Aquel día, Nayib Bukele estaba nervioso. Las manos frías, la respiración rápida y el rostro pálido lo delataban. El vocerío de las decenas de personas que lo recibieron ese octubre de 2014 en el cantón San Antonio Abad parecía rebasarlo en uno de los primeros eventos de su campaña electoral como candidato a alcalde de San Salvador, la capital del país.
Esa imagen, la del político primerizo al borde de un ataque de nervios, estaba a años luz de la del hipster seguro de sí mismo que exhibió la noche del 3 de febrero de 2019, cuando se confirmó que había sido elegido presidente de la República de El Salvador, a sus 37 años.
Al ritmo de "Viva la Vida" de la banda británica Coldplay, Bukele habló con la tranquilidad de quien sabe que ha conseguido lo anhelado. Y lo hizo al frente de cientos de sus seguidores, que se reunieron para celebrar el triunfo en el centro histórico de San Salvador, cuya revitalización se convirtió en una de sus obras más publicitadas.
Con su victoria, relegó a la irrelevancia al partido de Gobierno nacido desde la ex guerrilla, el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), la institución bajo cuya bandera gobernó como alcalde en sus dos periodos antes de ser expulsado.
Bukele se impuso con más del 53% de los votos a su más cercano perseguidor, una coalición de partidos de derecha representados por el empresario Carlos Calleja, el candidato elegido por ARENA. La seguridad de su discurso en la noche de su triunfo hacía olvidar que había comenzado su carrera política hacía siete años, cuando apenas había arribado a la tercera década de vida.
Bukele, el empresario que no terminó sus estudios pero que hizo de la propaganda política su medio de subsistencia antes de siquiera pensar en convertirse en funcionario, había logrado un objetivo que, según sus allegados que hablan bajo condición de anonimato, comenzó a vislumbrar como una posibilidad muy alcanzable en 2015, cuando se convirtió en el alcalde de la capital del país.
Fan de series políticas como "House of cards" o "Billions", y también de los cómics norteamericanos, el futuro presidente se vislumbra como un nudo de contradicciones.
Bukele ha basado su campaña en una plataforma anticorrupción, pero varios personajes de su círculo más cercano (e incluso él mismo) han sido señalados por actos contrarios a la ley. Ha hablado del orgullo de su origen palestino, pero una vez elegido no dudó en rendir pleitesía a Donald Trump, uno de los aliados más firmes del gobierno israelí de Benjamin Netanyahu. Además sostuvo durante toda su campaña (y aún antes) un conflicto con los dos más grandes periódicos tradicionales del país, a los que acusó de inventar noticias para arruinar su imagen, pero su entorno creó una red de medios en los que se publicaron mentiras en contra de sus adversarios.
Ha condenado, también, al gobierno de Nicolás Maduro y de Daniel Ortega, pero no se ha desligado en los negocios de Alba Petróleos de El Salvador, la empresa con la que el programa chavista Petrocaribe aterrizó en el país centroamericano. Hasta ahora no se ha referido a una posible auditoría a los fondos de la cooperación venezolana, que alcanzan los USD 1.100 millones.
El héroe que capitaliza el desencanto
El Salvador es uno de los países más peligrosos del mundo. Y en la última década, el punto más grave se alcanzó justo a la mitad, en 2015: 6.670 homicidios en una población de 6 millones: 103 asesinatos por cada 100.000 habitantes.
Esa cima fue el efecto búmeran de una tregua entre pandillas auspiciada por el Gobierno en 2012, en la que se dieron facilidades carcelarias a los cabecillas presos de estas estructuras a cambio de una reducción en los homicidios. La tregua tuvo efectos colaterales, como que las pandillas consolidaran su poder en territorios donde antes no lo tenían, sobre todo en la zona rural. Cuando el acuerdo se rompió, la violencia llegó a una escala insospechada.
A pesar de que para 2018 hubo una reducción del 50% de la tasa de homicidios con respecto a 2015, la violencia continúa siendo uno de los más grandes problemas para su población y corresponde uno de los principales motivos para migrar fuera del país, sobre todo a Estados Unidos.
A eso se suma el generalizado convencimiento de que los dos partidos que estuvieron en el gobierno central en los últimos 30 años, ARENA y el FMLN, son corruptos: tres de los últimos presidentes del país han tenido o tienen expedientes abiertos en los tribunales locales. Antonio Saca, quien gobernó por ARENA entre 2004 y 2009, admitió incluso haber saqueado las arcas del Estado a cambio de una reducción a su pena.
Bukele supo cómo capitalizar el hartazgo de la población con respecto a los partidos tradicionales para pasar de ser, en menos de cinco años, ese político primerizo que temblaba frente a la multitud al presidente del país.
Eso en base a unas bien publicitadas obras municipales y a un discurso en el que se diferenciaba tajantemente de esas instituciones políticas. Pero, sobre todo, a una bien construida imagen.
Sus detractores lo acusaron de echarle la culpa de todo lo que le ocurría al sistema de partidos tradicionales y de hacerse la víctima. Pero según varios expertos en comunicación política, la narrativa de Bukele se basó en un arquetipo ubicado en las antípodas: el héroe, aquel elegido que vence todos los obstáculos que sus enemigos le ponen enfrente para lograr sus objetivos.
Y eso tuvo algo de arraigo en la realidad.
La historia de su candidatura fue accidentada. Su expulsión del FMLN en 2017 lo llevó a la creación de su propio partido, Nuevas Ideas. Recogió una cantidad inédita de firmas (más de 200.000), pero la proeza se hizo después de la fecha límite para inscribir a una institución política para las elecciones presidenciales de 2019. Ante esto decidió aliarse con Cambio Democrático (CD), con el que había participado de forma conjunta en los comicios para alcalde de 2012 y 2015. Pero el 26 de julio de 2018, el Tribunal Supremo Electoral decidió bloquearlo porque el CD no había logrado el mínimo legal de votos en las elecciones municipales y legislativas de marzo de ese año. Como último recurso, entonces, decidió correr bajo la bandera de la Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA), un partido de derecha fundado en 2009 por disidentes de ARENA bajo el patrocinio de Antonio Saca, el expresidente que admitió haber saqueado las arcas del Estado. GANA era la misma institución política a la que Bukele había catalogado como corrupta y a la que juraba que nunca se afiliaría. "Mi corazón está a la izquierda", aseguraba en sus declaraciones públicas. Durante la campaña, su propaganda se desligó de ese partido: eliminó la bandera naranja e implementó una cyan decorada con una golondrina, su color y su símbolo. "Vota por Nayib Bukele marcando la bandera de la golondrina", decían los anuncios.
Pero el héroe venció en todas sus batallas. La imagen adoptada le dio buenos resultados. Y fue no cedió muchas oportunidades para criticarlo: durante la campaña no asistió a ningún debate frente a sus rivales y no concedió entrevistas. La mayor parte de sus mensajes se distribuyeron a través de sus Facebook Live y de su Twitter. En esta red social ha tenido mucha actividad, pues solo en lo que va de 2019 se contabilizan más de 5.000 tuits.
Los endeudamientos en el camino a la presidencia
Nayib Bukele llegará a la silla presidencial de El Salvador avalado por su trabajo como alcalde en dos municipios. El primero fue Nuevo Cuscatlán, del que estuvo al frente entre 2012 y 2015. Ubicado a escasos kilómetros de la capital, su población apenas supera los 9.000 habitantes. La mayor parte de su territorio lo conforman residenciales de lujo, construidas casi todas en la última década y donde viven personas de alto nivel adquisitivo.
Inés Carranza es una campesina líder de la comunidad asentada en Florencia, una ex finca cafetalera de la que solo queda el recuerdo. Carranza recuerda al joven alcalde por su proyecto de agua, que logró abastecer a zonas que antes no contaban con el servicio. También por la remodelación de la plaza principal. Y por poco más.
Para estos y otros proyectos, la administración de Bukele endeudó a este pequeño municipio con más de USD 4 millones en préstamos, según información facilitada por el Instituto Salvadoreño de Desarrollo Municipal (ISDEM).
Esta forma de gobernar, la de adquirir obligaciones crediticias en el corto espacio de un periodo municipal (apenas de tres años), también marcó su pasó por la alcaldía de la capital. De entre todas estas deudas destaca una. Según el Ministerio de Hacienda de El Salvador, Bukele comprometió en una titularización hasta USD 105 millones de dólares de flujos futuros para obtener un poco más de USD 52 millones. Además de cancelar otras dos titularizaciones de USD 31 millones, el destino de estos fondos no está del todo claro.
En enero, Bukele presentó una plataforma de gobierno que tiene como principal ausencia un plan claro de cómo se financiarán sus proyectos estrella, como un tren que recorra el país de punta a punta o un nuevo aeropuerto en el oriente. Esa es una de sus principales incógnitas.
Los aliados no revelados
Nayib Bukele basó su campaña en algunos slogans que repitió hasta la saciedad. Uno de los más sonoros tenía que ver con "los mismos de siempre", aquellos personajes relacionados con los partidos políticos tradicionales, a quienes achacó el origen de todos los males en el país. Sin embargo, a medida que se acerca su toma de posesión, parece que no se ha desligado lo suficiente de ellos.
Ha conservado a su lado a personajes que también estuvieron cerca de Antonio Saca, el presidente que confesó haber robado USD 300 millones de las arcas públicas, como el asesor de comunicaciones Ernesto Sanabria o el experto en protocolo Francisco Merino Jr.
Pero la relación más polémica tiene que ver con el FMLN, el partido que en 2017 lo expulsó de sus filas. En concreto con José Luis Merino, uno de los hombres más influyentes dentro de esa institución política y nexo principal con Petrocaribe, el programa mediante el que el gobierno venezolano entregó en 14 años más de USD 28.000 millones a varios países en el Caribe y Centroamérica, incluyendo El Salvador.
El lunes 15 de abril, el periódico digital La Página publicó una nota sobre su visita a República Dominicana, en el marco de una gira a varios países de la región. Pero lo más revelador era la foto que acompañaba el artículo. En el extremo izquierdo de la fotografía aparecía Érick Vega, quien había acompañado a Bukele como parte de esa comitiva.
Vega es el hombre de más confianza de José Luis Merino, quien actualmente es investigado en Estados Unidos por el FBI, la DEA y el Departamento del Tesoro por presuntamente liderar una estructura de lavado de dinero y activos.
Vega fue asistente personal de Merino durante más de una década y ocupó puestos importantes en Alba Petróleos de El Salvador, la empresa de economía mixta que operó el programa Petrocaribe en el país, así como en media docena de sociedades afines, incluyendo APES INC., su subsidiaria panameña.
Según tres exmilitantes del FMLN que ahora apoyan a Nayib Bukele y que hablan bajo el resguardo de sus identidades, el ahora presidente electo nunca se desligó de Merino, aún después de que lo expulsaran del partido de gobierno. Explican que dentro de la dirigencia de esa institución hay dos grandes bloques, heredados de las organizaciones que conformaron la guerrilla que peleó en el conflicto armado de 1980 a 1992.
El primero, el de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL) está integrado por el presidente del país, Salvador Sánchez Cerén, el secretario general Medardo González y populares diputados como Norma Guevara o Lorena Peña. El segundo es el del Partido Comunista, conformado por Merino y personajes como Leonel Búcaro, expresidente del Parlamento Centroamericano.
"¿Con quiénes chocó públicamente Nayib? Con Lorena (Peña), con Medardo (González). Nunca con los del Partido Comunista. A mi no me extrañaría que parte del financiamiento de su campaña venga de allí", dijo uno de los tres exmilitantes del FMLN consultados para este trabajo. Este tema, el del financiamiento de su campaña, fue precisamente uno de los más opacos en torno a Bukele.
Nunca reveló una lista de aquellas compañías o personas que donaron para un proceso en el que superó incluso a ARENA, el partido ligado a la empresa privada salvadoreña, en su propio terreno: atraer dinero para una contienda electoral. Según la ONG Acción Ciudadana, el partido por el que corrió Bukele, GANA, fue el que más gastó en propaganda durante la campaña, con más de US $11 millones.
Con todos estos temas a sus espaldas, de los que no le ha interesado aclarar nada, Bukele se presenta todavía como una incógnita. Una que tendrá que despejar a partir del 1 de junio, cuando asuma como presidente y confirme si es o no la esperanza a la que eligieron 1.2 millones de salvadoreños.
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