Primero le dieron una paliza y como todavía no decía lo que ellos querían escuchar, uno de los interrogadores tomó una tenaza y le arrancó tres uñas de la mano izquierda. Esta no es la escena de una película ambientada en el Medievo; se trata del testimonio de Lenín Rojas Contreras, de 36 años, un preso político excarcelado el pasado marzo por el régimen de Daniel Ortega, en Nicaragua.
En octubre de 2018, el diario nicaragüense La Prensa identificó al menos 15 métodos de tortura empleados a partir de abril de ese año. La lista incluía, entre otras barbaries, desprendimiento de dientes y dedos, marcas en el cuerpo, secuestros, aislamiento, asfixia, quemaduras con ácido y con fuego, amarres extremos, confinamiento en sumideros y violaciones sexuales con el cañón de rifles AK. Eso ya parecía bastante, pero a partir de entonces las denuncias por tortura no han hecho más que multiplicarse.
La tortura ha sido uno de los rostros más crueles de los 12 años del Gobierno de Ortega, pero su práctica se ha intensificado a raíz de las manifestaciones que estallaron en abril de 2018, cuando miles de ciudadanos salieron a las calles, primero para protestar contra las reformas a la seguridad social, que aumentaban las cotizaciones de los trabajadores y reducían las pensiones de los jubilados, y después para exigir que los Ortega Murillo abandonaran el poder.
Luego de responder con una brutal represión, el Gobierno de Daniel Ortega y su esposa y vicepresidente Rosario Murillo inició una cacería de ciudadanos opositores que dejó unos 800 detenidos. Y los testimonios de quienes han pasado por las celdas del régimen describen terribles prácticas, como persecución, abusos sexuales y psicológicos, amenazas de muerte a familiares, extracción de uñas, sometimiento a descargas eléctricas, quemaduras de las plantas de los pies y patadas en los testículos, horrores documentados en un reciente informe del Colectivo de Derechos Humanos Nicaragua Nunca+, conformado por seis nicaragüenses exiliados en Costa Rica.
Uno de esos defensores de derechos humanos es Gonzalo Carrión, para quien el régimen de Ortega y Murillo "ha recurrido a las peores conductas inhumanas y degradantes" no solo como método de interrogatorio, también, y sobre todo, como un instrumento para castigar el pensamiento disidente.
"Sin temor a equivocarme, la tortura ha sido utilizada fundamentalmente como método de castigo", afirma Carrión, que ha trabajado por los derechos humanos desde hace 27 años. "Si vos estás en contra del comandante y la compañera, no reconocés el 'Buen Gobierno', entonces viene la paliza. Hay un patrón de la tortura por castigo. Lleva una carga de odio e implica que el autor está seguro de que tiene una garantía de impunidad", analiza.
La abogada Yonarqui Martínez, que ha tomado la defensa de los presos políticos como una causa personal, coincide con Carrión. "Dentro de la tortura física he logrado observar que le han quitado las uñas a los jóvenes. La han utilizado como un mecanismo de castigo por el hecho de pensar o de tener una inclinación ideológica diferente a la que el gobierno de turno tiene", sostiene. "La tortura ha sido utilizada en todo este proceso, ha sido física y psicológica, y no hay funcionario que no haya contribuido".
Por la brutalidad del caso, Martínez recuerda especialmente lo que a Lenín Rojas Contreras le hicieron en la Dirección de Auxilio Judicial, el Chipote, una cárcel con calabozos medievales, conocida en Nicaragua como el principal centro de tortura de la Policía.
Ahí fue llevado el 12 de julio de 2018, luego de que oficiales de la Policía lo capturaran tras haber participado en una marcha antigobierno. Lo encerraron en la celda número diez, una mazmorra tan oscura que no se podía ver "ni las manos", recuerda. Y esa misma noche le propinaron su primera golpiza.
En la quinta madrugada de su estadía en el Chipote le arrancaron las uñas. Diez meses después, todavía le cuesta narrar lo sucedido. Hace pausas. Suspira. Recuerda el cuarto de interrogatorio, al investigador y a los tres verdugos llevados para "hacerlo hablar".
"Me empezaron a dar palmazos en la cabeza, en la nuca. Uno me sacó el aire y fue cuando otro me puso la rodilla en la mano que estaba en el escritorio y me arrancó… (hace una pausa). Primero me agarró bien la uña con la tenaza, le dije que no lo hiciera, me la empezó a levantar… (suspira). Dejame que agarre aire porque no me gusta hablar de esto", se disculpa.
Aunque intentó forcejear, le arrancaron la uña. El dedo le sangraba. "¡Cacao, esto duele!", exclamó, suplicando piedad. "¡Hablá!", dijo el interrogador. Entonces le arrancaron otra y sintió que se iba a desmayar. Pero cuando le desprendieron la tercera, ya no sintió tanto dolor, solo tuvo la sensación de que se ahogaba. "Si me van a matar, mátenme de un solo. Me están haciendo mierda", dijo. Los verdugos "se rieron", dice.
El Gobierno de Daniel Ortega tiene otra visión de la realidad. El año pasado, el presidente de Nicaragua (y para muchos dictador) brindó una serie de entrevistas a medios internacionales en las que negó la existencia de los grupos paramilitares, dijo que no había presos políticos, sino criminales, se declaró víctima de un intento de golpe de Estado y aseguró que en sus cárceles no se practica la tortura.
Sin embargo, la evidencia que indica lo contrario es apabullante. Los presos excarcelados cuentan sus historias ante los medios de comunicación y los organismos de derechos humanos, y los que continúan en prisión se las arreglan para dar a conocer sus testimonios a través de sus parientes y abogados.
Por ejemplo, Yubrank Suazo, dirigente del Movimiento 19 de Abril, fue golpeado salvajemente por un funcionario del Sistema Penitenciario "que le propinó golpes en el pecho mientras le gritaba: 'Me vale verga lo que sintás'. Seguidamente lo colgó de los pies con los grilletes y empezó a darle patadas en la cara", relata el informe Derechos Humanos en un Estado de Excepción, publicado este martes 21 de mayo por el Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (Cenidh).
Luego Suazo fue llevado a El Infiernillo, la celda de castigo del Sistema Penitenciario Nacional, La Modelo. Un calabozo que los presos describen como "un lugar oscuro", hermético, caliente como un horno e infestado de cucarachas, zancudos, garrapatas y alacranes.
"Lastimosamente estamos bajo una dictadura, y en las dictaduras se dan todo tipo de violaciones a los derechos humanos", expresa la abogada Yonarqui Martínez. "Cuando no tenés el apoyo de la población y estás de manera ilegal gobernando, solo te queda ejercer la fuerza y la tortura porque no respetás el Estado de derecho, ni el debido proceso ni la vida misma".
Cientos de presos políticos continúan en las celdas del régimen, sometidos a toda clase de maltratos físicos y psicológicos, y los que han sido excarcelados todavía tienen pesadillas donde recuerdan lo que vivieron.
En La Modelo "no dormías pensando que en cualquier momento llegaba la guardia y te 'majaba'", relató el preso político Dany Chávez, de 34 años, excarcelado el pasado 15 de marzo. "Es muy difícil lo que se vive ahí adentro. Le pido a Dios que me regale mi sueño como lo tenía antes. La mayoría del tiempo sueño que estoy preso".
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