Seis mil kilómetros de distancia separan Buenos Aires y Managua. Las historias de dos mujeres, sin embargo, unen a un continente. Son Zoilamérica Narváez y Thelma Fardin, las víctimas de la violencia sexual que se atrevieron a ponerle palabras a lo impronunciable, y que ahora, sin conocerse, están unidas en un abrazo colectivo que tiene la marca de las mujeres.
Un terremoto sacudió a este lado del hemisferio esta semana cuando, acompañada del colectivo Actrices Argentinas, Fardin, de 26 años, denunció que había sido violada en Nicaragua en una gira de la tira "Patito Feo". Inmediatamente, los ojos miraron al país centroamericano, donde los ecos de otra oscura historia de abuso sexual, en ese caso intrafamiliar y ocurrida hace 40 años, involucraba al actual presidente Daniel Ortega.
Zoilamérica Narváez tiene 51 años, vive en Costa Rica hace cinco, y es socióloga. También es la hija de Rosario Murillo, actual vicepresidente y pareja de Ortega. Cuando tenía 9 años, el exilio generó cierto aislamiento familiar que fue el escenario en el que su padrastro abusó sexualmente de ella.
Lo que comenzó entonces se prolongó a lo largo de los siguientes 13 años. "A los 22 años, cuando logré irme de mi casa, cesaron los abusos pero comenzó el acoso sexual", relató a Infobae.
La denuncia de Thelma Fardin obligó a Narváez a revivir la pesadilla que vivió con su padrastro, pero también la reconfortó saber que cada vez más mujeres se atreven a denunciar: se identificó y volvió a liberarse.
—¿Qué pasó cuando supo de la denuncia de Thelma Fardin?
—La leí y la viví con mucha más que cercanía, diría que he estado con ella desde que salió la primera noticia sobre su caso. Precisamente porque creo que nosotras, que hemos vivido situaciones de ese tipo, podemos entender mejor que nadie lo que sentimos ante un episodio así. Y me siento muy involucrada e identificada con Thelma, por varias razones. La primera es que me identifican estas historias que permanecieron dormidas muchos años, quizás en un afán nuestro, de las mujeres, de evadir el dolor. El dolor resulta tan complejo de manejar que una hace un intento muy grande por evadirlo.
-¿Y el momento de la denuncia? ¿Cómo es?
—Tarde o temprano, como ella relata, eso que se lleva adentro no se puede manejar, y ese instinto de mujer se impone. Esa valentía. Y muchas veces no se trata de la necesidad de que el hecho sea castigado, sino de liberarse a una misma. Porque suele pensarse que nosotras las mujeres hacemos este tipo de cosas con el objetivo de dañar a los hombres. Y no; la primera razón tiene que ver con liberarnos.
—¿Hablarlo es liberador aún cuando una no encuentra justicia, como fue en su caso?
—Sí. Yo sentía mucha impotencia al no poder detener el acoso sexual, y la única manera de detenerlo fue hablando. Cuando me fui de mi casa y no pudo seguir el abuso sexual, siguió el acoso. Un llamado, oír esa misma voz, me revivía la parte traumática que me había quedado. Era la misma sensación de no tener escapatoria. A donde yo fuese, incluso en mis viajes laborales de entonces, recibía una llamada de él. Era una combinación que me resultaba insoportable para mi salud mental y para mi vida cotidiana.
—A la hora de denunciar, Thelma Fardin contó con el acompañamiento de sus compañeras actrices y lo hizo en un momento muy particular que atraviesa Argentina, donde muchos temas se están discutiendo a gran escala por primera vez. ¿Cómo fue hacer una denuncia por abuso sexual en Nicaragua veinte años atrás?
—Primero que nada me parece que es importante decir que en 1998, veinte años atrás, hablar de abuso sexual o de incesto, era posible pero no entendible. Estábamos hablando de algo que no se podía comprender. Cómo un padre agredía una niña y, lo que es peor, por qué una niña lo calla por tantos años. Yo creo que mi denuncia fue un test épico para la sociedad nicaraguense. Digo esto porque la verdad es que la hice sola. Sin embargo, al momento de hablar, muchas mujeres que no me conocían no dudaron en decir que me creían.
—¿Quiénes fueron esas mujeres?
—Esas mujeres fueron las pioneras del feminismo en Nicaragua. Son las mismas que en la actualidad están siendo perseguidas por el gobierno de Daniel Ortega. Pienso por ejemplo en Vilma Nuñez, a quien recientemente agredieron, allanaron su hogar y destruyeron su organización. Ella fue la defensora de Derechos Humanos que estuvo entonces a mi lado. Con ese grupo de mujeres con el que yo conté estábamos desafiando esa percepción de que un abusador sexual es un monstruo, muy lejano y distinto, y no un político, por ejemplo. O tu padre. Sin embargo, hay que decir que las expresiones del movimiento de mujeres de aquel entonces eran muy pequeñas, y lo incipiente del momento implicó que ni ellas ni yo sabíamos muy bien todo lo que yo necesitaba.
—¿Cómo fue su experiencia después de hacer la denuncia?
—El estigma de ser víctima de abuso sexual me persiguió mucho tiempo. Fue muy duro lo que sentí con la reactivación del trauma a partir de la elaboración del testimonio que di en la justicia; las pesadillas, las noches sola. Mis hijos me dieron mucha fortaleza entonces, pero yo estaba en un momento en el que no me permitía confiar en nadie, estaba asustada y amenazada por el poder político de Daniel Ortega. Por un buen tiempo no quería salir ni ver gente, sobretodo porque viví intimidaciones, amenazas, e infiltramiento. Todo eso me hizo sentir y me llevó a estar muy sola. Por eso creo que lo más importante que está pasando en Argentina es que Thelma no está sola, y que aún cuando ella tuvo que viajar y volver al lugar de los hechos para hacer la denuncia, nunca más va a volver a estar sola, y ese es el símbolo más importante.
—¿Qué pasó en la Justicia?
—Yo pude reunir las pruebas necesarias para hacer la denuncia, aún cuando en ese entonces lo que se le pedía a una mujer para probar una violación era mucho más que lo que se pide ahora. Actualmente los marcos jurídicos internacionales han evolucionado, y la justicia contempla que a veces en estos casos no hay pruebas. El obstáculo en mi caso fue la prescripción del crimen, porque habían pasado muchos años. Aunque en realidad el mayor problema que tuve entonces fue la impunidad con la que contaba Daniel Ortega, que en ese momento era diputado, y como tal era parte del poder político nicarguense. En torno a él se tejió una cadena de complicidades que lo protegió hasta hoy.
—¿Su exilio está de alguna forma vinculado a la situación que atraviesa actualmente Nicaragua?
-Después de mi denuncia lo único que obtuve es persecución, control y venganza, que fue lo que finalmente me obliga a salir del país en 2013. Ahora me doy cuenta que en ese momento yo sufrí en carne propia todas las formas de violencia política que hoy Daniel Ortega y Rosario Murillo están ejerciendo contra el pueblo nicaragüense. De alguna manera, el abuso de poder, el autoritarismo, la impunidad y la corrupción que reinan actualmente, comenzó en su propia casa, años atrás. En la medida en que acrecentaron su poder, lo ejercieron con mayor despotismo y agresividad.
—¿Y qué piensa que va a pasar con la denuncia de Thelma?
—En su caso aún no prescribió. Sin embargo, Nicaragua está siendo cuestionado por tener un sistema judicial absolutamente corrupto. Sin ir más lejos, la organización que estaba acompañada a Thelma perdió la personería jurídica esta semana. Lo que yo no quisiera es que el cálculo del futuro jurídico de la denuncia de Thelma se reduzca a un tribunal. Lo importante es que se está sentando un precedente y que Thelma está haciendo lo que ha necesitado hacer para llevar adelante su verdad. Además, y en materia judicial, no existe un sólo mecanismo. Es decir, si en Nicaragua la justicia falla de una manera distinta a lo esperado se puede apelar a la justicia argentina e incluso la justicia internacional, es decir, esto no termina aquí.
—¿Estas siguiendo el tema en los medios argentinos y en las redes sociales?
—Sí, y sobre eso me gustaría detenerme en un punto que me resultó muy llamativo. Creo que la nota que se le hizo este señor (Juan Darthés), como muy bien dijo Thelma, fue un acto de violencia de género. Hay gente que cree que estamos ante un delito común y que por lo tanto las dos partes tienen derecho a hablar. Pero esto no es así en casos de violencia sexual. Una persona que tiene dos o tres denuncias por agresión sexual que hable donde tiene hablar, que es en la justicia. Con esto no digo de ninguna manera que él no tenga derecho a la defensa; digo que no se puede suponer equidad entre la víctima y aquel que tuvo siempre el poder de mantenerla en silencio. Con todo, creo que es aleccionador el sentido en que el periodismo argentino presentó esta nota y la confrontó y también que ha llamado el caso por su nombre. Pero tenemos que tener cuidado porque el agresor sigue teniendo poder al punto de pararse ahí, dar lástima, y hasta acusa a la víctima.
— ¿Le pasó algo similar?
—Sí, me pasó cada vez Daniel Ortega negó mis acusaciones y me pasó cada vez que mi madre, Rosario Murillo, hablaba en mi contra defendiendo a Daniel Ortega. Eran nuevos abusos, actos de indefensión. Creo que no se puede ni se debe usar la libertad de expresión para ejercer violencia, ni para invadir la palabra y este pedido a gritos de un acto de dignidad. Esta niña, Thelma, que tiene la edad de mi hijo mayor, tuvo la valentía y la entereza para hablar. Pero hablar también es volver a nacer, y eso duele.
—Mencionó a su madre, que negó su denuncia. ¿Cree que no le creyó o que lo hizo a sabiendas de que los abusos habían efectivamente sucedido?
—Ella supo de los abusos desde 1978. Fue una decisión no protegerme ante Daniel Ortega. Hay testigos, amigas de ella, que dicen que en la década del '80 les contaba lo difícil que era para ella manejar la situación. Era consciente pero nunca quiso detenerlo porque si confrontaba con Daniel Ortega se arriesgaba a perder el poder, que para ella siempre fue lo más importante.
—¿Qué le diría a Thelma y a las mujeres argentinas?
—Primero expresarles mi admiración, porque me parece que están dando un ejemplo de mucha entereza y de mucha esperanza. En un afán de que Thelma no sea de las que pague un costo por su denuncia, busco en las redes sociales y veo realmente que ustedes han logrado generar mucha conciencia y me parece -ojalá- que están forjando una cultura distinta. Demostraron que la suya es una sociedad mejor preparada y que hay un crecimiento en la conciencia de las mujeres. Lo que sí quisiera, y creo que lo están haciendo muy bien, es que se entiendan, se respeten y se protejan los ritmos y las necesidades que Thelma y las otras muchachas tengan en relación a estos procesos.
—¿A qué se refiere?
—A que a veces podemos cometer el error, sin quererlo, de despersonalizar las denuncias y cambiarlas por 'casos emblemáticos'. Y detrás de cada caso hay una mujer que va a tener una necesidad particular y quizás distinta a las demás. Cada una tiene derecho a decidir qué quiere hacer, cómo lo quiere hacer y en qué momento quiere parar. Yo siempre dije que no quisiera ser recordada como un caso, una denuncia, sino como una persona que encontró una manera de luchar y de salir adelante. Sobre Thelma, aún no pude ponerme en contacto. Le mandé un mensaje por Twitter pero sé que debe estar desbordada, sé cómo son esos tiempos. Lo que espero es que reciba mi saludo y que en algún momento este abrazo que siento se haga realidad.
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