Introvertido, hermético… La personalidad de Daniel Ortega dista mucho de la de otros dirigentes autoritarios de izquierda contemporáneos, como Fidel Castro o Hugo Chávez, quienes se caracterizaeon por su verborragia y la intención de generar empatía con las masas.
En diálogo con Infobae, el periodista nicaragüense Fabián Medina Sánchez habló sobre su último libro "El preso 198, un perfil de Daniel Ortega", que aporta detalles desconocidos de la vida personal del presidente de Nicaragua.
Medina explicó que sus siete años de prisión le cambiaron la vida a quien sería luego líder sandinista. A tal punto que, según el propio mandatario, nunca se volvió a sentir cómodo con la libertad. "Es un personaje que no soltó la cárcel", manifestó Medina Sánchez.
Tras su experiencia en prisión, y el derrocamiento de Anastasio Somoza en 1979, Ortega llegó al poder liderando el Frente Sandinista. "A partir de entonces se comenzaron a ver luchas de poder entre los mismos sandinistas y él fue personalizando el poder en el país", indicó el periodista, quien aseguró que el jefe de Estado constituyó una "sucesión dinástica". Hoy en día las decisiones del país pasan por él, su esposa Rosario Murillo, la vicepresidente, y sus hijos.
Pero en la actualidad, ya lejos de aquellos años de revolución, está haciendo frente a la peor crisis de la nación centroamericana. Hasta gran parte de los sandinistas ya le soltaron la mano. Pero Ortega se aferra al poder a fuerza de violencia y represión. Medina también abordó la presente situación del país y consideró: "Esto no tiene retroceso (…) La salida se tiene que dar por el diálogo y elecciones (…) Esta situación no le conviene a nadie, ni a Ortega. A sangre y fuego no se puede mantener".
-Por estos días la figura de Daniel Ortega está en los ojos del mundo por la grave crisis que atraviesa Nicaragua. ¿Qué nos vamos a encontrar en el libro?
-Es un pefil de Daniel Ortega, una persona que, a pesar de haber sido determinante en los últimos 50 años del país, pocas cosas se saben de su vida, salvo lo que han sido sus intervenciones públicas. Me preguntaba quién es Daniel Ortega y así empecé a construir un perfil, con bastante dificultad, por cierto. Después de 2007 no dio entrevistas a ningún periodista nacional, apenas a algún que otro internacional tras el estallido de la reciente crisis. Para el libro entrevisté a unas cien personas cercanas a él: escoltas, servidumbre, personas que compartieron el poder con él, como Sergio Ramírez [vicepresidente de Ortega entre 1984 y 1990]. Algunos hablaron bajo anonimato, otros en cambio dieron su nombre.
-¿La situación actual lo empujó a publicarlo ahora o ya estaba contemplada la fecha?
-El año pasado ya estaba casi listo. En noviembre lo presenté en el Taller de Libros Periodísticos que realizó la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) en México. Por el contrario, los últimos acontecimientos me mantuvieron detenido. Temía que la polarización del país me arrastrara a hacer un perfil poco objetivo. La intención no era mostrar a un monstruo ni un superhéroe, sino contar cómo fueron cada una de las etapas de la vida de Ortega.
-¿Con qué personaje se encontró?
-Lo primero que me llamó la atención, y determinó el título, fue su comportamiento de prisionero. Hay rasgos de síndrome de prisionero: por ejemplo, come de pie, no se mezcla con mucha gente, crea una especie de celda donde se recluye con sus íntimos, un espacio de aislamiento… Cuando triunfa la revolución, en su escolta de seguridad integró a tres ex carceleros. Hay signos que me decían que era un personaje que no había soltado la cárcel. Había una publicación en que señalaba que él se sentía incómodo cuando salió en libertad. Eso se ve con el ostracismo con el que se maneja: nunca lo vas a ver en un cine o en un restaurante, siempre se muestra como recluido.
-¿Y por qué el número 198?
-198 es el número que le asignan cuando entra a la penitenciaría. Incluso hay una foto con su tablilla, en la que aparece con ese número.
-En el libro comenta que la cárcel fue uno de los golpes más duro de su vida. ¿Cómo fue su estadía en La Modelo?
-Él llega a los 22 años pocos después de participar del asesinato de Gonzalo Lacayo, sargento de la Guardia Nacional, al que el Frente Sandinista decidió asesinar. Un grupo de guerrilleros urbanos llegó a su casa, lo esperó, y lo ejecutó el 23 de octubre de 1967. A raíz de ese asesinato se produce una represión fuertísima del régimen de Anastasio Somoza; a muchos los ejecutan. Este personaje [Lacayo] tenía fama de torturador. En una de las persecuciones tras su asesinato, la Guardia Nacional encontró a Ortega, pero se salvó de ser ejecutado. Como la Guardia ya había presentado a los asesinos del sargento, no lo pudo culpar de ese cargo, pero lo acusaron de haber participado. Luego fue condenado por el robo de un banco, del que sí participó. Fue sujeto a fuertes torturas. La Guardia estaba muy enojada porque le habían tocado a uno de sus personajes más significativos. Él tenía un grupo de ocho personas muy cerrado; todo el tiempo se mantenían juntos. Hasta el día de hoy se mantuvieron muy cercanos, fueron sus amigos de toda la vida. Cinco de ellos llegaron vivos al 79, y posteriormente murió uno en 2004, aunque ya en esa época estaba enfrentado con Ortega.
Ortega tiene rasgos de síndrome de prisionero
-¿Hasta su llegada al poder, cómo fue su vida de guerrillero?
-No tiene el mayor curriculum de los guerrilleros, tuvo poca actividad. Tal vez por lo que estuvo mucho tiempo en la cárcel, fueron siete años. Luego se va a Cuba en diciembre de 1974, después de un asalto de sandinistas que reclamaban la liberación de algunos guerrilleros, entre ellos Ortega. Posteriormente aparece en una ofensiva guerrillera en octubre del 77, en el norte de Nicaragua, en un combate relativamente pequeño. Después se fue para Honduras. No se lo podría considerar de los comandantes con más vida guerrillera; no era de los comandantes con mayor colmillo. Sí tenía la virtud de que era callado, apartado… así llegó al liderazgo del gobierno sandinista.
-De ese Ortega, el de sus comienzos, al de hoy, ¿hay diferencias? ¿El poder lo cambió?
-Sí. En mi perfil trato de mostrar sus diferentes etapas. Si él hubiera muerto en los años 60/70, sería un héroe de la causa sandinista. En los 80 llegó al poder y se fue transformando. A partir de entonces se comenzaron a ver luchas de poder entre los mismos sandinistas y como él fue personalizando el poder en el país. Su lucha se fue transformando en una lucha del poder por poder. Empezó a pactar con las personas más derechistas y se alió con personajes profundamente corruptos para mantenerse en el poder. Luego excluyó a sus camaradas de lucha y fue personalizando el partido sandinista hasta conformar un clan familiar, que persiste al día de hoy. Activó la sucesión dinástica cuando integró a Rosario Murillo como su compañera de poder. Hoy ves a sus hijos y a Murillo en la cúpula del poder, muy al estilo de Somoza. Se convirtió en una copia del personaje que derrotó a balazos en 1979.
-En su libro también aborda la relación con Rosario Murillo. ¿Qué relevancia tuvo la actual vicepresidente en la vida de Ortega y cuál es su nivel de poder en la actualidad?
-En los primeros años no tuvo mayor relevancia. Se conocieron en el 77. Ella tenía otra pareja. Se conocieron y con el tiempo fueron pareja, pero en los comienzos de la relación no tuvo mucha incidencia. Incluso durante los 80 Murillo ya quería tener su cuota de poder y manejar el ministerio de cultura. Creó algunos conflictos y Ortega, de alguna manera, le dio la espalda. A esa altura era un personaje menor sin mucha relevancia. Estaban medio separados incluso. Cuando Ortega perdió las elecciones en 1990, ella le dijo: "Yo te dije que ibas a perder". Después de esa dura derrota para el sandinismo, hubo tres acontecimientos que los acercaron: la misma derrota electoral; en el 94, él sufrió un infarto y ella asumió su cuidado; y en el 98 Rosario Murillo le dio la espalda a su hija Zoilamérica ante las denuncias contra Ortega -su padrastro- por abuso sexual. Esos tres eventos los acercaron. Hoy en día, no se entiende el uno sin el otro.
Ortega fue personalizando el poder en Nicaragua
-Tras décadas con Ortega en el poder, y frente a la peor crisis desde la época de la revolución, ¿cómo se encuentra el seno del sandinismo?
-En el sandinismo ha habido varias divisiones desde la época de la guerrilla. La pérdida del poder en el 90 provocó una fisura grande: el grupo de los renovadores, encabezado por Ramírez, y el de los ortodoxos, los principistas, liderado por Ortega. Esa fisura se mantuvo hasta 2007 cuando Ortega recuperó el poder con unas artimañas que están explicadas en el libro, y el sandinismo a partir de entonces involucionó a un orteguismo. La población ya distingue entre el sandinismo y el orteguismo. El Frente Sandinista fue convertido en un partido familiar, todo se define por lo que deciden Ortega y Murillo. Incluso en las encuestas, cuando preguntan a la gente cómo se identifican, hay un renglón para quienes se definen como orteguista y otro para los sandinistas.
-Con el estallido de la crisis hemos visto a dirigentes, activistas e incluso civiles que apoyaron la revolución sandinista, y hoy juzgan la brutal represión y persecución del régimen. ¿Ortega aún cuenta con un apoyo popular?
-Es difícil analizarlo. Las encuestas hasta abril de este año le daban 70%, pero en un día cambió todo. Actualmente le dan entre el 10 y el 15 por ciento. Si se sostiene es porque se ha desatado una represión sin precedentes. Ya van más de 400 muertos en las protestas pacíficas, que fueron reprimidas con una desmesura que no esperábamos. Mandan presas a personas por pensar distinto. Ha habido civiles que fueron detenido por portar banderas azul y blanco, los colores de la bandera de Nicaragua. Los colores que hoy mandan son el rojo y el negro, los del Frente Sandinista. La irracionalidad está gobernando Nicaragua.
-Tal como ocurrió en Venezuela, después de meses de represión hubo cientos de muertos, miles de heridos y detenidos, y han intervenido grupos paramilitares afines a los regímenes de Maduro y Ortega. ¿Cómo hace frente a esta situación la población civil? ¿La violencia del régimen está logrando apaciguar las protestas o los manifestantes mantienen las movilizaciones pese a la brutalidad?
-Existen puntos de coincidencia con el caso venezolano, pero sería erróneo tratar de hacer un calco y aplicar lo que pasa en Venezuela a Nicaragua. El país tiene su comportamiento propio. La sociedad se había resignado a vivir de esa forma, cualquier signo de protesta era reprimido a golpes. En el campo, por ejemplo, sucedieron varios crímenes que nunca fueron reclamados al Gobierno. En la situación actual, lo importante es que se ha mantenido un cauce cívico, a pesar de la bestialidad desproporcionada. La protesta no merecía la represión. A pesar de la brutalidad que existe y se mantiene, la gente de alguna manera perdió el miedo, y da mucho orgullo ver las marchas que se producen. Un día hay ataques armados, pero al siguiente tienes 10.000 personas marchando de nuevo. Esto no tiene retroceso. Ojalá el cambio sea de la manera más pacífica.
-¿Ve viable una salida pacífica mientras Ortega recrudece la represión y mantiene su postura de no diálogo?
-La salida se tiene que dar por el diálogo y elecciones. Otra vía bañaría a Nicaragua de sangre y provocaría una profunda crisis económica. El de Ortega es un gobierno que se mantiene a través de la represión y del miedo. Nicaragua no es un país normal ahora, pocas personas están en actividad nocturna; económicamente la crisis se va profundizando. Esta situación no le conviene a nadie, ni a Ortega. A sangre y fuego no se puede mantener. La gente está dispuesta a no dejar ese propósito.
-¿Por qué Ortega se aferra tanto al poder?
-En su cálculo estaba que su gobierno no se iba a ir en este momento. Los proyectos dictatoriales piensan que van a gobernar por mil años. Así establecen compromisos bien grandes. Cuando estalla la chispa ven que tienen mucho por perder, y no lo pueden controlar si no tienen el poder. Imagino también que tiene compromisos internacionales que lo hacen mantenerse en el poder. Ya sabemos como terminan…
-¿Y el Ejército que rol cumple en la crisis? ¿Se puede prever una sublevación cuando en la actualidad recibe la colaboración de grupos paramilitares?
-El Ejército ha tomado una posición extraña. Públicamente se mantiene al margen, pero hay fuertes sospechas de que está participando en el control de los grupos paramilitares. Se ha convertido en cómplice al hacer la vista gorda del comportamiento de los paramilitares. Incluso se estima que muchos de los miembros de estos grupos son soldados.
-¿En qué momento de su historia está Nicaragua?
-En un momento de transformación. La Nicaragua que hay ahora a nadie le gusta. Nadie está a gusto. Ni los sandinistas que añoran los tiempos de la revolución, ni los que reclaman un cambio desde hace años. Es una Nicaragua que va a cambiar, ojalá que ese cambio sea para bien, que se salga por la vida del diálogo. Otra forma nos haría retroceder al mismo ciclo de sangre y muerte. En los años 80 se han perdido 50.000 vidas y durante la época de Somoza otras 50.000.
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