Jair Bolsonaro y Mauricio Macri no se conocen personalmente. Recién se verán las caras por primera vez este 16 de enero. Pero ambos saben que necesitan, por historia y coyuntura, desarrollar cuanto antes una relación de confianza y complementación que ayude a sus respectivos países a salir cuanto antes de su delicada situación.
Brasil viene de atravesar una tremenda crisis económica, política e institucional. El escándalo Lava Jato llevó a prisión al ex presidente Lula Da Silva junto a muchos otros dirigentes que lo acompañaron durante la larga década del PT en el poder y a destacados miembros del establishment económico. Pero la corrupción en los negocios del Estado dejó manchada por igual a la mayor parte de la dirigencia política de todos los colores. La economía se derrumbó un 7,4% en 2015 y 2016, cuando fue destituida Dilma Rousseff, y Michel Temer apenas logró mantener el barco a flote y entregar el mando con un módico 1,1% de crecimiento en 2017 y algo similar en 2018. Ese escenario de descomposición es el que permitió la llegada de Bolsonaro al poder.
Macri tuvo que convivir todo su mandato con el principal socio comercial de la Argentina en ese estado de descalabro. Con Dilma no tuvo tiempo de limar las diferencias ideológicas y Temer estaba urgido por otras necesidades. A este panorama desolador en el gigante sudamericano, se sumaron los desaciertos propios de la gestión económica de Cambiemos que llevó a la Argentina a una recesión que Macri jamás hubiera imaginado en su tercer año de gobierno.
Ambos presidentes tienen un inocultable perfil común, al llegar al gobierno impulsados por una sociedad hastiada del populismo, la pobreza, la inseguridad y la corrupción. Son los emergentes de nuevas formaciones políticas en los que los votantes depositaron su confianza para que los saquen de décadas de frustraciones y reencarrilen sus países en la senda del crecimiento. Existen también diferencias ostensibles en su discurso, orientado a sus propios electorados, pero predomina en ambos el carácter pragmático antes que los dogmatismos ideológicos.
Aun así, cierto ruido se introdujo en el comienzo de la relación a partir de la decisión de Bolsonaro de no venir a la cumbre del G-20 de Buenos Aires (a la que el gobierno argentino lo había invitado en su carácter de presidente electo) y lo que pareció una devolución de gentilezas por parte de Macri, al ausentarse de la ceremonia de asunción del brasileño de este 1° de enero.
Pero no habría que sacar conclusiones apresuradas. Quienes lo conocen, indican que Bolsonaro siempre demostró un gran cariño por la Argentina. Macri llamó al brasileño para felicitarlo en octubre pasado, apenas se concretó su victoria en el ballotage. Y por segunda vez en diciembre, después de la cumbre del G-20. Allí el brasileño le explicó que no había viajado a Buenos Aires por recomendación de sus médicos (de hecho, el presidente brasileño deberá operarse de nuevo este enero para terminar de sanar las heridas que le produjo la puñalada que recibió en el estómago durante un acto de campaña) y acordaron la visita de Macri a Brasilia.
Detrás de esa última llamada estuvo la gestión sigilosa de dos abogados, el argentino Alejandro Stern y el brasileño Frederick Wassef, con buena llegada a la Casa Rosada y al palacio de Planalto. Pocos días después, Stern estuvo junto a Bolsonaro y le llevó una camiseta de la selección argentina, con la que el presidente brasileño posó sonriente, como se ve en la foto que ilustra esta nota.
El 16 de enero Macri llegará a Brasilia junto a buena parte de su gabinete para comenzar a construir una sociedad fuerte entre dos países que se necesitan más que nunca. El futuro del Mercosur, el comercio bilateral y cómo lidiar con la dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela son temas seguros de la agenda. Pero sobre todo, ambos presidentes necesitan construir una relación de amistad y confianza que les permita avanzar juntos en los desafíos por delante.