Cuando solicité ver a los líderes de las maras en la cárcel de Tamara, en las afueras de Tegucigalpa, el funcionario del Ministerio del Interior hondureño me preguntó si estaba dispuesto a perder la vida. En el momento en que me encontré, finalmente, frente a tres integrantes de la Mara Salvatrucha que representaban a los más de 300 pandilleros encarcelados allí, entendí la ironía en toda su dimensión.
Tres tipos tatuados de la frente a la cintura, sin camisetas, con ojos de acero. Tenían sin duda más poder que sus carceleros, que desaparecieron apenas entré a la sala de visitas. Me miraron con desprecio y me dijeron que ya no hablaban con periodistas. Se fueron antes de que pudiera replicarles algo. Me dieron tanto miedo que cuando llegó otro grupo de mareros, éstos "arrepentidos" que habían abandonado las bandas, me parecieron dulces niños de un internado. Después, con lo que me mostraron y contaron, volví a sentir la boca seca y ese temblor en el estómago. Varios tenían tatuados sus prontuarios en la espalda. Pequeñas tumbas con la palabra "RIP" y el sobrenombre de los que habían matado: "Panuda"; "Mocos"; "Chepa". "Ese es por un policía que me palmé", relató uno, como si contara lo que comió en el almuerzo.
Los mareros son chicos que alcanzaron un nivel de primitivismo inconcebible para el siglo XXI. Y, ahora, son el gran obstáculo con el que se tendrán que enfrentar los presidentes Donald Trump de Estados Unidos y Andrés Manuel Lópes Obrador (AMLO), de México, en su plan conjunto de desarrollo para Centroamérica y el sur mexicano que anunciaron esta semana y tiene un presupuesto de 35.600 millones de dólares.
Un intento por detener las enormes columnas de inmigrantes que escapan, precisamente, de la violencia de las maras y la miseria, atravesando todo México para entrar a Estados Unidos. Washington se comprometió a entregar 5.800 millones de dólares para reformas institucionales y desarrollo económico en Guatemala, Honduras y El Salvador por medio de fuentes privadas y públicas. Desde el Distrito Federal, el flamante gobierno confirmó que invertirá 25.000 millones de dólares por los siguientes cinco años para el desarrollo del postergado sur del país.
Lo de Trump es, ante todo, una "compensación" por el daño provocado cuando expulsaron a los mareros que se habían criado en su territorio. Las pandillas juveniles tuvieron sus inicios en los años '50 en California. Primero fueron los negros y después los hispanos que se unieron para defenderse de los ataques de grupos de blancos. En el South-Central de Los Angeles, los hispanos se juntaban entre las calles 10 y 20 y cada esquina tenía una banda que rivalizaba con la de la siguiente.
La gran explosión de estas pandillas se produjo con la llegada de los refugiados de las guerras civiles centroamericanas en los años '80. Fueron los que le incorporaron el esquema organizativo de células o clikas. En 1992, la policía californiana se enteró de la existencia de la Mara Salvatrucha ("salva" por salvadoreños y "trucha", que en su jerga significa "piolas", listos) porque sus miembros fueron los principales líderes del levantamiento popular (riots) que dejó en llamas buena parte del centro de Los Angeles.
Los otros hispanos que llegaban en esos años se agruparon en la M–18, una antigua pandilla de mexicanos que ahora contaba con hondureños, guatemaltecos y nicaragüenses. El FBI comenzó a perseguirlos y a encarcelarlos. Y en las cárceles californianas las maras se entremezclaron y se hicieron aún más poderosas. Llegaron a controlar buena parte del negocio de la droga y de la inmigración ilegal de varias grandes ciudades. En 1996, el Congreso estadounidense aprobó una ley por la que cualquier extranjero que purgara más de un año de cárcel debía ser deportado a su país de origen.
Entre 2000 y 2004 fueron expulsados casi 20.000 jóvenes con prontuarios criminales a sus países en Centroamérica. Los mareros encontraron allí el perfecto campo de cultivo: desocupación de más de la mitad de la población activa, pobreza extrema, desnutrición y analfabetismo por encima del 30%.
Los gobiernos corruptos y una oligarquía miope hicieron el resto. Las maras comenzaron a reproducirse como hormigas carnívoras. Precisamente de ahí habían tomado su nombre, de la Marabunta, esa plaga de hormigas que ataca a una "república bananera" en el filme de 1954 dirigido por Byron Haskin y protagonizado por Charlton Heston.
En Honduras, con una población de unos 7 millones, se estima que hay unos 60.000 mareros. En El Salvador, con 6,5 millones de habitantes, se cree que hasta el 10% de la población estaría vinculado de alguna manera a las maras. En Guatemala, hay unos 20.000. En México hablan de otros 50.000. En Estados Unidos, aún quedan unos 100.000, repartidos por los barrios hispanos de las principales ciudades de 35 estados. La cultura de las maras está tan extendida que hasta aparecieron sus pintadas en Bagdad durante la invasión estadounidense. Evidentemente, están enquistadas también entre los marines.
El proyecto de Trump está dentro de su promesa de campaña de construir un muro fronterizo con México para evitar la llegada de nuevos inmigrantes indocumentados. Incluso, dice estar dispuesto a cerrar las oficinas públicas a partir del 1 de enero si el Congreso no aprueba la financiación de su barrera. Mientras, tiene en la frontera a unos 7.000 migrantes centroamericanos que llegaron caminando en caravana desde Centroamérica y solicitan asilo en Estados Unidos. Por ahora, esperan en territorio mexicano hasta que su petición sea tramitada. Si cruzan sin autorización, les quitan a sus hijos y los mandan a algún refugio hasta que se aclare la situación.
López Obrador tiene una aspiración más amplia. Su plan es destinar inversiones públicas y privadas para reducir el flujo de migrantes hacia el norte. Entre las prioridades está desarrollar los estados de Chiapas y Oaxaca y la puesta en marcha del proyecto del "Tren Maya" que recorrerá gran parte de la península de Yucatán y llegará a Chiapas. También, la creación de un corredor por el que los productos centroamericanos lleguen a Estados Unidos con la posibilidad de crear "maquiladoras" (fábricas libres de impuestos en un territorio aduanero compartido) en la frontera guatemalteco-mexicana como las que funcionan en el norte. "Yo tengo un sueño que quiero que se convierta en realidad", dijo en su primera conferencia de prensa después de asumir el 1 de diciembre. "Quiero que los mexicanos tengan trabajo, que no tengan que salir de sus pueblos; que tengan ingresos justos y que empiece a escasear la fuerza de trabajo, y que ya nadie quiera irse a trabajar a Estados Unidos".
En el norte centroamericano, la realidad es demasiado dura como para incentivar que sus pobladores se queden en su tierra. Honduras es el país que más ayuda externa recibe: unos 4.500 millones de dólares anuales. Pero también el más desigual de América Latina y uno de los más corruptos. Un estudio de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), reveló que un 4% de la población hondureña son desplazados internos y casi el 60% viven bajo todos los niveles de pobreza. Los factores que han influido son fácilmente visibles en Nueva Capital, una comunidad en las montañas a las afueras de Tegucigalpa, y territorio bañado por la violencia de las pandillas.
En medio de un laberinto de construcciones precarias y entre vertiginosas calles de barro, sólo se mueven los sicarios. Nueva Capital originalmente fue creada a finales de 1990 por personas desplazadas por el huracán Mitch. Desde entonces el barrio está a merced de los mareros que controlan la zona donde no entran las fuerzas de seguridad. Los pobladores más desesperados huyen y se juegan la vida cruzando todo México a pie para intentar alcanzar "el sueño americano".
Guatemala tuvo un incipiente repunte en su crecimiento desde la llegada de Jimmy Morales a la presidencia. Sin embargo, la desigualdad es extrema y persiste el enorme nivel de pobreza. La última encuesta del Instituto Nacional de Estadística, indica que el 59.3 % de la población se encuentra en condiciones de pobreza y el 23.4 % en la pobreza extrema. Todo, en un proceso de concentración extremo: el 1 % más rico tiene un ingreso igual a la suma de los ingresos del 40 % más pobre.
El Salvador no está mejor. Según un estudio de OXFAM, es uno de los países más desiguales de América Latina, el 20% de la población más rica concentra el 48,4% de la riqueza, mientras que el 20% más pobre recibe el 4,9%. Es un país de emigrantes. Casi tres millones de salvadoreños abandonaron su tierra en la última década (de una población estable de 6,5 millones). En Estados Unidos hay 2,5 millones de salvadoreños. Las remesas de estas personas suponen un 15% del PIB del país.
Con esta realidad se enfrentan Trump y AMLO para su plan de retener a los centroamericanos y mexicanos en sus países y disminuir la migración hacia Estados Unidos. Y las organizaciones criminales como "las maras" será su mayor obstáculo. Las sangrientas pandillas son como el agua. Se expanden por donde encuentran una salida.