordinario lo que sucede.
"Aquí decimos que Rondonia es el micro cosmos de la Amazonia. Un amigo dice que es el laboratorio del mal porque ahí están bandas de tomas de tierras indígenas. Hay un conflicto entre el ente de gobierno que pone la tierra en manos de la gente, y las ONG que protegen a los indígenas. Hay muchas áreas protegidas que tienen ya un porcentaje de ocupación que después se van a usar para ampliar y criar pastajes. Las quemas al final son la consolidación de las áreas que se han talado", explica un reconocido periodista de la zona que prefiere no dar su nombre.
"Estoy esperando que el humo se vaya pero acá hay muchas cuestiones que no permiten que la cosa cambie. Quemadas de lote, quemadas de chacras, de madereras… Tendría que cambiar todo y eso no pasa", dice Avelindo Sosa, que trabaja con Luis Felipe. Es uno más de los tantos testimonios de la gente, que ve pasar los camiones de bomberos con indiferencia, molesta más por la espesura del aire que por la quema del Amazonas. ¿Quién tiene derecho a imponer la indignación? ¿Quién tiene derecho a creer que sabe algo que el resto no?
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