"José Oyola, 3.V.1809, muerto por su esposa". U otra leyenda que reza: "Difunto en la playa, desconocido, 19.V.98, cadáver seco, sería español por el pelo en el cogote. Apareció en las costas de José Ignacio". Delante, un epitafio reseña: "Manuel Florencio Pereira, 30.XI.1822, militar brasileño pobre, se le hizo entierro gratis". Las lápidas hablan del pueblo: cuentan que Antonio Moreno, esclavo de Juan Santos, fue el primero en ser enterrado; que Isidoro era un indio adulto que murió ahogado, que Juana Calixtra era una china minuana convertida al catolicismo que falleció de viruela.
Develan, las lápidas, que detrás de la Iglesia San Carlos Borromeo, en el interior del departamento de Maldonado y a quince kilómetros por ruta y paisajes silvestres de las playas de Punta del Este, se esconde una necrópolis colonial, un camposanto del siglo XVIII.
Las referencias a los difuntos recrean la historia de una comuna heroica, ancestral. "No son muertos anónimos, sino que tienen una historia detrás que da testimonio de la vida de un pueblo. A partir de las leyendas se pueden identificar quiénes eran los pobladores, entre militares, agricultores, comandantes, esclavos", explica Jorge Peixoto, párroco del templo.
“Hay mucha gente que también viene atraída por el monumento colonial, por ser el templo más viejo de Uruguay que se mantiene en pie, por la arquitectura románica”, agregó el cura
Las lápidas comparten tres elementos: la cruz, las siglas Q.E.P.D y el epigrama. Las inscripciones son recreaciones modernas que acreditan la información que se conserva en el archivo histórico de la parroquia, en los libros originales del 1700 y 1800.
Cuando fue declarada Patrimonio Histórico Nacional por ser la iglesia más antigua del Uruguay que se mantiene en su planta natural, arquitectos conservacionistas eligieron treinta representantes. La selección adultera los criterios de época: en la misma tierra, sin distinciones, yacen restos hipotéticos de indios, desertores, negros junto a tenientes y capitanes de milicias.
Fernando Cairo, historiador y subdirector general de Cultura de la Intendencia de Maldonado, advierte que la escenografía es en verdad un montaje: "El cementerio existió, pero se perdió cuando hicieron las construcciones linderas a la iglesia. Hace muchos años, Jaime Alonso Pérez, un director de cultura en época de dictadura, mandó a reproducir algunas lápidas tomando los datos del libro de defunciones de la iglesia, y las hizo colocar en los alrededores de la misma".
El camposanto funcionó durante medio siglo, desde 1787 hasta 1837. Su dimensión era mayor: llegó a albergar hasta 2.500 tumbas en un predio que ocupaba toda la manzana. Cesó su actividad fúnebre cuando se dictó la ley de cementerios públicos.
"En 1828 un juez de paz de San Carlos se manifestó a favor de la construcción de un cementerio para los pueblos 'cultos'. Lo realizaron pero demoraron nueve años después: en 1837 se habilitó finalmente el cementerio que está ubicado en la parte alta de la ciudad, por lo que se dejó de usar el que estaba en la iglesia", develó Marta Pereyra, historiadora y presidenta del centro de investigaciones históricas de San Carlos. Automáticamente después comenzó un proceso de deterioro y abandono hasta que el edificio y su peculiar necrópolis fueron incluidos en un proceso de reconstrucción patrimonial al convertirse en Monumento Histórico en 1963.
Según consigna el escritor e historiador Carlos Seijo en su libro titulado La iglesia Colonial de San Carlos, editado en 1951, en el interior se enterraban a los sacerdotes, patrones, especiales bienhechores y a los que fallezcan en concepto de distinguida virtud y santidad.
Marta Pereyra lo certificó: "Es cierto. Había una real cédula de su majestad que expresaba que dentro de la iglesia se podían enterrar solamente personas importantes de la sociedad. Los cuerpos se cubrían con cal para asistir a los rituales y que no se emanara un olor nauseabundo".
El 11 de octubre de 1763, por impulso y obstinación del cura vicario Manuel Amenedo de Montenegro, se edificó un rancho de barro, fajina y techo de paja brava de los bañados de quince varas de largo: se alzaba así una de una de las primeras iglesia del país.
En 1775 fue erigida canónicamente. Tres años después se colocó la piedra fundamental para su expansión como sede de culto en apogeo. A comienzos de siglo fue elegido como patrono San Carlos Borromeo y en 1804 recibió la visita episcopal. Eran tiempos de colonias y conquistas. El investigador Alberto Moroy escribió en el diario El País que el 20 de octubre de 1806 los invasores ingleses se apoderado de Maldonado con asombrosa facilidad y que el 7 de noviembre se dirigieron a San Carlos para tomar la villa.
No pudieron. La resistencia del pueblo carolino fue tenaz y poética. Obligaron a las ofensivas británicas a renunciar a la conquista y replegarse en Maldonado. La historiadora local lo convalidó: "En verdad, los ingleses no estaban interesados en San Carlos, pero es cierto que no entraron, que no hubo invasión. La resistencia se produjo en el Combate de la Loma de Ortiz en un enfrentamiento entre ingleses y españoles donde muere el comandante Abreu".
Agustín Abreu Orta, nacido en Tarifa en 1766, fue un marino español devenido en teniente de fragata que estuvo al mando de 400 hombres enviados por la corona para defender la colonia. Su partida de defunción permanece en la capilla de la iglesia. Su cuerpo, enterrado con honores en el cementerio de Montevideo. Sus vísceras, sepultadas en la necrópolis de San Carlos con un epitafio que anuncia: "Agustín Abreu, 10.XI.1806, comandante, murió a raíz de las heridas que recibió en el combate contra los ingleses en la cuña de esta villa".
Las referencias a la batalla se transcriben en las lápidas. "Antonio Bessot, 10.XI.1806, murió en el combate con los ingleses, fue baleado y su cuerpo todo tajeado", cinco soldados indios del regimiento que fallecieron en el enfrentamiento y Tomás Pérez, muerto el 8 de noviembre de 1806, cuya inscripción refiere: "Murió de un balazo o dos que le tiraron los ingleses en esta mañana por verlo disparar de su casa al monte, pensando que era un militar español, que con motivo del combate de ayer entre unos y otros, vinieron más de 800 con dos cañones de tren volante a registrar la villa y sus inmediaciones por si hallaban al general y sus tropas".
“Las inscripciones son valiosísimas. Es un lugar de interés cultural. La gente de San Carlos es muy conocedora de su historia y le da el valor que le tiene que dar”, dijo la historiadora Marta Pereyra
La historia del pueblo no se construye solo de próceres y mitologías. Los epitafios y las tumbas también homenajean a personajes secundarios, como el poblador Antonio Pires o el desertor portugués Januario. Como Francisco Pérez, soltero, oriundo del Reino de Castilla, dueño de una tienda y una pulpería, que falleciera ahogado en el arroyo el 12 de diciembre de 1773. No es el único que desapareció en el arroyo: Narciso González, hijo de un sargento miembro de la asamblea y nativo de Buenos Aires, murió cuando tenía diez años.
Está la lápida de Juan Cabrera, el último en ser enterrado en el cementerio de la Iglesia San Carlos Borromeo, y la referencia a las misiones jesuíticas del Alto Paraná con la leyenda de Ignacio, "indio tape músico, 18.XI.1804".
Están las historias aleatorias: "Manuel Dutra, 12.XII.1792, marido de María Antonia Machado, murió en la noche repentinamente a resultas del fuego de una centella que lo abrazó junto a su hijo Francisco que tenía en sus brazos" y "Domingo, 10.IX.1803, esclavo bozalón que compró el cura Ameneda para trabajar en la iglesia nueva". Están los entierros angustiantes: "Juana Ramos, 3.X.1791, falleció a resultas de parto de mellizos, sus hijos también fallecieron", "Manuel Fernández de Sosa, 4.XI.1806, maior de 100 años, murió repentinamente y no recibió los sacramentos, pero todos los años anteriores confesaba y comulgaba" y "Manuel Correa, 30.III.1803, capitán de milicias de cavallería (sic) de esta parroquia, asesinado por toda su familia y esclavos por dos negros estranjeros (sic) que quemaron todo".
La heterogeneidad de los sepultados descubre un plan. El criterio de elección fue preciso: una treintena de casos disímiles que sinteticen los orígenes de la ciudad. El cementerio no desestima su perfil lúgubre: lápidas irregulares, talladas, clavadas de manera imperfecta, con el corrimiento del tiempo y la pérdida de colores. Los cuentos de terror se inspiraron en paisajes así, como el que esconde el patio de la iglesia más antigua de Uruguay, a quince kilómetros del balneario más distinguido de la región.
Seguí leyendo